Por Carlos Tórtora.-

Como corresponde a la tradición política nacional, la actual campaña electoral no terminó pero ya empezó la siguiente. La instalación de que Mauricio Macri será inevitablemente reelecto no es en absoluto una idea fuerza antojadiza por parte del PRO. Sólo dándole credibilidad a la continuidad del presidente otros cuatro años, el gobierno ampliaría su estrecho margen de credibilidad económica internacional y alejaría la impresión de que Macri puede ser apenas una bisagra entre dos ciclos peronistas: el que se agotó con el kirchnerismo y el que nacería del poskirchnerismo.

Pero el jefe de estado empezaría a tener serias observaciones sobre el simple esquema que para el 2019 hasta ahora le vienen preparando Marcos Peña y Jaime Durán Barba. Esto es que, si se logra que CFK se consolide como candidata presidencial, la próxima elección ya está ganada, porque ella es una segura perdedora con su ilevantable imagen negativa, que casi alcanza el 65 por ciento. El problema se presentaría si hay ballotage, lo que parece muy probable. En ese caso, hay riesgos que el oficialismo empieza a considerar. Si se presentaran, por ejemplo, Cristina y otro candidato peronista -José Manuel Urtubey o Sergio Massa- no hay garantías de que ella, que contaría con cuatro años más de fueros como senadora nacional, no tenga un gesto histórico y selle la unidad del peronismo dando un paso al costado después de la primera vuelta. De ser así, Macri tendría que enfrentarse a un peronista potable y con muy buena penetración en la clase media y la victoria en primera vuelta podría convertirse en una tragedia en la segunda.

El peligro de este tipo de ballotage sorpresa es medianamente probable, teniendo en cuenta, sobre todo, que el kirchnerismo, condenado a una lenta extinción, podría encontrar en un acuerdo de unidad peronista la forma de volver a participar exitosamente del poder.

No existe una contramedida segura contra este riesgo, pero sí precauciones. La más obvia es que el próximo 23 de octubre el macrismo está obligado a captar uno por uno a cuanto dirigente peronista acumule votos, sobre todo en Buenos Aires, y que esa captación no puede ser vergonzante, porque si lo fuera, los peronistas, expertos en esas lides, podrían usufructuar los beneficios del poder y luego abandonar al PRO a su suerte. El compromiso debe ser público y notorio, de modo tal que, a los ojos del resto del peronismo, los dirigentes del PJ que adhieran al gobierno se vean obligados a quemar las naves. Casos como el del ex intendente de Malvinas Argentinas Jesús Cariglino y el desaparecido Momo Venegas son buenos ejemplos.

El problema es ella

Sin embargo, como toda solución trae un nuevo problema, el abrazo a los peronistas potables que está por iniciar el gobierno seguramente va a tensar varias cuerdas internas. Una será la de la UCR, cuya capacidad de disentir es cada día menor en la medida que sus figuras siguen perdiendo protagonismo. A la inversa del radicalismo, Elisa Carrió exhibe un enorme poder mediático y cuenta con una mínima estructura territorial. Pero está a punto de ganar la elección porteña por alrededor de 60 puntos. Carrió es la enemiga acérrima de la convergencia PRO-peronista y este combate es casi su razón de ser.

Si bien ella mantiene un silencio acorde con el éxito de su actual campaña, en su entorno siempre hay voces que comentan. Por ejemplo, que la diputada se considera la dueña del poder político de la Ciudad y que tanto podría dejarle en bandeja a Horacio Rodríguez Larreta su reelección como hacer lo contrario y lanzarse a llenar otra vez las urnas, pero esta vez para desplazarlo, postulándose para jefa de gobierno. Semejante paso a una postura disidente podría encolumnar, por ejemplo, al alicaído Martín Lousteau y a algunos sectores radicales. Pero sobre todo podría dejar en la cuerda floja a una premisa central del PRO: que no importa lo que pase en el resto del país, las reelecciones de Vidal y Larreta le garantizarán a Macri un promedio aceptable de gobernabilidad.

Una Carrió opuesta a la estrategia de Macri tendría un costo muy alto para éste así que ya, a dos años vista, se barajan alternativas para neutralizarla. La más comentada, como se suele usar en la justicia al ascender como camaristas a los jueces que molestan, sería ascenderla en la escala institucional. O sea, convocarla para sea la compañera de fórmula de Macri. Después de todo, Gabriela Michetti era una díscola dirigente porteña y desde que toca la campanita en el Senado pasó a ser la más inofensiva de las funcionarias. Para tomar vuelo propio, un presidente está obligado a romper lanzas, como Julio Cobos con su voto no positivo o Carlos Chacho Álvarez cuando le dio el portazo a Fernando de la Rúa. Con tanto tiempo por delante, casi todo es posible pero lo importante es que el juego del 2019 ya se está jugando, al menos en las mesas de arena.

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