Por Carlos Tórtora.-

A fuerza de ser objetivos, si bien el 51,42% obtenido por Mauricio Macri fue excelente, el 48,58& de Daniel Scioli no puede considerarse para nada malo. Queda para el análisis contrafáctico preguntarse qué hubiera pasado si el gobernador bonaerense, varios meses atrás, hubiera roto lanzas con CFK proyectándose como un líder independiente del kirchnerismo. Pero esto no estaba en su temperamento y así fue que su reacción fue tardía y sin relevancia. Fue esta vacilación la que aprovechó CAMBIEMOS para acumular más y más votos indecisos hasta que ayer, finalmente, parece haberse quedado con la mayor parte de los votos de Sergio Massa. Un antiguo adagio militar señala que gana el que comete menos errores y esto le cabe a CAMBIEMOS. Pero como pocas veces, una elección marcó un corte tan claro en la sociedad argentina. El Frente para la Victoria sigue siendo hegemónico en el NEA el NOA y la Patagonia y CAMBIEMOS se concentra en la pampa húmeda. O sea que las sociedades clientelares y que dependen del empleo público siguen bajo la hegemonía de los aparatos políticos del PJ, mientras que allí donde predomina la clase media y la actividad privada CAMBIEMOS arrasó hasta llegar en Córdoba hasta el 71%.

En otras palabras, el peronismo se ha quedado con el gobierno del país subdesarrollado y el macrismo con la sociedad de rentas más altas. Esta brecha es más significativa que cualquier otra implicancia política de ayer.

En circunstancias normales, Daniel Scioli podría continuar su carrera política casi normalmente. Pero el peronismo no perdona la derrota y menos aún a un personaje sin liderazgo alguno. La Cámpora ayer se desplegó en Plaza de Mayo para demostrar que se hacía cargo del peronismo derrotado; una señal clara de que CFK se prepara para liderar la reacción contra el ajuste macrista.

Por otra parte, no le queda otra. Si retrocede y se esconde, sus huestes en el Congreso se desperdigarían y sería presa fácil de los jueces y fiscales que la tienen en la mira.

Macri amaga con una civilizada convocatoria a la oposición. ¿Pero cuál es la oposición? Porque todo indica que en pocos días más habrá varios peronismos y que todos se adjudicarán la representación del PJ. Para su desgracia, Macri carece de una oposición orgánica y más bien deberá lidiar con tribus en plena guerra civil, dispuestas a enfrentar o pactar con la Casa Rosada según les convenga en su carrera para controlar el peronismo.

Amable e insinuante, Massa ayer puso sus equipos técnicos a disposición del vencedor, como una sutil presión para sentarse en la mesa de las negociaciones.

Ayer también hubo mensajes para todos los gustos. Evidentemente disconforme con que la UCR se quede en principio sólo con dos ministerios, Justicia para Ernesto Sanz y Defensa para Julio Martínez, el primero le aguó sutilmente el festejo a Macri deslizando que no sólo estábamos recuperando la República sino que debemos recuperar la alternancia. Una cortante referencia a que la UCR se prepara para reemplazar a PRO en el gobierno en el 2019.

¿Y ahora qué?

La ausencia de los gobernadores del PJ en el hotel sede del bunker sciolista lo dijo todo: hasta aquí llegamos. El peronismo quedó tácitamente roto ayer y los mandatarios provinciales no quieren pagar los platos rotos. Todo indica que el romance entre Macri y la sociedad será breve y tenso. Para empezar, el triunfo de CAMBIEMOS es en buena medida el fruto de los errores garrafales del kirchnerismo y del hastío de la gente. A diferencia de Raúl Alfonsín en el ‘83 y Carlos Menem en el ‘89, Macri no es un líder carismático sino marcadamente racional, más próximo a Fernando de la Rúa, aunque con una enorme ventaja sobre éste: su gran capacidad ejecutiva. La moderación de los festejos callejeros del PRO que ayer se vieron en el centro porteño marcan esto: un partido más proclive a privilegiar la tecnocracia y que no ama las movilizaciones de masas, en un país donde éstas son un culto.

La duda que corre en los círculos políticos y en el establishment es si el ingeniero hará como el primer ministro griego Alexis Tsipras y firmará todas las cláusulas de ajuste que le proponga el FMI, además de aceptar las condiciones de los holdouts.

A partir de lo que haga en el frente externo, empezará a existir la verdadera oposición en la Argentina, motorizada por los grupos de izquierda, el kirchnerismo y algunas centrales sindicales.

Mientras tanto, Macri tendrá un respiro relativo. En Buenos Aires no hay caja para pagar los sueldos de la administración pública -ni el medio aguinaldo- de diciembre y la solución sería poner en rojo el BAPRO.

A todo esto, la atmósfera está cruzada por versiones inquietantes de todo tipo. Por ejemplo, que si el régimen de Nicolás Maduro es derrotado el mes próximo y el gobierno cae estrepitosamente, serían muchos los líderes chavistas que buscarían cobijarse en santuarios K como Santa Cruz.

Ayer, como pocas veces, la Argentina populista y la Argentina liberal chocaron en las urnas, pero el triunfo de esta última recién tomaría cuerpo si en el 2017 el PRO consigue mayoría propia en las elecciones de medio término. Su principal aliado, la UCR, coincidió y votó muchas de las grandes reformas del cristinismo por considerarlas progresistas. Esta historia es demasiado reciente como para no influir en lo que vaya a pasar.

A diferencia de la ola socialdemócrata de Alfonsín y de la ola liberal de Menem, Macri emerge como un líder moderado en un país donde el populismo creció a un punto casi sin retorno.

Por último, a partir de hoy, muchos jueces y fiscales federales se sentirán obligados -para evitarse denuncias en el Consejo de la Magistratura- a activar expedientes nuevos y viejos de la corrupción K. O sea que viviremos un verano judicial caliente.

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