Por Carlos Tórtora.-

Mauricio Macri estaría deprimido y desalentado. En noviembre pasado, su imagen experimentaba un bajón similar pero la tranquilidad cambiaria, sumada a los oropeles del G20, le permitieron remontar la cuesta y tener un verano en alza. Los idus de marzo traen ahora vientos de frente: el gobierno debe empezar el tiempo electoral con los indicadores económicos en contra y ninguna señal de que se revierte la actual situación. En consonancia, el macrismo parece haber perdido también la iniciativa política. Los radicales, en esta ocasión, están aprovechando mejor que antes la debilidad del PRO aumentando la cantidad de candidatos a gobernadores y dando golpes como el de La Pampa, que podrían repetirse. De los cuatro distritos que conforman el 80 por ciento del padrón de electores, el macrismo sólo predomina claramente en uno, la Capital Federal, mientras que en Buenos Aires mantiene un empate técnico con Cristina Kirchner. En Córdoba depende del caudal radial y en Santa Fe se registra un importante avance del cristinismo al compás de la figura de Omar Perotti. Macri consiguió disciplinar a María Eugenia Vidal convenciéndola de que abandonase su idea de desdoblar la fecha de la elección provincial pero no logró superar la idea de que su triunfo depende de la figura de la gobernadora. Ella no pierde el tiempo y se prepara para intentar crecer políticamente dentro del gobierno nacional. No es un secreto que ella pretende imponer a su actual ministro de seguridad Cristian Ritondo como sucesor de Emilio Monzó en la presidencia de la Cámara de Diputados. De hecho, hoy el macrismo puro está asediado tanto por los radicales, que pretenden conducir a Cambiemos, como por los vidalistas, que sueñan con un acuerdo con el peronismo.

No era así

Paradójicamente, el esquema electoral que se está dando es el que quiso Macri. La polarización con CFK es un éxito y el Peronismo Federal, como tercera fuerza, está muy lejos de competir de igual a igual con el marismo y el cristinismo. Lo que ocurre es que el gobierno montó el escenario de polarización suponiendo que Cristina estaría totalmente a la defensiva, jaqueada por una tormenta de causas judiciales. La tormenta existe, pero su influencia política es muy relativa. Los procesos en marcha no parecen deteriorar en absoluto el perfil de la ex presidente. Una o varias condenas antes de las elecciones tampoco cambiarían mucho las cosas. En síntesis, la polarización se está dando pero no en la forma que pretendía el oficialismo. Hoy, por otra parte, Cristina no parece asustar demasiado a la clase media, como se había previsto. Se impone para Macri corregir el rumbo pero no se sabe si podrá.

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