Por Carlos Tórtora.-

El contrapunto entre Mauricio Macri y Cristina Kirchner casi no deja espacio para que se oxigenen otros esquemas políticos. La discusión sobre el lugar del traspaso del mando presidencial (el Congreso Nacional o la Casa Rosada) sirvió para revitalizar al cristinismo desde su rol preferido: la controversia. Al mismo tiempo, el Gobierno Nacional decidió ceder a las provincias 125.000 millones de pesos que hasta ahora iban a la ANSeS y a la AFIP. Lo hizo para acatar el fallo de la Corte Suprema conocido la semana pasada. Es el que ordena al Poder Ejecutivo que deje de descontar a las provincias el 15% de la coparticipación de impuestos y el 1,9% de la recaudación neta de impuestos y recursos aduaneros que se destina a financiar los gastos operativos de la AFIP.

Por un lado o por el otro, los pronósticos de tantos consultores que luego de la derrota de Daniel Scioli presagiaron que CFK se opacaría rápidamente, cuestionada por el propio PJ no se vieron confirmados por los hechos. En un movimiento curiosamente sincrónico, ni el macrismo ni la dirigencia del PJ hicieron responsable a la presidente por la derrota electoral. Por el contrario, Macri la reconoce en la práctica como la jefa de la oposición y no hizo lo que podía haber hecho: reunirse paralelamente con gobernadores y legisladores peronistas para restarle autoridad a ella. Daniel Scioli, a su vez, lejos de ser el chivo expiatorio de CFK, aparece como su hiperactivo socio para intentar retener el control del peronismo bonaerense.

De este modo, Macri aplica una de las fórmulas más clásicas de la política: levanta al adversario más vulnerable y golpeado para impedir que surja una oposición con mayor capacidad renovadora. Lo hizo así Juan Domingo Perón durante muchos años persiguiendo a Ricardo Balbín, un perdedor nato, para hacerlo crecer en la UCR y evitar el crecimiento de un político de alto vuelo como era Arturo Frondizi. También a su turno, Raúl Alfonsín le dio aire al ya octogenario Leónidas Saadi para que siguiera liderando el PJ y bloqueándoles el paso a los más peligrosos José Luis Manzano, Carlos Grosso y Antonio Cafiero.

Menem tampoco se privó del mismo recurso: privilegió su trato con Alfonsín y su círculo sabiendo que, luego de su retirada apresurada del poder en medio de una debacle económica sin precedentes, le resultaría casi imposible disputarle la reelección al riojano.

La preservación de CFK como jefa de la oposición tiene ahora, además, otros beneficios para Macri. Si ella se mostrara demasiado agresiva, siempre estaría a tiro de que activen no pocas causas judiciales por corrupción que la colocarían en una situación sumamente delicada. Es así que la permanencia de la Procuradora General Alejandra Gils Carbó en su cargo es la delgada línea roja que le permite al cristinismo poder contener los embates judiciales.

Contra quiénes

Como es obvio, la continuidad de la polarización entre Cristina y Mauricio tiene sus damnificados directos. Para ambos es importante bloquear la carrera presidencial de Sergio Massa, que sólo podrá avanzar sobre la Casa Rosada para el 2019, si el cristinismo entra en crisis y aparece en el PJ un movimiento renovador que dé vuelta la página.

Para el PRO, Massa es, entonces, objetivamente el adversario más peligroso, capaz de captar a la misma franja de votantes independientes que hoy seduce Macri. Aunque en menor medida, el salteño Juan Manuel Urtubey también sufre algo las consecuencias de que CFK y Scioli sigan siendo los grandes interlocutores del gobierno. En el complejo ajedrez bonaerense, donde juegan intereses ante todo locales, el massismo aparece ahora en la Legislatura aliado al macrismo y enfrentado a La Cámpora, pero el panorama estratégico es distinto.

Que Macri no se anda con chiquitas no hay dudas, porque impulsó a su aliado radical Oscar Aguad como Ministro de Telecomunicaciones, como un claro mensaje a José Manuel de la Sota de que el PRO va por la gobernación de esa provincia en el 2019, para terminar con el incesante pase de manos entre Juan Schiaretti y De La Sota.

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