Por Carlos Tórtora.-

Del cónclave de Chapadmalal no estaba destinado a salir mucho y eso fue lo que efectivamente ocurrió. Mauricio Macri, sumamente conservador, no estaba dispuesto a ceder a la presión mediática sobre un inminente cambio de gabinete y menos todavía a que dejar de respaldar a su mano derecha Marcos Peña, atacada por un amplio arco que va desde Elisa Carrió hasta Emilio Monzó. Mucho menos cabía esperar rectificaciones del rumbo económico, a escasas semanas de que asuma una nueva administración en la Casa Blanca. Sí se notó en las conversaciones de pasillo que la cúpula macrista está sufriendo una extraña mutación de roles. Cuando asumieron, todos daban por sentado que, de la mano de Alfonso Prat Gay y Federico Sturzenegger, la política cosecharía los éxitos que se darían en el campo económico, con el crecimiento del consumo y del empleo. Pero los números no sólo no mejoraron sino que empeoraron y las expectativas positivas en la sociedad pasaron a depender del carisma de María Eugenia Vidal y de la comparación entre el macrismo y sus predecesores, de la cual siempre sale ganador.

Esta alteración de los factores llevó a que el año político girara en torno al pacto de gobernabilidad bonaerense entre Vidal y Sergio Massa, mientras que en el Congreso Nacional el gobierno empezó a sufrir fracasos notables como el de la reforma política.

Por primera vez en mucho tiempo, un gobierno debe luchar para ganar la mayoría legislativa en la elección de medio término, cuando lo habitual es que se esfuerce por no perderla. Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa se encontraron con un peronismo reactivo que los dejó en minoría en una o dos cámaras en la primera elección.

Macri es el caso inverso: debe demostrar que puede ganar para evitar que la sociedad y los factores de poder empiecen a sospechar que el PRO llegó al poder más por la decisión de CFK de hacerlo perder a Daniel Scioli que por el consenso de su propuesta. La debilidad estructural del PRO es innata: no es un partido de los grandes y la concentración geográfica de su voto es bastante obvia. En las tres cuartas partes del país depende de alianzas. Si el año que viene el oficialismo no obtuviera la mayoría en Diputados -de esto si se habló en Chapadmalal- el mayor impacto lo sufriría el proyecto reeleccionista de Macri. Suponiendo que, en este contexto, CAMBIEMOS ganara igualmente en Buenos Aires y Capital, se estarían instalando automáticamente dos presidenciables para el 2019: Vidal y Rodríguez Larreta. Este último representa la continuidad del núcleo duro del macrismo y conoce mucho de peronismo, aunque ahora eligió el perfil de una gestión de corte municipalista y que no opina sobre política nacional. El cálculo de Larreta es simple: si él entra en la interna nacional de CAMBIEMOS se verá en el medio del fuego cruzado mientras que, si se concentra en la gestión técnica, crecería ante un conurbano bonaerense desbordado por los conflictos. El cisne negro de Larreta se llama Martín Lousteau y la hipótesis de una entente de éste con Margarita Stolbizer y Sergio Massa, o sea una alternativa opositora que sí le restaría votos al oficialismo. Vidal candidata a presidente es como proyecto un misterio, menos en un punto: ella está convencida de que su destino está atado a poder captar una parte del peronismo bonaerense más que en mantener los cánones estrictos del PRO.

El proyecto vidalista debe pasar ahora una prueba de fuego decisiva: la paz social de fin de año. Para ello afina los acuerdos económicos a dos puntas: con los movimientos sociales y con los intendentes del PJ. Como telón de fondo está la incógnita de si está activándose una línea dura del kirchnerismo -prohijada por Fernando Espinoza- con fuerza suficiente como para desatar saqueos en zonas claves de la Tercera Sección Electoral. Sin duda que esto debilitaría a la Casa Rosada, que no tiene ninguna vocación represiva. Lo que no se sabe es en qué medida el kirchnerismo podría sacar provecho de los tumultos. O tal vez sería el massismo el que terminaría aprovechando la situación. La versión oficial de los servicios de inteligencia es que no hay señales de violencia social, pero todos saben que actualmente estos episodios se fabrican con una gran facilidad.

A todo esto, Carrió está volviendo lentamente al centro del ring con la sutil amenaza de presentarse a disputar la primaria de CAMBIEMOS para senadora nacional por Buenos Aires. Ella no supera el 13% en las encuestas más optimistas pero nadie en el oficialismo suma más. Su velada amenaza está en lanzarse sobre la Capital abrazada a Lousteau. Hasta ahora ningún ofrecimiento sirvió para persuadirla de que se corra de la carrera electoral. Para la Casa Rosada, la salida no es fácil: tiene que hacer que Vidal le haga ganar la elección a algún candidato hoy casi ignoto, como el ministro de educación Esteban Bullrich. Sin boleta electrónica, los aparatos vuelven a tener un peso decisivo.

Lo que viene de afuera

Mientras los ojos del poder se posan en las turbulencias de fin de año, en la Cancillería no dudan que al menos tres factores internacionales van a impactar en la política interna a partir de que los halcones impulsados por Donald Trump se sienten en sus despachos de la CIA y el Departamento de Defensa. En el equipo de Trump hay una fuerte discusión acerca de si se debe cuestionar inicialmente el actual acuerdo vigente entre los EEUU e Irán y que incluye los alcances del plan nuclear de este último. De recomenzar las tensiones entre Washington y Teherán, uno los coletazos sería el caso AMIA y el asesinato del fiscal Alberto Nisman. En este último caso, el fiscal Eduardo Taiano acaba de imputar a la ex fiscal Viviana Fein y al ex Secretario de Seguridad Sergio Berni por la eventual destrucción de pruebas en el escenario del crimen.

El segundo tema que impactaría de afuera hacia adentro sería el estallido de varios escándalos de corrupción de la era Chávez, de los cuales el principal sería el tratado de cooperación bilateral con la Argentina, cuyo operador número uno fue Julio de Vido. No es una perspectiva agradable para el macrismo, porque el tema arrastraría inevitablemente a una serie de empresas -algunas de primera línea- lo que ensombrecería aún más el clima de desconfianza para las inversiones extranjeras en nuestro país.

Por último está China, donde la partida se juega en un tablero mundial muy complejo. Y nadie sabe a ciencia cierta si el Departamento de Estado presionará o no a la Casa Rosada en relación a los convenios vigentes con el gigante asiático.

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