Por Alexis Di Capo.-

A partir de su alianza con Mauricio Macri, Sergio Massa se estaría replanteando su rol electoral para el 2017. Esto en función de que las primeras señales convergen en que la gestión de María Eugenia Vidal sería mucho más difícil aún de lo que se preveía. El frente sindical liderado por ATE y SUTECBA se prepara para presionar a fondo en las paritarias provinciales y el intendente platense Julio Garro terminó por dar marcha atrás -parcialmente- con los 4500 despidos de supuestos ñoquis, ante la movilización de los activistas a los que se sumaron los cooperativistas que no les cobraron. A esto se le suma que la masa de los 55 intendentes bonaerenses se mostró inicialmente sumisa pero ahora tiende, desprolijamente, a ponerle límites a los operadores de Vidal y a presionar para que en la legislatura los bloques peronistas se muestren menos complacientes.

El caso es que el breve romance entre el votante peronista y Macri, cuyo punto más alto fue la presencia de éste en la inauguración de la estatua de Juan Domingo Perón, en plena campaña electoral, parece haberse enfriado rápidamente. El núcleo duro del PRO, simbolizado por Marcos Peña, estaría inclinando nuevamente la balanza a su favor, con el argumento de que el plan político hay que encararlo con los “puros” y no mezclándose con el peronismo.

En este clima fluctuante es que nace una nueva hipótesis: que Massa, en vez de alejarse de la Casa Rosada para competir por la senaduría nacional por Buenos Aires en el 2017, opte por la operación contraria: declararse macrista confeso y aparecer como candidato del PRO, provocando una ruptura bastante fuerte en el peronismo.

Nada fácil

Para que el tigrense optara por esta opción, obviamente el gobierno nacional debería antes haber afianzado la economía, endeudándose a tasas más bajas y haber sorteado el ajuste evitando un estallido social. En materia de ambiciones, Massa no parece tener muchos límites y en su abrazo al PRO incluiría la pretensión de que su aliado Joaquín de la Torre sea en el futuro ministro de gobierno, desplazando a la mano derecha de Vidal, Federico Salvai.

Nada de esto parece fácil, pero lo cierto es que, si Massa acepta ir vistiéndose de amarillo, la primera que podría sufrir las consecuencias sería la propia Vidal. Ésta tiene un problema mayor que aquél, porque depende en mucho mayor medida de las encuestas y gobierna parada sobre ellas. Si la inseguridad, el narcotráfico y el malestar social se incrementaran en la provincia y Vidal perdiera oxígeno en la opinión pública, Massa tendría cada vez más espacio para moverse con un pie dentro y otro fuera del PRO.

En síntesis, que Macri está aprendiendo a jugar en Buenos Aires con dos mazos de cartas: por un lado, apuesta al éxito de la gestión Vidal, que empezó sacudida por la triple fuga de general Alvear. Pero por el otro, abre el camino para el cogobierno en Buenos Aires con Massa, a condición de que éste se desperonice. Un juego difícil para todos sus actores pero que demuestra la extrema inquietud gubernamental por no retroceder en Buenos Aires, lo que podría costarle al PRO dejar la Casa Rosada en el 2019.

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