Por Carlos Tórtora.-

Durante doce años, el matrimonio Kirchner nos acostumbró a un estilo de política que dejó una marca indeleble: el gobierno siempre debe tener la iniciativa, a cualquier precio y con cualquier recurso disponible. Para los Kirchner, conservar la iniciativa política garantizaba que la oposición siempre estuviera a la defensiva, a veces hasta temerosa de las denuncias que el oficialismo podía disparar. El cambio en materia de estrategia política a partir de que Mauricio Macri asumió la presidencia es de 180 grados. Al gobierno de Cambiemos no le interesa ejercer la iniciativa política sino la económica, porque en realidad, el PRO cree que la verdadera política es la económica y que el resto son juegos electorales a los que hay que ir quitándoles importancia o banalizándolos con globitos y banderas multicolores, con un aire de fiesta sin demasiado compromiso. Jaime Durán Barba cree que la parte de la sociedad que pasó los 50 años repudia a toda la política y prefiere un gobierno tecnocrático, al estilo suizo, con un presidente que no promueve -y esto es un mérito- un culto a su personalidad. Sin ser realmente liberal, el PRO apuesta a una alianza entre el Estado y el establishment con los mercados internacionales que convierta a la Argentina en un centro de atracción para las inversiones productivas y el comercio internacional.

El problema no parece estar en estas loables intenciones sino en haber abandonado todo interés por ejercer la iniciativa política. Como en la Argentina cuando empieza un nuevo ciclo de poder nunca hay oposición, la iniciativa política hoy no es propiedad de nadie. En su semipasividad, mientras juega con expectativas y plazos para revertir el ciclo económico que está en discusión, la Casa Rosada le ha regalado la iniciativa política a quien quiera ejercerla, con la seguridad de que el “efecto CFK” protegerá al oficialismo todavía durante un largo tiempo. Es decir que la sociedad sufre las consecuencias del ajuste pero compara entre esto y lo anterior y le sigue dando su crédito a Macri. Sin embargo, la realidad política es más compleja y sutil que los cálculos macroeconómicos. Por debajo de una relativa paz social, se van esbozando tendencias que apuntan hacia una crisis. La exitosa movilización de anteayer de las cinco centrales obreras inauguró el frente social contra la política económica. No hay un liderazgo político de esta reacción pero sí hay otras cosas. Un alto número de dirigentes no oficialistas y algunos formadores de opinión recibieron en las últimas semanas una llamada desde Roma con una voz inconfundible invitándolos a viajar al Vaticano para mantener un coloquio privado. El Papa sostiene en privado que él no rechaza a Macri, como muchos dicen; que lo que le preocupa es que un gobierno controlado por los empresarios puede terminar aumentando la brecha entre ricos y pobres, llevándola a un nivel cercano a lo explosivo. Si ello ocurriera, la conclusión es inevitable: estarían dadas las condiciones para el retorno de la violencia social y política, tal vez con algunas reminicencias setentistas.

Desde un ángulo que se conecta con lo anterior, Elisa Carrió está practicando un doble juego de final previsible. Públicamente continúa apoyando a Macri con criticas menores, como las que le hace al operador judicial Daniel Angelici. Pero a puertas cerradas dice otras cosas: que el juez federal Sebastián Casanello forma parte de un pacto de impunidad para que CFK no sea llamada a indagatoria en la causa Báez, lo que la colocaría ante un seguro procesamiento. También dice que el gobierno no erradica al kirchnerismo del seno del Estado con la suficiente energía y recuerda que la Procuradora General Alejandra Gils Carbó, jefa de Justicia Legítima y de todos los fiscales nacionales, sigue en su cargo como si nada. También desliza críticas sobre la escasa actividad de la Oficina Anticorrupción, donde manda la ex Diputada Nacional Laura Alonso, ligada a Angelici. En síntesis, la tesis de Carrió es que Macri ha optado por mantener fuerte al kirchnerismo porque su desprestigio lo convierte en un enemigo fácil de vencer en las urnas, pero dice que éste es un juego muy peligroso y que dejar en pie semejante oposición impide reconstruir el sistema republicano. Carrió, como el Papa, prepara su ultimátum a la Casa Rosada que, en su caso, podría continuar con uno de sus clásicos portazos, ya que ningún encuestador le aconseja a Macri que la bendiga como primera candidata a senadora nacional por Buenos Aires el año que viene, lo que la convertiría en la prima donna de la política local.

Un segundo semestre que inclinará la balanza

Pero hay otros signos de un cuadro de precrisis que no parecen conmover la dedicación exclusiva del gobierno a sus objetivos económicos. Más allá de que quedó medio descolocado en el armado de la nueva conducción del PJ nacional, que gravitaría muy poco en la política nacional, el cristinismo está muy activo en participar del frente social opositor y en rearmar redes de activismo en casi todos los distritos. Cuando alguien que estuvo una década en el poder hace eso, es porque piensa jugar fuerte o lo hace porque cree que estamos ante un escenario de pre-violencia.

Como parte de esta tendencia, está la incipiente rebelión del Congreso con el proyecto de ley antidespidos. Los aliados externos del gobierno, como Sergio Massa y Margarita Stolbizer, también juegan doble: apoyan a Macri pero hablan cada vez más con La Cámpora y los sindicalistas. Los gobernadores del PJ, necesitados de los avales del tesoro nacional para conseguir financiamiento externo, son, en cambio, mucho más cautos.

Por último, el mani pulite a medias que se acaba de iniciar también salpicó en alguna medida al gobierno y hasta el propio Macri quedó imputado en relación a los Panama Papers, un juego infantil comparado con lo que hubo antes. En el corazón electoral del país, Buenos Aires, María Eugenia Vidal debe luchar contra las sombras que acechan en su propio frente interno. Su Ministro de Seguridad Cristian Ritondo, que venía a reformar una policía identificada con la corrupción K, está implicado en un caso típico de la misma. Una denuncia penal apunta contra Ritondo y el superintendente de la región La Plata, Fernando Grasso, a los que acusan de los delitos de incumplimiento en los deberes de funcionario público y encubrimiento, en el marco de la causa que investiga el fiscal platense Marcelo Martini sobre el origen de 36 sobres con más de 157 mil pesos cada uno en la sede de la Departamental La Plata, hecho descubierto el 1º de abril pasado y por el cual la Justicia ya pidió la detención de cinco efectivos.

A todo esto, al menos dos importantes consultores de opinión pública detectan que, en el público adulto y mayor de 45-50 años, impera una creciente angustia por saber si este gobierno podrá terminar su mandato. Es decir, el temor al síndrome de De la Rúa. Sin duda que Macri no es De la Rúa y que sabe lo que quiere. Pero cabe dudar si renunciar a ejercer la iniciativa política para freezarla en beneficio de un perfil tecnocrático no puede llegar a ser un error fatal.

Al gabinete nacional le sobran buenos técnicos pero no aparece ni la sombra de un Tróccoli, un Corach, un Mera Figueroa o hasta un Cristian Colombo. De hecho, el político más ducho del arco oficialista es Massa, que ni siquiera es parte de Cambiemos. Todos miran al segundo semestre, que será cuando los hechos revelen la verdad: el país se verá arrastrado por las buenas expectativas económicas si éstas empiezan a tomar forma. O bien, en caso contrario, una oposición heterogénea y obviamente populista ganará la calle mientras el gobierno descendería en las encuestas si las promesas oficiales se postergan para el 2017. La paciencia no figura en la matriz de esta sociedad.

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