Por Carlos Tórtora.-

El gobierno no sólo está pagando muy caros sus errores en materia económica sino que la gravedad de la crisis lo lleva a sufrir también por sus desaciertos políticos. Desde que asumió la presidencia en diciembre del 2015, Macri se enfrentó a una situación compleja. El peronismo era -y sigue siendo- mayoría en el Senado, la oposición en su conjunto sumaba más que el oficialismo en la Cámara de Diputados y, en cuanto a los gobernadores, la gran mayoría eran peronistas. A esto se le agregaba que el principal aliado de Cambiemos, la UCR, tenía en el interior del país un peso territorial mucho mayor que el PRO. Ante la realidad de que gobernaba como jefe de la tercera fuerza política del país, el presidente puso en marcha una agresiva política de fragmentación de la oposición. Por ejemplo, fue tejiendo un acuerdo de gobernabilidad con Sergio Massa que profundizó la grieta entre el cristinismo y el peronismo moderado. Mientras tanto, María Eugenia Vidal se lanzaba a la cooptación de cuanto intendente del PJ estuviera disponible. Cuando el año pasado despuntó en el justicialismo un embrión de liga de gobernadores, la Casa Rosada les hizo sentir el rigor a éstos, presionándolos con argumentos económicos para que no asumieran la conducción del peronismo anti-k. Así, fue por ejemplo, que el más presidenciable de los mandatarios provinciales, Juan Manuel Urtubey, sintió las presiones y fue acomodando en consecuencia su discurso a la conveniencia del relato oficial. De más está decir que en el campo sindical, los operadores del PRO también hicieron todo lo posible para profundizar la división entre el moyanismo y los gordos. En síntesis, al macrismo le fue relativamente bien potenciando la fragmentación peronista. En cuanto a la UCR, ésta esperó en vano que Macri los reconociera como aliados miembros de una coalición de gobierno. Macri se ocupó en todo momento de dejar en claro que la suma del poder público la tenía el PRO y que sus aliados, incluyendo por supuesto a la Coalición Cívica, eran simples partenaires sin voz ni voto. El último episodio en torno al aumento de tarifas fue uno de los más reveladores. Los radicales le pidieron a Macri que revisara los aumentos previstos y éste les contraofertó que los incrementos se pagaran en cuotas. En otras palabras, casi los ignoró. Así es que, en vez de la receta de fragmentación usada con el peronismo, el PRO aplicó en este caso la técnica de devaluar el rol de sus aliados.

El búmerang

Esta política de jibarización opositora dio frutos inmediatos pero muestra ahora sus graves consecuencias. El presidente está ahora perdiendo la confianza de amplios sectores de la clase media a medida que la gente huye de sus colocaciones en pesos para sumarse a la demanda de dólares. Ante el frente interno pero sobre todo ante el mundo, Macri no puede eafirmar la fortaleza del sistema político sacándose una foto con el jefe de la oposición, porque sencillamente no lo hay. Miguel Ángel Pichetto, el principal interlocutor del gobierno, no tiene peso interno en las filas del PJ, donde siempre se recuerda que en su provincia, Río Negro, él lidera una minoría del PJ. Tampoco Massa está en condiciones de representar al peronismo luego de haber obtenido sólo el tercer puesto en las últimas legislativas. Por último, es impensable que Cristina Kirchner, viuda de un presidente que le pagó al FMI para no depender más del mismo, quiera avalar el retorno oficial a este organismo.

En cuanto a la UCR, fue tan efectivo el ninguneo al cual la sometió la cúpula del PRO, que de poco serviría hoy su apoyo al gobierno, cuando se trata de un partido subvaluado en su rol institucional. En definitiva, el presidente terminó deteriorando el funcionamiento del sistema político en su ansiedad por gobernar sin rivales de peso. Y ahora carece de lo que tiene cualquier jefe de estado ante una situación de crisis: una oposición organizada y representativa.

Share