Por Carlos Tórtora.-

El gobierno y la oposición han hecho un alto en su esgrima diaria para escuchar la voz de las urnas en los EEUU. Es cierto que nadie espera grandes cambios en algunas cuestiones centrales de la política exterior del Departamento de Estado en relación a Cuba, ISIS y Corea del Norte, por ejemplo. Pero en la sintonía fina las cosas pueden ser distintas. Por ejemplo, Mauricio Macri hizo suficientes gestos de simpatía con Hillary Clinton -lo que incluye fotos- como para evitar ahora pagar un costo en caso de vencer Donald Trump. El macrismo, desde hace ya más de cuatro años, se fue distanciando de sus acuerdos programáticos con el Partido Popular de España y otras expresiones de la centro derecha europea para pasar a identificarse con el ideario de Barack Obama. Esto es, políticas públicas de bajo contenido ideológico, impregnadas de las ideas fuerza de las principales minorías sociales y con las redes sociales como columna vertebral de la comunicación con una opinión pública desmovilizada y poco participativa. Hillary Clinton representa bastante bien esta herencia. Trump es, en cambio, un huracán en el escenario con globos y baile que simboliza al PRO. Si gana, su perfil presidencial estaría más cerca de Teodoro Roosevelt que de Obama. Es decir, un jefe autoritario, que apela al subconsciente de la clase media estadounidense, que siente agredidas sus tradiciones y su economía por la irrupción de la sociedad multicultural. En este punto, Trump suscribe lo que en su momento definió Angela Merkel: “la sociedad multicultural ha fracasado”. La pregunta es: ¿y ahora qué? La Argentina no tiene arte ni parte en este debate de la cúpula internacional pero sí puede ser alcanzada por algunos sacudones. Por ejemplo, Francisco encajó plenamente con el mundo forjado con Obama, pero chocaría con la retórica de Trump. Un caso sería el de los inmigrantes, en el cual el Vaticano viene sosteniendo la postura más tolerante y el magnate candidato la más intolerante. Muchos de los obispos de la Iglesia Católica de los EEUU se alejaron del Papa por sus críticas al capitalismo financiero, que es el sistema de vida de la costa este de los EEUU.

El giro del PRO

En suma, el PRO se vistió de progresista para captar un voto moderado que le dio la victoria, sabiendo que no tenía -ni tiene- rivales que le hagan sombra a su derecha.

Así fue que Jaime Durán Barba proclamó la muerte de las ideologías y la inutilidad del debate político: lo único que cuenta es la gestión y ésta es esencialmente técnica.

Este estilo new age del macrismo parece poco compatible con la aparición de un liderazgo duro en Washington, con una retórica sin eufemismos, que enarbola viejas banderas de la tradición popular. En caso de ganar Trump, Macri tendría argumentos cada vez más sólidos para arrimarse a la Alianza del Pacífico. Es de esperar también que, si Trump es presidente, la lucha contra el narcotráfico en Latinoamérica tenga un lugar más preferencial que ahora en la agenda.

En la previsible política nacional, Trump presidente sería una excelente excusa para el crecimiento de las izquierdas -desde el cristinismo hasta el Partido Obrero-sobre la base de enarbolar un antiyanquismo que Obama neutralizó con su aire progre.

Latinoamérica -y en especial Sudamérica- seguirán teniendo baja prioridad para Clinton o Trump. La diferencia es que este último, a menos que cambie, puede motorizar fuertes reacciones locales por su sinceridad en defender los intereses de los EEUU. Sin duda alguna que, para el plan político del PRO, sería preferible que los demócratas tengan un turno más.

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