Por Carlos Tórtora.-

El año termina para Mauricio Macri con la incógnita de si realmente se consolidará en el poder o no. Claramente, aunque no le disgusta, el presidente no pudo en un año consolidar un liderazgo político nacional y quedó en alguna medida acotado por el despliegue de dos figuras: Sergio Massa y sobre todo María Eugenia Vidal. Dentro de estas limitaciones, sí queda claro que el jefe del PRO consiguió aventar bastante bien los fantasmas que asemejaban su trayectoria a la parábola descendente de Fernando de la Rúa. Los motivos son varios: el peronismo no muestra la corpulencia ni el liderazgo centralizado de aquellos días (Eduardo Duhalde) y el PRO, aunque todavía débil, comprende mejor que el delarruismo la práctica de la realpolitik. En esta flotación de Macri mucho influye que la principal figura opositora, Massa, en realidad es también el garante de la estabilidad del gobierno, lo que hace que su perfil sea híbrido y harto complicado. El peronismo político no generó obviamente más que el fenómeno Massa, porque lo que viene atrás es de menor puntaje en las encuestas y Juan Manuel Urtubey se pasará por alto el 2017.

También hay que apuntar, como se vio en el proyecto de Ganancias y en otros, que los gobernadores no le temen a Macri, como ocurría con Néstor Kirchner. Negocian con él como el primus inter pares. Esto hace que la oposición sea fluctuante y a veces aparezca el gobierno cercado por todo el arco peronista, incluida la CGT, y a veces todo es más leve y diluido.

Prioridades obvias

Lo que sí está claro, porque el mundo económico así lo ve, es que Macri sólo podrá comprar gobernabilidad y a lo mejor posibilidades de reelección si consigue la mayoría legislativa en el año que está a punto de comenzar. Como en este punto los números de las bancas se mezclan con lo emblemático, ganar en Buenos Aires parece ser todo, cuando en realidad no lo es. Podría el gobierno perder en Buenos Aires e igualmente conseguir la mayoría en el Congreso, pero el impacto sería muy fuerte igualmente, porque el PRO sólo gobierna en dos distritos y uno es el bonaerense. Sin candidatos de fuste y con serios problemas para superar el tercio de los votos, el macrismo sabe, sin embargo, que todavía tiene tiempo. ¿Para qué? Para conseguir que algunos índices económicos repunten y que el optimismo se traduzca en una catarata de votos oficialistas. Si esto no ocurre, el PRO difícilmente salga de la pelea por el tercio de los votos.

Esto en un esquema de poder político ampliamente distribuido donde nadie tiene demasiado ni puede actuar sin alianzas. Por primera vez en mucho tiempo, hay una notable horizontalidad en el equilibrio del poder, al punto que cualquier coalición razonable puede enseguida sacar ventaja sobre el resto.

En esta volatilidad pierden peso figuras centrales como Elisa Carrió, atrapada en una hibridez distinta a la de Massa. Ella oscila entre ser la fiscal implacable de la república o la mejor aliada de Macri. Ambas cosas parecen ser incompatibles.

Por último, el nuevo escenario de poder internacional hace descender sobre Argentina opciones nuevas. Hasta ahora, los impulsos políticos de Barack Obama y el Papa Francisco operaban en sintonía. Pero Donald Trump es la cabeza de otro estilo y otra percepción de las relaciones de poder, que poco tienen que ver con la critica anticapitalista de Francisco. Así las cosas, Macri acaba de ganar mayor margen de maniobra -él y otros- porque el nuevo protagonismo de los EEUU no concuerda con la retórica neotercermundista del Vaticano y más bien apunta para otro lado.

En síntesis, Macri no consigue, ni pretende siquiera, el liderazgo concentrado de Néstor Kirchner, pero por suerte está muy lejos de los estándares de Fernando de la Rúa.

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