Por Carlos Tórtora.-

Una sucesión de hechos negativos de múltiple origen llevaron esta semana a un estado crítico al gobierno. Jair Bolsonaro golpeó al gobierno argentino al optar por comprar trigo en los EEUU, lo que a su vez desató una crisis interna en nuestra Cancillería. Simultáneamente el dólar llegó a los $ 43 con una tendencia ascendente que al BCRA le cuesta contener.

En el frente judicial, el caso D’Alessio ensombreció al gobierno: la Corte Suprema hizo un gesto político de respaldo al juez federal de Dolores, Alejo Ramos Padilla, ante el intento de la Casa Rosada de hacerlo remover por el Consejo de la Magistratura. En segundo lugar, este último corroboró que D’Alessio y sus cómplices habían espiado a María Eugenia Vidal utilizando recursos y tecnología del estado. Este hecho ahondó la fisura existente entre el presidente y la gobernadora. Entre los allegados de ésta se comenta que Macri muestra una desconfianza que no se corresponde con los reiterados gestos de lealtad de Vidal. Por último, Elisa Carrió entró en emergencia al saberse que D’Alessio trabajó con ella en distintos temas sensibles y que era una de las usuarias de los servicios de la red clandestina de espionaje. La diputada, para simular una pelea política con Ramos Padilla, arremetió contra éste y agudizó la tensión existente.

Siguiendo con la sucesión de desgracias macristas, la UCR se activó a partir de la escisión del radicalismo cordobés entre Mario Negri y Ramón Mestre. La cúpula radical perfeccionó su método de presión al gobierno en la negociación de las candidaturas a legisladores de Cambiemos. El diálogo de Ricardo Alfonsín y otros con Roberto Lavagna habría crispado los ánimos de Macri y Marcos Peña. El ex ministro de economía se ve a sí mismo como el punto de confluencia de peronistas, radicales y socialistas, una fórmula que es improbable que se traduzca en las urnas pero que sirve para alarmar al gobierno. El eje de la tirantez entre radicales y macristas es la figura de Martín Lousteau. Éste sigue amagando con presentarse a disputarle a Macri la primaria de Cambiemos para presidente, lo que para el círculo presidencial es inaceptable. La contraoferta de la senaduría nacional por la Capital a esta altura carece de interés para Lousteau, que estudia la tercera alternativa: desafiar a Horacio Rodríguez Larreta en la Capital. Esto es lo que le propondría Lavagna, que sueña con sumar a Lousteau y Marcelo Tinelli como captadores del voto juvenil.

Un esquema sin variables

Con semejante cuadro de desventuras, no es de extrañar que el presidente apareciera apretando los dientes y gritando ante sus colaboradores. La crisis de gestión política del gobierno salta a la vista y una vez más las miradas apuntan a Marcos Peña, atado a Jaime Durán Barba en la línea de no ceder y confiado en que la división del voto peronista será suficiente como para ganar en primera vuelta y que luego el espanto ante la probabilidad del retorno de CFK le haga ganar el ballotage. El nuevo rol de arrepentido del contador de los Kirchner Víctor Manzanares le permitió al gobierno, vía la justicia federal, dar un nuevo paso para la demonización de Cristina. Pero los números demuestran que ésta tuvo una pequeña suba de imagen positiva que demuestra cuán baja está la valoración de la corrupción en amplios sectores del electorado. El hecho de que la ex presidente que acumula más denuncias de corrupción en la historia argentina consiga liderar muchas encuestas representa un fracaso de la estrategia oficial de consecuencias difíciles de prever. Aferrado a su esquema, el gobierno espera ansioso que la ex presidente lance su candidatura presidencial para culparla de los reales o supuestos efectos económicos que la misma produciría. Es decir que un alza del dólar con Cristina como candidata podría atribuírsele a ella. Para alivio del oficialismo, la posibilidad del abrazo Cristina-Lavagna es absolutamente remota, ya que ninguno de los dos tiene interés en lo más mínimo. Toda la dirigencia no kirchnerista más que especula desea fervientemente el renunciamiento de ella a la candidatura presidencial. Pero la justicia y el gobierno la sostienen. Con semejante hipoteca judicial encima -que crece casi a diario- sólo el uso y goce del poder puede garantizarle alguna suerte de amnistía. Cada nuevo procesamiento es un argumento más para que sea candidata y no tiene motivos para confiar en que, si otro peronista fuera presidente, cargaría con el enorme peso de resolverle los problemas judiciales.

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