Por Carlos Tórtora.-

El PRO ayer sumó apenas 3,5 puntos al resultado obtenido en las primarias, en las cuales Horacio Rodríguez Larreta llegó al 28,5 y Gabriela Michetti al 19. O sea que prácticamente el oficialismo porteño casi no avanzó, mientras que Martín Lousteau pasó del 21% de ECO (sumando 4 puntos de Graciela Ocaña) a nada menos que el 48,5%.

La lógica electoral fue en este caso implacable, porque prácticamente todos los votos que no eran del PRO ni de ECO -el 30%- eran claramente antimacristas, empezando por los 22 puntos que el Frente para la Victoria obtuvo en la segunda vuelta.

¿Por qué Larreta, habiendo obtenido en primera vuelta casi los mismos votos que Macri en el 2011, el 46%, se quedó estancado en el ballotage mientras que este último superó aquella vez el 60%? Es que Macri, aparte de tener mejores condiciones de candidato que su sucesor, enfrentaba al kirchnerismo representado por Daniel Filmus, que era repudiado por el grueso de la clase media porteña. Lousteau es lo contrario: un opositor no K y con capacidad de enhebrar un discurso que envuelve por igual a radicales, socialistas y no produce un rechazo importante en el cristinismo, que lo votó pasivamente. Antes de ir a las implicancias nacionales, habrá que ver si esta amarga victoria para el macrismo implica el riesgo de una pérdida de votos importante en la Ciudad en las PASO del 9 del mes que viene. En otras palabras, si los rivales de Macri en CAMBIEMOS, Ernesto Sanz y Elisa Carrió, encontrarán en los resultados de ayer el pie para debilitar por segunda vez al PRO.

Ayer la juventud radical encabezaba los festejos en la sede de ECO y la fisura entre la cúpula de la UCR y la del PRO, después de este resultado, ya es indisimulable.

Es obvio que Daniel Scioli ganó ayer una batalla sin pelearla. Macri quedó debilitado, lo que aprovecharán Sergio Massa y José Manuel de la Sota para levantar su bandera principal: que no está asegurada la polarización entre el PRO y el FpV y que UNA todavía puede ser segundo. Un posible crecimiento de Massa y el gobernador cordobés le viene como anillo al dedo al kirchnerismo, porque conduce a que ni el primero ni Macri alcancen el 30% en la primera vuelta del 25 de octubre. Si Scioli toca el 40%, no habrá entonces segunda vuelta.

Pero siguiendo con las expectativas del gobierno, si Macri cayera demasiado y Massa subiera rápidamente, habría un serio peligro para Scioli. Si Massa llegara a una segunda vuelta con Scioli sería un adversario más peligroso que Macri, porque podría fracturar el voto peronista. Pero todavía no se pueden avizorar claramente los alcances del impacto de lo ocurrido ayer.

Sí es obvio que Macri parece obligado a abandonar el tono excesivamente cauteloso de su discurso, porque ahora está cuestionado su rol de principal opositor.

También cabe señalar que la heterogénea sumatoria lograda ayer por Lousteau sólo es concebible en una circunstancia tan especial como la de ayer, pero obviamente ni se parece a una construcción política duradera.

Los cambios que se vienen

Pese a que tiene motivos para estar satisfecho con el tropiezo que Macri sufrió ayer, el cristinismo empieza a reflejarse en el espejo de esta segunda vuelta. Si Macri -o Massa- consiguieran forzar una segunda vuelta contra Scioli, éste se las vería peor que ayer Larreta, porque la convergencia de todos los sectores antikirchneristas se produciría casi automáticamente.

Es más, lo ocurrido este domingo está precipitando un giro en el discurso de Macri, abriéndole los brazos a los votantes peronistas en lugar de subrayar las críticas al justicialismo, como venía haciendo. Este cambio, no deseado por Jaime Durán Barba, sería importante para intentar frenar el contragolpe que está a punto de dar Massa. Ayer a la noche, Macri empezó su giro e hizo un discurso social reivindicando la asignación universal por hijo, defendiendo la salud y la educación pública y la continuidad de la estatización de Aerolíneas Argentinas, de YPF y de la ANSES. Massa, por su parte, debe resolver qué camino tomar para aprovechar esta oportunidad que las circunstancias le dan. Si el tigrense aparece sólo tratando de medrar con el flojo resultado del PRO, su crecimiento puede ser poco sustentable de acá a octubre. El gran problema irresuelto del massismo es su crisis de identidad, que lo lleva por un lado a figurar como alternativa opositora pero por el otro exhibe que muchos de sus dirigentes estaban simulando, porque terminaron volviendo de un día para otro al seno del kirchnerismo, como el caso de Darío Giustozzi. La endeblez del massismo se vio también claramente en el paso al costado de su candidato a gobernador de Buenos Aires, Francisco de Narváez. Lo significativo es que su socio y principal operador político, Gustavo Ferrari, es asesor de Daniel Scioli, mientras preside el partido denarvaísta Unión Celeste y Blanca. Para mayores precisiones, el apoderado del partido de De Narváez, Fernando Rozas, acaba de ser elegido Fiscal Adjunto de la Provincia de Buenos Aires. Sin ir más lejos, el actual candidato a gobernador bonaerense del massismo, Felipe Solá, no ha roto ni mucho menos su diálogo con sus ex compañeros del gabinete nacional ni con Scioli.

Así las cosas, el PRO está pagando las consecuencias de su excesiva ortodoxia amarilla, que en Santa Fe tal vez evitó que Miguel del Sel sumara los pocos votos que le faltaban para ganar. Pero el massismo padece el problema inverso: muestra demasiada volatilidad y muchas caras que van y vienen de la Casa Rosada quitándole credibilidad al tigrense.

Ayer Scioli se debe haber sentido un poco más presidente. Pero la volatilidad sigue siendo el signo de este proceso electoral. Es más, las elecciones locales realizadas hasta ahora muestran en general que el kirchnerismo está en pleno retroceso en los grandes centros urbanos. Su esperanza de alcanzar los 40 puntos gira ahora sólo en torno a explotar al máximo su formidable aparato clientelista y el crecimiento imparable del empleo público.

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