Por Álvaro Vargas Llosa.-

Las primarias abiertas (más una elección provincial) ocurridas en algunas de las principales plazas electorales argentinas de cara a las elecciones municipales y regionales de julio permiten sacar conclusiones importantes. Por su modalidad sui generis, las primarias argentinas son elecciones anticipadas, de allí su valor predictor.

Primera constatación: los electores han infligido un severo desmentido a quienes sostenían que el oficialismo nacional venía recuperando terreno frente a la oposición. Sólo ganó en una plaza, la de Salta, pero perdió en Santa Fe, Mendoza, Capital Federal y Neuquén de forma contundente y (en la capital) humillante.

La segunda constatación es que Sergio Massa, el disidente del kirchnerismo que le disputa a Mauricio Macri, el jefe del gobierno capitalino, el liderazgo opositor, pierde fuelle. Sólo en Neuquén ganó un candidato apoyado por él, pero se trata de un movimiento local que domina esa provincia. Si gana en Córdoba, donde habrá elecciones en julio, su aliado, De la Sota, no será por mérito suyo, sino porque también es una plaza controlada por su socio de circunstancia. En cambio, los candidatos de Massa sufrieron una paliza en Santa Fe y en la capital, y aunque pretendió sumarse al ganador en Mendoza, la percepción es que ese triunfo fue de la alianza de Macri con los radicales.

La tercera conclusión es que Macri ha dado un salto cualitativo; el sol le empieza a dar en la cara. En la interna capitalina, fue determinante para que su asesor Horacio Rodríguez Larreta derrotase a la senadora Gabriela Michetti, que le llevaba a aquel algunos puntos de ventaja cuando el jefe bonaerense pidió votar por él. Además, la votación de Rodríguez Larreta fue apabullante. Sumado a la victoria directa de su partido, el PRO, en Santa Fe e indirecta en Mendoza, ese triunfo implica una cadena de éxitos en tres de las cuatro plazas principales del país.

La cuarta constatación, a remolque de lo anterior, es que está ocurriendo lo que conviene a Macri: la polarización entre él y el oficialismo. No está sucediendo por un acuerdo suyo con Massa -opción que un sector del país, incluyendo al grupo Clarín, promueve-, sino por la simultaneidad de su avance y del retroceso del peronista disidente.

El problema principal de Macri ha sido siempre, y seguirá siendo, la provincia de Buenos Aires, donde anida casi un 40% de la votación del país. Pero su acuerdo con los radicales, con Elisa Carrió y con Carlos Reutemann, peronista disidente con peso propio del que siempre se habló como presidenciable, le está ayudando a compensar ese déficit con un caudal de respaldo en otras provincias.

Cierto: el oficialista Daniel Scioli, gobernador de la provincia bonaerense, encabeza por muy poco los sondeos presidenciales. Pero ello refleja simplemente la dispersión del voto opositor. Si Massa se desinfla del todo antes de las primarias presidenciales de agosto, Macri estará por delante de Scioli. Si eso no ocurre, el 20% (o algo menos) que representa Massa parece mucho más inclinado a votar por Macri en una eventual segunda vuelta que por Scioli. Es un electorado antikirchnerista.

La era kirchnerista se va acercando irremediablemente a su fin. Scioli, a quien el oficialismo llevará de candidato porque no encuentra otro mejor, pero al que La Cámpora, ese alter ego de la Presidenta, trata de socavar, no cree en el actual modelo. Mientras que Macri representa su negación generalizada, Scioli encarna su negación dosificada. Pase lo que pase, incluso en el improbable caso de que ganara el “oficialismo”, vendrá algo distinto.

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