Por Carlos Tórtora.-

En el primer aniversario de su gestión, la realidad alcanzó a Mauricio Macri con toda su dureza: él edificó su perfil de liderazgo sobre la base de la eficiencia y, en el caso de un presidente, lo que a la gente le importa es su bolsillo. La baja de su imagen positiva en cerca de 10 puntos es grave, sobre todo para un mandatario que viene de quedar en evidencia de que cada vez le cuesta más controlar al Congreso, como ya se vio con la ley de Ganancias, la Reforma Política, etc. Pero este clima de oscuridad viene a coincidir con que en el macrismo crece la imagen de María Eugenia Vidal, que consiguió lo mismo que Daniel Scioli en sus tiempos de oro: que la gente la victimize y no la haga responsable por la crisis que arrastra Buenos Aires. Cada vez que el gobernador de Buenos Aires se empinó tanto o más que el presidente en la consideración popular, surgieron problemas intensos para el gobierno. La gobernadora quiere ponerse al frente de la campaña electoral y cargar sobre sus hombros a quien sea el elegido como candidato a primer senador nacional. Cualquiera, desde Esteban Bullrich a Elisa Carrió, necesitarían de este aporte hoy inigualable. De este modo, Vidal se juega: si el PRO gana, la provincia sería su triunfo, no el de Macri, y habría nacido una presidenciable para el 2019. Si pierde, claro está, su destino quedaría opacado. Pero para Macri las opciones son peores. Si CFK, Sergio Massa o cualquier otro le ganan a CAMBIEMOS en el principal distrito, la suerte del macrismo estaría echada. Pero si el macrismo gana en Buenos Aires sería Vidal y no Macri la estrella emergente.

En medio de este laberinto, es que el presidente está empezando a girar en una maniobra de preservación: intentar conservar el voto de centro-derecha sumamente disgustado por los tarifazos y el tono semiprogresista del discurso oficial. De algún modo, Macri se empieza a acomodar a la era Trump cuando difunde que la Argentina está cada vez más interesada en la Alianza del Pacífico. No carece de sentido, porque los tres países sudamericanos hoy elogiados por el equipo del sucesor de Barack Obama son Colombia, Perú y Chile, es decir, la columna vertebral del Pacífico. Para mayor contraste, Brasil acaba de ingresar en una nueva etapa de turbulencias políticas y corrupción. En esta onda, fue llamativo que Horacio Rodríguez Larreta, que sólo habla de temas técnicos de la Ciudad, haya salido a afirmar que el año entrante se aplicará una severa política de control para reducir el apabullante número de piquetes que paraliza a diario la ciudad. Hasta ahora, desde que el PRO gobierna a los porteños, su estrategia fue eludir cualquier responsabilidad represiva, lo que le resultaba fácil cuando gobernaba Cristina. Del mismo modo la AFI y la Gendarmería Nacional, en particular, están redoblando sus relaciones laborales con la CIA y otras agencias.

En la mesa chica de Macri perciben, con las carpetas en la mano, que en la gran franja de clase media porteña y del primer cordón del conurbano se está cocinando el descontento y que Martín Lousteau, Carrió y otros nadan como peces en este clima.

Lo que no trasciende es que, a mediano plazo, los indicadores son para preocuparse.

Estadísticas del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad indican que el promedio histórico de crecimiento del padrón de extranjeros -en su mayoría habitantes de villas- es de un 2% por año. Esta cifra saltó bruscamente a cerca del 11% y para fin de la década se puede estimar que cerca de 500.000 porteños habitarán en villas. O sea, un sexto de la población de la ciudad. El que hegemonice semejante capital político podrá pensar en gobernar la Capital, donde siempre se ganó a través de una pulseada entre el voto radical-socialista del centro de la ciudad y el voto de centro derecha de la franja del río. Herencia sin duda del kirchnerismo, el mapa sociopolítico del país está cambiando aceleradamente y no de acuerdo a los gustos del PRO.

Volviendo al cuadro que aqueja a Macri, Vidal, Lousteau, Carrió y Massa son amenazas de distinto tipo. Este último es cada vez más peligroso, porque capitaliza a la clase media malhumorada, pero la Casa Rosada no puede atacarlo a fondo porque está en juego la aprobación demorada del presupuesto bonaerense y una guerra con los renovadores en la provincia colocaría al PRO en emergencia. De serrucharle el piso a Massa, se ocupan el Grupo Esmeralda, Scioli, Espinoza, Randazzo, etc., o sea el pejotismo en pleno.

En un diseño electoral muy incipiente, se puede decir que Macri se va acercando al mundo de Trump mientras que CFK se prepara para polarizar con las banderas de Francisco al viento. El Papa ya advirtió que el sucesor de Obama puede aumentar la brecha social y, con 80 años cumplidos, no parece dispuesto a callarse la boca ante un presidente que no se dejaría impresionar por la diplomacia vaticana. El caso Milagro Sala, que era asidua visitante del Papa, es todo un símbolo.

Esta polarización le conviene al gobierno siempre y cuando la ex presidente sea drenada en votos por algún otro candidato peronista que la coloque más cerca de perder con CAMBIEMOS. El gobierno no deja de cultivar así al Grupo Esmeralda -en especial a Florencio Randazzo- y Scioli sigue teniendo espacio, aunque su imagen transparente ya es un recuerdo. Una bomba de corrupción internacional está cerca de explotar en Venezuela, apurando la retirada de Nicolás Maduro, y CFK y Julio De Vido son protagonistas centrales de la red de negociados que se hicieron a caballo del convenio de cooperación bilateral. Los asesores de Trump esperan que, cuando el tema estalle, la Argentina colabore seriamente y no sólo formalmente.

Una cuota de oxígeno

Todos perciben la debilidad de Macri y, hasta ahora prudentes, los miembros de la cúpula radical empiezan a insistir en que ellos no fueron llamados a integrar el gobierno, lo que a buen entendedor significa que no se sienten comprometidos con las desventuras de un presidente que se resiste a hacer grandes cambios.

Es que la misma debilidad del oficialismo en el Congreso convencería al presidente que ceder posiciones en el Ejecutivo sería como ir perdiendo el poder. La idea de un gobierno de coalición es totalmente incompatible para alguien que se formó con las reglas autoritarias de las grandes empresas.

A todo esto y a un costo económico alto, el gobierno cree tener garantizado que no habrá saqueos de fin de año, lo que no quiere decir que no ocurran en enero o febrero.

No es menos cierto que apenas con un poco de crecimiento del consumo y del empleo el gobierno empezaría a resurgir políticamente. Esta cuota de oxígeno es la que Macri espera prácticamente sin tomar la iniciativa y confiado en que el peronismo tendrá tres vertientes: el cristinismo, el massismo y los moderados. Si estas tres se convirtieran en dos la suerte electoral del PRO estaría en serio riesgo.

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