Por Carlos Tórtora.-

A ocho meses de las primarias del 11 de agosto, el empate técnico entre Mauricio Macri y Cristina Kirchner está firmemente instalado en las encuestas y en la opinión pública. Esta última se vio beneficiada por un ajuste que la proveyó de votos, mientras que el presidente se consolidó como jefe del partido antiperonista y capitalizó la actual estabilidad cambiaria. El empate entre ambos alcanza no sólo a la primera vuelta sino al ballotage y casi no hay encuestador que no admita que estamos ante una moneda en el aire. De no mediar factores que desequilibren la situación a favor de uno u otro, estamos frente a una polarización que, por otra parte, fue buscada por sus dos principales protagonistas. Pero habiendo llegado a repartirse así el 80 por ciento del electorado, ambos buscan ahora cómo salir de la polarización mediante una jugada magistral que incline la balanza.

Ella explora el camino de un acuerdo con el principal cosechador de votos del peronismo federal, su ex jefe de gabinete Sergio Massa. Eso le permitiría penetrar en la franja del peronismo entrista mostrándose como una líder autocrítica y abierta a los replanteos, cosa que hasta ahora no hizo. Otra jugada quizás desequilibrante sería el renunciamiento a su postulación presidencial en favor de una fórmula de unidad que algunos piensan que sería Lavagna-Pichetto o Lavagna-Felipe Solá. Cualquier fórmula que pusiera fin a la rivalidad entre el kirchnerismo y el anti-kirchnerismo podría ganarle a Macri hasta en primera vuelta. Está claro que la ex presidente no se caracteriza por el desprendimiento pero el tema está planteado.

Por su parte, el macrismo está trabajando activamente en varias jugadas para salir del empate. Con una economía piloteada desde el FMI, le resultaría imposible tomar medidas de gobierno que produzcan un efecto revulsivo. Todo parece reducirse entones a las decisiones netamente electorales. La más comentada por estos días es el adelantamiento de las elecciones bonaerenses para conseguir a mediados de año un triunfo espectacular de María Eugenia Vidal que muestre el poderío electoral del gobierno junto con la victoria casi asegurada de Horacio Rodríguez Larreta en Capital. Para Vidal, esta operación es tentadora porque la convierte en la tabla de salvación de Cambiemos desplazando en importancia al propio Macri.

Aun más audaz, pero hoy poco mencionada, está la jugada mayor de que la gobernadora sea la presidenciable, a lo que se resiste la ortodoxia del PRO encarnada en Marcos Peña y Jaime Durán Barba.

Para el gobierno está claro que el ligero repunte que podría tener la economía en el segundo semestre del año no sería suficiente como incidir decididamente en las tendencias electorales.

Igual que a CFK, a Macri le cuesta bastante imaginarse dando un paso al costado y admitiendo, aunque sea implícitamente, que su figura no es la ideal para dar batalla en las urnas. Como argumento para no considerar a fondo esta idea, la mesa chica del macrismo predice que el reconocimiento de que su jefe no puede ganar tendría un efecto catastrófico en las filas del oficialismo y equivaldría a una derrota anticipada.

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