Por Carlos Tórtora.-

Mauricio Macri salió aceptablemente parado de un G20 cuyo mayor logro fue suavizar la grieta existente entre Europa y los EEUU y también en alguna medida entre éstos y China. A seis meses del cierre de listas para las primarias del 11 de agosto, el gobierno encuentra espacio para hacer política en la medida que el ajuste en marcha le concedió hasta ahora un beneficio importante: las protestas contra el ajuste y la recesión parecen reducirse a las marchas ya consabidas y no se registran desbordes violentos, aunque al gobierno le falta pasar el cuello de botella de los probables saqueos de fin de año. De cualquier modo, la reacción social ante el empeoramiento de las condiciones económicas estaría muy lejos de la protagonizada por los chalecos amarillos que convulsionan a Francia.

Con cierto margen, entonces, para avanzar hacia las urnas, Macri se enfrenta al resquebrajamiento de algunas de las premisas electorales del oficialismo. Por ejemplo, que el crecimiento de Cristina Kirchner provocaría pánico en los mercados y en la clase media. El silencio de la ex presidente, mezclado con declaraciones moderadas, está surtiendo efecto y suavizando su imagen. Como se advierte, el kirchnerismo se volvió más pragmático y, con la excepción de Eugenio Zaffaroni, no se escucharon críticas de este sector al protocolo de seguridad de Patricia Bullrich. En otras palabras, que el derrumbe de CFK ante un probable ballotage ya no es una hipótesis tan creíble.

Con este panorama de por medio, el gobierno busca ahora recuperar el voto de una clase media que el ajuste empuja hacia horizontes distintos a los de Cambiemos. Decidido a hacer política con la seguridad, Macri avaló que una de las principales espadas del macrismo porteño, Diego Santilli, se hiciera cargo de la Secretaría de Seguridad local. Esto en el medio del estrellato de Patricia Bullrich, que está emulando al ministro del interior italiano Mateo Salvini, que defiende el derecho de la población a portar armas y la necesidad de controlar más la inmigración. Este último argumento también lo sacó a relucir el macrismo en las últimas semanas. Y el remate fue el protocolo para el uso de armas de fuego por parte de las fuerzas federales, cuya suerte se jugará en sede judicial porque su aplicación o virtual nulidad dependerá de los fallos que se dicten. Esta especie de derechización del macrismo toma por sorpresa a la oposición. Por ejemplo, el Peronismo Federal no encontró una postura ante las nuevas medidas y Miguel Ángel Pichetto terminó dando su apoyo a la medida.

Rocca, el caso ejemplar

Así es que el nuevo tríptico oficialista presenta a Macri como protagonista de la política mundial, pone a la seguridad como centro del gobierno y, por último, muestra una justicia que por primera vez golpea en el corazón del establishment local. En efecto, la sociedad interpreta una realidad: que los pronunciamientos de la justicia federal generalmente coinciden con la Casa Rosada. Y los procesamientos de Paolo Rocca y Jorge Brito por las causas de los cuadernos y Ciccone Dos, respectivamente, encuadran en este criterio.

De más está decir que en los trece años de los tres gobiernos kirchneristas, la justicia jamás llegó tan lejos como a procesar figuras empresarias de primer nivel. Es que Macri intenta ahora compensar el rechazo de la clase media a la política economía con mano dura contra los delitos violentos y la corrupción de alto nivel. La magnitud del daño a un grupo como Techint, de enorme influencia en la política local, sólo podrá medirse por las reacciones que se generen.

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