Por Carlos Tórtora.-

Muchos de los que se cruzaron con Sergio Massa en las últimas semanas lo notaron francamente desalentado y sin el empuje que lo caracteriza. Es que en el heterogéneo Frente Renovador se sienten crujidos por todas partes y la tendencia a creer que su jefe no será candidato a senador nacional opera como un incentivo para la disgregación. Los números de las suplentes más consolidadas de Massa, Margarita Stolbizer y Malena Galmarini, no le permitirían a los intendentes massistas asegurarse la mayoría en sus respectivos consejos deliberantes. En otras palabras, que tendrían que asumir una alta probabilidad de quedar en minoría o de dar el salto a alguna de las dos fuerzas que hoy pueden confrontar más parejas: el macrismo y el cristinismo. De éstos, cada uno sufre su propio drama. La ex presidente mide por encima del 30% pero ha perdido la mayor parte de las estructuras municipales y, en algunos casos como La Matanza, no sabe dónde terminará Verónica Magario. El PRO funciona al revés: acumula estructuras a través de la caja pero carece de un candidato a ganador y muchos de sus armados son tinglados a punto de desmoronarse, como el de Mario Ishii, Alejandro Granados, Jesús Cariglino, etc., que incluye la sombra de Eduardo Duhalde.

Una esmeralda que no brilla

La expresión decaída de Massa coincide con los cabizbajos del Grupo Esmeralda, que se frustraron con el amague de Florencio Randazzo de aparecer en la temporada estival haciendo su lanzamiento, lo que no ocurrió. Los operadores de María Eugenia Vidal aprovecharon el hecho para sembrar la discordia entre Martín Insaurralde y otros en una especie de acto reflejo de dividir al peronismo a cualquier precio.

Obviamente, asediada judicialmente, CFK resulta ganadora en la compulsa y lidera hoy la primera fuerza opositora. Esto, igual que Massa, a condición de que encabece la lista ella personalmente.

Dentro de la lógica más obvia, al gobierno le conviene fragmentar pero la marea lo lleva a polarizar, que es el juego más peligroso.

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