Por Guillermo Cherashny.-

El cortocircuito que se armó cuando Gustavo Menéndez, presidente del PJ bonaerense, salió de la reunión en la casa de Sergio Massa en Pinamar y habló de un posible encuentro de Cristina con el líder renovador, pasó al olvido, porque en esa reunión de tres horas el también intendente de Merlo le dijo a Massa que había hablado con Cristina y que ella se oponía a la reforma laboral. También el tigrense le dijo lo mismo, por lo cual el Gobierno, después de visibilizar a dos dirigentes sindicales corruptos como Balcedo y Santamaría, con el fin de asustar a todo el sindicalismo para que acepten la reforma laboral. Es que la coincidencia en la acción del interbloque UNA de Sergio Massa con la Unidad Ciudadana de Agustín Rossi y Leopoldo Moreau, le hizo razonar a Macri que el costo político por la aprobación de la reforma previsional sería un poroto al lado de la oposición a la flexibilización laboral y ni Pichetto, ni los gobernadores del PJ, ni el triunvirato de la CGT se animarían a poner la cara ante un nuevo escándalo en la Cámara de Diputados, porque Cambiemos no tiene espadas para enfrentar al trío Camaño-Rossi-Moreau. Más teniendo en cuenta que el BCRA, asustado por la suba del dólar y de la inflación -que llegará al 3% en diciembre-, obligó a bajar levemente la tasa de política monetaria del 28,75 al 28% y, si bien es probable que el dólar se pinche un poco en estos días, el temor a un relativo estancamiento del crecimiento económico sigue porque, para reformar el crecimiento, habría que bajar la tasa unos 400 puntos básicos, o sea ponerla al 25%, pero el dólar -que cerró a $ 19,29- iniciaría una carrera imparable hasta que el Central salga a vender, cosa que el gobierno no quiere hacer porque dice que hay libre flotación. Entonces, con una eventual fuerte baja de la tasa de interés de las LEBACs y una reforma laboral en camino, la suba del dólar era un hecho concreto y arrugó con la reforma y con la baja de tasas.

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