Por Carlos Tórtora.-

Desde que Máximo Kirchner anunciara su renuncia a la presidencia del bloque de diputados nacionales del Frente de Todos, los bandos en pugna acopiaron información de encuestas sobre la crisis. Los resultados son contundentes: hay un rechazo ampliamente mayoritario a la actitud de Máximo y un considerable apoyo a la postura presidencial. En otras palabras, que el acuerdo con el FMI tiene un cierto grado de consenso, lo suficiente como para poder posicionarse a partir de ahí.

Con este cuadro de situación, en el albertismo se impone ahora una postura más flexible ante la resistencia de La Cámpora. Desde la óptica oficial, se vería ahora con optimismo el surgimiento del bloque de diputados disidentes. El mismo quedaría como una minoría encorsetada y pasaría, según la visión oficialista, a tener un rol secundario en la escena política. Con esta perspectiva de por medio, en la Casa Rosada verían con agrado que Máximo siga adelante. Por otra parte, éste tiene pocas variables para optar. Un paso atrás en su estrategia lo llevaría a la licuación de su capital político.

Ella va a jugar

A la vez, las marchas y contramarchas de Cristina Kirchner son objeto de un seguimiento especial. Ella, en cuanta reunión participa, se ocupa de censurar los términos del acuerdo y al principal operador del gobierno, Martín Guzmán. Esto es visto como un indicador de que podríamos estar tal vez cerca de otra de las cartas vicepresidenciales, en este caso dedicada a cuestionar el acuerdo.

Una aparición de la vicepresidenta en el tema podría no sólo reforzar a Máximo sino también darle más vuelo a los cuestionadores del acuerdo.

Así las cosas, la intervención de ella está pasando a ser la variable más importante del conflicto, aunque la misma sea incierta.

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