Por Carlos Tórtora.-

El gobierno avanza hacia su pulseada del próximo 21 con Hugo Moyano seguro de que tiene la iniciativa política y que su adversario no está en condiciones de ganarse el favor de la opinión pública, además de sufrir el acoso judicial. La marcha opositora que encabezará el sindicato de camioneros sería también el escenario ideal para que se produzcan desmanes como los de diciembre pasado en Congreso, cuando se debatía la sanción de la reforma previsional. Entonces, a raíz justamente de los desmanes en la calle, la sesión del martes 12 fue suspendida y se siguió tratando el proyecto de reforma previsional el lunes 18, con otra batalla campal que continuó con cacerolazos. Tanto en la Casa Rosada como en las oficinas de Moyano estarían convencidos de que los grupos de ultraizquierda van a reaparecer el 21 atacando a las fuerzas de seguridad para provocar la represión. Pero aquellas dos jornadas mostraron dos operativos de seguridad totalmente distintos. En el primero, la ministro de Seguridad Patricia Bullrich militarizó la zona con una fuerte presencia de la Gendarmería, que fue al choque directamente contra los manifestantes. El resultado fue que el macrismo quedó descolocado porque los medios reflejaron la brutalidad de la represión. Pero el lunes siguiente, el oficialismo aprendió la lección y dejó el operativo de seguridad en manos de la Policía de la Ciudad. Ésta se mantuvo a la defensiva ante los ataques de los grupos extremistas y los medios mostraron cómo éstos tenían la iniciativa. El resultado político fue que la opinión pública se puso de parte del gobierno ante el salvajismo -televisado en detalle- de los activistas. El próximo 21, el operativo de seguridad repetiría este esquema: mostrar que la convocatoria moyanista suma no sólo a los “sindicalistas corruptos” sino también a la izquierda salvaje. Éste es justamente uno de los problemas que el moyanismo no puede controlar.

La otra cuestión es lo que está en juego. El gobierno intenta mostrar que Moyano como jefe actual de la oposición no tiene una capacidad de convocatoria importante y que la clase media lo sigue rechazando. En síntesis, una polarización que favorecería a Cambiemos.

El moyanismo sufre a diario deserciones como la del secretario general del sindicato de los porteros (SUTHERN) Víctor Santa María, que está cerca de la prisión preventiva y es sensible a las presiones. La incógnita es si la marcha sumará sectores de clase media, lo que le daría un volumen multitudinario.

Lo que parece importar, en definitiva, es si estamos ante el inicio de un ciclo ascendente de protestas sociales contra la política económica, luego de que la reforma previsional marcara el fin del idilio de Mauricio Macri con la sociedad.

Qué hay detrás

Así las cosas, alrededor de Macri hay una clara obsesión: saber si la caída de su imagen positiva se profundizará aún más o es por el contrario reversible. Dicho en otras palabras, si estamos ante un jefe de estado que debería reconsiderar si le conviene presentarse a la reelección o ungir en su reemplazo a María Eugenia Vidal, más carismática y menos desgastada por denuncias de corrupción. La semana que pasó, las usinas oficiales se ocuparon de desmentir que Macri esté pensando en dar el paso al costado y que será sin duda candidato. Esta incipiente tensión es razonable. Si se extiende la duda sobre la reelección, en un país hiperpresidencialista como éste, podría empezar a registrarse una pérdida de poder.

En este sentido, Moyano tendría a su cargo demoler la solidez de Macri como Saúl Ubaldini treinta años atrás deterioró con sus trece paros la figura de Raúl Alfonsín. Muchos se preguntan si Cristina Kirchner y el líder de los camioneros ya pactaron o están a punto de hacerlo.

Lo cierto es que ella guarda bajo perfil pero no se detiene un minuto. Su decisión de ser candidata estaría tomada y en su entorno se escuchan análisis como éste: “sin sumar un voto más que en la última elección, Cristina tendría el 36 por ciento en Buenos Aires y para ganar en primera vuelta le alcanzaría con un promedio de alrededor del 20 por ciento en los demás distritos. Nuestro problema es el ballotage, donde el macrismo convocaría a todo el voto antiperonista”.

Para fidelizar al máximo el voto del peronismo, la ex presidente está sondeando que su compañero de fórmula sea el gobernador puntano Alberto Rodríguez Saá. Éste, en una calesita que lleva ya tres décadas, le entregaría la gobernación a su hermano Adolfo. Los hermanos puntanos vienen de resistir el intento de Cambiemos para desalojarlos del poder a través de su ex delfín Claudio Poggi.

No parece casual que después de una pelea que duró una década, el ex jefe de gabinete Alberto Fernández se haya reconciliado públicamente con CFK y aparezca como uno de los promotores de una difusa mesa de unidad del peronismo. En la universidad UMET (del sindicato de Víctor Santamaría) se reunieron a debatir este último, Agustín Rossi, Daniel Filmus, Fernando “Chino” Navarro y los massistas Felipe Solá y Daniel Arroyo. Dicen que el enojo de Sergio Massa por la participación de los dos últimos fue importante. Es que el tigrense ya sabe que lo quieren empujar de un modo u otro a la foto con su ex jefa y se resiste a ceder. Otra señal en el mismo sentido, porque lo que Massa estaría viendo es un PJ que terminaría llevando a CFK como candidata. A él le quedaría entonces la franja de los que no la aceptan a ella pero que tampoco apuestan por la reelección de Macri.

La reaparición en escena de Alberto Fernández también tendría otro sentido estratégico: sería el encargado de intentar mejorar la pésima relación entre Héctor Magnetto, al cual está ligado, y la ex presidente. Para empezar, Clarín le dedicó ayer una página entera al cónclave por la unidad del PJ que comentamos.

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