Por Jorge D. Boimvaser.-

Postales de una campaña electoral donde los K no eran tan unidos como decían.

Milagro Sala le reclamó en octubre pasado al Ministerio de Economía -manejado por La Cámpora- que le girara urgente algo más de 20 millones de pesos que la jefa de la Tupac Amaru había usado para la campaña electoral.

“Pendejos de mierda, ¿se piensan que vamos a poner el dinero de nuestros bolsillos?” le dijo entonces con su acostumbrada verborragia guerrera la jujeña a Axel Kicillof.

Dicen que el ministro le cortó en el acto, harto de que la mujer lo hostigase cada vez que le reclamaba fondos, con algún desliz tipo “j…. de mierda”.

Kicillof se lo comentó a Wado de Pedro; Sala se volvía cada vez más prepotente y exigía todo. Las encuestas acercaban a un Gerardo Morales cada vez más cerca de ganar la elección -que finalmente ganó- y seguir invirtiendo dinero para torcer un resultado casi inexorable no tenía sentido.

Después del triunfo de Morales, la cosa se puso peor entre la Tupac y La Cámpora.

Mucha plata pendiente, cuentas cruzadas y la impronta patotera de Sala, que amagaba contar lo que ella sólo sabe qué era, pero que despertó a un dormido que todavía se jugaba mucho: Daniel Scioli.

Fue el gobernador de la Provincia de Buenos Aires quien semanas antes de la segunda vuelta calmó las aguas de Milagro Sala, que se había instalado en Capital Federal y llamaba constantemente a medio gabinete. Nadie le devolvía las llamadas, salvo “el chino” Zannini quien le aclaró que él no manejaba las cuentas de la campaña.

Cristina estaba en las nubes de Úbeda, algo así como no sabe/no contesta.

Scioli veía el fin del mundo a sólo unos pasos del ballotage. La provincia estaba con las arcas quebradas, pero la única forma de silenciar a la Tupac era girándole esos 20 millones de pesos.

Escuchar a Milagro Sala es un ejercicio de paciencia infinita. Habla hasta por los codos, pasa del delirio místico de decirse admiradora de Mahatma Gandhi hasta la insultadora serial de los chicos de clase media de La Cámpora. Lo vivimos en carne propia: tres horas de escucharla monologar sin respiro no es para cualquiera. Sólo respeta a Cristina, aunque en esa ocasión nos dijo que si tenía que boicotearla por culpa de los aduladores que tenía alrededor, lo iba a hacer.

En su lucha por “paz y amor en el mundo”, Daniel Scioli le entregó el dinero que Kicillof se negaba a darle y la jujeña se apaciguó, aunque no dejó de mandarle fruta a la orga en decadencia de Máximo Kirchner.

Chicos desclasados, vengativos e íntimamente egoístas, ahora se alegran (“¿por qué no dice en público lo que festeja en privado… (Máximo Kirchner)”?) que Milagro Sala terminara presa y sola en un calabozo jujeño.

¿Cristina? Ella sigue en su estado no sabe/no contesta. Catatónica.

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