Por Matías E. Ruiz (El Ojo Digital).-

“Tal como suele suceder con los escándalos en Washington, no es el escándalo inicial lo que deposita a los involucrados en un mundo de problemas, sino el encubrimiento posterior.” Tom Petri, legislador estadounidense.

A pocos meses del magnicidio del fiscal Alberto Nisman, la portentosa maquinaria de propaganda del oficialismo ha redoblado esfuerzos para demoler la imagen de la víctima. La maniobra -al menos en el terreno operacional- ha devuelto resultados interesantes para Cristina Fernández, en su momento sindicada como ‘asesina’ por gran parte de los cientos de miles de personas que tomaron parte de las marchas del 18 de febrero próximo-pasado. En este caso -y más allá de las necesidades estratégicas de su agenda-, el kirchnerismo volvió a echar mano de la misma táctica de ensañamiento que la empleada contra la humanidad de Enrique Olivera, Juan Carlos Blumberg y otros tantos (merecedores, siempre en la óptica del poder, del desahucio y de la portación del mote de ‘enemigos del Estado’).

En tal sentido, los analistas dedicados full-time al estudio profundo del impacto de la propaganda política en la psicología de masas no pueden menos que admirar -haciendo a un lado toda consideración deontológica- la pertinaz eficiencia del aparato de expresión verticalista conducido por la viuda de Néstor Kirchner. Tras el estrepitoso fracaso comunicacional derivado del enfrentamiento del gobierno contra el campo en 2008, Cristina comprendió la necesidad de potenciar, en el futuro, los alcances del propio mensaje; este episodio dio lugar a un rediseño completo de la transmisión de contenidos desde el poder, que precisaba contar con un multimedio bajo su tutela. Sobrevendría, pues, la construcción de espectros mediáticos que solo se dedicarían a desparramar el interés sesgado de Balcarce 50, a tiempo completo. La administración del miedo a cuentagotas pudo más: desde entonces, el temor a quedar bajo fuego de Página 12, C5N, Revista 23, 678 y demás canales oficiales condiciona la acción política, judicial y de prensa en la ex República. Complementariamente, el surgimiento de estos subsistemas de propaganda compartiría un beneficio adicional, a saber, la creación de un soterrado esquema de retención de fondos originados en el Estado Nacional, en donde staff permanente y contratados para comunicar la agenda del gobierno deben dejar a sus mandantes un porcentaje del salario percibido.

La barroca acción psicoterrorista corporizada en canales oficiales remata su efectividad con el complemento de la intimidación o el atentado contra periodistas y comunicadores non sanctos, bajo el formato del hurto violento perpetrado por motochorros (hechos que, en la práctica, pocos podrían distinguir de la sintomatología lindante con el delito común de ocurrencia diaria).

Así las cosas, del proceso global de destrucción sistemática de la figura de Nisman, participan actores tan disímiles como el ignoto Abogado Juan Gabriel Labaké, un Jefe de Gabinete bien entrenado en el stand-up como Aníbal Fernández, operadores judiciales subterráneos de Daniel Osvaldo Scioli o ex oficiales de Inteligencia del Ejército Argentino de César Milani (estos últimos, convenientemente posicionados como merodeadores de señales de cable de bajo rating para abonar la hipótesis del suicidio). El metamensaje es contundente: la ciudadanía no debería llorar a un ex funcionario judicial cuyo norte se identificaba más con el libertinaje que con sus obligaciones en la búsqueda de la verdad en el ámbito tribunalicio.

Irónicamente, la dinámica fogoneada por el Gobierno Nacional de cara al magnicidio se obsequia un atisbo de tranquilidad: el llamativo y súbito silencio de parte de referentes en la oposición comienza a comprenderse, por cuanto aquellos que heredarán el desbarajuste institucional, político y económico de la Nación en 2016 en modo alguno desean una acentuación anticipada de la crisis. De lo que se trata es -para ellos- de no vérselas de frente y antes de tiempo con el explosivo que se apresta a detonar. Así, pues, gana empuje la antipropuesta de Su Santidad Francisco sobre ‘cuidar a Cristina’. Proposición que debería leerse, acaso, en forma algo diferente: no adelantar la explosión; luego, se verá qué hacer. Muy a pesar de que, mientras Usted lee estas líneas, ciertos actores de reparto –connaisseurs de los prolegómenos del grotesco asesinato de referencia- estén negociando sus propios salvoconductos con autoridades de terceros países, ante los cuales relatan todo lo que saben; portadores ellos de un temor irracional no se sabe ante quién o quiénes (y que serían, ni más ni menos, que los ideólogos y ejecutores del desaparecido funcionario).

Pero las problemáticas de fondo terminan siendo postergadas. En la práctica, el corrimiento del eje de la discusión sobre el aniquilamiento del ex fiscal y la triple apuesta de Cristina conducirán, invariablemente, hacia la evaluación de circunstancias poco agradables para la clase dirigente. En efecto, las consecuencias del Caso Nisman chocarán de frente contra la seguridad jurídica futura; para abandonar el atolladero, a la Argentina no le será suficiente -en 2016- con recurrir a una revisión meramente superficial de los incontables desperfectos. No habrá otra salida que promocionar un revisionismo íntegro y, fundamentalmente, radical de lo actuado por el antiguo régimen en retirada; se asistirá a la imposibilidad fáctica del reciclaje, por cuanto las soluciones cortoplacistas le impedirán al país retomar la senda del crédito internacional y, por ende, reconvertirse en una entidad funcional y creíble. La trama del ajuste por venir -aún cuando se presente edulcorada con el desfile de presos notables del kirchnerismo- se volverá intolerable para la sociedad, a no ser que la dirigencia política y los cabecillas de la corporación judicial se autodepuren, con prisa y sin pausas. Cualquier otro desenlace solo contribuirá a reiterar los clásicos procesos de crisis cíclicas, corroborados cada diez o quince años.

La República Argentina del 2016 se parecerá mucho a la Europa devastada legada por la caída del telón de la Segunda Guerra Mundial. No habrá reconstrucción sin depuración político-judicial; no habrá Plan Marshall sin depuración. Sin depuración real, no habrá más república.

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