Por Carlos Tórtora.-

Sergio Massa sigue en el ojo de la tormenta fundamentalmente porque, como tercero en discordia, el Frente Renovador se está convirtiendo en alguna medida en el árbitro de la disputa entre Daniel Scioli y Mauricio Macri, como si en vez de estar próximos a las PASO del 9 de agosto, nos encontráramos en una especie de ballotage adelantado.

En el gobierno se considera un éxito el operativo de vaciamiento de dirigentes del Frente Renovador, que consiguió dos objetivos fundamentales: por un lado, dejó al tigrense casi sin figuras importantes en el interior, luego de las deserciones de Mario Das Neves y el gobernador de Río Negro, Alberto Weretilneck, entre otros, y, además, desmanteló el núcleo territorial del massismo, la Primera Sección Electoral, con las fugas de los intendentes Sandro Guzmán (Escobar), Raúl Otahecé (Merlo), Gabriel Katopodis (San Martín) y Helios Eseverri (Olavarría). Sin embargo, las cuentas no son tan simples. Una cosa es la fuga de dirigentes que mayoritariamente vuelven al Frente para la Victoria -Jesús Cariglino de Malvinas Argentinas es una excepción, porque se alió al PRO- pero otras cosa es hacia dónde irán los votos. En el PRO se insiste en que el 60% de los votantes de Massa, si éste no es candidato, irían hacia Macri y sólo el 40% al kirchnerismo. Otras fuentes dan porcentajes distintos pero en ningún caso alejados del 50% para cada uno.

Con estas cuentas, una eventual renuncia del tigrense a su candidatura presidencial le aportaría a Macri una cantidad de votantes tal vez más que suficientes como para superar el 30% de los votos. En otras palabras, que si, por ejemplo, Scioli consiguiera en primera vuelta alcanzar la barrera constitucional del 40%, igual se vería arrastrado a una segunda vuelta al quedar Macri por encima del 30%. La otra alternativa, llegar al 45% para ganar en primera vuelta, está por ahora fuera de los cálculos de los encuestadores. O sea que el desmantelamiento del massismo podría terminar siendo un boomerang para la Casa Rosada si crea las condiciones para un escenario al cual CFK le teme especialmente: el ballotage, donde la oposición probablemente consiga lo que antes de este punto parece imposible: la unidad de sus votos.

Un cambio de último momento

Por estos motivos, en las últimas horas Aníbal Fernández y otros operadores presidenciales empezaron a mover los hilos para evitar que la crisis en Tigre termine en que Massa levante su candidatura presidencial, ya sea para pasar a disputar la gobernación o para retirarse de la campaña. Los sondeos oficiales incluyen a José Manuel de la Sota, porque el gobierno ahora también necesitaría que se mantenga la primaria en UNA, la alianza que formaron aquél y Massa. Y, desde ya, también hay gestiones para que Francisco de Narváez no levante su candidatura a gobernador.

El kirchnerismo está programado para repetir su estrategia electoral del 2011. Esto es, conseguir una diferencia a favor muy importante en las PASO para instalar el clima de que el triunfo en primera vuelta es irreversible. La tendencia exitista de los argentinos funcionaría entonces como un factor acumulador de votos para superar el 40%. Así le funcionó a CFK en el 2011 -con una economía por cierto en mejores condiciones- cuando en las PASO consiguió el 51% y liquidó el pleito en la primera vuelta con un 54%.

Mientras tanto, en las filas K van llegando instrucciones de cómo se armarán las listas de candidatos. Algunas directivas ya estarían tomadas. En el caso de las listas para diputados tanto nacionales como provinciales, habrá una sola lista K por cada distrito. Otra decisión que estaría prácticamente tomada es que los precandidatos a gobernador de Buenos Aires serán Aníbal Fernández y Julián Domínguez, quedando Fernando Espinoza (intendente de La Matanza) como el vice del primero. Ambos llevarían las dos boletas presidenciales, es decir, las de Scioli y Randazzo.

Por último, se afianza la idea de que CFK sea candidata al PARLASUR y en las últimas horas fue totalmente desestimada una versión que señalaba que la presidente podría, a último momento, asestarle un golpe bajo a Scioli, permitiendo que su boleta, la del PARLASUR, se una sólo a la de Randazzo. Una propuesta que habrían lanzado algunos dirigentes de La Cámpora, pero que fue rápidamente desechada, y Carlos Zannini la habría calificado de disparate. Una pulseada de CFK con Randazzo contra Scioli en las PASO sería para ella tomar un riesgo enorme. Tan grande que un éxito del gobernador en esas circunstancias sería el certificado de defunción del cristinismo.

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