Por Guillermo Cherashny.-

Todos los días se produce alguna deserción en las filas del Frente Renovador, desde que el intendente de Olavarría, Helios Eseverri, fue el vocero de la expulsión del intendente de Malvinas Argentinas, Jesús Cariglino, y de su hermano Roque, senador provincial, de las filas del Frente Renovador. El pionero en cambiar de bando fue Sandro Guzmán, de Escobar; luego le tocó el turno a Cariglino, ayer al presidente de la bancada de diputados nacionales massistas, Darío Giustozzi, y Osvaldo y Gabriel Mércuri. Quizás mañana la secuencia continúe con Humberto Zúccaro de Pilar. Hay múltiples factores que influyeron en esta situación. Por ejemplo, la influencia nefasta que ejercen sobre Massa Graciela Camaño y su marido Luis Barrionuevo. Este último tiene intenciones de ser candidato a gobernador de Catamarca y su esposa Graciela aspira a renovar su banca de diputada nacional. A este panorama se agrega el «gurú» ibérico Antonio Solá, un supuesto asesor estrella en España, donde nadie lo conoce. En el operativo para el desguace del massismo se cruzan múltiples tramas. Por ejemplo, sobre Giustozzi operó el saltimbanqui de Alberto Fernández, que se quiere reconciliar con Daniel Scioli. Pero éste no quiere ni puede recibirlo, porque el cristinismo lo detesta.

Los peronistas, enojados con Macri

El caso es que al mismo tiempo que Massa baja su intención de voto a nivel nacional y también en la Provincia de Buenos Aires, crece a su vez la intención de voto de Daniel Scioli, que en su distrito ya habría alcanzado el 40%. Por su parte, Mauricio Macri está lejos de ser un beneficiario directo de esta situación, ya que recibe muy pocos de los votos que pierde Massa y se encontraría estacionado en el 28% a nivel nacional y el 23% en la provincia. Su ascenso en los meses anteriores no se proyectó, porque sin duda es un candidato que no «enamora» al votante peronista desencantado con el kirchner-cristinismo, que lo ve como un «niño bien». También aleja al peronismo su sociedad con Elisa Carrió, que no para de decir que hay que derrotar al justicialismo y ya no hace distinciones entre éste y el kirchnerismo o cristinismo. Este verdadero bullying practicado por Macri y Carrió y apoyado por un conjunto de encuestadores pagos, no sólo afectó a Massa sino a sus potenciales votantes. Enojados con Macri, éstos masivamente prefieren a Scioli antes que a la alianza Macri-Carrió-Sanz. Sin embargo, hay que tener en cuenta que el núcleo duro de votantes de Massa lo sigue a él, independientemente de los dirigentes que lo secunden. El peligro para el tigrense está a la vista: puede perder la mayor parte de los votos que no integran su núcleo duro y si esta transferencia a Scioli tiene la magnitud que algunos hoy le ven, éste ganaría en primera o segunda vuelta. En este contexto exitista que rodea al gobernador, ahora el tema de moda no es si la oposición puede cambiar el sistema de poder sino las disquisiciones acerca de si Scioli, de llegar a presidente, hará su propio gobierno desentendiéndose del cristinismo o será su marioneta. Este último escenario es muy poco probable, porque la lapicera presidencial, o sea la máquina de hacer decretos, es de un poder inmenso y los fondos nacionales para repartir en las provincias seguirán dependiendo de la Casa Rosada.

A Macri, a esta altura le va quedando una bala de plata para intentar ser presidente: ofrecerle a Massa la candidatura a gobernador de Buenos Aires para no arriesgarse a caer derrotado frente a Scioli, quien lidera un Frente para la Victoria que carga con los serios problemas económicos y políticos del gobierno y con una fuerte dosis de autoritarismo. No obstante ello, tiene una posibilidad bastante cierta de continuar cuatro años más en el poder pero con la impronta política de Scioli, que se combinará con una gran participación de CFK. En realidad, nadie sabe qué pasará en esta interna cuando el primero, si gana, empiece a firmar los cheques de la coparticipación.

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