Por Hernán Andrés Kruse.-

Alberto Fernández y su viaje europeo

El presidente de la nación estuvo esta semana en el Viejo continente para lograr lo que se propuso: fotografiarse junto a los principales líderes políticos de Portugal, España, Francia e Italia, y junto al Papa Francisco y la jefa del FMI Kristalina Georgieva. Si se evalúa el viaje en función de este parámetro fue, qué duda cabe, todo un éxito. Todos los presidentes que lo recibieron fueron unánimes en su apoyo al gobierno argentino en las duras negociaciones con el FMI. Incluso el Papa, muy molesto con el presidente argentino por la aprobación de la legalización del aborto, lo apoyó. La frutilla del postre fue su conversación con Georgieva durante casi dos horas. Al finalizar la economista búlgara destacó la amabilidad del encuentro y renovó su confianza en el éxito de las negociaciones.

Ahora bien, antes del viaje a Europa era cantado el apoyo de los presidentes de Portugal, España, Francia e Italia. Lo que sí puede anotarse como una victoria del presidente fue su breve diálogo con el Sumo Pontífice quien podría tranquilamente haberse negado a otorgarle una audiencia privada. Quizá su encuentro más importante fue con Georgieva ya que por primera vez se encontraban cara a cara. Las declaraciones de la jefa del FMI una vez concluida la entrevista no sorprendieron a nadie. Si alguien esperó que dijera lo que realmente piensa de la marcha de la economía argentina ignora la esencia de las relaciones internacionales. De haber cometido semejante sincericidio Alberto Fernández se hubiera visto obligado a romper inmediatamente las relaciones con el FMI, lo que hubiera significado la ruptura de relaciones con el gobierno de Biden.

El viaje no fue intrascendente, como sostiene la oposición, ni exitoso como proclama el oficialismo. Sólo sirvió para demostrarle a Estados Unidos que, moralmente, el gobierno cuenta con un respaldo importante de parte de varios presidentes europeos. Pero quien crea que el FMI se conmovió al ver semejante demostración de “afecto” peca de ingenuo. Al más importante prestamista internacional de última instancia sólo le interesa una cosa: que el gobierno argentino pague la deuda contraída por el gobierno de Macri. Georgieva no duda de la intención de Fernández y de Martín Guzmán de pagar pero de lo que sí duda es de su capacidad política para hacerlo. En otras palabras: lo que más preocupa a Georgieva es la feroz interna desatada en el gobierno entre el albertismo y el cristinismo. No se necesita, por ende, ser un experto en economía y en relaciones internacionales para darse cuenta de que lo que hará el FMI es rogar por el triunfo del presidente y Martín Guzmán.

Mientras tanto, en la Argentina la situación sanitaria y económica empeora día a día. Ayer, viernes 14, hubo un poco más de 27 mil contagios y 601 muertos provocados por el Covid-19. En pocas horas el número de fallecidos superará la barrera de los 70 mil. Por su parte, el INDEC se encargó de amargar un poco más a los argentinos al dar a conocer el índice de inflación de abril: 4,1%. Esta es la cruda realidad que nos agobia y que, lamentablemente, empeorará en los próximos meses.

Hace 32 años nacía el menemismo

El 14 de mayo de 1989 tuvieron lugar las elecciones presidenciales que significaron el nacimiento del menemismo. Ese domingo a la noche quedó consagrado Carlos Menem como presidente de la nación. Su Frente justicialista obtuvo el 47,51% de los votos (7.957.518) superando claramente a su inmediato perseguidor Eduardo César Angeloz, al frente de la Alianza UCR, quien fue votado por 6.213.217 ciudadanos (37,10%).

La victoria de Menem no sorprendió a nadie. Desde las elecciones parciales de 1987 que el gobierno de Raúl Alfonsín venía a los tumbos, especialmente en el terreno económico. La sucesión de ajustes que implementó terminaron en un estruendoso fracaso, lo que obligó a Alfonsín a echar a Juan Vital Sourrouille, ministro de Economía, a comienzos de 1989. Su lugar fue ocupado por el experimentado dirigente Juan Carlos Pugliese, cuya frase “les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo” pasó a la historia. Pugliese duró en el cargo lo que un suspiro y fue inmediatamente sustituido por un joven de la Coordinadora Radical, Jesús Rodríguez. Si Pugliese nada pudo hacer para torcer el curso de los acontecimientos, menos chances tendría de hacerlo Rodríguez.

Carlos Menem ganó la elección con relativa facilidad. No debió esforzarse demasiado para convencer a un buen número de compatriotas de que el gobierno de Alfonsín era un desastre. La realidad hablaba por sí misma. Los precios se habían descontrolado y la paz social estaba en peligro. La tan temida hiperinflación estaba a la vuelta de la esquina. En semejante escenario Menem se limitó a subirse al “Menemóvil” y hablar a sus seguidores como si fuera un Mesías. “Síganme que no los voy a defraudar”, pontificaba al final de cada acto electoral.

Su rival más importante, Eduardo Angeloz, hizo lo que pudo. La campaña electoral recayó exclusivamente sobre sus espaldas dada la evidente decisión de Alfonsín de respaldarlo a cuentagotas. No hay que olvidar que Angeloz, al pertenecer al sector balbinista del radicalismo, no congeniaba demasiado con el alfonsinismo. A pesar de ello hizo una muy buena elección. El haber cosechado el 37% de los votos en un escenario tan desfavorable para el oficialismo fue altamente meritorio.

La verdadera prueba de fuego para Menem fue, en realidad, la interna justicialista. En 1988 compitió contra Antonio Cafiero, el poderoso gobernador de la provincia de Buenos Aires. Todos daban por ganador a don Antonio pero el riojano, acompañado por su compañero de fórmula Eduardo Duhalde, logró derrotar a la gigantesca estructura del PJ. A partir de entonces Menem se limitó a observar cómo se desmoronaba el gobierno de Alfonsín.

La victoria de Menem aceleró los acontecimientos. La incapacidad de Alfonsín para domesticar a la inflación y el desborde social provocado por los saqueos a mercados y supermercados a lo largo y ancho del país, lo obligaron a anticipar la entrega del mando. Carlos Menem asumió finalmente el 8 de julio de 1989 en medio de una crisis pavorosa. Había nacido el menemismo.

Lamentable pedido de Alfredo Leuco

El ex combatiente del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) devenido en periodista de La Nación+ expresó en las últimas horas que deseaba para el futuro una Argentina sin kirchneristas. Para Leuco los kirchneristas son como una plaga que debe ser exterminada. Como representan lo más innoble, lo más vil, lo más inmoral de la política, deben ser erradicados definitivamente.

Confieso que aún no salgo de mi asombro. A la Argentina le costó ríos de sangre la pretensión de algunos de exterminar a los indeseables, a los bárbaros. Evidentemente algunos se desentienden de las enseñanzas de la historia, no sólo vernácula sino también internacional. El caso más escalofriante del deseo de un sector de la sociedad de aniquilar a los indignos fue el de Alemania que, como todo el mundo sabe, permitió a través del voto popular el ascenso de Adolph Hitler al poder. En su libro “Mi lucha” Hitler desarrolla su concepción del hombre y la sociedad. Todos los males de Alemania tienen un único culpable: el judío. En consecuencia, se torna esencial exterminarlo. De esa forma se logrará la purificación de la sociedad alemana, compuesta exclusivamente por arios. Ese pensamiento totalitario se materializó en uno de los más sofisticados sistemas de aniquilación jamás puestos en práctica por el hombre.

Doy por descontado que Leuco no tiene en mente semejante concepción totalitaria pero ello no significa que se la deba dejar pasar por alto. Leuco es un periodista muy conocido que hoy trabaja en un poderoso medio de comunicación. ¿Qué pretendió decir Leuco al afirmar que deseaba una Argentina sin kirchneristas? ¿Pretende que en un futuro a los kirchneristas se les prohíba votar? ¿O acaso pretende que en un futuro se promueva su expulsión del país? Para Leuco la Argentina está enferma. Y esa enfermedad se llama “kirchnerismo”. Estamos en presencia de un diagnóstico sumamente peligroso porque si el país está enfermo de kirchnerismo necesariamente hay que curarlo, sanarlo, purificarlo. Leuco sitúa a los kirchneristas al nivel de las bacterias, de los virus. Los kirchneristas serían algo así como el coronavirus de la política argentina.

El pedido de Leuco es sumamente peligroso. Según su enfoque quien votó por el kirchnerismo automáticamente pasa a la categoría de corrupto, bruto, intolerante, etc. Sus palabras son una invitación a la persecución, a la proscripción y, por qué no, a la desaparición de quienes son partidarios de la fuerza política creada por Néstor Kirchner. Nadie discute que hubo corrupción durante los gobiernos K, que muchos de sus funcionarios pensaron exclusivamente en su propio beneficio, que hay un sector del kirchnerismo compuesto por fanáticos. Pero ello no significa que los millones de argentinos y argentinas que han votado por el kirchnerismo desde abril de 2003 a la fecha sean corruptos. Afirmar semejante barbaridad es un insulto gratuito para un importante sector de la sociedad.

¿Significa entonces que los votantes de Macri son la antítesis de los votantes del kirchnerismo? ¿Significa entonces que los macristas pertenecen al sector puro, cristalino y democrático de la sociedad? ¿Pretende hacernos creer Leuco que en la Argentina están obligados a convivir los puros y los impuros, los réprobos y los elegidos, los civilizados y los bárbaros? ¿Pretende hacernos creer que la Argentina dejará la decadencia que la viene carcomiendo desde hace tanto tiempo sólo cuando los bárbaros dejen de estorbar?

El deseo de Leuco es profundamente antidemocrático. Lamentablemente, en el kirchnerismo hay fanáticos que desean una Argentina sin macristas o, si se prefiere, sin gorilas. Ello explica por qué en la Argentina la democracia como filosofía de vida sigue siendo un ideal inalcanzable.

Alberto Fernández y una innoble tradición

El presidente está en Europa con el objetivo de lograr la mayor cantidad posible de apoyos de primer nivel político en su ardua negociación con el FMI. Ya consiguió el espaldarazo de los presidentes de Portugal, España y Francia. En las próximas horas se reunirá con el Papa y seguramente recibirá el apoyo celestial. En varis canales de televisión contrarios al gobierno se está llevando una campaña de desprestigio contra la gira presidencial. “Lo que está haciendo Alberto Fernández”, remarcan reconocidos periodistas, fundamentalmente de La Nación+, “es lisa y llanamente una vergüenza. Viajó a Europa para pedir una mísera limosna, para implorar por algunas palmadas en la espalda”. La mala intención es por demás evidente.

Es cierto que Alberto Fernández emprendió este viaje relámpago al viejo continente para conseguir el apoyo político de presidentes que sienten “simpatía” por él. En este sentido el viaje fue exitoso. Sin embargo, no se puede negar que el haberse visto obligado a recurrir a semejantes “manos amigas” no hace más que confirmar el escaso peso de Alberto Fernández a nivel internacional. Consciente de esa debilidad Alberto Fernández les rogó a sus “amigos” europeos que lo ayuden en la ardua tarea que significa ablandar a Georgieva, la mandamás del FMI.

Ahora bien, esos periodistas que se están ensañando con el presidente nada dijeron cuando en 2018 el presidente Mauricio Macri se puso de rodillas ante la señora Lagarde, antecesora de Georgieva. Pocas veces se vieron escenas tan lamentables de obsecuencia y sumisión protagonizados por un presidente argentino. Macri llegó a exclamar que sería bueno que el pueblo argentino comenzara a tomarle cariño a doña Christine (por Lagarde). Pero lo más abyecto tuvo lugar durante la reunión del G-20 en la CABA. El emperador Donald Trump maltrató públicamente Macri, que hacía de anfitrión, durante la conferencia de prensa conjunta. Sin embargo, el poder mediático, alineado con el gobierno de Cambiemos, no hizo más que destacar la relevancia internacional del evento.

En 2002 arribó al país el indio Anoop Singh, enviado por el FMI para ejercer el control de la economía. El presidente Duhalde y la mayoría oficialista en el Congreso se arrodillaron ante el tecnócrata en una actitud lesiva del decoro de la Argentina como nación soberana. Fue tal la deshonra que el Congreso legisló en sintonía con la voluntad de Singh para congraciarse con el FMI y el gobierno del presidente Bush (h). Que yo recuerde la prensa hegemónica no cuestionó semejante humillación.

Alberto Fernández intenta congraciarse con el FMI. La inmensa mayoría de los gobiernos, tanto civiles como militares, posteriores al derrocamiento de Perón el 16 de septiembre de 1955, hicieron lo mismo. Sólo Néstor Kirchner, apoyado por el ministro Lavagna y su sólido equipo, se atrevió a independizar a la Argentina del FMI. El resto de los presidentes hicieron lo contrario: hacer depender la suerte de sus gobiernos de la buena voluntad del FMI, es decir de EEUU. Alberto Fernández, por ende, no hace más que continuar esta innoble tradición.

El asesinato del padre Carlos Mugica

El 11 de mayo de 1974, diez días después del dramático Día de los Trabajadores celebrado en Plaza de Mayo, la Triple A asesinaba al padre Carlos Mugica, uno de los sacerdotes tercermundistas más célebres de Latinoamérica. A 47 años de aquel luctuoso hecho transcribo este jugoso diálogo que deja al descubierto el pensamiento de un cura que ejerció una profunda influencia en las organizaciones guerrilleras de nuestro país.

Sin embargo, cuando usted eligió ser sacerdote no enarbolaba las mismas banderas. En efecto. Ingresé al seminario hace 18 años, en 1951, y vivía en esa época, el catolicismo individualista, fiel al slogan «salva tu alma».

¿Qué significaba para usted ser sacerdote? Salvar mi alma, es decir: ir al Cielo, buscar la felicidad, esa que está en Dios. Evidentemente era bastante egoísta mi actitud, aunque también entonces cambió radicalmente mi vida, porque fue cuando descubrí la alegría de vivir en Dios.

¿Quién es, qué es Dios? Definitivamente, Dios no es una idea sino alguien. Dios es una persona que se entregó totalmente a mí y se dejó matar por mí. Para mí Cristo es mi Señor, mi amigo, mi maestro, mi modelo de vida. Su entrega tiene un valor especialísimo: Dios es un ser que en lugar de servirse del hombre se pone al servicio del hombre y por eso todo hombre que da su vida por los otros sea un ateo, un marxista, o lo que fuere, ése, verdaderamente se une a Cristo.

¿Quién consolidó en usted el cambio de actitud que se atribuye? Un sacerdote francés, el abate Pierre, de quien todavía recuerdo una frase decisiva: «Antes de hablarle de Dios a una persona que no tiene techo es mejor conseguirle un techo». Es decir que conseguirle techo a una persona ya es hablarle de Dios. No nos olvidemos que Cristo curaba a los enfermos, les daba de comer a los que tenían hambre y de beber a los que tenían sed. Y no lo hacía para que después escucharan el sermón sino porque esa es su manera de amar: agarrando al hombre por entero. Antes de ingresar en el seminario yo tenía una visión maniquea de la existencia. El alma era buena y el cuerpo malo. Eso viene de Platón, y se metió en la Iglesia con San Agustín; aún perdura esa concepción, sobre todo en lo relativo al sexo. Pero estamos viviendo un amplio proceso de liberación para desterrar esa actitud individualista del seno de la Iglesia. Antes, como muchos de mis compañeros que luego también evolucionaron, yo estaba preocupado por la salvación de mi alma. Luego empecé a preguntarme ¿por qué salvar mi alma y no mi cuerpo cuando esa división no es, precisamente, una actitud cristiana? En la Biblia no se habla nunca de alma y cuerpo; la Biblia es un libro muy carnal, muy concreto, en el cual se define al hombre como polvo que respira.

¿Qué sucede entonces cuando muere un hombre? Es decir, ¿no es su alma, según las concepciones cristianas, la que asciende al Reino de los Cielos? Insisto en la falsedad de esa concepción dual. Ningún teólogo podrá decir nunca que, después de muerto el hombre, el alma queda flotando en algún lugar. Es una visión tonta, materialista, de la resurrección. No sabemos mucho al respecto. Toda imagen que podamos tener después de la muerte de un hombre es muy pobre. Sabemos, sí, que vivirá en Dios. Y suponemos que eso significa que va a estar presente como persona en todos los seres.

Muchos cristianos siguen aferrados a esa concepción maniquea (alma: buena; cuerpo: malo). Y aún más: persisten en adoptar la posición que usted calificó de individualista. ¿A qué se debe? A una visión distorsionada de la realidad. El cristianismo es esencialmente comunitario. No decimos «padre mío» sino «padre nuestro». Para entender claramente esto basta con acercarse al pueblo. Estar en contacto directo con él. Cuando yo estaba en el seminario iba a un conventillo de la calle Catamarca. Allí viví algo muy especial, trascendente en mi evolución; precisamente en el contacto con los hermanos míos del conventillo descubrí lo que ahora llamaría el subconsciente de Buenos Aires. El día que cayó Perón fui, como siempre al conventillo y encontré escrita en la puerta esta frase: «Sin Perón no hay patria ni Dios. Abajo los curas». Mientras tanto, en el barrio Norte se habían lanzado a tocar todas las campanas y yo mismo estaba contento con la caída de Perón. Eso revela la alineación en que vivía, propia de mi condición social, de la visión distorsionada de la realidad que yo tenía entonces, y también la Iglesia en la que militaba, aunque ya por esa época muchos sacerdotes vivían en contacto directo con su pueblo.

¿Qué papel supone usted que jugó la Iglesia en ese momento? Pienso que entonces algunos sectores de la Iglesia estaban identificados con la oligarquía. No digo que la Iglesia volteó a Perón sino que contribuyó a voltearlo. Pero pienso que también había deterioro en las filas peronistas. Creo que el peronismo perdió fuerza revolucionaria desde la muerte de Evita.

¿Cuál cree que debe ser su verdadero compromiso con los argentinos, con su pueblo? Pienso, siguiendo las directivas del Episcopado, que debo actuar desde el pueblo y con el pueblo: vivir el compromiso a fondo, conocer las tristezas, las inquietudes, las alegrías de mi gente a fondo, sentirlas en carne propia. Todos los días voy a una villa miseria de Retiro, que se llama Comunicaciones. Allí aprendo y allí enseño el mensaje de Cristo.

¿Qué mensaje? Los signos concretos del mensaje de Cristo se pueden detectar cuando Él dice: «En esto se conocerá que ustedes son mis amigos, en el amor que se tengan unos a otros». Y el índice de mi adhesión al mensaje de Jesucristo es mi amor real, concreto, palpable, por mis hermanos.

¿Cómo se manifiesta, cómo se materializa ese amor? Es muy significativo que el capítulo 25 del Evangelio de San Mateo (versículos del 30 al 46) Cristo hable del Juicio Final en estos términos: «Cuando el hijo del hombre vuelva con sus ángeles a juzgar a los hombres los reunirá a todos en su presencia y va a separar a unos de otros como el pastor separa a las ovejas de los cabritos. Entonces va a decir a los de su derecha: vengan conmigo benditos de mi padre». Ahí se puede pensar, bueno, vengan conmigo benditos de mi padre porque fueron a pie a Luján, o porque tuvieron mucha devoción a San Cayetano, o porque hicieron y cumplieron muchas promesas, o porque dieron limosna a la Iglesia. Pero Cristo no va a decir eso. Va a decir: «Vengan conmigo, benditos de mi padre, porque tuve hambre y me dieron de comer, porque tuve sed y me dieron de beber, porque estuve en la cárcel y me vinieron a ver, porque estuve enfermo y me curaron, porque anduve desnudo y me vistieron». Es decir que en el Día del Juicio Final vamos a encontrar a la derecha de Dios a mucha gente que jamás pisó una iglesia y que sin embargo estuvo toda su vida amando a Jesucristo, porque estuvo amando de una manera eficaz a su prójimo, a sus hermanos. Y, lo contrario, Cristo va a decir a los de su izquierda estas palabras terribles: «Apártense de mí, malditos, al fuego eterno». ¿Por qué? Bueno, ahí podríamos pensar que porque no hicieron la comunión pascual, que porque no dieron limosnas. Y sin embargo, no. Cristo va a decirles: «Yo tuve hambre y no me dieron de comer, tuve sed y no me dieron de beber, estuve en la cárcel y no me vinieron a ver…» Y lo notable va a ser que algunos preguntarán: ‘Pero Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y no te dimos de comer?’ Y Cristo responderá: «Cada vez que no lo hicieron con uno de éstos». Y es en ese terreno donde se manifiesta mi amor, mi compromiso y el de todo hombre.

¿Quiénes cree usted que no se comprometen a ese nivel? Aquellos que ven a un tipo sufrir en la villa miseria y dicen: «pobre». Aquellos que se compadecen pero pasan de largo y siguen viviendo como burgueses. San Agustín fue muy claro al respecto: «Hay muchos que parece que están adentro de la Iglesia y sin embargo están afuera». Es decir: son muchos los que fueron bautizados o tomaron la comunión pero no tienen amor concreto por su prójimo. Son cristianos muertos, no son cristianos. Por eso hay mucha gente que va a comulgar a misa, cree que comulga pero solamente traga la hostia. Cree que recibe la comunión y no se da cuenta de lo que eso quiere decir. Exactamente: común unión. Y si yo voy a recibir la comunión y soy racista, o sectario, o un explotador que oprime a su hermano, me dice San Pablo: «Ingiero el cuerpo del Señor indignamente; me trago y me bebo mi propia condenación». Porque vivir en el egoísmo, eso es el pecado. Aquel que se la pasa contemplándose el ombligo es un pobre hombre que ya tiene el infierno en vida, que vive en el pecado.

¿Qué entiende por pecado? Pecar es negarse a amar. No hay pecado sexual: hay pecado contra el amor. Uno peca sexualmente cuando utiliza a una persona como cosa, como objeto. Por eso aquéllos que pretenden decir: «Ah, bueno, pero yo tuve relaciones con una prostituta, para descargarme…», esos pecan doblemente. Están contribuyendo con su actitud a mantener un estado de esclavitud, aunque sea aceptado por la persona a la que esclavizan.

Entonces son muchos los cristianos que viven en el pecado, que no aman. Son todos aquellos que tienen una imagen desfigurada de Dios. Dios es para ellos el gran súper-yo-castrador y viven con Él una relación mítica, supersticiosa, mágica. Para ellos es un Dios que justifica la inmovilidad, un Dios que permite preguntas tales como «¿Y? ¿Qué vamos a hacerle si existen pobres y ricos?». Ése es el Dios que ataca Marx, ése es el Dios que hace creer a algunos que la religión es el opio de los pueblos. La verdadera fe cristiana, la auténtica fe en Cristo hace trizas esa creencia. Tener fe es amar al prójimo, y eso me moviliza a fondo, tanto como para dar la vida por mis hermanos, tanto como para brindarme íntegramente por ellos.

¿Inclusive hasta el punto de engendrar la violencia masivamente? Ese es un problema demasiado complejo. Toda violencia es consecuencia del pecado del hombre, de su egoísmo. Ahora lo que sucede es esto: en concreto encontramos en América Latina -incluso en nuestro país- una situación de violencia institucionalizada. Es la violencia del hambre. Como dice Helder Cámara «El general hambre mata cada día más hombres que cualquier guerra». Es decir que existe la violencia del sistema, el desorden establecido. Frente a este desorden establecido yo, cristiano, tomo conciencia de que algo hay que hacer y me encuentro entre dos alternativas igualmente válidas: la de la no violencia en la línea de Luther King o la de la violencia en la línea del Che Guevara; hablando en cristiano la violencia en la línea de Camilo Torres. Y pienso que las dos opciones son legítimas. Es erróneo tratar de ideologizar el Evangelio. Decir, por ejemplo, como he oído: Cristo es un guerrillero. Él, personalmente, no fue violento, sólo en algunos casos concretos cuando echó, por ejemplo, a los mercaderes del templo a latigazos. Es decir, que Cristo fue solamente muy violento contra los ricos y los fariseos. Creo que la versión en cine menos alejada de lo que Él fue la da Pier Paolo Pasolini en su Evangelio según San Mateo.

¿Pero cuál es, cuál debe ser la actitud del cristiano ante lo que usted llama el desorden establecido, la violencia organizada del sistema? Del Evangelio no podemos sacar en conclusión que hoy, ante el desorden establecido, el cristiano deba usar la fuerza. Pero tampoco podemos sacar en conclusión que no deba usarla. Cualquiera de las dos posiciones significaría ideologizar el Evangelio, que más que una ideología es un mensaje de vida. Pasará Marx, pasará el Che Guevara, pasará Mao, y Cristo quedará. Por eso pienso que es tan compatible con el Evangelio la posición de un Luther King como la ideología de un Camilo Torres.

¿En cuál de esas tendencias se enrolaría usted? Se me ocurre que actualmente en la de la no violencia. Como dijo Monseñor Devoto: «Yo no soy violento, pero no sé qué va a ser de mí si las cosas siguen así». Pero ojo: pienso que hay muchos que exaltan la no violencia ignorando lo que es. Porque Luther King, uno de sus principales teorizadores, fue asesinado. Es decir: la no violencia no es quedarse en el molde sino denunciar, poner bien de manifiesto la existencia de la violencia institucionalizada. Y para eso también hay que poner el cuero. Pero que esté claro: si yo ante el desorden establecido enfrento lo que llamo la contraviolencia y logro reducir la violencia total, es legítimo que la use. Pero si sólo exacerbo aún más la violencia del sistema contra el pueblo, no puedo menos que pensar que es contraproducente que la utilice.

Un cristiano, ¿tiene derecho a matar? No lo sé. Lo que sí está claro es que tiene la obligación de morir por sus hermanos. Pienso que tenemos mucho miedo a la violencia por una actitud individualista. De repente nos escandalizamos porque alguien puso una bomba en la casa de un oligarca, pero no nos escandalizamos de que todos los días en las villas miserias o en el interior del país mueran niños famélicos porque sus padres ganan sueldos de archimiseria. La idea fundamental me parece que es ésta: el cristiano tiene que dar la vida por sus hermanos de una manera eficaz. Cada uno verá de acuerdo con su ideología, de acuerdo con la valoración particular que haga de la realidad, con la información que tenga, lo que tiene que hacer.

¿Cuál debe ser la función de un sacerdote en países desarrollados como Francia, Inglaterra o Italia? Sin duda la misma que en la Argentina, en Bolivia o en Paraguay. También hay explotadores y explotador en Francia (el subproletariado argelino, el subproletariado español), hay miseria, hay villas de emergencia. Yo a esos países los llamo subdesarrollantes, porque son países que viven de los pobres.

¿Qué piensa que deben hacer los sacerdotes en sociedades socialistas? Cumplir con su función habitual: enseñar y amar. Yo no conozco China, pero tengo entendido que allí hay algo positivo: creo que ahora hay 700 millones de chinos que tienen pantalones y antes no sabían que era usarlos. Lo que me preocupa de China es que puede haber algo así como una especie de imperialismo cultural. Es decir, no me gusta que los chinos pretendan exportar su modelo de revolución a todo el mundo. Contra eso tendrían que combatir los sacerdotes, contra el dogmatismo político. Con respecto a los llamados países socialistas de Europa, pienso que son naciones que se encaminan cada día más rápidamente hacia el capitalismo, precisamente porque se metieron con corsé en el socialismo. De todas maneras no me cabe la menor duda de que los pueblos son los verdaderos artífices de su destino y, aunque yo personalmente crea que el sistema menos alejado de la moral y del Evangelio es el socialismo, se me ocurre que en la Argentina tenemos que hacer nuestra revolución, nuestro socialismo, que no necesariamente debe adaptarse a modelos preestablecidos. Además, estoy seguro de que ese proceso pasa, aquí, por el peronismo.

¿Cuál debe ser para usted la injerencia de la Iglesia en cuestiones económicas y políticas? ¿Cómo justificar el poder económico, las relaciones de la Iglesia con el dinero? No se trata de justificar sino de analizar. El gran escándalo del Concilio Vaticano II fue que se tuviera que hablar allí de la Iglesia de los Pobres, cuando lo natural es que si la Iglesia viviera de acuerdo con la orientación clarísima que le dio Jesucristo, de acuerdo a como fue la Iglesia los primeros siglos, cuando todos poseían sus bienes en común repartidos según las necesidades de los fieles, no debería haberse mencionado el asunto. El cristianismo empieza a degradarse cuando se desarrolla el espíritu de propiedad, y al reconocerlo Constantino (año 313) como religión oficial del Imperio, otorgándole a la Iglesia poder político. Lo natural, insisto, en el Concilio Vaticano, hubiera sido que se levantara un obispo y dijera: «Un momento. ¿Por qué la Iglesia de los Pobres? La Iglesia también es de los ricos». ¿Por qué? Porque la Iglesia también tiene que evangelizar a los ricos, entendiendo por evangelizar a los ricos, ayudarlos a dejar de serlo. Lo cual no significa que tire todo por la ventana sino que ponga todos sus bienes al servicio de la comunidad. Es evidente que es un problema, porque si viene un empresario católico y me dice: «Yo que me convertí, padre, yo quiero realmente vivir el Evangelio», no me queda otro remedio que contestarle que cambie radicalmente el enfoque de su empresa, dándole participación efectiva en las ganancias a todos sus trabajadores. Claro, así la empresa se va a fundir en 15 días porque la competencia la mata. Entonces la otra respuesta para un empresario que quiera vivir realmente el Evangelio está en que se platee seriamente el problema de la revolución.

Eso es lo mismo que dejar de ser empresario. No necesariamente. Si Alberto José Armando viene a mí y me dice «yo quiero cambiar» le contesto que bueno, que le saque todo el jugo a los capitalistas que lo rodean y que con su fabulosas inventiva le cree al pueblo situaciones en las que pueda ser realmente protagonista de su destino.

A usted se lo acusa de pregonar una filosofía de vida casi rayana en el ascetismo, que no coincide con su manera de vivir, más acorde -se dice- con hombres de su misma extracción social. Usted ve donde vivo: es un cuarto en una terraza de una casa de departamentos bacana, pero un cuarto al fin. Además es cierto: yo soy de origen oligarca, y eso tiene sus limitaciones. El hecho de que a mí nunca me haya faltado nada tal vez haya relativizado mi visión de las cosas. Pero también es cierto que a la oligarquía la conozco de adentro y sé, efectiva, concretamente, cuales son sus corrupciones. De todas maneras a mí no me falta absolutamente nada, pero trato de que me sobren cosas.

¿Cuáles son sus carencias afectivas? ¿No se siente frustrado como hombre? No me siento frustrado en absoluto. Pienso que desde el momento en que contraje el compromiso de ser célibe ante Cristo y ante la comunidad me debo a él. Por supuesto el celibato presume una lucha cotidiana. No solamente la lucha en cuanto se refiere al impulso sexual sino en cuanto a la soledad. El problema profundo no es el de la ausencia de contacto carnal, sino la soledad, así, simplemente. Esa es una tensión que vivo permanentemente y por la cual tengo que estar muy sobre mí mismo porque fácilmente se puede desvirtuar mi afectividad.

¿Ese es uno de los principales conflictos que originó el éxodo de sacerdotes de la Iglesia?Pienso que no, que las raíces de la crisis sacerdotal está en otro lado. Pienso que el sacerdote se siente inútil en muchos lugares; es decir: ha perdido el sentido de su vida. Para mí el sufrimiento más grande que puede tener un ser humano es sentirse demás y eso es lo que le pasa a muchos curas.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar

Carlos Corach y la reivindicación de los 90

Carlos Corach fue uno de los ministros más importantes del presidente Carlos Menem. Jamás serán olvidadas sus conferencias de prensa en la entrada del edificio donde vivía. Retirado de la política desde hace años, decidió en los últimos tiempos ejecutar una tarea harto complicada: reivindicar al menemismo. Está convencido de que sin prisa pero sin pausa cada vez son más los argentinos y las argentinas que han decidido revalorizar a un menemismo víctima, según Corach, de una feroz demonización durante décadas.

El menemismo fue la lógica consecuencia de la hiperinflación alfonsinista y de los dramáticos cambios que se estaban produciendo a fines de los ochenta a nivel mundial. Cuando asumió Menem en julio de 1989 la inflación alcanzaba el 200%. Una cifra monstruosa, sencillamente escandalosa. El peso se evaporaba minuto a minuto. La desesperación que invadía al pueblo catapultó a Carlos Menem a la presidencia. El riojano tomó al principio una arriesgada decisión: atar la suerte de su gobierno a la eficacia del Grupo Bunge y Born en el combate contra la inflación. Los ministros Roig y Rapanelli, ejecutivos del holding, fracasaron estrepitosamente. A comienzos de 1990 Menem no tuvo más remedio que designar en el ministerio de Economía a un viejo amigo suyo, Antonio Erman González. También fracasó. Un año más tarde, en pleno proceso hiperinflacionario, Menem designó como ministro de Economía a Domingo Felipe Cavallo. En marzo de 1991 impuso la convertibilidad, la paridad 10 mil australes-un dólar. Un año después, la paridad fue un peso-un dólar. Dicho plan le permitió a Menem ganar las elecciones de 1991, 1993 y 1995. Por primera vez en décadas los argentinos experimentamos la ausencia de inflación.

Pero Menem no se conformó con domar la inflación. También puso en práctica un inédito proceso de privatizaciones. Durante prácticamente toda su primera presidencia las empresas estatales pasaron a manos privadas. En aquel entonces los medios de comunicación alineados con el gobierno-prácticamente todos, salvo Página/12-no se cansaban de machacar todo el tiempo con la idea de la ineficacia de todo lo que oliera a estatal. Al mismo tiempo el presidente archivó la histórica tercera posición y enarboló la bandera del alineamiento incondicional con Estados Unidos. ¿Por qué Menem actuó de esa forma? Por una simple y contundente razón: el mundo estaba cambiando radicalmente. El muro de Berlín se había desmoronado y en poco tiempo implosionaría la URSS. Era el fin de la guerra fría y el comienzo de una nueva era liderada de manera hegemónica por EEUU. En el plano económico imponía condiciones el Consenso de Washington. Era el triunfo del neoliberalismo a escala planetaria. Era, tal como lo supuso Fukuyama, el fin de la historia.

Las decisiones que tomó Menem apenas se sentó en el sillón de Rivadavia obedecieron a la más estricta lógica política. Abrazó la causa neoliberal porque no tenía otra opción. Ello explica su decisión de aliarse con la Ucedé de Alsogaray. Los hechos le dieron la razón. Durante su largo reinado fue el niño mimado de Occidente, fundamentalmente de EEUU. Los presidentes Bush y Clinton no se cansaron de enaltecerlo. Lo que hizo Menem no fue otra cosa que adecuarse a los nuevos tiempos.

Ahora bien, las duras y radicales decisiones que tomó Menem en materia económica y en materia internacional no fueron gratuitas. La aplicación sin anestesia del neoliberalismo provocó un aumento histórico de la desocupación. Millones de compatriotas fueron expulsados del sistema provocando un incremento geométrico de la pobreza y la indigencia. Por otro lado, el alineamiento incondicional con EEUU produjo consecuencias gravísimas para el país. A esta altura no cabe ninguna duda que semejante cambio a nivel internacional provocó los atentados contra la embajada de Israel el 17 de marzo de 1992 y contra la AMIA el 18 de julio de 1994.

Pero el menemismo no se redujo a la economía y las relaciones exteriores. Implicó, además, un complejo proceso cultural que repercutió hondamente en el sentir y pensar de millones de compatriotas. El menemismo implicó esencialmente la exacerbación del más crudo individualismo. En este sentido el menemismo significó la puesta en práctica del más crudo darwinismo social. Además, con Menem en el poder la farándula llegó al paraíso. Mientras ello sucedía un sector cada vez más amplio de la sociedad quedaba a la intemperie.

Carlos Menem fue un político astuto, inteligente y sumamente práctico. Fue, también, un amoral. Era evidente el placer que le provocaba el ejercicio del poder. Su ambición política era ilimitada y de no ser por el triunfo de la Alianza en las elecciones de 1997 y la decisión de Duhalde de frustrar una nueva reelección del riojano, hubiéramos tenido menemismo por varios años más. El menemismo reflejó a nivel local el cambio que estaba acaeciendo a escala global. Supo interpretar desde el inicio lo que significaba la naciente globalización. Muchos argentinos lo siguen extrañando. Otros lo consideran (me incluyo) uno de los presidentes más nefastos de la Argentina contemporánea. Pero todos, me parece, coincidimos en reconocer su formidable capacidad camaleónica y su desprecio por la democracia como filosofía de vida.

Karl Popper y los enemigos de la sociedad abierta: del tribalismo al humanitarismo

Ser y Sociedad-7/4/012

“La sociedad abierta y sus enemigos” es el libro más célebre de Karl Popper (1902-1994), uno de los filósofos de la ciencia más importante del siglo XX. En su primera parte analiza como pocos el pensamiento político de Platón, destacando su esencia totalitaria. En el capítulo 10, titulado como el libro, enseña al lector qué entiende por “sociedad cerrada” y “sociedad abierta”.

Para Popper la civilización occidental nació en Grecia, la cuna de Sócrates, Platón y Aristóteles. ¿Por qué eligió Popper Grecia? Porque, desde su óptica, fue en ese ámbito donde se produjo el primer paso del tribalismo al humanitarismo. En la Grecia primitiva la sociedad se asemejaba a pueblos como el polinesio y el maorí. Pequeños grupos de guerreros, comandados por reyes o jefes tribales, dedicaban todo su tiempo a su actividad predilecta: la guerra. Sin desconocer las diferencias existentes entre Grecia y la polinesia, Popper destaca la presencia de caracteres comunes a un buen número de esas sociedades tribales. A lo que alude es, fundamentalmente, a la actitud de sus miembros respecto a las costumbres sociales, sustentada aquélla en la magia y la irracionalidad, lo que explica la rigidez de éstas. ¿Qué entiende Popper por rigidez del tribalismo? En una sociedad dominada por dicha rigidez los cambios, si se producen, implican reacciones religiosas que producen el advenimiento de nuevos tabúes mágicos. No hay la más mínima intentona racional de introducir mejoras en las condiciones de vida de los miembros de la sociedad. Los tabúes ejercen un poderoso dominio, siendo escasos los ámbitos sociales que escapan a su lente. Los problemas morales brillan por su ausencia. Los hombres no se cuestionan si tal acción atenta o no contra la moral ya que todo está férreamente estipulado por los tabúes. Todos saben cómo actuar en sociedad y la fuente de legitimación del comportamiento colectivo brota de los tabúes, de las instituciones tribales que no pueden ser cuestionadas.

Popper sostiene que mucho de todo eso sobrevive en la actualidad. Sin embargo, son profundas las diferencias existentes entre las sociedades tribales y las sociedades contemporáneas. En efecto, hoy emerge en toda su magnitud un ámbito que encapsula todas las decisiones personales que, a diario, toman los hombres, quienes cargan sobre sus espaldas sus consecuencias. La importancia de este cambio, sentencia Popper, es decisiva. Las decisiones personales están en condiciones de hacer añicos los tabúes. Lo mágico es desplazado por lo racional. Hoy, los hombres ponen en práctica una cualidad que era inexistente en las sociedades tribales: la reflexión racional. Hoy, “somos muchos los que adoptamos decisiones racionales Copn respecto al carácter más o menos deseable o indeseable de las reformas legislativas y de otros cambios institucionales, es decir que tomamos decisiones basándonos en la estimación de las consecuencias posibles y en la preferencias consciente por alguna de ellas. Reconocemos, así, la responsabilidad personal racional” (“La sociedad abierta y sus enemigos”, ed. Paidós, Barcelona, 1982, págs. 170/171).

Una sociedad tribal es una sociedad cerrada. Sus miembros actúan conforme a los pétreos dictados de los tabúes. La sociedad contemporánea es, en cambio, abierta. Sus miembros actúan en función de la responsabilidad personal racional. Las rígidas disposiciones de los tabúes son reemplazados por el espíritu de iniciativa y la capacidad racional de los hombres de evaluar las consecuencias de las decisiones tomadas. Popper compara la sociedad cerrada extrema con un organismo. Sus miembros se hallan unidos por el parentesco, la convivencia, la participación común en las alegrías y los sinsabores, es decir, se hallan unidos de manera semiorgánica. Implica un grupo humano concreto, cuyos miembros concretos están relacionados unos con otros por relaciones físicas concretas (el olfato, el tacto y la vista). La sociedad abierta es muy diferente. A diferencia de la anterior, donde sus miembros nacen en un ámbito y mueren inexorablemente en él, en ésta los hombres se esfuerzan por progresar socialmente, con lo cual se da una férrea competencia. Esto puede dar lugar, por ejemplo, a la lucha de clases. Mientras que la sociedad cerrada es inmóvil y tranquila, la sociedad abierta es dinámica y conflictiva.

La sociedad abierta se convierte en una “sociedad abstracta”. Con el vocablo “abstracta” alude Popper a la pérdida del carácter concreto que hacía a la esencia de la sociedad tribal. Para clarificar el concepto de sociedad abstracta, Popper se vale de una exageración. Afirma que puede imaginarse una sociedad cuyos miembros jamás logran contactarse, donde las actividades comerciales son ejecutadas por hombres aislados que se comunican entre sí mediante el teléfono o telegráficamente. Se trata de una sociedad, ficticia por cierto, completamente abstracta y despersonalizada. Lo interesante es destacar que la sociedad contemporánea se parece bastante a la sociedad imaginaria absolutamente abstracta. Las reflexiones de Popper en este punto son magistrales. “Si bien no siempre nos trasladamos sin ninguna compañía, en coches herméticos (en lugar de ello nos cruzamos con miles de hombres por la calle), el resultado es prácticamente el mismo, pues, por regla general, no establecemos la menor relación personal con los demás transeúntes (…) En la sociedad moderna existe muchísima gente que tiene poco o ningún contacto personal íntimo con otras personas y cuya vida transcurre en el anonimato y el aislamiento y, por consiguiente, en el infortunio. En efecto, si bien la sociedad se ha tornado abstracta, la configuración biológica del hombre no ha cambiado considerablemente; los hombres tienen necesidades sociales que no pueden satisfacer en una sociedad abierta” (pág. 172). La Ciudad Autónoma de Buenos Aires es un claro ejemplo. Cada mañana, en los andenes de las estaciones de trenes, miles y miles de hombres y mujeres anónimos emergen raudamente de los trenes y se dirigen como hormigas a sus lugares de trabajo, viéndose obligados muchos de ellos a utilizar otros medios de transporte, configurando un escenario muy similar a un hormiguero. Sin embargo, no todas son desventuras para los miembros de la sociedad abstracta. Pueden surgir nuevos tipos de relaciones personales, ya que éstas surgen de manera espontánea. A raíz de ello emerge un nuevo individualismo. Cabe suponer, a su vez, una mayor influencia de los vínculos espirituales en aquellos ámbitos donde se debilitan los vínculos biológicos.

La transición de la sociedad cerrada a la sociedad abierta constituyó, según Popper, una de las más profundas revoluciones experimentadas por los hombres. Dicha transición significó, nada más y nada menos, que salir del dogmatismo y el oscurantismo para entrar en la abstracción y la racionalidad; salir de la sociedad concreta para entrar en la sociedad abierta, donde cada uno de sus miembros toma decisiones libres y responsables. y fue en Grecia donde comenzó esa transición que hizo de los hombres seres libres y autónomos.

El aporte de Maurice Duverger a la teoría de los partidos políticos

La armazón de los partidos políticos (segunda parte)

Ser y Sociedad-17/4/012

En cuanto a su estructura, Duverger distingue dos tipos de partidos: los directos y los indirectos.

El Partido Socialista Francés contemporáneo es un claro ejemplo de partido directo, mientras que el Partido Laborista Británico de 1900 lo es de partido indirecto. El primero está compuesto por individuos del partido, han tenido que reunir una serie de requisitos: la firma de una papeleta de adhesión, el pago de una cotización mensual y la asistencia regular a las reuniones de su sección local. El vínculo entre los miembros y el partido es directo. No sucede lo mismo con el segundo ya que está compuesto, no por miembros individuales, sino por fuerzas sociales y políticas, como los sindicatos, las cooperativas, las sociedades mutualistas y los grupos de intelectuales. En este caso no hay miembros del partido sino miembros de los denominados “grupos de base” de los sindicatos, las cooperativas, las mutuales, etc., unidos con el objetivo común de establecer una organización electoral que los cobije.

Duverger centra su atención en los partidos indirectos. Existen dos partidos indirectos fundamentales: los partidos socialistas y los partidos católicos. Los partidos socialistas se componen de sindicatos obreros, cooperativas obreras y sociedades obreras mutualistas; he aquí su materia. En los partidos católicos existe una suerte de federación de sindicatos y cooperativas obreros, vinculados con asociaciones de campesinos, ligas comerciales y ligas de industriales. Mientras los partidos socialistas representan una única clase social, los partidos católicos reúnen diversas clases sociales, conservando cada una de ellas su propia estructura. Como en cada categoría existe una enorme variedad de estructura, Duverger centra su atención en el análisis de unos pocos y relevantes partidos. Por razones de espacio, destacaremos lo que dice Duverger del Partido Laborista Británico y el Partido Católico Belga.

Partido Laborista Británico

Duverger distingue varias etapas en la evolución de este partido desde su creación en 1900. Entre ese año y 1946 el partido pasó de ser una fuerza indirecta pura a ser un sistema mixto, donde se da una convivencia entre los miembros individuales y los miembros colectivos. El partido fue puramente indirecto hasta 1918. Nadie podía ser miembro si no formaba parte de algún sindicato u otra agrupación socialista. Además, dentro de estos grupos no había distinción alguna entre los miembros que aceptaban contribuir para el sostenimiento del partido y los restantes miembros. El carácter indirecto del partido se atenuó primero en 1913 (la Trade Union Act de ese año) y luego en 1918, cuando se decidió la reforma de los estatutos. Con anterioridad a 1913, los sindicatos que eran miembros del partido le entregaban una subvención para ayudarlo políticamente. ¿De dónde surgía ese dinero? Del descuento que hacían los sindicatos del total de cotizaciones que les solicitaban a sus miembros. Pero en 1908, Osborne, un obrero ferroviario, intentó hacerle un proceso a su propio sindicato para impedirle el empleo político de sus fondos. Luego de varias apelaciones, la cámara de los Lores le dio la razón al obrero demandante, lo que puso en jaque a la propia existencia del Partido Laborista. Finalmente, gracias a la Trade Union Act de 1913 pudo arribarse a una solución política que satisfacía los intereses de ambas partes: por un lado, “los sindicatos podían decidir colectivamente la adhesión y la entrega de fondos a una asociación política (en la práctica, al Partido Laborista), después de un voto secreto, con una mayoría”; por el otro, “si se tomaba esta decisión, los fondos entregados por el sindicato al Partido Laborista corresponderían a un sumplemento especial de la cotización individual pagada por cada miembro, teniendo cada cual el derecho de negarse a esta “cotización política”, a condición de firmar una declaración expresa” (“Los partidos políticos”, FCE, México, 1979, págs. 37/38).

Fue precisamente esta segunda disposición la que repercutió profundamente sobre la estructura del partido. En efecto, con anterioridad a 1913 el partido era puramente indirecto. Los miembros de algún sindicato adherente, por ejemplo, no tenían vínculo alguno con el partido. Pero a partir de la “cotización política” (Duverger), emerge un lazo que une a esos miembros con el partido. A partir de entonces, es factible distinguir dentro del sindicato los miembros que pagan la cotización política-y que, a raíz de ello, pasan a ser miembros del partido-y los demás que se niegan a hacerlo. Pero esta adhesión, aclara Duverger, tiene un carácter automático ya que el miembro que no dice nada, consiente de manera automática (el que calla otorga). Por lo tanto, el nuevo miembro de un sindicato que no eleva su voz de protesta pasa a ser miembro del partido. Pero en 1927 se produjo un sustancial cambio en este aspecto. Gracias a la Trade Union Act de ese año la regla de 1913 se invirtió: “quien no dice nada, se niega; sólo están obligados a pagar la cotización política los miembros de los sindicatos que la han aceptado formalmente” (pág. 38). Ahora el partido tiene un carácter directo. Cuando el nuevo sindicato declara por escrito su deseo de pagar la cotización política, de hecho está adhiriendo al partido. Pero en 1946 los laboristas derogaron el Acta de 1927 y restablecieron el anterior sistema. En virtud de esta regresión, basta el simple silencio del sindicado para que pague la cotización política, quedando liberado de esa obligación si lo declara expresamente.

Partido Católico Belga

En el período 1921-1945, el Partido Católico Belga fue otro ejemplo de partido indirecto, pero diferente del Partido Laborista Británico. Luego de la primera guerra mundial la vieja Federación de círculos Católicos, muy burguesa y conservadora, quedó muy debilitada frente al avance de las tendencias demócrata-cristianas, mientras el partido quedó fuertemente dividido. En consecuencia, para reconstituirlo de alguna manera se realizó en 1921 una trascendente y profunda reforma de su estructura, en virtud de la cual el partido pasó a sustentarse en los “standem”, en los denominados “estados sociales”. Surgió la Unión Católica que reunió a cuatro organizaciones de base: a) la antigua Federación de Círculos Católicos, representativa de la burguesía conservadora; b) la Liga Nacional de Trabajadores Cristianos, representativa de los sindicatos obreros, cooperativas y sociedades mutualistas; c) la liga de campesinos flamencos; y d) la Federación de Clases Medias, representativa de los artesanos y comerciantes. Nadie podía adherirse directamente al partido, sino únicamente a alguno de los standem. Existía un Consejo General del Partido constituido por los representantes de los standem. Con el tiempo, se tornó más autónomo “mediante la creación de un presidente permanente, la introducción de personalidades no delegadas por los standem ni por el otorgamiento de un verdadero poder de decisión” (pág. 42). Se trataba de los primeros atisbos de una comunidad de partido directa en el estamento superior.

El creador del pararrayos

Ser y Sociedad-(18/4/012)

El 17 de abril de 1790 falleció a los 84 años en Filadelfia, Estados Unidos, Benjamín Franklin, el creador del pararrayos. Político, inventor, científico y padre fundador de los Estados Unidos, Franklin, que había nacido el 17 de enero de 1706 en Boston, Trece colonias (actuales EEUU), fue el decimoquinto hijo de un total de diecisiete hermanos.

Su educación se limitó a los estudios elementales en la Routh Grammar School. Tuvo que trabajar desde muy joven para ayudar económicamente a su familia. Ayudó a su padre en su fábrica de velas y jabones, para luego ejercer tareas de marino, carpintero, albañil y tornero. Cuando contaba con doce años comenzó con sus tareas como aprendiz de su hermano, James Franklin, en su imprenta. Siguiendo su consejo, Benjamín escribió dos poesías (serían las únicas de su vida), “La tragedia del faro” y “Canto de un marino”. Tres años más tarde, su hermano fundó un periódico, New England Courant, considerado el primer diario independiente de las colonias británicas. Utilizando el seudónimo “Silence Dogood” (entrometido silencioso), escribió sus primeros artículos periodísticos criticando al orden establecido de su época. Para completar su formación como impresor en la imprenta de Palmer, Franklin viajó a Londres en 1723, donde publicó “Disertación sobre la libertad y la necesidad, sobre el placer y el dolor”. Dos años más tarde, regresó a Filadelfia. Luego de soportar una pleuritis, fundó con otros “Junto”, un club de intelectuales, y en 1728 estableció su primera imprenta. En 1729 compró el diario “La Gaceta de Pensilvania”. En 1731 fue partícipe de la fundación de la primera biblioteca pública de Filadelfia, adhiriéndose con posterioridad a la masonería. En esa época fundó el primer cuerpo de bomberos de Filadelfia y participó en la creación de la Universidad de Pensilvania y el primer hospital de la ciudad. Sus últimos años lo encontraron enfermo, pero sin que ello le impidiera abandonar la actividad política.

La creación del pararrayos fue probablemente su creación científica más relevante. Recibió lafuente influencia de Isaac Newton y Joseph Addison, y en 1743 fue nombrado presidente de la Sociedad Filosófica Estadounidense. En 1747 se dedicó especialmente a analizar los fenómenos eléctricos. Luego de escribir “Experimentos y observaciones sobre electricidad”, Franklin desarrolló en Filadelfia su experimento con la cometa que lo condujo a la creación del pararrayos. A partir de entonces, los pararrayos se extendieron por Estados Unidos y Europa. Franklin fue también un prominente político. Con su elección en 1736 como miembro de la Asamblea General de Filadelfia, comenzó su carrera política. Su figura creció durante el proceso de independencia de los Estados Unidos. Participó activamente en la redacción de la Declaración de Independencia (1776), siendo un eficaz e importante colaborador de Jefferson y Adams. Fue nombrado representante oficial estadounidense en 1775, obteniendo el cargo de Ministro para Francia. Participó en la firma del tratado de París (1783), que contribuyó a poner fin a la guerra de la independencia. Como si toda esta prolífica actividad política no le hubiera resultado suficiente, en 1785 fue elegido gobernador de Pensilvania y dos años más tarde contribuyó a la redacción de la Constitución norteamericana. Ese mismo año (1787) desarrolló su carrera como abolicionista, tendiente a erradicar la esclavitud definitivamente del territorio norteamericano.

Franklin fue un hombre excepcional que descolló en el área del periodismo, la ciencia y la política. Pero fue, fundamentalmente, un hombre con firmes convicciones, como lo ponen en evidencia estas frases que le pertenecen:

-“A quien no le cuenta sus secretos, a ese no le vende su libertad”.

-“¿Amas la vida? No desperdicies el tiempo porque es la sustancia de que está hecha”.

-“Aquél que se ama a sí mismo no tiene rival ninguno”.

-“Aquellos que pueden dejar la libertad esencial por obtener un poco de seguridad temporal, no merecen, ni libertad, ni seguridad”.

-“Carecer de libros propios es el colmo de la miseria”.

-“De aquel que opina que el dinero puede hacerlo todo, cabe sospechar con fundamento que será capaz de hacer cualquier cosa por dinero”.

-“Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo”.

-“El que se enorgullece de sus conocimientos es como si estuviera ciego en plena luz”.

-“En este mundo hay sólo dos cosas seguras: la muerte y pagar impuestos”.

-“Hay tres amigos fieles: una esposa anciana, un perro viejo y dinero contante y sonante”.

-“Jamás hubo una guerra buena o una paz mala”.

-“La rebelión ante los tiranos es obediencia a Dios”.

Fuentes:

-Benjamín Franklin, de Wikiquote, la colección libre de citas y frases célebres.

-Benjamín Franklin, de Wikipedia, la enciclopedia libre.

-Revista de Humanidades Sarasuati. Benjamín Franklin, de Iván Matellanes.

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