Por Hernán Andrés Kruse.-

Alberto y el capitalismo

Al participar este viernes en el foro Económico de San Petersburgo encabezado por el presidente Putin, el mandatario argentino afirmó que el capitalismo ha provocado pobrezas y desigualdad. Lo que no quedó claro es si Alberto pretende mejorar el capitalismo o reemplazarlo por otro. Si ésta es su intención sería bueno que el presidente aclare si apuesta por una restauración del comunismo o tiene en mente un nuevo sistema económico superador del capitalismo y el comunismo.

El capitalismo lejos está de ser un sistema económico perfecto. En el primer tomo de El Capital, Marx describe magistralmente las penurias a las que eran sometidos los trabajadores en Europa. En plena revolución industrial del siglo XIX los niños eran obligados a trabajar de sol a sol en condiciones infrahumanas. Las enfermedades respiratorias severas eran harto frecuentes y el hacinamiento era habitual. Los obreros eran brutalmente explotados por una patronal que sólo perseguía el lucro ilimitado.

El capitalismo fue desafiado por el comunismo. La primera experiencia comunista tuvo lugar en Rusia. El sueño de Marx de una sociedad sin clases y sin conflictos se desvaneció muy pronto. Primero Lenin y luego Stalin impusieron un régimen totalitario implacable que condenó a la esclavitud a millones de personas. Luego de la segunda guerra mundial el mundo quedó dividido en dos mitades antagónicas, una capitalista y la otra comunista. Sin negar los defectos del capitalismo como sistema económico, lo real y concreto es que fue capaz de garantizar a las masas un nivel de vida mucho más elevado que el comunismo. Además, hay otro aspecto esencial: la libertad. Son incontables quienes intentaron, algunos con éxito y otros no, cruzar el ominoso muro de Berlín en busca de ese preciado valor. Lo mismo cabe decir respecto a la Cuba de Fidel Castro. Si realmente es un paraíso socialista ¿por qué miles y miles de cubanos han arriesgado su vida cruzando el Atlántico para arribar a Estados Unidos?

Hoy el presidente Putin es el emblema del resurgimiento de Rusia como potencia, como Xi Jinping lo es respecto al gigante asiático. Putin es un autócrata, un dictador implacable que no tolera ningún atisbo de pensamiento crítico. Es, en el fondo, un stalinista. El que haya decidido ayudarnos mandándonos dosis de la vacuna Sputnik V no invalida lo anterior. ¿Por qué, entonces, Alberto Fernández le rinde pleitesía? Porque si tuviera un mínimo de honestidad intelectual debería haber dicho ayer lo siguiente: “el capitalismo ha provocado desigualdad y pobreza, pero al menos garantiza la libertad. El comunismo, en cambio, no sólo provoca desigualdad y pobreza sino que también somete a las personas a una cruel dictadura”. De haber pronunciado esta frase el presidente ruso hubiera terminado la relación con el gobierno argentino. Resulta por demás evidente que Alberto no podía darse semejante “lujo”.

Nadie niega la importancia del envío de las dosis de la vacuna rusa para protegernos del coronavirus. El problema es que, a raíz de las palabras de ayer de Alberto Fernández, daría la impresión de que el vínculo con Rusia va más allá de lo meramente sanitario. ¿Tiene en mente el gobierno instalar a la Argentina en el área de influencia de Rusia? Porque si uno analiza las últimas decisiones de política exterior-Israel y Venezuela-, todas apuntan a esa dirección. Con las palabras pronunciadas este viernes Alberto Fernández demostró que no pretende contribuir a una mejora del capitalismo. ¿Significa entonces que está de acuerdo con el modelo Putin? El tiempo revelará el misterio.

El principio del fin del gobierno de Isabel Perón

En su edición de hoy (4/6) Infobae publicó un artículo de Juan Bautista Tata Yofre sobre el “rodrigazo”. Describe con lujo de detalles lo que sucedió en el país entre el 4 de junio de 1975 y el 19 de julio del mismo año. Vale la pena leer el escrito de Yofre porque nos hace recordar lo traumático que fue, en todo sentido, aquel año.

Hace exactamente 46 años el ministro de Economía Celestino Rodrigo imponía sin anestesia un durísimo plan de ajuste. Todas las variables económicas estallaron en mil pedazos. La inflación se descontroló y comenzaron a escasear productos de primera necesidad. La Confederación General del Trabajo, duramente enfrentada con el ministro de Bienestar social, José López Rega, no toleró el ajuste y días más tarde decretó un paro general. Fue la primera vez que la CGT le paraba a un gobierno peronista. Con el correr de los minutos la tensión dentro del gobierno aumentaba de manera exponencial. Finalmente, en julio López Rega y el torpedeado Rodrigo abandonaron el gobierno.

Pero la crisis no se terminó con la eyección de esos funcionarios. El problema era mucho más profundo. En aquel entonces el país estaba soportando las feroces consecuencias de la guerra entablada entre el peronismo sindical y el peronismo de izquierda. El territorio argentino se había convertido en un gigantesco campo de batalla. Mientras tanto, las fuerzas armadas estaban en ebullición. En agosto se produjo en hecho por demás relevante. El entonces jefe del ejército, el teniente general Alberto Numa Laplane fue sustituido por el teniente general Jorge Rafael Videla. El derrocamiento de Isabel se había puesto en marcha.

Incapaz de controlar la situación Isabel Perón decidió tomarse unos días de descanso. Fue reemplazada por el doctor Italo Luder quien el 6 de octubre firmó junto a sus ministros, entre quienes se contaban Carlos Ruckauf y el flamante ministro de Economía Antonio Cafiero, el decreto 2772 en virtud del cual se ordenaba a las fuerzas armadas aniquilar a la subversión. He aquí el contenido del decreto:

Vistos los decs. 2770 y 2771 del día de la fecha y la necesidad de reglar la intervención de las Fuerzas Armadas en la ejecución de operaciones militares y de seguridad, a efectos de aniquilar el accionar de los elementos subversivos en todo el territorio del país. Por ello, el Presidente provisional del Senado de la Nación en ejercicio del Poder Ejecutivo en acuerdo general de ministros, decreta:

Art. 1°– Las Fuerzas Armadas bajo el Comando Superior del Presidente de la Nación que será ejercido a través del Consejo de Defensa procederán a ejecutar las operaciones militares y de seguridad que sean necesarias a efectos de aniquilar el accionar de los elementos subversivos en todo el territorio del país.

Art. 2°– El Ministerio de Economía proveerá los fondos necesarios para el cumplimiento del presente decreto.

Art. 3°– Comuníquese, etc. –Luder. — Aráuz Castex. — Vottero. — Emery. — Ruckauf. — Cafiero. — Robledo.

El decreto es clarísimo. El gobierno ordena a los militares aniquilar a las organizaciones guerrilleras que se habían sublevado contra el orden constitucional. El terrorismo de estado se había institucionalizado. Mientras tanto, los grandes medios de comunicación taladraban con la idea del “vacío de poder” y la oposición, es decir Ricardo Balbín, no lograba ocultar su impotencia para enderezar un buque que se estrellaba inexorablemente contra un gigantesco iceberg.

1975 terminó con dos hechos tremendos. A fines de diciembre el ERP intentó copar el regimiento militar de Monte Chingolo. La intentona terminó en una masacre para los guerrilleros. Es probable que a partir de entonces la guerrilla haya perdido toda capacidad logística para imponer el socialismo nacional. Por su parte, un sector de la fuerza aérea se sublevó contra el gobierno de Isabel pero fracasó al no contar con el apoyo del resto de las fuerzas armadas. Todo parece indicar que los militares no decidieron apoyar a los golpistas porque el golpe estaba preparado para marzo de 1976 y no para fines de 1975.

En definitiva, Rodrigo no hizo más que blanquear el fracaso del plan económico de José Ber Gelbard mientras las balas imponían su lógica. Curiosamente-o no tanto-desde hace tiempo que el peronismo no muestra interés alguno en rememorar este feroz ajuste que significó el principio del fin del gobierno de Isabel Perón.

Un fiel reflejo de la grieta que no para de agobiarnos

Ayer, en el clásico programa de TN “A Dos Voces”, discutieron con vehemencia el economista liberal Roberto Cachanosky y el conocido dirigente industrial Ignacio de Mendiguren. Ambos enarbolan ideologías muy diferentes, casi antagónicas. Si la Argentina fuera un país normal, si la democracia como filosofía de vida estuviera consolidada, que dos ciudadanos que piensan diferente polemicen hubiera pasado inadvertido. Lamentablemente, Cachanosky y De Mendiguren no se trataron como adversarios sino como enemigos. No se trató de un fervoroso pero civilizado duelo de ideas sino un combate encarnizado donde los contendientes persiguieron destruir al otro. Si el filósofo político Carl Schmitt tuvo oportunidad de ver el duelo desde el más allá, seguramente se percató de que su concepción política de amigo-enemigo sigue plenamente vigente.

Cachanosky lanzó el primer golpe: “Yo entiendo el problema de la cuarentena pero hay gente que no puede no trabajar. Y al estado no le alcanza la plata ni para llegar a fin de mes. Tenemos 19 millones de pobres según el Indec, cuatro millones y medio de indigentes, dos millones doscientos mil desocupados, casi el 60% de los chicos de hasta 14 años viviendo debajo de la línea de la pobreza. Argentinas es un país que no invierte. Este es el escenario. No podés parar más la economía. Cerraron 90 mil comercios. La pifiaron grueso en el manejo de la cuarentena. No insistamos con la cuarentena. La gente va ir a trabajar porque necesita comer. Así como vamos, vamos mal”. El ex funcionario de Eduardo Duhalde en 2002 replicó: “Yo creo que Argentina tiene salida. Creo que estamos en el camino correcto con las medidas que se han tomado con las dificultades tremendas que hay”.

La polémica subió de tono cuando Cachanosky acusó a De Mendiguren de haber formado parte de un gobierno (el de Duhalde) que destrozó al país. “En el 2002 lo dejaron piedra sobre piedra. Estuviste en el gobierno e hiciste un destrozo”, sentenció. La reacción de su contrincante fue instantánea: “A la gente la confundís. Sanata y sanata. Dejaste 18 monedas circulando en la Argentina”. Cachanosky devolvió el golpe: “En la Argentina se persigue al que invierte y se rompió la cultura del trabajo y se pasó a la de la dádiva. Te matan con impuestos, no te dejan importar insumos. Viene Moyano y te pone el camión delante de la fábrica y te dice no laburás. Nadie va a invertir en Argentinas en estas condiciones”. Y remató: “Que la dirigencia política deje de usar la democracia como una competencia populista para ver a quién le saca para darle al otro”. De Mendiguren no se amilanó: “La plata no se la llevó la gente. Se la llevó Toto Caputo y todos los que sabemos que se la llevaron” (fuente: Infobae, 3/6/021).

Lo que pudo ser un interesante debate no fue otra cosa que una riña entre dos gallos que sólo se preocupaban por demostrar quién tenía razón. Tanto Cachanosky como De Mendiguren trataron de noquear al otro. Al término del “combate” seguramente ambos “gladiadores” no modificaron un ápice su modo de pensar. En lo que sí coincidieron fue que su presión arterial debe haberse elevado más de lo habitual.

Durante el “debate” Cachanosky acusó a De Mendiguren de haber formado parte del grupo devaluador que tumbó al gobierno de Fernando de la Rúa. Cabe recordar que a fines de 2001 se produjo una intensa puja entre los partidarios de la devaluación del peso y los partidarios de la dolarización de la economía. Pues bien, la pulseada fue ganada por los primeros. Tal es así que la primera medida del presidente Eduardo Duhalde fue pesificar la economía. Cachanosky incluso acusó a De Mendiguren de haber formado parte del grupo que derrocó a De la Rúa para terminar con la convertibilidad.

Lo real y concreto es que la convertibilidad feneció durante el gobierno de De la Rúa. Cuando el FMI decidió no prestarle a don Fernando una importante suma de dinero el modelo de Cavallo expiró. Ello sucedió en el segundo semestre de 2001 cuando era evidente que el gobierno de la Alianza se desmoronaba sin remedio. El “inolvidable” corralito fue la gota que rebalsó el vaso. Acorralado por una situación económica y social ingobernable, De la Rúa renunció el 20 de diciembre de aquel año mientras el centro porteño parecía una zona de guerra. Lo que hizo Duhalde luego de asumir el 1 de enero de 2002 fue, me parece, blanquear el fin de la convertibilidad. Luego de la devaluación retornó la inflación, el histórico flagelo que había dejado de atormentar a los argentinos entre 1991 y 1999.

¿Fue de la Rúa víctima de un golpe de estado? Cuando impuso el estado de sitio el 19 de diciembre a raíz de los saqueos que se habían producido durante la mañana, era evidente que el peronismo bonaerense no hacía más que echar leña al fuego. Al día siguiente, cuando De la Rúa ofreció a la oposición conformar un gobierno de coalición, el “no” del peronismo fue estruendoso. En ese momento el presidente se estaba cayendo y el peronismo le dio un empujón. Pero las causas del derrumbe de la Alianza deben buscarse en el interior del gobierno de coalición. Quizá la más importante fue la imposible convivencia entre el Frepaso (Alvarez) y el radicalismo tradicional (De la Rúa).

Tierra de confusión

“Tierra de confusión” se titula una de las legendarias canciones de Phil Collins. Hoy la Argentina es una tierra de confusión. También lo es de desprecio por la vida del hombre de la calle, de corrupción, de cinismo. Hoy la Argentina atraviesa quizá el momento más oscuro de su historia. Por primera vez quienes habitamos este inmenso territorio tenemos miedo a morir dentro de muy poco tiempo. La causa: un virus invisible que se mofa de la innata petulancia del ser humano. En estos tiempos dramáticos es fundamental que la clase política sepa actuar con dignidad y firmeza. Lamentablemente, el coronavirus ha puesto dramáticamente en evidencia la mediocracia que hoy reina en nuestro país.

En las últimas horas se produjeron unos hechos vinculados con la vacuna de Pfizer que rozan el delirio. Ayer, martes 1, Santiago Cornejo, director del fondo COVAX, reconoció públicamente que el gobierno argentino había rechazado vacunas del laboratorio Pfizer. La afirmación conmocionó al oficialismo, a la oposición y a la opinión pública. Esta mañana, la ministra Carla Vizzotti reprodujo en una conferencia de prensa un largo mail del mencionado Cornejo donde se desdice de lo expresado horas antes. Su contenido es el siguiente (fuente: Infobae, 2/6/021):

“Me comunico para aclarar mis comentarios que ahora están difundiendo los medios. El propósito de la reunión de ayer era describir el mecanismo COVAX y nuestra propuesta multilateral; por lo tanto cuando respondí a una pregunta sobre la Argentina lo hice rápidamente y no entre en detalle porque no era el propósito de la reunión. En mi respuesta utilicé la traducción de los términos en nuestro acuerdo legal con los países (que llamamos “Opt-in/Opt-out Windows”) y la traducción de este término se está interpretando tan solo como una cuestión de interés de parte del gobierno con la vacuna cuando no es así. Estamos subiendo un comunicado en nuestra página web aclarando que la Argentina tenía interés de recibir la vacuna de Pfizer a través del mecanismo COVAX pero como no acordó con los términos de indemnización y responsabilidad del fabricante no pudo continuar con la ventana de COVAX. Como el propósito de la reunión no era hablar sobre Argentina, no entré en el detalle de esta transacción, que bien sabés que son muy complejas. En mi presentación tampoco resalté el compromiso de la Argentina con COVAX y que la Argentina no solo ha cumplido con todos nuestros requisitos sino también que tu equipo trabaja conjuntamente con nosotros para ayudarnos a mejorar nuestra respuesta multilateral. En estos momentos de crisis necesitamos trabajar todos juntos y tenemos que estar más unidos que nunca. Justamente el mensaje de mi presentación y COVAX fue la necesidad de trabajar todos juntos porque es la única manera en la que vamos a derrotar esta pandemia. Fue una gran sorpresa la repercusión de mis dichos y no pude responder antes porque ocurrió en mi madrugada. Lamento el foco que se está haciendo de mis comentarios en un encuentro privado sobre el mecanismo COVAX y continuamos trabajando conjuntamente para que la Argentina y el mundo entero reciba vacunas de COVID”.

En la conferencia de prensa de esta mañana (2/6/021) la ministra reclamó que todas las fuerzas políticas “bajen la tensión y la obsesión que tienen con Pfizer”. Y agregó: “Argentina quiere comprar la vacuna de Pfizer y Pfizer quiere vender su vacuna a la Argentina y estamos trabajando en eso (…) Es absolutamente falso que Argentina haya rechazado una vacuna. No nos van a correr un centímetro de nuestro trabajo” (fuente: Infobae, 2/6/021).

La ministra afirmó con vehemencia que es una vil patraña afirmar que el gobierno nacional rechazó comprar la vacuna del laboratorio Pfizer. El problema es que a esta altura de los acontecimientos muy pocos le creen. ¿Se puede creer a una funcionaria que apoyó el tristemente célebre vacunatorio vip? Es absolutamente imposible. Para colmo ordenó que nadie se obsesione con este tema. Estimada Vizzotti: ¡cómo no obsesionarse con un tema en el que está en juego nada más y nada menos que nuestra vida! No se necesita ser un epidemiólogo de la talla de Eduardo López para que nos demos cuenta del pésimo manejo que ha tenido el gobierno en este delicadísimo asunto. Dentro de muy poco-este fin de semana-el número de fallecidos llegará a 80 mil. Es una cifra sencillamente escandalosa que demuestra lo expresado precedentemente. Increíblemente, el oficialismo permanece, o lo aparenta muy bien, inmutable.

En mayo de 1810 el pueblo reunido en las adyacencias del Cabildo exigió a quienes sesionaban dar a conocer qué decisiones se tomarían en ese crucial momento histórico. Hoy, 211 años después, el pueblo quiere saber por qué fracasaron las negociaciones del gobierno nacional con el laboratorio Pfizer. Tiene derecho a exigirle al gobierno nacional que diga la verdad y nada más que la verdad. Se han perdido muchas vidas y probablemente se pierdan muchas más. No es, pues, un asunto trivial. Ojalá que Alberto Fernández se acerque un poquito a Winston Churchill.

Un presidente que no está a la altura de los tiempos

El destino quiso que desde marzo del año pasado los argentinos estemos a merced de un virus altamente contagioso, de una letalidad importante y que amenaza con continuar “conviviendo” con nosotros durante un largo tiempo. Durante muchos meses la inmensa mayoría de los argentinos lo ignoró. Esa grosera manifestación de soberbia no fue gratuita. Los casi 80 mil fallecidos provocados por el Covid-19 lo ponen dramáticamente de manifiesto. Hoy reinan la angustia, la incertidumbre y la desolación. Por primera vez millones de argentinos son conscientes de que el contagio está a la vuelta de la esquina, de que en cualquier momento podemos comenzar a tener los síntomas propios del coronavirus. Hoy nadie está a salvo del virus.

Es en este momento dramático cuando el presidente de la nación debería ponerse al frente de la tragedia y brindar la imagen de una persona que, consciente de lo que está pasando, no se deja dominar por la ira, el miedo, la impotencia. En las últimas semanas Alberto Fernández ha perdido lo poco que le quedaba de su autoridad como presidente. Hoy, lamentablemente, su palabra vale tanto como el peso. Ello quedó de manifiesto la semana pasada al ser harto evidente la desobediencia civil que tuvo lugar en las grandes ciudades del país. El pueblo literalmente ignoró el DNU ordenando el confinamiento durante 9 días. Finalmente el primer mandatario adquirió plena conciencia de su debilidad política, de su incapacidad para lograr algo esencial: la obediencia espontánea de los ciudadanos.

La reacción del presidente fue, frente a semejante escenario, pavorosa. En los últimos días comenzó a actuar como aquel adolescente caprichoso que esconde la cabeza cuando le toca enfrentarse con un problema complicado o culpa a los demás de sus propios yerros. En una entrevista concedida a AM 990 criticó a la CABA y a las provincias que decidieron habilitar este lunes las clases presenciales en abierto desafío al decreto nacional que lo prohíbe expresamente. Fuera de sí, el presidente expresó: “Todo eso es jugar con fuego y lo que lamento es que el fuego va a quemar a la gente, a los argentinos y a las argentinas de esos lugares” (fuente: Infobae, 31/5/021).

Lo que hizo Alberto Fernández fue echar más leña al fuego, agitar más el fantasma de la muerte, atemorizar aún más a una sociedad cansada y aterida por el terror. ¿No se da cuenta el presidente del daño que causan esas palabras? ¿No se da cuenta de que el horno no está para bollos? Creo que sí se da cuenta de lo dañino que es ese mensaje. Entonces cabe preguntarse lo siguiente: ¿por qué actúa de esa manera? Me parece que la única explicación posible es la siguiente: desesperado por el inevitable derrumbe de su gobierno debido a su incapacidad para hacer frente a la pandemia, culpa de todas sus desgracias a los demás: la oposición, los medios opositores, los ciudadanos díscolos y ahora los gobernadores que no obedecen sus órdenes.

Sería bueno que Alberto Fernández, que posee formación académica, recordara el famoso discurso de Winston Churchill en el Parlamento británico el 13 de mayo de 1940. Ese día el gran primer ministro le anunció a su pueblo que debía prepararse para lo peor, que debía afrontar en los años venideros una situación límite (soportar los continuos bombardeos aéreos de los nazis). Lo que hizo Churchill fue asumir todas las responsabilidades, aceptar la conducción política en una situación límite. Don Winston supo estar a la altura de los tiempos. He aquí el mensaje a su atribulado pueblo:

“Debemos recordar que estamos en las fases preliminares de una de las grandes batallas de la historia, que nosotros estamos actuando en muchos puntos de Noruega y Holanda, que estamos preparados en el Mediterráneo, que la batalla aérea es continua y que muchos preparativos tienen que hacerse aquí y en el exterior. En esta crisis, espero que pueda perdonárseme si no me extiendo mucho al dirigirme a la Cámara hoy. Espero que cualquiera de mis amigos y colegas, o antiguos colegas, que están preocupados por la reconstrucción política, se harán cargo, y plenamente, de la falta total de ceremonial con la que ha sido necesario actuar. Yo diría a la Cámara, como dije a todos los que se han incorporado a este Gobierno: «No tengo nada más que ofrecer que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor».

Tenemos ante nosotros una prueba de la más penosa naturaleza. Tenemos ante nosotros muchos, muchos, largos meses de combate y sufrimiento. Me preguntáis: ¿Cuál es nuestra política?. Os lo diré: Hacer la guerra por mar, por tierra y por aire, con toda nuestra potencia y con toda la fuerza que Dios nos pueda dar; hacer la guerra contra una tiranía monstruosa, nunca superada en el oscuro y lamentable catálogo de crímenes humanos. Esta es nuestra política.

Me preguntáis; ¿Cuál es nuestra aspiración? Puedo responder con una palabra: Victoria, victoria a toda costa, victoria a pesar de todo el terror; victoria por largo y duro que pueda ser su camino; porque, sin victoria, no hay supervivencia. Tened esto por cierto; no habrá supervivencia para todo aquello que el Imperio Británico ha defendido, no habrá supervivencia para el estímulo y el impulso de todas las generaciones, para que la humanidad avance hacia su objetivo. Pero yo asumo mi tarea con ánimo y esperanza.

Estoy seguro de que no se tolerará que nuestra causa se malogre en medio de los hombres. En este tiempo me siento autorizado para reclamar la ayuda de todas las personas y decir: «Venid, pues, y vayamos juntos adelante con nuestras fuerzas unidas” (fuente: Historiasiglo20.org.-Historia de las Relaciones Internacionales durante el siglo XX-Textos).

Para aplaudir de pie.

Un ex presidente funcional al FdT

El gobierno nacional anda a los tumbos. Como se dice coloquialmente, no da pie con bola. La economía es un verdadero desastre. La inflación no da tregua. Ir al supermercado se ha convertido en una verdadera tortura psicológica. Por lo menos la mitad de la población está por debajo de la línea de la pobreza. Su alimentación es deficiente, al igual que su educación. Como sucedió en otras oportunidades hoy carecemos de moneda. Ahorrar es una misión imposible para la inmensa mayoría de los argentinos. También lo es encontrar trabajo. Millones de compatriotas dependen de los planes sociales otorgados por el gobierno. De no existir esa ayuda la pobreza crecería exponencialmente.

Para colmo el gobierno nacional se muestra impotente ante el avance incontenible del coronavirus. Las cifras de contagios y muertes son sencillamente aterradoras. En pocos días los muertos ascenderán a 80.000. Los hospitales y sanatorios están desbordados. Quien hoy llega a sufrir una urgencia delicada-una peritonitis aguda, por ejemplo-corre serio riesgo de no encontrar cama. El personal que está en la primera línea de combate-la terapia intensiva-no da más. Ante semejante panorama el gobierno sólo atina a intentar volver a marzo y abril de 2020. El reciente confinamiento ordenado por el presidente fracasó estruendosamente. La gente, agobiada por la situación económica, decidió no hacerle caso.

El presidente ha perdido gran parte de su autoridad. Sus DNU son letra muerta. Nadie los tiene en cuenta. A pesar de ello aún conserva ciertas chances de ganar en las elecciones de septiembre y noviembre. La victoria está al alcance de la mano más que por méritos propios, por incapacidad de la oposición. Sus principales referentes actúan como si fueran periodistas contratados por LaNación+. Parecen no tener en cuenta que la sociedad espera mucho más de ellos. Espera, nada más y nada menos, que actúen como opositores responsables y no como comentaristas televisivos.

El gobierno nacional aplaude en la intimidad cada vez que Carrió, Bullrich, Mario Negri y compañía aparecen en televisión para descerrajar munición gruesa contra Alberto y sus políticas. La incompetencia política de los nombrados es impresionante. A veces da la impresión de que lo hacen a propósito. Pero quien se lleva las palmas no es otro que el ex presidente Mauricio Macri. Si hay algo que necesita el FdT en estas horas aciagas es que Macri salga en televisión para criticar al oficialismo. El ex presidente le dio el gusto el pasado sábado al cenar a solar con la señora Juana Viale, nieta de la legendaria Mirtha Legrand. Sin esbozar la más mínima autocrítica en un momento dado dijo que cuando se sentía apesadumbrado se recluía en Olivos a partir de las 20 horas para ver Netflix.

Quienes lo vieron en vivo y en directo, y quienes leyeron ese mensaje al día siguiente en los diarios seguramente se sintieron indignados. Con esas palabras el ex presidente les recordó a millones de argentinos lo desastroso que fue su gobierno, lo petulante y soberbio que es, el daño que le hizo a la inmensa mayoría del pueblo. Macri le ofreció en bandeja al gobierno el recuerdo de su incapacidad como presidente, de su cinismo y de su frialdad como ser humano. Evidentemente Macri todavía no se ha percatado de que el recuerdo de su paso por la Rosada está fresco en la memoria del pueblo. Tan arrogante es que supone que la sociedad lo ha perdonado, que si la gente compara su gobierno con el de Alberto Fernández sale beneficiado.

Mauricio Macri es uno de los políticos con más alta imagen negativa. La otra es Cristina Kirchner. En las últimas horas se subió al podio el propio Alberto Fernández. Si de verdad pretende que JpC retorne al poder en 2023 debería a partir de ahora llamarse a silencio porque cada vez que abre la boca son puntos a favor del FdT. Debería darse cuenta de una vez por todas que apariciones públicas como la del pasado sábado terminan siendo funcionales al kirchnerismo.

A propósito de los dichos del señor Kruse

Propongo que se tenga por auto designado al señor Kruse como el paladín mayor o el Lancelot oficial de la reina, pero no sin antes aclarar algunos puntos.

Primero: después de vivir una larga existencia he llegado a la conclusión que el odio solo sirve para destruir a quienes están poseídos por esta malsana pasión. Creo que “el amor es más fuerte”, como solía repetir nuestro querido y recordado Papa Wojtyla.

Segundo: también creo que tampoco es bueno el fanatismo porque sólo sirve para agrandar a los mediocres o enanos y convertir a estos seres en déspotas y tiranos. La historia no puede mentirnos después de la existencia de Hitler, Stalin o Mao.

El problema del fanático es que su estructura psíquica adolece de la incapacidad de evaluar correctamente la realidad, agregada a la tendencia de tener siempre una idea única y predominante ante la dificultad de poder elegir, evaluar y optar por otros juicios y conceptos. El pensamiento único, la doctrina única o el partido único es producto del fanatismo y propiedad exclusiva de los totalitarismos.

Considero su apología de nuestra presidenta como incompleta, parcial, poco profunda, y además apresurada porque Cristina, antes de entrar en la historia, tendrá que ser evaluada al final de su período presidencial o carrera política. Aún es prematuro para apreciar la validez y eficacia de su famoso “modelo”, modelo que aún no tiene una forma explícita, por ahora sólo estás claro el concepto de “inclusión social” que consiste esencialmente en “sacarles a los que están bien y regular, para darles a los que están mal”.

Este objetivo visto desde el ángulo político no sería condenable, pero analizado con la óptica socio-.económica comienza a hacer agua. Porque como paliativo, coyuntural o provisorio puede servir, pero sería un gran error convertirlo en un principio o solución permanente. Porque el hombre se siente verdaderamente libre y útil cuando puede integrarse a la fuerza laboral, con el orgullo de mantener a su familia con su propio esfuerzo y no con dádivas o limosnas. ¿Alguien puede ser acusado de odiar a CFK si le aconseja que debe crear fuentes de trabajo y no crear nuevos subsidios?

Otra cosa que es necesario aclarar en nombre de muchos argentinos:

-No estamos dominados por la ira

-No estamos desesperados

-No tenemos odios furiosamente intensos

-Ni nos sentimos impotentes

Reconozco todo el derecho de elogiar y defender a la señora presidenta, pero no puede pretender que todos sintamos igual. A mí, por ejemplo, como ser humano CFK no me resulta agradable, no comparto muchos de sus dichos y actitudes, pero en su condición de funcionaria de la mayor jerarquía del estado argentino le debo todo mi respeto en tanto y en cuanto gobierne en sintonía con nuestra constitución.

Acepto democráticamente también la legitimidad de su mandato y respeto, asimismo el veredicto de las urnas, por más que éste no siempre coincide con el veredicto de la población total que en este caso sobrepasa el 50% cuando se suman los que no han votado, el de la oposición, más los votos en blanco.

Aceptar y respetar, señor Kruse, no es lo mismo que apoyar y compartir todo lo que diga o haga Cristina con el fanatismo de un hincha futbolero, sino contemplar el poder de turno con un espíritu crítico, pero sereno, justo y constructivo.

Como un consejo o sugerencia final y con la autoridad que me otorga el hecho de haber vivido todos los procesos ocurridos hasta hoy en mi patria desde la revolución de Uriburu en 1930: la psique colectiva de nuestro pueblo es manifiestamente ciclotímica y la opinión públicas se ha movido siempre pendularmente, entre dos extremos, la alegría y euforia en uno, y la depresión y el desaliento por el otro. A lo largo de nuestra historia muchas veces los fanáticos, luego de un movimiento pendular, de improviso se vieron descolocados al caer o desaparecer el objeto de su veneración. Pero, a no compadecerlos tanto: la estructura mental de la idea única o del líder único pronto será reemplazada según sople el viento.

Todavía recuerdo casos casi cómicos de furibundos militantes peronistas que hasta septiembre de 1955 “daban la vida por Perón” y a los pocos días, actuaban como energúmenos gorilas de la primera hora. Por eso señor Kruse, no dudo que usted llegará a comprender a ese sabio árabe sentado en el umbral de su casa. Simplemente esperaba, sin odios ni simpatías, confiando más en el tiempo que en los hombres.

Guillermo Luis Illuminati

Córdoba, 24/nov./2011.

-Carta de lectores publicada en El Informador Público el 28/11/011.

A diez años de una confiscación

Hace diez años el país ardía. Un desesperado Fernando de la Rúa autorizó en esta época de aquel tristísimo 2001 al ministro de Economía a imponer el “corralito”, una palabra cargada de ternura cuyo objetivo no fue más que encubrir la decisión del desfalleciente gobierno de la Alianza de confiscar el dinero depositado en los bancos de millones de pequeños ahorristas. Había que salvar a los bancos, exclamó Domingo Cavallo, aunque ello significara la quiebra económica y moral de muchos jubilados que habían apostado a sus depósitos para vivir con dignidad la etapa final de sus vidas.

El “corralito” tuvo consecuencias devastadoras. Los bancos se transformaron en fortalezas inexpugnables para proteger a los empleados bancarios, principales víctimas de la furia de los ahorristas. A pesar del calor agobiante la city bancaria de las ciudades del país se transformaron en campos de batalla. El ruido de las cacerolas se hizo ensordecedor, al igual que los gritos desaforados de los damnificados. Los rostros desencajados de muchos abuelos configuraron un espectáculo dantesco. a partir de diciembre de 2001 y durante muchos meses la Argentina se contoneó al compás de las cacerolas, utensilio doméstico que pasó a la historia como el símbolo de la hecatombe que provocó la convertibilidad.

El “corralito2 desencadenó además una gravísima crisis institucional. Entre la renuncia de De la Rúa el 20 de diciembre y la asunción de Eduardo Duhalde el 1 de enero de 2002, la Argentina tuvo cinco presidentes. Luego de la renuncia de Adolfo de Rodríguez Saá el país estuvo al borde de la anarquía durante varias horas hasta que el entonces presidente de la cámara de Diputados, Camaño, accedió a ser presidente con el único objetivo de convocar a una nueva Asamblea Legislativa para nombrar a un presidente capaz de terminar el mandato de De la Rúa.

¿Cómo se llegó al “corralito” y a los cinco presidentes? La Alianza fue creada en 1997 por los principales dirigentes del radicalismo y el Frepaso para terminar de una vez por todas con Carlos Menem. Aprovechando el hartazgo que la figura del riojano había comenzado a provocar en vastos sectores del pueblo, el ex presidente Raúl Alfonsín, el ex candidato a vicepresidente Carlos Chacho Alvarez, el ex ministro Rodolfo Terragno, el jefe de gobierno de la CABA Fernando de la Rúa, la ascendente Graciela Fernández Meijide y otros dirigentes de fuste, presentaron en sociedad a la flamante coalición cuando faltaba poco para las elecciones parciales de octubre. Fernández Meijide obtuvo un resonante triunfo en la provincia de Buenos Aires y la Alianza logró lo que parecía imposible: demostrar que Carlos Menem no era imbatible en las urnas.

La derrota impidió a Carlos Menem obtener lo que tanto lo obsesionaba: la re-reelección presidencial. En consecuencia, dedicó los dos últimos años de su segunda presidencia a impedir por todos los medios posibles que su enemigo íntimo, Eduardo Duhalde, lo sucediera en la Casa Rosada. La figura del caudillo bonaerense, resistida por millones de argentinos, y la promesa de la Alianza de no tocar la convertibilidad, permitieron al binomio De la rúa-Alvarez ganar las elecciones presidenciales en 1999.

El panorama que se le presentaba a De la Rúa era harto complicado: la recesión económica amenazaba con quedarse por un largo tiempo, el peronismo estaba obligado otra vez a ser oposición, la mayoría de los gobernadores eran de ese partido, en la corte Suprema continuaba desplegando su poder la “mayoría automática”, la CGT estaba al acecho y el poder financiero internacional dudaba de la capacidad de De la Rúa para “domesticar” al peronismo.

Pero había un factor que en ese momento no fue tenido en cuenta y que pulverizó a la Alianza: el matrimonio por conveniencia celebrado entre el presidente y el vicepresidente. Sus diferencias ideológicas y personales eran abismales. Al principio no se notaron, pero cuando estalló el escándalo por las supuestas coimas que el oficialismo habría pagado a senadores nacionales del justicialismo para la aprobación de la Ley de reforma laboral, la relación entre las principales autoridades políticas del país se derrumbó como un castillo de naipes.

De la Rúa jamás apoyó a Alvarez en su cruzada contra los privilegios de los senadores nacionales. Su decisión de confirmar a los funcionarios cuestionados por el vicepresidente no hizo más que confirmar las sospechas de Alvarez: De la Rúa lo había dejado solo. El 6 de octubre de 2000 presentó su renuncia al cargo de vicepresidente de la nación y a partir de entonces lo que el 48% del electorado había votado fue reemplazado por una nueva coalición volcada a la derecha del espectro ideológico. En marzo de 2001, luego del bochornoso y efímero paso por el ministerio de Economía de López Murphy, De la Rúa se jugó su última carta para salvar a su gobierno: nombró en ese apetecido cargo a Domingo Felipe Cavallo.

Cavallo intentó por todos los medios a su alcance evitar el derrumbe de un gobierno que hacía agua por todos lados. Se transformó en una suerte de primer ministro en las sombras. Su gestión fracasó por completo. Desesperado por recuperar la confianza del poder financiero internacional no tuvo mejor idea que recortar en un 13% los sueldos de los empleados públicos y las jubilaciones y pensiones. En octubre el peronismo triunfó ampliamente en las elecciones parciales y De la Rúa entró en un cono de sombras. A esa altura la fuga de divisas era pavorosa y el gobierno temió la caída de muchos bancos. Colocados ante un callejón sin salida De la Rúa y Cavallo decidieron que la única salida era imponer el “corralito”.

Los ahorristas se desesperaron. Sólo podían extraer unos pocos pesos o dólares por semana. Las largas filas que comenzaron a formarse delante de los cajeros automáticos simbolizan perfectamente el estado de ánimo del pueblo en aquel terrible final de la alianza. La olla a presión explotó el 19 y 20 de diciembre. Los saqueos organizados que asolaron a los pequeños y grandes mercados del conurbano bonaerense hicieron recordar a los argentinos lo que había acontecido en las postrimerías del gobierno de Raúl Alfonsín. Acorralado y superado por la situación, De la Rúa decretó el estado de sitio. No hizo más que echar leña al fuego. Por la noche las principales ciudades del país se cubrieron de encolerizados ahorristas clamando por sus ahorros. El presidente quiso descomprimir la situación echando a Cavallo. Pero la ira popular era incontrolable. Al día siguiente el centro de Buenos Aires se transformó en Beirut. Carros hidrantes, una caballería descontrolada, fuerzas de choque atacando a los uniformados, caos, desolación y, lamentablemente, muertes. Ese día unos treinta argentinos perdieron trágicamente la vida. Mientras tanto, De la Rúa invitó al peronismo a constituir un gobierno de unidad nacional. Al atardecer el presidente tomó un helicóptero que lo aguardaba en la terraza de la Casa Rosada y abandonó el poder. Previamente había renunciado.

En estos días se cumplen diez años del comienzo de la peor crisis institucional de la Argentina contemporánea. Una crisis que sumió al país en la pobreza, el descreimiento y la fragmentación social y política. Una crisis que pudo provocar una guerra civil. Hace poco tiempo, quien por entonces era diputado nacional peronista por la provincia de Santa Fe, enrolado en el reutemismo, me confesó que luego de la renuncia de Rodríguez Saá temió por la paz social. La ceguera política de un presidente que fue incapaz de apoyar a su vicepresidente cuando más lo necesitaba, transformó a la Argentina en un volcán en erupción. Algún día se sabrá por qué De la Rúa privilegió sus vínculos con el Senado Nacional. Algún día se sabrá por qué Alvarez aceptó ser parte del binomio presidencial con un político situado en las antípodas de su ideología.

La Alianza fue el fracaso político más estruendoso con posterioridad al retorno democrático. El “corralito” fue la frutilla del postre. Antes hubo dos años de desgobierno, incapacidad para tomar decisiones, dudas, temores; de todo lo que no debe hacer un presidente, en suma. La Alianza sepultó las ilusiones de millones de argentinos que la votaron y hundió al radicalismo enana fosa muy profunda. Puso al país al borde de una tragedia reconsecuencias apocalípticas y los efectos de sus decisiones aún se sienten.

En estos días se cumple el décimo aniversario del “corralito”. Momento propicio para hacer memoria, para rememorar aquellas dramáticas jornadas donde la vida de millones de damnificados por la confiscación encubierta estuvo en juego, para meditar acerca de lo que nos pasó a fines de 2001 y de lo que nos pasa ahora, diez años después. Ahora, qué duda cabe, estamos mucho mejor, a pesar de todos los problemas irresueltos, de todas las broncas acumuladas, de los de algunos de que diciembre de 2011 sea parecido a diciembre de 2001.

-Carta de lectores publicada en el Informador Público el 28/11/011.

Como una bendición de Dios

En ejercicio del derecho a réplica

Los señores José Luis Milia y Guillermo Luis Illuminati han tenido la deferencia de replicar mi carta de lectores “La hipocresía de no soportar a Cristina”. Ahora seré yo quien tendrá la deferencia de replicar sus cartas.

La idea central de ambas cartas es que hago apología de la presidenta de todos los argentinos y que no puedo pretender que todos piensen como yo. Nada más alejado de la verdad. En ningún momento hice apología de Cristina y muy lejos de mí pretender que el resto de los argentinos se adecue a mi manera de evaluar la gestión de la viuda del ex presidente Kirchner.

«Para el Gobierno cuantos más pobres tienen es más negocio. El negocio de ustedes es tener muchos pobres y ser los que reparten. Un pueblo pobre e inculto es parte del negocio del populismo», afirmó el economista Roberto Cachanosky

«Yo creo que Argentina tiene salida. Creo que estamos en el camino correcto con las medidas que se han tomado con las dificultades tremendas que hay», planteó De Mendiguren.

Como todo ejercicio del poder, el de Cristina presenta luces y sombras. Desde que asumió el 10 de diciembre de 2007 la presidenta ha tenido grandes éxitos y ha cometido gruesos errores. Entre los logros más destacados cabe mencionar, a mi entender, el cambio de estrategia en el manejo de la política exterior, el corte del cordón umbilical que mantenía a la Argentina unida al FMI, la Asignación Universal por hijo y, fundamentalmente, la Ley de Medios audiovisuales. Gracias a esta norma Cristina hizo posible nada más y nada menos que la democratización del discurso. Durante años el pueblo leyó un único discurso: el del monopolio mediático. Ahora, los argentinos estamos en condiciones de leer y evaluar varios discursos. Nadie posee la verdad absoluta, mucho menos el diario de mayor tirada nacional. Los resultados del 23 de octubre demostraron que el matutino creado por Noble fracasó en su intento por hacer creer al pueblo que su destino está en manos de una siniestra camarilla, carente por completo de escrúpulos a la hora de gobernar.

La presidencia de Cristina también adoleció de graves fallas. Quizás la más grave fue su manejo de la crisis desatada a raíz de la resolución 125. Su obsesión por no demostrar debilidad frente al desafío del poder agropecuario la llevó a elevar permanentemente la apuesta, creando un clima de crispación poco propicio para una convivencia en democracia. Otra falencia ha sido su negación del problema inflacionario. Afortunadamente, en su discurso en la Unión Industrial Argentina hizo mención por primera vez de la palabra prohibida. El reconocer su existencia es el primer paso del proceso que conduce a su resolución. Por último, cabe mencionar la excesiva concentración de la toma de decisiones. La denominada “mesa chica” parece circunscribirse a la propia Cristina y su hijo máximo. Resulta por demás evidente que los funcionarios del gobierno carecen de vuelo propio. Como Cristina es la única dueña del 54% de los votos de octubre, les hace sentir a todos los que la rodean que están donde están porque ella así lo dispone.

Sin embargo, sigo convencido deque Cristina es la mejor presidente que tuvimos desde el retorno del país a la democracia. Para corroborar esta afirmación, nada mejor que comparar su presidencia con el doble período presidencial de Carlos Menen, el gran ídolo de los colaboradores y autores de las cartas de lectores de “El Informador Público”.

A mi entender, Carlos Menem fue uno de los presidentes más nefastos que tuvimos desde que Justo José de Urquiza se sentó en el sillón de Rivadavia. Fue un experto en el arte de manipular, engañar, mentir, a la opinión pública. Durante la campaña electoral de 1989 afirmó hasta el hartazgo que su presidencia se basaría en el salariazo y la revolución productiva. Apenas asumió en julio de 1989 tejió una alianza con la Unión del Centro Democrático y le entregó el ministerio de Economía al Grupo Bunge y Born. Años después reconoció que si en los momentos previos a las elecciones presidenciales de aquel año hubiera confesado sus reales intenciones, hubiera perdido. Reconoció que había mentido para acceder al poder presidencial. Pero la “amistad” con el capitán ingeniero Alvaro Alsogaray-esa alianza significó una puñalada por la espalda para todos los militantes y simpatizantes de la Ucedé- y la alianza con el poder económico concentrado fueron apenas el aperitivo. Durante el segundo semestre de aquel fatídico 1989 tomó trascendentes decisiones que marcarían a fuego a los argentinos por años. En absoluta sintonía con el Consenso de Washington aplicó sin remordimiento alguno un proceso de privatizaciones de todo lo que oliera a estatal que arrasó con todos nosotros. Además de significar un fabuloso negociado, la, privatización de las empresas estatales dejó a la intemperie a miles y miles de trabajadores, con lo cual abrió las puertas para que ingrese la tragedia del desempleo. Al mismo tiempo, amplió el número de los miembros de la Corte Suprema para que la flamante mayoría automática apoyara judicialmente el saqueo de la nación. Pero faltaba la frutilla del postre. A comienzos de 1991 el ministerio de Economía quedó en manos de Domingo Felipe Cavallo, un mesiánico economista que ideó la convertibilidad para combatir la inflación. Durante años los argentinos creímos que el peso valía lo mismo que el dólar. Una ilusión que estalló por los aires en diciembre de 2001.

Hábil e intuitivo, Menem farandulizó el poder. Amante de las bellas mujeres del espectáculo y de los autos de carrera, estaba obsesionado por brindar la imagen del argentino canchero y ganador. Mientras tanto, los poderes económicos concentrados nacional y extranjero se movieron a su antojo cosechando pingües ganancias. El menemismo fue in gigantesco negociado hábilmente conducido por el propio presidente. El libro de Horacio Verbitsky “Robo para la corona” refleja a la perfección la naturaleza de un gobierno que ejerció el poder para una élite.

Durante los largos e insoportables diez años y medio de menemismo, la violencia dejó sus huellas. En marzo de 1992 se produjo la voladura de la Embajada de Israel. Dos años más tarde, la de la Amia. En marzo de 1995 Menem junior falleció en extrañas circunstancias en las cercanías de San Nicolás. Y unos meses más tarde desapareció Río Tercero en la provincia de Córdoba. Finalmente, en enero de 1997 el fotógrafo de la revista “Noticias” José Luis Cabezas fue alevosamente asesinado y su cadáver calcinado y esposado fue dejado a metros de la residencia veraniega de Eduardo Duhalde, por entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires.

El menemismo fue una plaga que succionó los recursos materiales y espirituales de los argentinos. Destruyó nuestra autoestima y legitimó el ejercicio mafioso del poder. Dejamos de ser ciudadanos paras pasar a ser clientes de las empresas privadas que se adueñaron de la energía, el agua y la electricidad. Se adueñaron hasta del petróleo. La Argentina se transformó en un gran mercado persa donde hasta los valores morales se cotizaban. Todo, absolutamente todo, se privatizó, en nombre de la economía de mercado y, lo que es peor, del liberalismo, esa noble filosofía que fue bastardeada por los economistas “liberales”, tanto de aquí como de allá (EEUU).

Primero Néstor y después Cristina tuvieron como objetivo medular desmenemizar al país. Expresado en otros términos: sustituir el paradigma neoliberal por un paradigma socialista, democrático y progresista. Se propusieron reemplazar el fundamentalismo de mercado por la sensata, racional e imprescindible presencia del Estado en la economía, la farandulización de la política por un ejercicio del poder respetuoso de los ciudadanos, las humillantes relaciones carnales por el afianzamiento de los vínculos con nuestros hermanos latinoamericanos-si desconocer la importancia de la relación con EEUU-, la tristemente célebre mayoría automática por una corte Suprema integrada por jueces dignos y probos; el dominio de la economía sobre la política por el dominio de la política sobre la economía, en suma.

El kirchnerismo es la reacción contra el menemismo. En los noventas, gobernaban las corporaciones. Hoy, gobierna Cristina. En los noventa, el presidente era un empleado del poder económico concentrado. Hoy, la presidenta impone las reglas de juego. En los noventa, los jóvenes habían perdido el interés por la militancia política. Hoy, ese fuego sagrado hace latir con fuerza los corazones de millones de jóvenes. En los noventa, la Casa Rosada era una sucursal de la Casa Blanca. Hoy, está más vigente que nunca el sagrado principio de la autodeterminación de los pueblos.

Nací en octubre de 1956. Comencé a interesarme por la política en 1972. En aquel entonces tenía 15 años. Han pasado cuarenta años y afirmo con vehemencia y convencimiento que nunca los argentinos hemos vivido un período de tanta plenitud democrática como el que estamos viviendo bajo la presidencia de Cristina. Desde aquel lejanísimo 1972 a la fecha padecimos dictadura s militares, gobiernos democráticos que apañaron la violencia, desapariciones forzadas de personas, hiperinflación, hiperdesocupación, corrupción, atentados terroristas nacionales e internacionales, saqueos a supermercados; hasta una guerra perdida. Frente a ese desolador pasado inmediato y mediato, el período que inauguró Néstor Kirchner en 2003 y que Cristina consolida a diario se me presenta, pese a todos los errores que cabe endilgarles (algunos de ellos extremadamente graves), como una bendición de Dios.

(*) Carta de lectores publicada en El Informador Público el 5/12/011

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