Por Hernán Andrés Kruse.-

En septiembre y noviembre hay que ganar, cueste lo que cueste

El gobierno se juega su futuro en las elecciones legislativas que se avecinan. Aun ganando por estrecho margen se verá en serios problemas para llegar a 2023 con alguna posibilidad de reelección. Es fácil imaginar lo que sucedería si llegara a perder. En consecuencia, al gobierno sólo le queda una opción: ganar con contundencia. Aunque no repita los guarismos de 2019 lo fundamental es que le saque a la oposición una buena ventaja (diez puntos, por ejemplo).

El gobierno arrancó su gestión el año pasado con el pie derecho. La cuarentena que impuso en marzo fue exitosa durante un buen tiempo. Fue el mejor momento político del presidente de la nación. Tal era el consenso brindado por la sociedad que la imagen positiva de Alberto Fernández rondaba el 80%. Ello explica que nadie osara criticar algunas medidas polémicas, como el cierre de las escuelas. Los expertos afirmaban que la presencialidad era una importante fuente de contagio, era una invitación para que el coronavirus hiciera de las suyas. Sin embargo, los expertos nada dijeron cuando tuvo lugar la majestuosa despedida de Diego Maradona. Ese 26 de noviembre miles y miles de personas se apiñaron en el centro porteño para darle el último adiós al astro del fútbol. También guardaron silencio cuando se produjeron las masivas movilizaciones en torno a la cuestión de la legalización del aborto. ¿Por qué las escuelas facilitan la propagación del virus y no las exequias de Maradona? Seguramente millones de argentinos se formularon esta pregunta sin encontrar de parte de las autoridades sanitarias una respuesta convincente.

Durante este verano el virus amainó y la población se relajó. Seguramente muchos creyeron que la pesadilla había terminado. En marzo el coronavirus nos recordó que no tenía decidido abandonarnos. A partir de ese mes el número de contagios y muertos comenzó a crecer de manera exponencial. A raíz de ello el gobierno prohibió nuevamente la presencialidad escolar. Fue entonces cuando se produjo la rebelión de Rodríguez Larreta, quien se negó a obedecer las directivas del gobierno nacional. Finalmente, la Corte Suprema laudó en su favor provocando una agria disputa con el oficialismo. Fue llamativa la actitud del ministro Nicolás Trotta, quien al principio afirmó estar a favor de la presencialidad para luego afirmar lo contrario.

Mientras tanto, el número de contagios y fallecidos no paraba de crecer. Pero hace una semana, aproximadamente, la curva de contagios comenzó a decrecer. Envalentonado, el gobierno nacional se mostró en las últimas horas dispuesto a flexibilizar aún más las restricciones. Lo que llamó poderosamente la atención fue la decisión de Kicillof de permitir la presencialidad escolar a partir del miércoles próximo. Justo el gobernador que había enarbolado la bandera de la no presencialidad durante más de un año, de un día para el otro flexibilizó su postura. Lo más llamativo es que hizo pública tal decisión cuando en las últimas 24 horas se habían producido cerca de 700 muertes. ¿Por qué mantuvo una postura tan intransigente durante tanto tiempo cuando no se produjeron tantas muertes y ahora, cuando el número de fallecidos supera los 84 mil, apuesta por la presencialidad?

La única respuesta proviene del calendario electoral. Seguramente el gobierno leyó encuestas que le recomendaban apostar por la presencialidad. Rápido de reflejos el oficialismo modificó radicalmente su estrategia. La posibilidad cierta de una derrota lo obligó a enarbolar la bandera de la presencia de los alumnos en las escuelas. El problema es que estamos en el peor momento de la pandemia pero para el gobierno es más importante ganar las elecciones. El kirchnerismo acaba de dar otra demostración de “realpolitik”. Porque, tal como lo cantan las barras del fútbol, en septiembre y noviembre hay que ganar, cueste lo que cueste. Hay que ganar aun a costa de mentirle al pueblo en un asunto tan delicado como la salud.

Un presidente impredecible

Alberto Fernández ha demostrado ser un presidente impredecible. Un día afirma “negro” y al siguiente “blanco”. En ambos casos lo hace con igual determinación, firmeza, confianza. Además, sabe muy bien adecuarse a las circunstancias. Por ejemplo, cuando dialogó con Putin no dudó en despotricar contra el capitalismo. Sin embargo, cuando visitó hace poco Europa se cuidó muy bien de criticar a dicho sistema económico cuando estuvo frente a algunos de los más importantes presidentes del viejo continente.

Alberto Fernández está haciendo todo lo que está a su alcance para cerrar de una vez por todas los benditos acuerdos con el FMI y pagar lo que se le debe al Club de París. Al mismo tiempo, se dio el lujo de criticar a Israel durante el reciente conflicto armado con Hamas y no apoyó la condena al régimen de Maduro. Por un lado, se muestra como un presidente que acepta las reglas de juego del sistema financiero transnacional. Por el otro, no hace más que acercarse cada vez más a la zona de influencia de aquellas potencias que han decidido disputarle el liderazgo planetario a la república imperial.

En las últimas horas recibió la visita del presidente de España, el socialista Pedro Sánchez. De repente, sin previo aviso, Alberto Fernández dijo que los mexicanos descendían de los indios, los brasileños venían de la selva y los argentinos venían de los barcos provenientes de Europa. Cuesta creer que un político tan experimentado como el presidente de la nación se haya expresado de esta manera delante de uno de los mandatarios europeos que más lo apoya en la dura negociación con el FMI. ¿Qué sentido tiene hablar de forma tan despectiva de un país como México, cuyo presidente, AMLO, es un ferviente defensor de Alberto Fernández? ¿Para qué mojarle la oreja a Jair Bolsonaro, quien preside el país más importante de Sudamérica y cuya economía ocupa un lugar de privilegio entre las más importantes de la tierra?

Al día siguiente el presidente se disculpó. Pero ya era tarde. El papelón se había consumado. Quizá sirva de consuelo el papelón de AMLO cuando no pronunció como correspondía el nombre de la vicepresidente de EEUU al recibirla en la casa de gobierno. Lo real y concreto es que el presidente licua día a día su prestigio y su autoridad, en un momento extremadamente delicado. ¿No es consciente Alberto Fernández de ello? ¿No se da cuenta de que hoy más que nunca el pueblo necesita contar con un presidente firme y decidido? Nadie pretende que sea como Winston Churchill, pero sí que no derrape de manera tan marcada.

“Casualmente” este jueves el gobierno de Biden emitió un comunicado en el que informa de manera oficial que Estados Unidos donará 500 millones de vacunas de Pfizer a 92 países de ingresos bajos y medios y a la Unión Africana a través de la iniciativa Covax. Una excelente noticia para esos países pero no para la Argentina, excluida de la lista. De esa forma nuestro país sigue alejándose de la órbita de influencia de los países occidentales. A esta altura no cabe ninguna duda de que la política exterior es propiedad del Instituto Patria, que decidió privilegiar los vínculos con la Rusia de Putin y la China de Xi Jinping.

El antiperonismo jacobino en acción

El 16 de septiembre de 1955 las fuerzas armadas derrocaron a Perón. El 23, una multitud se reunió en Plaza de Mayo para vivar al teniente general Eduardo Lonardi, el militar que había sido designado por los militares para ejercer el rol de presidente. La presencia de miles de argentinos aquel día demuestra que el derrocamiento de Perón contó con un amplio apoyo civil. El flamante presidente de facto era un católico nacionalista que inmediatamente hizo flamea la bandera de la conciliación. “Ni vencedores ni vencidos” arengó apenas se sentó en el sillón de Rivadavia.

Los gestos pacificadores de Lonardi no fueron tolerados por el duro antiperonismo castrense. Días más tarde un golpe palaciego destituyó a Lonardi, quien fue reemplazado por Pedro Eugenio Aramburu. A partir de entonces se puso en marcha el plan tendiente a desperonizar a la Argentina. El flamante presidente y fundamentalmente el vice, almirante Isaac Francisco Rojas, tenían en mente barrer con el peronismo. Por eso el partido peronista fue proscripto, la CGT intervenida y se prohibió la mención de Perón y Evita, entre otras medidas jacobinas. La constitución de 1949 fue barrida y se reinstauró la histórica constitución de 1853. La revolución libertadora fue el nombre que se le dio al derrocamiento de Perón. Para sus miles de seguidores no se trató de un golpe de estado sino del derecho del pueblo a resistir a la opresión. Para los peronistas, en cambio, significó una canallada imposible de perdonar.

El 9 de junio de 1956 un grupo de militares y civiles se sublevó contra el gobierno de facto. Su conductor era el general Valle. Aramburu y Rojas rápidamente lograron desarticular la rebelión y quienes participaron en el intento de golpe fueron fusilados. El general Valle, quien había logrado zafar de la ejecución, se entregó días más tarde y también fue pasado por las armas. La pregunta que cabe formular es la siguiente: ¿era necesario actuar de esa manera? Es probable que al enterarse de la sublevación, Aramburu y Rojas hayan coincidido en la imperiosa necesidad de aplastar este primer foco de rebelión porque en caso contrario más adelante se producirían nuevas rebeliones. Es también probable que el miedo los haya convencido de aplicar el más drástico jacobinismo.

Era evidente que no podían darse el lujo de permitir una rebelión cívico-militar a pocos meses del derrocamiento de Perón. Por eso no anduvieron con vueltas. Siempre comparé este luctuoso hecho con la decisión de Moreno y Castelli de fusilar a Liniers y quienes lo acompañaron en su intento de rebelión contra la junta poco tiempo después de la revolución. Siempre consideré que había una continuidad histórica entre la dupla Moreno-Castelli y Aramburu-Rojas. Al margen de ello, lo real y concreto es que Aramburu y Rojas aplastaron sin piedad a los rebeldes. A partir de entonces el antiperonismo jacobino impuso las reglas de juego. Arturo Frondizi quiso romperlas y fue desalojado del poder en marzo de 1962. Arturo Illia fue considerado demasiado blando y fue desalojado del poder el 28 de junio de 1966. Al final, el último presidente de facto de la Revolución Argentina, Alejandro Agustín Lanusse, reconoció el fracaso del antiperonismo jacobino y convocó a elecciones para marzo de 1973.

A 65 años de aquel dramático episodio emerge en toda su magnitud la escasa visión estratégica de Aramburu y Rojas. Porque lo único que consiguieron fusilando al general Valle y sus seguidores fue encender la llama de lo que pasó a la historia con el nombre de “resistencia peronista”, que finalmente depositó a Perón nuevamente en la Rosada casi dos décadas más tarde.

Un personaje siniestro

El 9 de junio de 1989 falleció José López Rega, uno de los personajes más siniestros de la política argentina contemporánea. Este oscuro personaje supo ganarse la confianza de Perón e Isabel, lo que le valió ser designado, una vez que el peronismo retornó al poder en 1973, ministro de Bienestar Social.

López Rega aprovechó su encumbramiento para crear y organizar la Alianza Anticomunista Argentina (AAA), una fuerza paramilitar de ultraderecha que le declaró la guerra a los montoneros y al Erp, las dos organizaciones terroristas más importantes de la época. El “brujo” tuvo activa participación, junto a otro tenebroso personaje, Jorge Osinde, en la masacre de Ezeiza. El 20 de junio de 1973 fue el día elegido por Perón para regresar definitivamente a la Argentina. Una impresionante multitud se acercó a Ezeiza para darle la bienvenida. Lo que debió ser una jornada cívica se transformó en una tragedia. En un momento dado comenzaron los disparos. Las dos corrientes antagónicas del peronismo habían decidido dirimir sus diferencias a balazo limpio. Hubo una cantidad indeterminada de muertos y heridos. Fue tal el caos y la violencia que el avión que trasladaba a Perón y su comitiva debió aterrizar en Morón.

Al mes siguiente Perón tomó una drástica decisión: “invitó” al entonces presidente Héctor Cámpora a renunciar al cargo. El Tío se fue pero no lo hizo en soledad. Todos los referentes del peronismo de izquierda lo acompañaron. Asumió interinamente como presidente el yerno de “Lopecito”, Raúl Lastiri, quien en ese momento ostentaba el cargo de Presidente de la Cámara de Diputados de la nación. Su misión era muy simple: llamar cuanto antes a elecciones presidenciales. Mientras tanto, López Rega incrementaba su influencia en el gobierno. El 23 de septiembre el pueblo concurrió a las urnas. Su veredicto fue contundente: más del 60% eligió nuevamente a Perón como presidente de todos los argentinos.

Dos días más tarde los montoneros ejecutaron en la vía pública a José Ignacio Rucci, secretario general de la CGT y hombre de confianza de Perón. Fue una declaración de guerra que Perón no toleró. La gota que rebalsó el vaso fue el copamiento del regimiento militar de Azul por un comando erpiano en enero de 1974. Como represalia, Perón desplazó a aquellos gobernadores alineados con la “Tendencia”. El clima de guerra civil era prácticamente irrespirable. El 1 de mayo Perón exclamó encolerizado que había llegado la hora de hacer tronar el escarmiento. La JP abandonó la Plaza de Mayo acusando a Perón de estar rodeado de “gorilas”, en alusión a Isabel y fundamentalmente López Rega. El 1 de julio murió Perón y asumió Isabel. López Rega había pasado a ser el gran titiritero.

Con Isabel en el gobierno la derecha del peronismo se adueñó definitivamente del poder. A partir de entonces el territorio argentino se tiñó de sangre. Los cadáveres comenzaron a apilarse a diario. La AAA había entrado en acción. El Erp y los montoneros, también. 1975 fue aún más sangriento y dramático que 1974. Fue, también, el año que significó el fin de la carrera política de López Rega. Acuciado por una delicada situación económica Isabel designó en junio como ministro de Economía a un hombre propiciado por López Rega: Celestino Rodrigo. 49 días más tarde, no tuvo más remedio que renunciar. Pero no se fue solo. Lo hizo acompañado por el “Brujo” quien inmediatamente se fue del país.

En 1986 López Rega fue detenido en Estados Unidos y luego extraditado a la Argentina donde fue procesado por varios delitos graves. Mientras aguardaba la sentencia cumpliendo prisión preventiva, falleció el 9 de junio de 1989 a los 72 años. La historia jamás lo absolverá.

La destitución de Onganía

Hoy se cumple un nuevo aniversario de una decisión que marcó el final de la carrera de un militar que pretendía eternizarse en el poder. El 8 de junio de 1970 las fuerzas armadas destituyeron al presidente de facto teniente general Juan Carlos Onganía, que ejercía el poder desde el derrocamiento de Arturo Illia el 28 de junio de 1966.

Aquella triste jornada del 28 de junio de 1966 dio comienzo a la denominada “Revolución argentina”. Se trataba de la imposición de un régimen nacionalista, católico, visceralmente anticomunista y alineado con Estados Unidos en su lucha contra la Unión Soviética. El teniente general Juan Carlos Onganía, la morsa, fue su emblema. Su ministro estrella fue el doctor Adalbert Krieger Vasena, un fiel exponente de la economía ortodoxa. El presidente contó con el apoyo de la Iglesia Católica, los grandes empresarios, poderosos sindicalistas como Vandor, los grandes medios de comunicación y la embajada norteamericana.

Onganía fue incapaz de pacificar el país, de cerrar la grieta entre el peronismo y el antiperonismo. Durante sus cuatro conflictivos años en el poder fue desafiado por el accionar de las organizaciones guerrilleras apadrinadas por Perón desde Madrid. La más relevante fue “Montoneros”. En mayo de 1969 se produjo el Cordobazo, protagonizado por estudiantes y obreros. Pese a que la rebelión fue sofocada en horas, fue un serio llamado de atención para el gobierno. Al mes siguiente un grupo armado asesinó a Vandor, la figura más relevante del sindicalismo en aquel momento y duramente enfrentado con Perón. El golpe de gracia tuvo lugar el 29 de mayo de 1970 cuando los montoneros secuestraron y ejecutaron al teniente general Aramburu.

Onganía no logró recuperarse de semejante golpe a la mandíbula. Las fuerzas armadas comprendieron de inmediato que su ciclo había concluido. Consideraban que era necesario revitalizar el gobierno con un militar que representara con mayor fidelidad el más puro jacobinismo antiperonista. El elegido fue Roberto Marcelo Levingston, una figura prácticamente desconocida para la inmensa mayoría de los argentinos. Meses más tarde su fracaso obligó a las fuerzas armadas a reemplazarlo por Alejandro Agustín Lanusse.

En aquel lejano junio de 1970 la Argentina era otro país. El mundo también era otro. La guerra fría estaba en su esplendor. El presidente norteamericano era el halcón republicano Richard Nixon. Por su parte, la URSS estaba en manos de Brézhnev. Latinoamérica era asolada por grupos guerrilleros bendecidos por Fidel Castro y la doctrina de la seguridad nacional elaborada en las usinas ideológicas de EEUU. Onganía fue un alumno aplicado de la república imperial. Su política internacional, su política de seguridad y su política económica se adecuaban a los intereses geoestratégicos de Washington. Pero fue incapaz de resolver el problema político central de la Argentina de aquella época: ¿qué hacer con Perón?

La vigencia de la cultura golpista

Hace unas horas el ex presidente Eduardo Duhalde aprovechó una entrevista a distancia con Crónica TV para lanzar una polémica frase. “Voy a tratar por todos los medios”, aseguró, “que este gobierno no pueda seguir en el poder”, porque consideró que no es apto para administrar el país. Otro dirigente polémico, Guillermo Moreno, salió rápidamente a aclarar que las palabras de Duhalde debían inscribirse dentro del sistema democrático. “Estaba diciendo que lo va a lograr por los medios democráticos, que dan la posibilidad de ganar y perder”, remarcó (fuente: Infobae, 7/6/021).

Aunque muchos se resistan a reconocerlo, las palabras de Duhalde son compartidas por millones de argentinos. El sector de la población que votó a Macri en su momento sigue sin digerir el retorno de Cristina al poder. En lo más profundo de su ser desearía que se produjera cuanto antes un derrocamiento del gobierno que encabeza Alberto Fernández. Los dichos de alguien tan relevante como el ex presidente Duhalde reflejan, lamentablemente, la vigencia de la cultura golpista.

Hoy el antiperonismo reza todos los días para que Alberto Fernández no concluya su mandato. También lo hizo durante los doce años y medio de kirchnerismo en el poder. Sin embargo, durante la década menemista ese rezo brilló por su ausencia. Es probable que para los antiperonistas Carlos Menem lejos estuvo de ser un presidente peronista.

La cultura golpista no es propiedad exclusiva del antiperonismo. El peronismo jamás toleró a los gobiernos que no pertenecían a su signo político, inclusive aquéllos elegidos democráticamente y sin proscripciones. No sólo no los toleró sino que ayudó a que cayeran antes de tiempo. A comienzos de 1989 era evidente que Raúl Alfonsín no estaba en condiciones de doblegar a la inflación. En marzo echó a Sourrouille y lo reemplazó por Pugliese, quien luego fue reemplazado por Jesús Rodríguez. En mayo se desató la hiperinflación. Oh casualidad, al mismo tiempo comenzaron a producirse saqueos a diversos mercados y supermercados en varias provincias. Resultaba por demás evidente que detrás de estos desmanes estaba la mano experta del peronismo. Décadas más tarde, en un canal de televisión de San Lorenzo, un destacado dirigente peronista que llegó a ser vicegobernador de Santa Fe, reconoció en off su participación en la planificación de los saqueos en la Bota.

En 2001 se repitió la historia. El 19 de diciembre por la mañana varios mercados y supermercados de la provincia de Buenos Aires fueron saqueados por bandas organizadas. Cuesta creer que el peronismo bonaerense no hay tenido algo que ver. Al día siguiente, la cúpula del peronismo se negó a apoyar a De la Rúa en la constitución de un gobierno de unidad nacional. Horas más tarde, renunció.

Teniendo en cuenta estos antecedentes cuesta entender que un dirigente de la talla de Duhalde haya pronunciada una frase tan poco feliz. Alguien puede suponer que se fue de boca. Sinceramente, no lo creo. Si pronunció semejante exabrupto es porque alguna razón habrá tenido. Además, no es la primera vez que lanza al ruedo mensajes de esta índole. Si su objetivo fue ocupar un lugar destacado en la portada de los principales diarios del país, lo logró. Pero Duhalde no necesita valerse de un golpe tan bajo para lograr ese efecto. Es probable que la bronca que le provoca la presencia de Cristina en el gobierno lo saque de quicio. Pero un hombre con semejante experiencia política debería saber que sus palabras repercuten fuertemente en la opinión pública, lo que lo obliga a ser muy medido cuando emite alguna opinión. Salvo que persiga objetivos inconfesables… o no tanto.

Hacia la consolidación de la democracia

Hoy, 10 de diciembre, culminó el primer período presidencial de Cristina. La holgada victoria que obtuvo en octubre legitimó su continuidad en el poder hasta el 10 de diciembre de 2015. Atrás quedaron cuatro años plagados de obstáculos, de intolerancia, de ánimos destituyentes. Pero también de logros trascendentes, como la Asignación Universal por Hijo y la Ley de Medios audiovisuales.

Hay quienes celebran la continuidad de Cristina en el poder y hay otros que aún no han salido de su asombro y estupor por la goleada de octubre. Sin embargo, me atrevo a afirmar que todos los argentinos coincidimos en celebrar la continuidad de un proceso de consolidación de la democracia que comenzó en aquel lejano 10 de diciembre de 1983.

No fueron fáciles estos primeros veintiocho años de democracia. Raúl Alfonsín fue el máximo responsable de un hecho histórico que marcó un punto de inflexión en nuestra historia y en la de Latinoamérica: el juzgamiento de los máximos responsables militares del terrorismo de Estado. La condena de 1985 significó el punto final del partido militar y el afianzamiento pleno de la filosofía de los derechos humanos. Fue, qué duda cabe, su legado fundamental.

Lamentablemente, sus cinco años y medio al frente del Poder Ejecutivo fueron dramáticos. Las sucesivas rebeliones militares que soportó entre 1987 y 1988, y el increíble ataque subversivo al regimiento militar de La Tablada en enero de 1989 pudieron socavar la legitimidad democrática. Tampoco ayudó a afianzar la confianza en la democracia la estrategia adoptada por el justicialismo de enloquecer a Alfonsín con una serie de paros generales (fueron 13 en total) que sólo perseguían el objetivo de esmerilar la autoridad presidencial. Si a ello se le agrega la incapacidad del radicalismo de frenar la inflación, emergió una situación política y económica difícil de controlar. La hiperinflación que comenzó a desencadenarse a comienzos de 1989 sepultó a la administración alfonsinista. La suba continua de los precios comenzó a enloquecer a la población mientras Alfonsín era dominado por la angustia y la impotencia. Finalmente, en junio decidió que lo más sensato era adelantar el fin de su presidencia para que su sucesor, Carlos Menem, se hiciera cargo del timón de la república.

El riojano estuvo en el poder entre julio de 1989 y diciembre de 1999. La democracia peligró en 1990 cuando se produjo el más sangriento de los alzamientos militares en democracia. La durísima respuesta del gobierno nacional y la posterior condena a los implicados sepultaron para siempre a los nostálgicos de los golpes cívico-militares. También estremecieron los cimientos de la joven democracia los feroces atentados contra la Embajada de Israel y la Amia, la demolición de Río Tercero y la espeluznante muerte del hijo presidencial.

En 1999 Fernando de la rúa sucedió a Carlos Menem. Su presidencia terminó en una catástrofe. Sin embargo, cabe reconocer que la feroz crisis de diciembre de 2001 fue resuelta dentro de la constitución. En los sesenta o setenta semejante vacío de poder inexorablemente hubiera producido un quiebre de la continuidad constitucional. Hace diez años hubo dos Asambleas Legislativas en una semana y cinco presidentes pero no hubo militares ingresando raudamente a la Casa Rosada ni secuestros de presidentes con legitimidad de origen. A pesar de ello, en 2001 la democracia corrió un serio riesgo. El fantasma del caos social sobrevoló peligrosamente sobre nuestras cabezas. Entre la renuncia de Rodríguez Saá y la asunción de Camaño hubo casi un día de ausencia de autoridad. En esas dramáticas horas el estado había perdido el monopolio del uso legítimo de la fuerza, cualidad que hace a su esencia como muy bien lo señaló Max Weber.

La democracia continuó trastabillando durante el interinato de Eduardo Duhalde. En junio de 2002 se produjo la masacre de Avellaneda y todo parecía desmoronarse. Estaban dadas todas las condiciones para que se produjera su caída. Afortunadamente Duhalde fue capaz de conducir el proceso que culminó en el llamado anticipado a elecciones presidenciales. Lo más importante, la estabilidad democrática, se había preservado.

La decisión de Carlos Menem de no participar en el balotaje fue un acto de una grave irresponsabilidad institucional ya que obligó a quien había salido segundo en la primera vuelta, Néstor Kirchner, a asumir como presidente con sólo el 22% de apoyo popular. Mucho fue lo que hizo el patagónico para consolidar la democracia inaugurada en 1983. Experto en el arte de construir poder, Kirchner demolió a cuanto adversario se le cruzó por el camino. Durante sus cuatro años como presidente la endeble y precaria joven democracia recibió muchas vitaminas que la protegieron contra el virus destituyentes. He aquí, me parece, su legado más importante.

Con Cristina en el poder la estabilidad democrática también estuvo en riesgo. La rebelión del poder agropecuario a raíz de la resolución 125 lejos estuvo de ser un problema agropecuario. Durante cuatro meses la presidenta se vio jaqueada por factores de poder que, a mi entender, buscaron su renuncia y su reemplazo por el vicepresidente Cobos. Increíblemente se mantuvo en pie a pesar del desleal voto no positivo, los cortes de rutas y los cacerolazos. A duras penas, soportando agravios constantes a su persona y la pérdida de su compañero de toda la vida, Cristina resucitó políticamente y produjo la hazaña del 23 de octubre.

No fueron fáciles los primeros 28 años de vida democrática. Este breve recordatorio lo pone en evidencia. A pesar de ello, por primera vez los argentinos fuimos capaces de ser protagonistas de algo inédito: que en 1989 Alfonsín le diera la bienvenida a Menem; que diez años más tarde Menem hirviera lo mismo con De la Rúa; que en 2003 Duhalde abrazara a Néstor Kirchner y que cuatro años más tarde el patagónico hiciera lo mismo con su esposa. Toda una hazaña. Algo extraordinario para un país que durante el medio siglo precedente se vio sacudido por varios golpes cívico-militares, proscripciones, sangre derramada, desapariciones, centros clandestinos de detención y la tragedia de Malvinas.

Es por ello que, me parece, todos los argentinos, sin distinción de banderías políticas, debemos celebrar la asunción de Cristina. Debemos mirar al cielo y agradecer al eterno por este nuevo traspaso del poder dentro de la constitución. Hoy, 10 de diciembre, es una jornada que marca un crecimiento de la democracia argentina. Es cierto que estamos muy lejos de las democracias desarrolladas anglosajonas pero también lo es que no es fácil consolidar la democracia con un pasado tan antidemocrático como el nuestro. Es cierto que hay graves problemas irresueltos, que la corrupción posee un carácter sistémico, que en muchos vericuetos de nuestra sociedad la tolerancia brilla por su ausencia. Pero también lo es que los argentinos estamos aprendiendo, paso a paso, con avances y retrocesos, lo que significa convivir dentro del marco consagrado por nuestra constitución. La reasunción de Cristina no hace más que confirmar que estamos aprendiendo a vivir en democracia.

(*) Carta de lectores publicada en el Informador Público el 12/10/011

El alma antikirchnerista

Cristina le propinó al antikirchnerismo dos golpes durísimos, uno en agosto y otro en octubre. Las PASO y las elecciones presidenciales significaron para quienes no soportan a Cristina una tortura psicológica imposible de tolerar. Luego del 23 de octubre los foristas inundaron los diarios con mensajes cargados de intolerancia, racismo y odio. Fue la manera escogida para descargar una frustración acumulada desde que el “campo” le infligió al gobierno nacional la dura derrota simbolizada en el histórico “voto no positivo”. Antes de las PASO lo acontecido en Santa Fe y en la Ciudad Autónoma de Buenos aires hizo pensar a los antikirchneristas que el fin de Cristina estaba próximo. Las victorias de Bonfatti y Macri les hicieron creer que a partir del 10 de diciembre se sentaría en el sillón de Rivadavia un dirigente que nada tuviera que ver con el kirchnerismo. Las urnas demostraron cuán equivocados fueron sus cálculos.

¿Por qué ganó Cristina? Creo que el pueblo la votó mayoritariamente sencillamente por una cuestión de supervivencia. Tuvo delante de él dos opciones: otorgarle a Cristina un nuevo voto de confianza o depositar el futuro del país en Hermes Binner o Ricardo Alfonsín. Eligió la primera opción, para desesperación de los antikirchneristas. Frente al salto al vacío que hubiera implicado votar al FAP o al radicalismo, prefirió continuar transitando el camino construido por Néstor Kirchner a partir del 25 de mayo de 2003. Primó en la sociedad el instinto de conservación.

Para el 54% que votó a Cristina la posibilidad de que Binner o Alfonsín accedieran al poder hubiera significado una tragedia de carácter apocalíptico. Ambos apellidos están muy ligados, fundamentalmente el último, a etapas muy traumáticas de nuestra historia reciente. Todavía están frescos en la memoria colectiva los últimos seis meses de la presidencia de Raúl Alfonsín. Fueron una pesadilla. ¡Cómo olvidar la desintegración de la moneda! ¡Cómo olvidar la desesperación de don Raúl cuando anunció la entrega anticipada del poder! El otro apellido está más ligado a la alianza. En efecto, el socialismo apoyó con fervor al primer gobierno de coalición de nuestra historia. Su final fue peor que el de Alfonsín. ¡Cómo olvidar el corralito y la ceguera política de De la Rúa! ¡Cómo olvidar la transformación de la Plaza de Mayo en un campo de batalla!

El 54% que votó a Cristina hizo una comparación entre los ocho años de kirchnerismo y los años precedentes.¡ Y concluyó que los años kirchneristas fueron más beneficiosos para el país que los años de Alfonsín, Menem, De la Rúa y Duhalde! Les guste o no a los antikirchneristas, la mayoría del pueblo decidió no retornar al pasado. Porque, qué duda cabe, Binner y Ricardo Alfonsín implicaban el retorno al caos económico y social paras quienes apostamos por la continuidad de Cristina.

Lamentablemente, el antikirchnerismo ha decidido no perdonar lo que consideran una afrenta a la “dignidad de la república”. Su impotencia lo ha llevado a descalificar groseramente el voto cristinista, considerándolo una manifestación de incultura, de amoralismo, de decadencia. Para el antikirchnerismo ese 54% constituye lo peor de la Argentina, la plebe, la barbarie. ¡Cómo es posible, brama de bronca, que nada menos que el 54% del electorado haya votado por lo “más siniestro del peronismo”, por la fuerza política más abyecta de nuestra historia! ¡Cómo es posible que el 54% de los argentinos no haya tenido en consideración a la hora del voto la “podredumbre moral” del kirchnerismo! el corolario de todo esto no puede ser otro que el siguiente: hay en la Argentina cerca de 12 millones de idiotas útiles, fácilmente manipulables por un gobierno despiadado y perverso.

El odio a Cristina es de tal magnitud que hay quienes afirman sin ruborizarse que el país está en manos de una secta ¡marxista-leninista! Parece mentira que en pleno siglo XXI aún haya argentinos capaces de enarbolar la bandera del miedo al comunismo para imponer sus intereses. La falacia de tal mensaje es de tal magnitud que cuesta creer su vigencia. Incluso hace unos años un editorial de La Nación advirtió sobre el peligro de la “stalinización” de la Argentina. Considerar a Cristina una discípula de Stalin atenta, me parece, contra el sano juicio.

El antikirchnerismo está convencido de que el cristinismo y la constitución nacional son como el agua y el aceite: incompatibles. Cree que Cristina es una déspota capaz de cometer todo tipo de tropelías para implantar un poder absoluto. Afirma sin ponerse colorado de vergüenza que la libertad de los argentinos está en peligro, que el voto de ese 54% ha colocado a la Argentina al borde de su disolución, que rige una dictadura popular igual a la de Chávez. Para el antikirchnerismo Cristina es lo peor que nos pasó desde que nos independizamos de España en 1810. Es peor que el absolutismo de Rosas, la intolerancia de Uriburu, la megalomanía de Perón, la ceguera política del antiperonismo, la maldad de Videla, la incapacidad económica de Alfonsín, el amoralismo de Menem, la debilidad espiritual de De la Rúa y el corporativismo de Duhalde. Cristina y su fallecido esposo son el mal absoluto. Evidentemente el espíritu de las Cruzadas medievales está entre nosotros.

El 46% que votó a la oposición considera al 54% que votó a Cristina la reencarnación del “aluvión zoológico” de 1945. ¡Ganó Cristina con el voto de los descerebrados, los corruptos y los imbéciles!, grita desaforadamente el antikirchnerismo. Está convencido de que con Cristina en el poder la Argentina entró en un cono de sombras, cayó a un pozo muy profundo en cuyo fondo sólo hay alimañas, lodo y excrementos. El 46% no tolera al 54%. No le perdona su voto a “Cretina”. No le perdona que haya votado a una mujer que, desde su óptica, no merece estar donde está. No le perdona que haya permitido la continuidad de lo que considera lo más espantoso que nos pasó desde aquellas históricas jornadas de mayo de 1810. El 46% considera que lo que pasó el pasado 23 de octubre fue, lisa y llanamente, una traición a la patria.

Quienes votamos a Cristina lo hicimos convencidos de que no había otra opción, de que hacerlo a la oposición hubiera significado un suicidio colectivo. Quienes votaron a la oposición creen firmemente que ese 54% votó por la continuidad del mal absoluto. Quienes votamos a Cristina lo hicimos con la convicción de que el modelo instaurado por Kirchner hace ocho años y medio debe profundizarse parta sacar al país del subdesarrollo. Quienes votaron a la oposición consideran el triunfo por goleada de Cristina un insulto a su inteligencia. Quienes votamos a Cristina lo hicimos convencidos de que sólo con inclusión social, educación y pleno empleo, los argentinos viviremos con dignidad. Para quienes votaron a la oposición el kirchnerismo es un virus que amenaza la salud de la república.

He aquí, en esencia, el alma antikirchnerista. Un alma dominada por el encono, el resentimiento, la maledicencia. Un alma con sed de venganza. Un alma incapaz de reconocerle algo bueno a la presidenta, de respetar al 54% que votó por la continuidad del gobierno nacional, de aceptar la derrota el 23 de octubre. Un alma que ve a Cristina como una usurpadora, una intrusa, una okupa. Un alma que considera al cristinismo una patología, una malformación genética, un gigantesco quiste sebáceo que debe ser extirpado. Un alma que destila xenofobia y racismo. Un alma que no descansará hasta que pase lo que inevitablemente considera que algún día tendrá que pasar: el fin del cristinismo.

(*) Carta de lectores publicada en El Informador Público el 20/12/011

Balance de un intenso año político

En pocas horas culmina 2011, quizás uno de los años más intensos, políticamente hablando, desde el retorno a la democracia en 1983. Un año donde el pueblo fue convocado varias veces para elegir legisladores de toda índole, gobernadores y presidente de la nación. Un año donde la antinomia cristinismo-anticristinismo asomó plena y diáfana.

En el despertar de 2011 la oposición estaba convencida del fin de Cristina. Pese a lo que decían las encuestas en relación con el ascenso de la imagen positiva que estaba experimentando la presidenta a partir de los festejos del Bicentenario, sus máximos referentes no hicieron más que pelearse entre ellos para dirimir quién sería, finalmente, el próximo presidente de la Argentina. Lamentablemente para sus intereses, olvidaron dos cuestiones esenciales: primero, Cristina no estaba muerta políticamente; segundo, fueron incapaces de presentar al pueblo un plan alternativo de gobierno.

El primer toque de atención se produjo en Catamarca. En ese antiguo feudo del clan Saadi el oficialismo radical perdió la gobernación y el kirchnerismo se anotó la primera gran victoria del año. La elección fue muy reñida pero finalmente el gobierno nacional logró cantar victoria. El segundo toque de atención se produjo en Chubut. Todo hacía pensar que Mario Das Neves, un hábil político que había decidido dejar el kirchnerismo para pasarse al peronismo disidente, lograría retener cómodamente la gobernación colocando en ese lugar a su delfín. Para sorpresa de todos, Eliceche, candidato kirchnerista, estuvo cerca de obtener una resonante victoria. Ese domingo 20 de marzo pasará a la historia como una de las jornadas electorales más bochornosas de la historia argentina contemporánea. Debido a las irregularidades detectadas en algunas mesas se debió convocar a elecciones complementarias para determinar el resultado definitivo del comicio. Ganó el delfín de Das Neves por un escaso margen. Fue una típica victoria pírrica que sepultó las chances presidenciales de Das Neves.

En las siguientes elecciones provinciales hubo claras victorias de los oficialismos hasta que llegaron los relevantes comicios en Santa Fe y en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. En la Bota hubo tres candidatos: Antonio Bonfatti (socialismo), Agustín Rossi (kirchnerismo) y Miguel del Sel (Unión Pro-Federal). El Midachi hizo una extraordinaria elección. Capturó la mayoría de los votos peronistas y le dio un susto tremendo a Bonfatti. Cerca de las diez de la noche ganaba por tres puntos y de golpe se cayó el sistema. Una hora después retornó y la victoria estaba en manos de Bonfatti por tres puntos. Dicen las malas lenguas que Del Sel ganó la elección pero que tuvo miedo escénico. Durante esa hora de caída del sistema informático se habría tratado de convencer al actor de que aceptara su resonante victoria, pero fue imposible. El gran perdedor fue Rossi, víctima de una venganza de los chacareros, quienes nunca le perdonaron su defensa de la 125. La oposición también cantó victoria en la CABA. Mauricio Macri le asestó a Daniel Filmus, candidato del gobierno nacional, un durísimo golpe en el balotaje, similar al que le había propinado cuatro años antes. Macri demostró que en ese reducto es imbatible y que, teniendo en cuenta lo que aconteció en las PASO y en octubre, hizo muy bien en seguir los consejos de Durán Barba.

Con los resultados de Santa Fe y Capital Federal (a los que habría que agregar el de Córdoba), el anticristinismo estaba exultante, muy seguro de lo que acontecería en las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias. Como casi todas las fuerzas políticas que iban a competir ya habían elegido a sus candidatos, las PASO se transformaron en una virtual primera vuelta electoral. Todo el mundo daba por descontado un triunfo de Cristina a lo pirro. Todos suponían que Cristina a duras penas orillaría el 40% de los votos y que el segundo sacaría algo así como el 25% de los votos, con lo cual emergería en octubre un escenario de ballottage que echaría a la presidenta del poder en noviembre.

Grande fue la sorpresa de la oposición cuando el ministro Randazzo anunció el domingo 14 de agosto a la noche que Cristina estaba sacando el 50% de los votos, y que los segundos, Alfonsín y Duhalde, apenas el 12% de los votos. Horas más tarde se confirmó la goleada cristinista y la debacle opositora. Los rostros desencajados de los máximos referentes de la oposición lo decían todo, al igual que la sonrisa radiante de la presidenta. Resulta por demás evidente que el electorado había decidido premiar la gestión de gobierno del oficialismo y castigar la petulancia y el egoísmo de los candidatos opositores.

Lo que aconteció en las PASO se confirmó el 232 de octubre, día de las elecciones presidenciales. Cristina incluso superó en cuatro puntos el 50% de los votos de agosto, lo que significa que doce millones de argentinos apostaron por su continuidad en el poder. El único que mejoró su performance de agosto fue Hermes Binner, gracias a los votos duhaldistas. Ricardo Alfonsín mantuvo su porcentaje, Rodríguez Saá lo disminuyó un poco y Duhalde fracasó estrepitosamente, al igual que Elisa Carrió, la gran perdedora. Merece destacarse la elección que hizo el marxista Jorge Altamira, quien logró superar a la chaqueña.

Cristina obtuvo una histórica victoria. Un año antes, nadie daba dos centavos por su continuidad en el poder en 2011. Cuando falleció el ex presidente Kirchner muchos (me incluyo) temieron lo peor (su renuncia). La oposición comenzó a festejar por adelantado y así le fue. El resultado del 23 de octubre fue un tsunami político. Cristina ganó en todo el país, con excepción de la provincia de San Luis. Retomó el control del Congreso y desde el 24 de octubre apretó el acelerador. Controló la operación política que se había montado en torno al dólar para obligarla a devaluar y anunció un quite de subsidios para sectores muy poderosos de la economía. Lamentablemente, en su discurso del 10 de diciembre arremetió contra Hugo Moyano, el poderoso líder de la CGT, quien durante el conflicto por la 125 había sido su principal aliado. En estos momentos el diálogo esta suspendido pero es de esperar, por el bien de la propia Cristina, que el movimiento obrero continúe apoyándola.

Rápida de reflejos, la presidenta convocó al Congreso a sesiones extraordinarias para aprovechar el nuevo escenario político. Al reconquistar la mayoría en ambas Cámaras, al cristinismo poco le costó aprobar leyes muy importantes como el Presupuesto 2012, el Estatuto del Peón y la declaración de interés público la producción, comercialización y distribución de papel para diarios. Hace un año el extinto Grupo A había cometido un acto de irresponsabilidad política inédita en nuestra historia al no aprobar el presupuesto 2011, obligando a Cristina a gobernar sin presupuesto. Afortunadamente, la sensatez y la cordura retornaron al parlamento a fines de 2012. Gracias al nuevo estatuto del peón rural se disuelve el registro de trabajadores que estaba a cargo del gremio UATRE y se crea uno nuevo, se limita la jornada de trabajo y somete las condiciones de trabajo a la ley de contrato de trabajo. Gracias a este estatuto, el peón rural deja de ser la víctima de una explotación propia de la prehistoria. La producción, comercialización y distribución de papel de diarios, con lo cual se garantiza a todos los diarios el acceso al fundamental insumo. El punto oscuro es la denominada ley antiterrorista, que mereció el rechazo de los organismos de derechos humanos, diversas asociaciones civiles y el juez de la Corte, doctor Zaffaroni.

Como siempre sucede en un año electoral, especialmente en uno tan intenso como el que está por finalizar, emergen con claridad quiénes ganaron y quiénes perdieron. La gran ganadora fue Cristina. En segundo lugar hay que anotar a Mauricio Macri, quien se dio cuenta a tiempo de lo que iba a acontecer en octubre. De esa forma quedó bien posicionado para 2015. También debe mencionarse a Hermes banner, quien logró un meritorio segundo lugar en las presidenciales gracias a los votos prestados provenientes del duhaldismo. La lista de los perdedores es larga. La gran derrotada fue Elisa Carrió. Su virulento e irracional mensaje fue severamente castigado por el pueblo. Inmediatamente después viene Eduardo Duhalde, tan anticristinista como la chaqueña. Rodríguez Saá tuvo el mérito de ser el único que logró vencer a Cristina en su terruño, pero a nivel nacional no existe políticamente. Finalmente, cabe mencionar al hijo de Raúl Alfonsín, quien fue incapaz de presentarse ante la sociedad como una genuina alternativa radical.

En 2011 el pueblo apostó por la continuidad de Cristina en el poder hasta el 2015. Una decisión que hay que respetar y comprender. Algo bueno habrá hecho para merecer semejante premio. “Los pueblos no se suicidan”, dijo alguien alguna vez. Tiene toda la razón del mundo. Frente al dantesco espectáculo de una oposición esmerilada por la mediocridad, Cristina emergió ante los ojos de la mayoría como la única opción seria y responsable de gobierno. Y cuando el pueblo se pronuncia, lo menos que cabe hacer es esbozar un mínimo de respeto.

-Carta de lectores publicada en El Informador Público el 31/12/011

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