Por Hernán Andrés Kruse.-

La infame clase política argentina

El coronavirus, además de seguir causando estragos a nivel sanitario, ha puesto dramáticamente en evidencia la infamia de la clase política argentina. En este aspecto coinciden los referentes del FdT y de JpC. En las últimas horas el presidente de la nación firmó el DNU que habilita la compra de vacunas de Pfizer, Moderna y Janssen. Sus puntos sobresalientes son la creación de un fondo de reparación Covid-19, la quita de la palabra “negligencia” de la ley de vacunas, el reemplazo de los términos “maniobras fraudulentas y conductas maliciosas” por “conductas dolosas” y la inmunidad de los bienes del Estado. Todo está perfecto pero hay un “pequeño detalle” a tener en consideración: ese decreto podría haber sido firmado por el presidente a fines del año pasado, lo que hubiera evitado el deceso de decenas de miles de compatriotas. Es de esperar que algún día se sepa cuáles fueron los motivos que llevaron al oficialismo a rechazar la compra de la vacuna de Pfizer en 2020. ¿Se trató de un prejuicio ideológico o de una imposición de Vladimir Putin? Lo real y concreto es que a raíz de la decisión gubernamental de no adquirir la vacuna norteamericana el proceso de vacunación sufrió desde el comienzo un grave deterioro. Todas las promesas esgrimidas por el presidente de la nación cuando culminaba el dramático 2020 quedaron en eso. Para aumentar el dramatismo cabe destacar que en aquel entonces las autoridades nacionales sabían perfectamente que la segunda ola de coronavirus estaba a la vuelta de la esquina. Y no hicieron nada por acelerar el proceso de vacunación. Se trata de una negligencia rayana en lo criminal.

Resulta que ahora el gobierno soluciona el “entuerto” con un simple DNU que sepulta una ley sancionada por el Congreso. Me refiero, obviamente, a la ley de vacunas. Ahora bien ¿por qué justo en este momento el presidente reacciona de esta forma? Creo que hay dos razones de peso. En primer lugar, la escalofriante cantidad de fallecidos. En estos momentos (sábado 3) el número de fallecidos asciende a 95.300 y según lo indican los expertos no sería de extrañar que en unos diez días aproximadamente esa cifra llegue a 100 mil. En segundo lugar, la proximidad de las elecciones. El presidente será muchas cosas menos un ingenuo. Es perfectamente consciente del alto costo que puede pagar si finalmente los diarios reflejan en su portada el número prohibido (100 mil). Hace unos meses Alberto Fernández reconoció que prefería que la pobreza aumentara 10% y no que hubiera que lamentar 100 mil muertos por el Covid-19. Pues bien, la pobreza aumentó un 10% y en una semana los muertos ascenderán a 100 mil.

En la vereda de enfrente los referentes opositores están festejando con champagne el desastre provocado por la pésima estrategia adoptada por el oficialismo en materia de vacunación. Por supuesto que no harán una demostración pública de ese estado de ánimo pero en la intimidad deben estar frotándose las manos. Lamentablemente, algunos de sus referentes no hacen más que dar golpes bajos. Un político experimentado como Mario Negri viene comparando la cantidad de muertos por el coronavirus con lo que hubiera significado en materia de bajas un número determinado de guerras de Malvinas. Por ejemplo, ayer afirmó que los 95 mil muertos significan algo así como 147 guerras de Malvinas. Creo que no es necesario caer tan bajo. También merece ser criticado el senador nacional Martín Lousteau cuando comparó los muertos por el Covid-19 con los desaparecidos durante la última dictadura militar.

Mientras los fallecidos por la pandemia se acumulan a diario la clase política sólo piensa en las elecciones de septiembre y noviembre. En la década del setenta el recordado Jorge L. García Venturini acuñó un término que se hizo popular: kakistocracia. Esa palabra, de origen griego, alude al gobierno de los peores. Hoy, qué duda cabe, estamos gobernados por los peores. El problema es que enfrente no hay algo mejor. Por el contrario, son tan malos como aquéllos. Hay, por ende, un oficialismo kakistocrático y una oposición de la misma índole, fieles reflejos de un pueblo manso, cobarde y embrutecido.

Perón y la victoria de la Argentina aluvial

Juan Domingo Perón, quien falleció hace 47 años, fue el más claro exponente de lo que José Luis Romero denominó “Argentina aluvial”. El gran historiador utilizó esta expresión para colocar un título a aquel sector de la sociedad argentina que jamás comulgó con los principios liberales enarbolados por la élite porteña inmediatamente después de consumada la revolución del 25 de mayo de 1810. Para la Argentina aluvial la columna vertebral del sistema político era el contacto directo del líder con las masas. La voluntad del caudillo era omnímoda. Sus órdenes debían cumplirse sin hesitar. Se situaba, por ende, por encima de todas las leyes, de la propia constitución. Representaba el espíritu del pueblo. En consecuencia, quien lo criticaba era considerado un traidor no sólo al caudillo sino también al propio pueblo. No había opciones: o se estaba con el jefe o se estaba en su contra. Los matices eran inexistentes. La tolerancia, el respeto por el otro, el pluralismo ideológico, vale decir las notas distintivas de la democracia liberal, no tenían cabida en la Argentina aluvial.

A partir de la revolución de Mayo la Argentina liberal y la Argentina aluvial lucharon con fiereza por imponer su dominio a lo largo y ancho del territorio. Luego de años de luchas fratricidas la Argentina aluvial cantó victoria con la asunción como gobernador de Buenos Aires de Juan Manuel de Rosas, quien ejerció durante dos décadas el poder con mano de hierro. La batalla de Caseros significó el comienzo de una larguísima etapa donde la Argentina liberal impuso condiciones. Desde la presidencia de Urquiza hasta la asunción de Yrigoyen los argentinos vivieron al compás de los dictados de una élite que creía en el poder de la razón y en los principios fundamentales consagrados en la constitución de 1853.

En aquel largo período la Argentina, fundamentalmente con posterioridad a la federalización de Buenos Aires, alcanzó altos niveles de desarrollo económico. Tal es así que a comienzos del siglo XX fue considerada el granero del mundo. El modelo agroexportador había alcanzado su máximo esplendor. Todo parecía indicar que la Argentina liberal había sepultado para siempre a la Argentina aluvial. Sin embargo, la élite que dirigía los destinos del país fueron incapaces de reconocer un grave problema que se venía incubando desde hacía mucho tiempo: el deseo de grandes capas de la población de participar en política. Pese al notable progreso de la economía, desde el punto de vista político estaba vigente la democracia restringida, elitista. Los presidentes eran votados por muy pocos, lo que ponía en evidencia una carencia absoluta de legitimidad de origen. Ello motivó que a fines del siglo XIX y comienzos del XX se produjeran rebeliones comandadas por la élite de un partido que había surgido en 1890 y que representaba a aquellos sectores medios que deseaban tener voz y voto en el mundo político: el radicalismo. Pero la miopía de la élite gobernante le impedía darse cuenta de la imperiosa necesidad de flexibilizar la democracia, es decir, de permitir a aquellos sectores medios excluidos de elegir a sus representantes.

Quien se dio cuenta de ello fue Roque Sáenz Peña. La reforma política que lleva su nombre tuvo como objetivo, precisamente, blanquear el nuevo escenario político que había surgido a raíz de la irrupción del radicalismo. La Argentina liberal le abría la puerta de entrada al sistema a la Argentina aluvial. En 1916 el pueblo eligió presidente a Hipólito Yrigoyen, uno de los fundadores del radicalismo y que supo ser revolucionario. Con el peludo en la Rosada la Argentina liberal se estremeció. Por primera vez desde 1852 un dirigente político que no era propio accedía a la presidencia. Todo pareció volver a la normalidad cuando Yrigoyen fue sucedido por Marcelo T. de Alvear. Pero en 1928 se produjo la hecatombe: Yrigoyen retornó a la Rosada. La Argentina liberal no lo soportó. Dos años después se produjo el derrocamiento del peludo. Fue un acto de desesperación del orden conservador. A partir de entonces, en materia política, la Argentina retornó a la época de la democracia restringida.

El golpe militar del 4 de junio de 1943 significó un punto de inflexión histórica porque señaló el comienzo de la carrera política del militar que cambiaría para siempre a la Argentina: Juan Domingo Perón. Dueño de un carisma inigualable y de un maquiavelismo incomparable, Perón permitió la entrada al sistema político de aquel sector social que siempre había sido invisibilizado, tanto por el orden conservador como por el yrigoyenismo: la clase obrera. En febrero de 1946, al aprovechar astutamente el protagonismo de Braden (embajador de EEUU en Buenos Aires) a favor de la Unión Democrática, Perón ganó las elecciones presidenciales. Con Perón en el gobierno y con el poder en sus manos, la Argentina aluvial, la Argentina de Quiroga y Peñaloza, cantó victoria. A partir de ese momento Juan Domingo Perón se adueñó del escenario político argentino, incluso hasta el día de la fecha pese a no estar en este mundo.

La muerte de Perón y sus trágicas consecuencias

El de julio de 1974 falleció Juan Domingo Perón. Su salud estaba resquebrajada y ese día su corazón dijo “basta”. Las exequias fueron multitudinarias y será imborrable la foto de ese soldado haciendo guardia con su rostro inundado por las lágrimas. En el velatorio Ricardo Balbín pronunció uno de los discursos más importantes de la historia argentina contemporánea. En un esfuerzo supremo por detener la violencia que estaba desangrando al país, el “Chino” despidió a Perón como un amigo. Lamentablemente, lo que sucedió a parir de ese punto de inflexión histórica sepultó los deseos pacificadores del histórico dirigente radical.

Al morir Perón asumió la vicepresidente María Estela Martínez de Perón. Carente de toda preparación política Isabel fue un títere manejado a piacere por el verdadero presidente de la Argentina, el siniestro y poderoso ministro de Bienestar Social José López Rega. Con Isabel en el gobierno y el “brujo” en el poder, la derecha del peronismo se adueñó del país. Su objetivo fundamental fue aplastar a la izquierda peronista, a esa izquierda que había tenido la osadía de desafiar a Perón. En consecuencia, las fuerzas de choque lopezrreguistas entraron en acción. En la vereda de enfrente, la organización Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo reaccionaron con extrema violencia. La guerra civil era un hecho.

A partir de la muerte de Perón la democracia como filosofía de vida desapareció por completo (si es que alguna vez estuvo vigente en las décadas precedentes). El imperio de las balas suplantó al imperio de la ley. Los cadáveres de ambos bandos comenzaron a apilarse todos los días a lo largo y ancho del territorio. Entre los asesinados más famosos cabe recordar, en aquel trágico segundo semestre de 1974, al teórico marxista Silvio Frondizi-hermano del ex presidente-quien fue secuestrado por esbirros del “brujo” y posteriormente ejecutado. Para no ser menos que la AAA, el ERP ejecutó a balazos al profesor nacionalista Jordán Bruno Genta.

1975 fue más sanguinario que 1974. Para colmo, la situación económica no paraba de empeorar. Esta situación obligó al gobierno a aplicar un severo plan de ajuste que pasó a la historia con el nombre de “Rodrigazo”. En julio renunció López Rega y en agosto asumió la jefatura del Ejército el teniente general Jorge Rafael Videla. Al poco tiempo Isabel se tomó una breve licencia que fue aprovechada por el presidente interino Italo Luder para firmar el 6 de octubre tres decretos autorizando a las fuerzas militares a aniquilar a la subversión. Al poco tiempo Isabel retomó sus actividades pero su suerte estaba echada. El vacío de poder era inocultable. Mientras tanto, el derramamiento de sangre no paraba. El 23 de diciembre la subversión intentó copar el regimiento militar de Monte Chingolo. Fue una masacre. A partir de ese trágico momento la guerrilla dejó de constituir una amenaza militar para el país.

El derrocamiento de Isabel el 24 de marzo de 1976 fue la lógica consecuencia de la tragedia anterior. Nunca en la historia hubo un golpe de estado cívico-militar tan esperado por la sociedad. Cuando se produjo todos respiramos aliviados. La pesadilla del tercer peronismo había terminado. Lamentablemente, comenzaba otra.

Pasaron 35 años

Hace 35 años el seleccionado nacional de Fútbol se consagraba campeón mundial en el gigantesco estadio Azteca. El equipo conducido por Carlos Salvador Bilardo enfrentó a la Alemania de Franz Beckenbauer, un equipo preparado para las finales. Fue una epopeya futbolística que emocionó al pueblo argentino. No le resultó sencillo al seleccionado liderado por Diego Maradona obtener el título. Tampoco le resultó sencillo clasificarse para el mundial. Jamás olvidaremos el dramático partido de 1985 en el Monumental contra el seleccionado peruano. Faltando pocos minutos los incaicos ganaban 2 a 1 y dejaban afuera de la competencia a la selección nacional. Cuando faltaban segundos para el fin del partido una corajeada de Passarella le permitió a Ricardo Gareca empatar el partido.

En aquel entonces las críticas al equipo del “narigón” arreciaban sin piedad. Un par de meses antes de la competencia la selección jugó un amistoso contra Noruega y perdió 1 a 0. Hubo intentos al más alto nivel político de echar a Bilardo y a su cuerpo técnico. No dieron resultado. El equipo demostró que estaba para cosas mayores cuando en octavos de final derrotó al bravo equipo uruguayo, integrado por figuras de la talla de Enzo Francéscoli, Rubén Paz y Nelson Gutiérrez, entre otros. Pero fue en cuartos de final donde la selección terminó por convencer a todos que estaba para campeón. El rival era nada más y nada menos que Inglaterra. Ese día Maradona anotó el gol más espectacular de la historia de los mundiales. Arrancó en su propio campo y luego de eliminar a la mitad del equipo inglés definió dentro del área. En semifinales venció sin inconvenientes Bélgica 2 a 0 y en la final se las vio con el bravo equipo teutón.

El 29 de junio de 1986 la selección ingresó al campo de juego con Pumpido, Cucciufo, Brown, Ruggeri, Olarticoechea, Giusti, Batista, Enrique, Burruchaga, Maradona y Valdano. Promediando el primer tiempo el recordado Brown conectó de cabeza un tiro libre y anotó el 1 a 0. A poco de comenzar el segundo tiempo Valdano anotó el segundo gol. Parecía cosa juzgada. Pero alemanaza se negó a darse por vencida. Aprovechando dos jugadas de pelota parada logró empatar. Cuando parecía que el alargue era inevitable Maradona habilitó a Burruchaga quien corrió casi media cancha para batir al arquero alemán. 3 a 2 y a otra cosa.

Argentina fue un justo campeón. Fue superior a todos sus rivales. Sólo se vio en problemas cuando Lineker descontó para Inglaterra en cuartos de final y cuando Alemania empató en el encuentro final. El Mundial de México 86 consagró a Maradona como el mejor jugador del mundo. Su superioridad sobre el resto de las figuras que intervinieron fue abismal. Y para Bilardo significó una merecida reivindicación.

Un homenaje con un tufillo a campaña electoral

El domingo pasado el gobierno nacional utilizó el Centro Cultural Kirchner para rendir homenaje a los fallecidos por el coronavirus. Fue una ceremonia bien pensada, casi un calco a la organizada por la canciller alemana Angela Merkel. Estuvieron presentes, obviamente, el presidente y la primera dama, el jefe de gobierno porteño, el gobernador bonaerense y varios de sus pares. El oscuro era el color de la vestimenta de los presentes y la presencia de numerosas velas le daban un cariz casi religioso a la reunión.

Al hacer uso de la palabra Alberto Fernández expresó: “No olvidaremos a quienes se han ido en este tiempo doloroso”. “Con esta pandemia estamos presenciando un verdadero cataclismo que azota a la humanidad. Los millones de personas fallecidos hasta ahora han conmocionado al mundo entero así como nos interpelan las casi 100 mil personas fallecidas en nuestro país”. “Estamos en memoria de las víctimas fallecidas en esta pandemia. Cada una tenía un nombre, una vida, tenía hijos, hermanos, padres, madres, familiares, amigos. Todos y todas tenemos afectos que han perdido su vida en este tiempo”. “Nos damos cuenta del valor de la solidaridad y vemos lo peligroso que puede ser el egoísmo en una catástrofe en la pandemia”. “¿Podrá generar más anticuerpos contra la indiferencia? Está en nosotros que este homenaje pueda multiplicarse después de esta ceremonia” (fuente: Infobae, 28/6/021).

¿Por qué justo en este momento el gobierno decidió homenajear a las víctimas de la pandemia? Es probable que la cercanía de los 100 mil fallecidos haya provocado zozobra y escozor en las altas esferas del poder. Hace unos meses el presidente afirmó que prefería que la pobreza aumentara un 10% a que el coronavirus se cobrara la vida de 100 mil compatriotas. Pues bien, la pobreza subió un 10% y en pocas semanas la cifra de fallecidos llegará a ese escalofriante número. El presidente es consciente de que cuando ocurra la oposición intentará sacar el mayor provecho político posible. En consecuencia, decidió intentar una movida para tratar de ganarle de mano. Ese fue, me parece, el objetivo del homenaje. La ceremonia tuvo como objetivo convencer a la sociedad de que el gobierno está dolido por los desastres que está provocando la pandemia, que los muertos no son meros números, como señaló Alberto Fernández en su discurso.

El gobierno sabe muy bien que cuando la cifra aterradora tome estado público la oposición, los medios de comunicación y un importante sector de la sociedad le saltarán a la yugular. Lo harán responsable por esa monstruosa cantidad de fallecidos y lo acusarán de no haber hecho nada por impedir que el virus se lleve tantas vidas. Será un punto de inflexión para el FdT de cara a los cruciales comicios legislativos. Ese número puede tranquilamente provocarle una derrota de impredecibles consecuencias. El gobierno, por ende, hará todo lo que esté a su alcance por evitar que ese desastre se produzca.

Lo que aconteció en el CCK fue una fenomenal puesta en escena protagonizada por actores consumados. Fue notable observar los rostros compungidos del presidente y la primera dama. Pura simulación. Su única intención fue presentarse ante la sociedad como una pareja carcomida por el dolor provocado por tantas muertes. En otros términos: el gobierno homenajeó a los muertos por el Covid-19 porque no tuvo más remedio. Las últimas encuestas, aparentemente poco favorables para el oficialismo, convencieron al gobierno de la necesidad de hacerle ver a la sociedad que la tragedia de la pandemia lo afecta emocionalmente. Reitero: pura teatralización.

Resulta evidente que Alberto Fernández, al comienzo de la pandemia, jamás imaginó que el virus se cobraría tantas vidas. Aquí entra en juego la responsabilidad del equipo de expertos que vienen asesorando al presidente desde marzo del año pasado. Hace unas semanas el doctor Pedro Kahn dijo muy suelto de cuerpo que evidentemente la cuarentena eterna no había dado los resultados esperados. ¿Cómo se puede ser tan irresponsable? ¿Cómo puede ser posible que ningún infectólogo haya previsto la posibilidad de un agravamiento de la pandemia para el 2021? Y lo más grave de todo: ¿cómo es posible que el presidente siga sin asumir su responsabilidad en esta tragedia? Hubiera sido reconfortante que el pasado domingo Alberto Fernández hubiera pedido perdón a los familiares de las víctimas del coronavirus. No lo hizo para que no quede en evidencia el fracaso de su política de vacunación. No lo hizo porque supone que semejante reconocimiento hubiera implicado en plena campaña electoral un acto de flaqueza inadecuado.

El derrocamiento de un presidente honesto

En su edición del domingo 27 Infobae publicó un artículo de Juan Bautista Tata Yofre que rememora los días previos al derrocamiento del presidente Arturo Umberto Illia el 28 de junio de 1966. Aconsejo vivamente su lectura. Demuestra la complicidad e Perón en un hecho que provocó un daño inconmensurable al país.

Arturo Illia era un honorable médico nacido en Cruz del Eje. Militaba en la Unión Cívica Radical del Pueblo, junto a Ricardo Balbín. Luego del derrocamiento de Frondizi en marzo de 1962-otro acontecimiento lamentable para el país-el Poder Ejecutivo cayó en manos del entonces presidente provisional del Senado de la nación, doctor José María Guido. Con su presencia en la Rosada el antiperonismo jacobino recobró la vitalidad que había perdido luego del triunfo de Frondizi en las presidenciales de febrero de 1958.

Con Guido como presidente de la nación el peronismo fue nuevamente proscripto. En consecuencia, no pudo participar en las elecciones presidenciales que tuvieron lugar el 7 de julio 1963. Arturo Umberto Illia, en representación del radicalismo del pueblo, se alzó con la victoria con el 25% de los votos, relegando al segundo lugar al candidato del radicalismo intransigente, Oscar Alende, y al tercer lugar al candidato de UDELPA, el general Pedro Eugenio Aramburu.

Illia jamás logró gobernar. Pese a sus buenas intenciones y a su inmaculado espíritu democrático, el sindicalismo, las fuerzas armadas, el mundo empresarial y buena parte de la sociedad, no querían saber nada con su presencia en la Rosada. Con el correr de los meses la prensa del establishment comenzó a atacarlo con extrema virulencia, acusándolo de ser un presidente lento e irresoluto. La imagen de la tortuga fue el símbolo utilizado por los golpistas para esmerilarlo. Para colmo, el sindicalismo le hizo la vida imposible con huelgas y tomas de fábrica, mientras Perón aplaudía a rabiar desde su exilio en Puerta de Hierro.

Finalmente, el 28 de junio de 1966 las fuerzas armadas lo derrocaron. Había comenzado la etapa conocida como “Revolución Argentina”, cuyo objetivo era regenerar el tejido social argentino. Como bien señala Yofre el golpe se produjo ante la indiferencia de la sociedad. 55 años después emerge en todas su magnitud la gravedad de lo acontecido ese día en la Argentina. Porque no sólo se quebró la continuidad institucional sino que se derrocó a un presidente que era una buena persona. Este dato puede parecer trivial pero si se tiene en cuenta la larga lista de delincuentes que se sentaron en el sillón de Rivadavia a partir de aquella luctuosa jornada, emerge en toda su magnitud la real valía de Arturo Illia. El presidente derrocado fue el emblema de la decencia, la pulcritud, la bonhomía. Tuvo defectos, como cualquier mortal. Quizá el más notorio fue haber aceptado competir por la presidencia sabiendo que el peronismo estaba proscripto. A pesar de gozar de una legitimidad de origen precaria, endeble, ejerció el poder como un genuino demócrata. Y lo más importante: luego de ser echado de la Rosada pudo caminar tranquilamente por las calles del país con la conciencia tranquila. Un lujo que muy pocos de sus sucesores pudieron darse.

El fin de la presidencia de Eduardo Duhalde

El 26 de junio de 2002 la estación Avellaneda fue el escenario de un sangriento hecho. Ese día miembros de la policía bonaerense acribillaron a balazos a los piqueteros Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, quienes participaban de una multitudinaria marcha de protesta. Ese día significó el comienzo del fin de la presidencia de Eduardo Duhalde. Acorralado por estos crímenes y una situación política y económica inmanejable, el presidente se vio obligado a adelantar la fecha de las elecciones presidenciales para el 27 de abril de 2003.

Los crímenes de Kosteki y Santillán constituyeron el pico máximo de tensión de uno de los años más convulsionados de la historia argentina contemporánea. El 1 de enero de 2002 el acuerdo legislativo entre el peronismo bonaerense y el alfonsinismo permitió a Eduardo Duhalde acceder a la presidencia de la nación. El panorama era realmente desolador. La convertibilidad había volado por los aires y el pueblo no ocultaba su ira por la clase política. Las más relevantes instituciones de la república-el congreso, la justicia y los partidos políticos-estaban en la mira de la ira ciudadana. Para colmo, durante las veinticuatro horas antes de que el presidente provisorio Camaño convocase a una nueva asamblea legislativa, el país careció de presidente. Sólo un milagro evitó que la Argentina estallara en mil pedazos.

¿Qué hizo Duhalde una vez instalado en la Rosada? En materia económica pesificó la economía y licuó los pasivos de los grandes grupos económicos. En materia política convocó a una gran mesa de diálogo a las corporaciones más relevantes del país y negoció con los gobernadores pejotistas un acuerdo de gobernabilidad. En aquel caliente verano pocos políticos se salvaban de la repulsa popular y el edificio del Congreso debió ser vallado para garantizar la seguridad de los legisladores. En ese ambiente Duhalde intentó convencer al FMI que era un presidente confiable. Jamás lo logró. En marzo aterrizó en Buenos Aires Anoop Singh, un tecnócrata del FMI que le hizo la vida imposible al presidente. Jamás un enviado del FMI había tenido la osadía de inmiscuirse en tares propias del Congreso. En otros términos: Singh presionó a los legisladores para que sancionaran algunas leyes “solicitadas” por el organismo multilateral de crédito. Mientras tanto, el flagelo de la inflación se hizo nuevamente presente y aumentaron de manera alarmante los niveles de pobreza e indigencia. Era tal la desconfianza del FMI y de los gobiernos de Estados Unidos y Europa que en un momento surgió la idea de convocar a algunos notables de la economía mundial para que se hicieran cargo de la economía de la Argentina.

Duhalde había asumido con la misión de completar el mandato de De la Rúa. Era una empresa harto difícil pero en el invierno todo parecía indicar que, a pesar de lo difícil de la situación, el presidente parecía haber logrado el control de la nave. Lamentablemente, la tragedia de la estación Avellaneda lo obligó a acelerar la transición. A partir de aquel fatídico día sólo tuvo en mente organizar de la mejor manera posible el proceso que condujera a las elecciones presidenciales. El día elegido fue el domingo 27 de abril de 2003 y si había necesidad de una segunda vuelta tendría lugar unas semanas más tarde. Su candidato fue el entonces gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner. En la primera vuelta compitió contra dos candidatos peronistas, Carlos Menem y Adolfo Rodríguez Saá, y pesos pesados de la oposición como Elisa Carrió y Ricardo López Murphy. Como ninguno obtuvo el 40% de los votos y una diferencia de 10 puntos del inmediato perseguidor, el balotaje fue inevitable. Fue entonces cuando se produjo lo imprevisto: Carlos Menem, quien había triunfado con el 24% de los votos, renunció a competir contra Néstor Kirchner, quien había obtenido el segundo lugar. Tal la génesis del kirchnerismo. Puede afirmarse que, en buena medida, fue la consecuencia directa de los crímenes de dos jóvenes piqueteros un 26 de junio de hace 19 años en el conurbano bonaerense.

Hace 130 años nacía el radicalismo

Fue hace 130 años. El 26 de junio de 1891 Leandro Alem convoca al Comité Nacional. Participan, entre otros, Aristóbulo del Valle, Elpidio González, Lisandro de la Torre, Marcelo T. de Alvear e Hipólito Yrigoyen. Con el firme deseo de luchar contra el orden conservador y de enarbolar “la causa de los desposeídos”, Alem y los demás firmaron el acta de nacimiento de la Unión Cívica Radical.

A partir de entonces pasó a ser un protagonista fundamental de nuestra ajetreada historia política e institucional. Desde su origen el radicalismo fue un clásico partido antisistema. Fue protagonista en varios intentos infructuosos de rebelión contra el conservadorismo hasta que la reforma política propiciada por Sáenz Peña hizo posible lo imposible: que un dirigente radical llegara a la Casa Rosada mediante el voto. En 1916 fue elegido presidente Hipólito Yrigoyen, un dirigente que poseía un gran carisma pero que lejos estaba de significar un peligro para el orden establecido. Sin embargo, el antiguo régimen jamás lo toleró. Era considerado, para emplear una frase popular, un sapo de otro pozo.

Yrigoyen fue sucedido por otro radical, Marcelo T. de Alvear. Era un radical diferente al “peludo”, mucho más cercano al conservadorismo que al “populismo”. Con Alvear en la presidencia la oligarquía respiró aliviada. Pero en 1928 se materializó la peor de las pesadillas: Yrigoyen retornó al poder. Su segunda presidencia duró apenas dos años. El 6 de septiembre de 1930 fue derrocado por un golpe cívico-militar estimulado por la oligarquía. Fue el comienzo de una decadencia que aún perdura. Durante la “década infame” el radicalismo estuvo proscripto pese a que su dirigencia, comandada por Alvear, se caracterizaba por ser demasiada contemplativa con el régimen militar.

Luego de la victoria de la fórmula Perón-Quijano en febrero de 1946 el radicalismo pasó a ser la principal fuerza política de oposición al peronismo. En la cámara de Diputados pasó a la historia el bloque de los 44, en alusión a los 44 diputados radicales que elevaron su voz contraria al hegemonismo del peronismo en el recinto. En septiembre de 1955 el radicalismo participó activamente en el derrocamiento de Perón y durante la revolución libertadora se partió en dos sectores irreconciliables. El liderado por Ricardo Balbín pasó a denominarse Unión Cívica Radical del Pueblo y el que comandó Arturo Frondizi se denominó Unión Cívica Radical Intransigente.

Durante los 18 años de proscripción del peronismo los dos presidentes provenientes del radicalismo intransigente (Frondizi) y del radicalismo del Pueblo (Illia) fueron derrocados por las fuerzas armadas. Con el retorno del peronismo al poder en 1973 el radicalismo pasó a ser nuevamente el principal partido de oposición. Su figura emblemática fue, qué duda cabe, Ricardo Balbín. Perón intentó acercarse al “Chino” para garantizar la paz social. Lamentablemente, fue en vano. Su muerte el 1 de julio de 1974 y la llegada de Isabel a la Casa Rosada desataron una guerra civil que enlutó al país.

En 1981 la UCR formó parte de la multipartidaria, una alianza de partidos cuyo único objetivo era retornar a la democracia. El 30 de octubre de 1983 Raúl Alfonsín logró vencer al peronismo en elecciones libres y sin proscripciones. Lamentablemente su caótico final empañó lo bueno que hizo como presidente. Con Menem en la Rosada pasó a ser una vez más el principal partido de oposición. Soportó estoicamente las derrotas de 1991, 1993 y fundamentalmente la de 1995, donde por primera vez en su rica historia salió tercero. En 1997 se alió con el Frepaso y en 1999 retornó al poder de la mano de Fernando de la Rúa.

La crisis de 2001y la ayuda de Raúl Alfonsín depositaron en el poder a Eduardo Duhalde el 1 de enero de 2002. En mayo de 2003 asumió Néstor Kirchner con sólo el 22% de respaldo electoral. En las elecciones presidenciales de abril se había producido un hecho inédito: fueron tres los candidatos de origen radical que compitieron, si bien sólo Leopoldo Moreau se presentó oficialmente como candidato de la UCR. El radicalismo intentó retornar al poder en 2007 de la mano de Gerardo Morales, acompañado por Roberto Lavagna. Ocupó un triste tercer lugar que sólo sirvió para garantizar la victoria de Cristina en primera vuelta. Cuatro años después Ricardo Alfonsín compitió por la presidencia en nombre de la UCR. Hizo una elección paupérrima, sólo superada por la de Moreau en 2003.

En marzo de 2015 la dirigencia radical tomó una decisión increíble: selló un acuerdo con Mauricio Macri, el emblema del conservadorismo argentino. La jugada fue efectiva porque en noviembre de ese año Macri le ganó el balotaje a Daniel Scioli. Después de la debacle de 2001 el radicalismo retornaba al poder aunque como furgón de cola. En 2019 apoyó la fórmula Macri-Pichetto y en estos momentos está tratando de hacer valer su historia para evitar que sus socios lo ninguneen en la conformación de las listas. El problema es que sus actuales referentes no le llegan a los talones a Alem, Yrigoyen, Balbín y Alfonsín.

Alem inmortalizó la frase “que se rompa, pero que no se doble”. Sería bueno que la dirigencia radical la recordase.

El más sensible de los órganos (*)

La semana pasada la legislatura de la provincia de Buenos Aires estuvo a punto de ser copada por unos quinientos ruralistas, furiosos por la decisión del Senado provincial de incrementar los impuestos al “campo”. Liderados por Hugo Biolcati, presidente de la Sociedad rural y poderoso tambero, la patota campestre intentó impedir el tratamiento de la norma en la cámara de Diputados. Lo consiguió, pero sólo momentáneamente ya que en la semana que se inicia probablemente la norma aprobada en el Senado lo sea también en diputados. La fuerza bruta del “campo” se topó con la resistencia de integrantes de La Cámpora, originándose una trifulca que afortunadamente no pasó a mayores. La ira de los ruralistas, su furia antidemocrática, afortunadamente de menor envergadura que la manifestada en 2008, demostró una vez más que el hombre sólo chilla cuando lo que está en juego no es su honra, su moral, su dignidad, sino su bolsillo.

La historia registra numerosos antecedentes que corroboran que el órgano más sensible de los argentinos es la cuenta corriente. En las elecciones presidenciales de 1989, la hiperinflación determinó la holgada victoria de Carlos Menem. La angustia ocasionada por el aumento descontrolado de los precios provocó un alud de votos que le abrieron al metafísico de Anillaco las puertas de la Casa Rosada y Olivos. En 1991, el pueblo le extendió al riojano el voto de confianza que le había dado dos años antes. El triunfo que obtuvo el menemismo aquel año fue una consecuencia directa de la convertibilidad, implantada hacía unos meses por el ministro Cavallo. La estabilidad monetaria encandiló a la mayoría del pueblo, que volvió a votar por Menem en 1993. a esa altura todos sabíamos perfectamente que la corrupción estaba enquistada en el gobierno nacional, que los máximos responsables del terrorismo de estado habían sido indultados y que le embajada de Israel había desaparecido por un feroz atentado terrorista. Sin embargo, el bolsillo pudo más que la ética política. La desaparición de la inflación le permitió al riojano anotarse otros dos rotundos éxitos: la reforma constitucional en 1994 y la reelección en 1995. Era el apogeo del metafísico de Anillaco. La destrucción de la AMIA y el extraño accidente de Menem Jr. habían pasado a un lejanísimo segundo plano.

Durante su segunda presidencia Menem hizo todo lo que estuvo a su alcance para ser reelecto en 1999. y se olvidó de gobernar. Se trenzó con Eduardo Duhalde y domingo Cavallo, y se desgastó. A mediados de 1997 surgió la alianza, cuyos principales referentes se cuidaron de no criticar a la convertibilidad, la hija pródiga del menemismo. Su referente económico, José Luis Machinea, remarcó que si la alianza llegaba al poder respetaría la paridad cambiaria. El pueblo quería continuar con la economía menemista pero sin Menem. Dos años después, el pueblo castigó a De la rúa en las urnas por el desastre económico. La fuga de dólares era imparable, Cavallo había recortado las jubilaciones en un 13% y el riesgo país volaba. Hasta que el 30 de noviembre de 2001 el súper ministro anunció el corralito. Los ahorristas damnificados se enloquecieron y salieron a las calles cabiendo sonar sus cacerolas. Los “negros piqueteros” pasaron a ser altos, rubios y de ojos azules para los sectores medios y medios-altos, furiosos con De la Rúa y Cavallo por haberles tocado el bolsillo. La rebelión de la clase media-alta del 19 de diciembre fue pura y exclusivamente económica. Los caceroleros bramaban porque el gobierno se había metido con su dinero. De no haber existido el corralito, no hubieran existido las cacerolas. Si la clase media-alta se movilizara por otras cuestiones, además de la monetaria, hubiera salido en malón a las calles para protestar, por ejemplo, contra los indultos en diciembre de 1990. La obsesión del pueblo por la marcha de la economía se incrementó durante el terrible 2002. Nadie sabía lo que iba a suceder en el país cada vez que amanecía. Como pudo, dando tumbos, Duhalde convocó a elecciones presidenciales. El 27 de abril triunfó Menem, pero su diferencia con Kirchner fue tan exigua que hubo que ir al balotaje. Como el riojano decidió no competir, el patagónico asumió con ese 22% que había obtenido en la primera vuelta. Los triunfos del kirchnerismo en 2005 y 2007 se debieron, fundamentalmente, al mejoramiento de la economía. La pelea con el campo dañó severamente al gobierno nacional y nada pudo hacer para evitar la derrota en 2009. Pero Cristina supo enderezar el barco. La recuperación de la iniciativa política y el encauzamiento de la economía le permitieron obtener una histórica victoria en 2011.

“Es la economía, estúpido”, sentenció un funcionario de la administración Clinton. La historia contemporánea argentina no hace más que corroborarlo. Pero esta ley de la política también se corrobora en Estados Unidos y Europa. En la república imperial la marcha de la economía decidirá la suerte de Obama en su intento por continuar al frente de la Casa Blanca cuatro años más. En Europa, los recientes fracasos electorales de Sarkozy en Francia, la coalición gobernante en Grecia y Zapatero en España, evidencian hasta qué punto la economía es fundamental para franceses, griegos y españoles. El voto económico no es, pues, privativo de los argentinos. Cuando las papas queman, todos los pueblos eligen con el bolsillo. Cuando la economía se incendia, los pueblos olvidan los principios morales, las ideologías, los paradigmas, y centran su atención en lo que sucede con su dinero. Cuando reina la incertidumbre económica, los pueblos eligen al candidato que mejor sabe interpretar ese momento, que consideran más preparado para dar soluciones a los problemas que ocasiona la inflación. Cuando llega la hora de la verdad, la economía es más importante que las ética, la calidad institucional y, si la situación es angustiante, que los derechos y garantías individuales. La hiperinflación que se desató en la Alemania del veinte le dio la bienvenida a un dictador totalitario que hizo añicos las libertades y derechos de los alemanes. Tenía razón Thomas Hobbes cuando, en su Leviatán, describe al hombre como un lobo para sus semejantes, como un depredador que hace cualquier cosa para garantizar su supervivencia y la de su familia. El hombre hobbesiano estuvo presente en Argentina en cada acto eleccionario donde la economía era la cuestión central. También lo estuvo en Francia, en Grecia y en España. Y siempre lo estarás cada vez que tenga que elegir dominado por el miedo y la angustia.

(*) Artículo publicado en Redacción Popular el 14/5/012

Daniel Scioli, en el camino de Cristina (*)

Aunque aún faltan tres años y medio para las elecciones presidenciales que decidirán quién ocupará la Casa Rosada durante el período 2015/19, los máximos referentes de la política vernácula sólo piensan en el lejano octubre de 2015. Increíble pero real. La presidenta de la nación, consciente de la ausencia de otra figura de peso dentro del oficialismo capaz de continuar con el modelo kirchnerista más allá de 2015, autorizó a algunas de sus espadas más importantes, como Agustín Rossi y Diana Conti, a que salieran a hablar en público sobre la conveniencia de una reforma constitucional que consagre la reelección presidencial. Resulta por demás evidente que dirigentes de semejante envergadura jamás hubieran hecho referencia sobre una cuestión tan polémica de no haber existido previamente una autorización presidencia.

Mientras tanto, jaqueada por la tragedia de Once y por los tropiezos de su torpe vicepresidente, Cristina decidió la expropiación del 51% del paquete accionario de Repsol YPF, una audaz jugada que le permitió recuperar la iniciativa política e impedir lo que sorpresivamente se produjo en las últimas horas: la aparición de un serio competidor presidencial dentro del oficialismo. Daniel Scioli, gobernador de la provincia más populosa del país, acaba de reconocer que desea ser presidente en 2015. Sin embargo, se cuidó de dejar perfectamente en claro que si la presidenta obtenía, reforma constitucional mediante, la chance de presentarse en 2015, dará inmediatamente un paso al costado. Si lo que el ex motonauta buscó fue sacudir el avispero cristinista, lo consiguió con creces. Su vicegobernador, más cristinista que la propia Cristina, dijo que él respondía pura y exclusivamente as la presidenta de la nación y que de ninguna manera el gobierno nacional le estaba poniendo palos en la rueda, como había afirmado una funcionaria sciolista.

El kirchnerismo siempre desconfió de Scioli. Jamás lo consideró como alguien del propio palo. Cuando fue vicepresidente de Néstor Kirchner, su relación con el patagónico fue tirante. El por entonces presidente de la nación siempre lo miró con desconfianza y, cada vez que pudo, le hizo sentir su autoridad. Pero Scioli jamás perdió los estribos. Soportó estoicamente las embestidas de un presidente incapaz de soportar que alguien le hiciera sombra, que alguien siquiera pensara en cortarse solo. Tuvo su premio en 2007 cuando fue elegido gobernador bonaerense. Cuatro años más tarde, fue reelecto por una abrumadora mayoría. Pero en esta oportunidad debió aceptar la imposición de Gabriel Mariotto como compañero de fórmula. Desde que asumió en diciembre pasado, su relación con el vicegobernador se ha venido deteriorando a pasos agigantados y su reciente manifestación de “sinceridad política” indica claramente un punto de no retorno en su vínculo con el gobierno nacional. En efecto, el ex motonauta acaba de cometer el peor de los pecados políticos: confesar desde temprano sus ambiciones presidenciales, poner en evidencia un deseo de máxima que choca frontalmente con la obsesión de Cristina de quedarse en la Casa Rosada por mucho tiempo.

La presidenta de la nación debe estar muy preocupada. La imagen positiva de Scioli es muy alta y si el sueño cristinista de la reforma constitucional se esfuma, su camino a la Casa Rosada quedaría allanado. Porque, qué duda cabe afuera Cristina de la competencia electoral, no habría en principio otro candidato capaz de hacerle sobra al ex motonauta. Y una eventual victoria de Scioli en 2015 implicaría, me parece, el fin del modelo instaurado en mayo de 2003. En efecto, la hipotética llegada del gobernador bonaerense a la Rosada podría producir cambios políticos y económicos muy profundos. Scioli jamás comulgó ideológicamente con el gobierno nacional. Aunque reacio a definirse ideológicamente, se ubica claramente a la derecha, muy cerca de Carlos Menem, Carlos Reutemann, Francisco De Narváez y Mauricio Macri. No tiene problema alguno en almorzar con “Chiquita” Legrand, ni en dialogar amigablemente en televisión con Morales Solá, ni en compartir un partido de fútbol con Macri. Scioli es sciolista, sólo piensa en llegar a situarse en la cúspide del poder. Nunca entra en conflicto. Siempre se muestra partidario del consenso, la negociación, los buenos modales. Es “políticamente correcto”. Tiene a su favor el poseer una espalda de amianto. No cualquiera sería capaz de soportar lo que está aguantando desde que es gobernador de Buenos Aires.

El gobierno nacional está obsesionado con su esmerilamiento y, hasta ahora, se ha estrellado contra una muralla inexpugnable. Su confesión no ha hecho más que echar más leña al fuego. No sólo el gobierno nacional está molesto. También lo está Mauricio Macri, que se manifestó contrario a la nacionalización de YPF para presentarse ante la sociedad como la única alternativa al cristinismo en 2015. Y de golpe, apareció Scioli pateando el tablero político. Como ambos quieren mandar, resulta poco probable que tanto Scioli como Macri acepten el segundo lugar en una hipotética fórmula presidencial. Ni qué hablar del socialismo y el radicalismo, obligados a partir de ahora a correr al gobierno nacional por izquierda. Mientras tanto, el establishment se mantiene expectante. Seguramente ve con muy buenos ojos a Scioli, al igual que a Macri. En realidad, ve con muy buenos ojos a cualquiera capaz de impedir la continuidad de Cristina en el poder en 2015. A partir de ahora, el gobierno nacional intensificará sus ataques contra el enemigo perfecto. Scioli cruzó una delgada línea y ahora no puede retroceder. Cristina no está acostumbrada a que la desafíen de esa forma y, tarde o temprano, tomará represalias. El proyecto hegemónico del gobierno nacional se desmoronará como un castillo de naipes si Scioli finalmente se presenta en 2015, mientras Cristina mira el acto eleccionario desde El Calafate debido al fracaso del operativo “Cristina eterna”. De ahí la importancia que cobrarán los comicios de 2013 ya que definirán la suerte de la presidenta y la del ex motonauta. Una victoria por goleada del gobierno nacional impulsaría la reforma de la constitución, paso previo indispensable para abrirle las puertas de la reelección a la presidenta. Incapaz de frenar el tsunami que se desataría si el cristinismo reitera en 2013 los números de 2011, Scioli seguramente se retirará a cuarteles de invierno (al menos por un tiempo). Perro si los comicios parciales señalan una merma electoral del gobierno nacional, entonces Scioli se lanzará decididamente a la conquista del poder total. Y si en diciembre de 2015 asume finalmente como nuevo presidente de los argentinos, el orden conservador lo obligará a “gobernar como corresponde”, lo que significa que lo se conoció con el nombre de “kirchnerismo” pasará a engrosar el contenido del baúl de la historia.

(*) Artículo publicado en Redacción Popular el 15/5/012

Emulando a Tato Bores (*)

Tato fue el símbolo de la militancia en televisión. Criticó con un humor sin igual a sucesivos gobiernos, civiles y militares, en una cabal demostración de coraje cívico. Sufrió en más de una oportunidad el castigo del que se valen los intolerantes para acallar las voces molestas: la censura. Al final de su brillante carrera sufrió la embestida de la jueza Servini de Cubría. Como contraofensiva, numerosos e importantes miembros del periodismo se acercaron y le dieron un respaldo memorable. Pues bien, el domingo pasado el periodista Jorge Lanata intentó recrear el apoyo al genial Bores. Actuando como un eximio director de orquesta sinfónica, Lanata se codeó con lo más graneado del periodismo antikichenrista para exigirle a la presidenta de la nación que realice periódicamente conferencias de prensa para que el pueblo sepa de qué se trata. En la tribuna no faltaron periodistas de vasta trayectoria, como Morales Solá, Marcelo Longobardi, Alfredo Leuco, Pablo Sirven y Ricardo Kirschbaum. El objetivo de esta operación mediática fue más que obvio: presentar al gobierno nacional como un enemigo del “periodismo independiente”, una secta autoritaria y dogmática que no tolera el pensamiento crítico y libre.

De esa forma chabacana e hipócrita, emulando al formidable Tato, Jorge Lanata y sus invitados se presentaron ante la opinión pública como los embajadores del genuino periodismo, efectuado con objetividad e independencia. Ahora bien, quienes animaron la fiesta de Lanata lejos están de ser periodistas independientes. Ricardo Kirschbaum trabajas en relación de dependencia en el diario comandado por Ernestina Herrera de Noble. Por más alta que sea su jerarquía dentro de Clarín, no deja de ser un empleado. ¿A alguien se le puede ocurrir que Kirschbaum es un periodista independiente? ¿Alguien puede suponer que sus artículos son objetivos? Joaquín Morales Solá es el columnista político más importante de La Nación. Cada artículo que aparece con su firma encubre su odio y desprecio por el kirchnerismo como fuerza política y por Cristina como presidenta de la nación. ¿Alguien puede suponer que es el símbolo del periodismo independiente alguien que trabaja para el mitrismo? Lo mismo cabe decir del resto de los periodistas nombrados y de todos los que asistieron a la noche de gala del domingo pasado.

Confieso que me molesta bastante cuando la corporación mediática antikirchnerista presenta a sus empleados como “periodistas independientes”. Resulta una afrenta a la inteligencia del pueblo mentir de manera tan descarada. Ni Morales Solá, ni Kirschbaum, ni el resto de los periodistas que acompañaron a Lanata, son periodistas independientes. Por el contrario, están a disposición de sus patrones, duramente enfrentados con el gobierno nacional. Si fueran realmente periodistas independientes hubieran escrito, por ejemplo, sobre la identidad de los hijos adoptivos de la señora de Noble o sobre Papel Prensa. Jamás osaron criticar, por ejemplo, la manera obscena como la justicia dilató la causa de los hijos adoptivos de doña Ernestina. Jamás dijeron que ello atentó contra la seguridad jurídica de los argentinos y, fundamentalmente, contra el derecho que le asiste al pueblo de conocer la verdadera identidad de esos atribulados jóvenes. Jamás condenaron los cortes d erutas organizados por la corporación agropecuaria en 2008 para protestar contra la resolución 125. Aplaudieron a rabiar la traición del vicepresidente Cobos y rezaron para que Cristina renunciara a la presidencia. ¿Así actúa el periodismo independiente? Presentaron a la ley de medios como un ataque impiadoso a la libertad de prensa porque atentaba contra los intereses del poder mediático concentrado, mientras que los festejos por el bicentenario fueron la expresión de un populismo y un clientelismo político que degrada las instituciones de la república. Se encolumnaron detrás del primer ministro británico James Cameron cuando arreció la dialéctica verbal por la soberanía de las Malvinas, en una actitud inédita en nuestra historia. También lo hicieron detrás de Repsol cuando el gobierno nacional decidió la expropiación del 51% de su paquete accionario. ¿Así actúa el periodismo independiente?

¿Qué autoridad moral tienen Lanata, morales Solá y compañía para denostar a los periodistas que apoyan al gobierno nacional? ¿Quiénes son para atacar sin piedad a Víctor Hugo Morales? No toleran el periodismo militante de 6.7.8. ¿Y qué fue el programa de Lanata el domingo pasado? ¿No fue una cabal demostración de periodismo militante, de periodismo comprometido con la defensa de los intereses del grupo Clarín? ¿No fue una cabal demostración de ausencia de espíritu crítico, de honestidad intelectual, de ética periodística? ¿No atenta contra la ética periodística mentir descaradamente? Clarín lo hace a diario y ni Lanata ni sus amigos dijeron algo al respecto. Para esos “periodistas independientes” el cristinismo es una calamidad, una asociación ilícita, un cáncer que debe ser extirpado cuanto antes del tejido social. No dicen lo mismo de las canalladas de Mauricio Macri, procesado por espionaje, ni de la diarrea verbal de Elisa Carrió, ni de la prepotencia antidemocrática de Hugo Biolcati. Proclaman la ausencia de libertad de expresión y la recién mencionada Carrió no se cansó durante todos estos años de injuriar a la presidenta, de cubrir de estiércol la honra de muchos sin aportar las pruebas necesarias. Proclaman que Cristina es una dictadora y la mayoría de los programas televisivos son contrarios al gobierno nacional. Olvidan con alevosía la desaparición de periodistas durante la última dictadura militar y que durante el menemismo un fotógrafo fue alevosamente asesinado. Luego del voto no positivo de Cobos, Biolcati visitó a Mariano Grondona en la televisión y ambos propiciaron la renuncia de la presidenta. Sin embargo, ambos continuaron ejercieron sus respectivas profesiones sin inconvenientes.

Lanata y sus amigos trabajan para medios que sólo creen en la democracia si el gobernante elegido por el pueblo gobierna en función de sus intereses. En caso contrario, le declaran la guerra. ¿Así actúa el periodismo independiente? Cristina no tuvo un día de paz desde que asumió el 10 de diciembre de 2007. Cuarenta y ocho horas más tarde el poder mediático concentrado comenzó a hostigarla con lo de Antonini Wilson y jamás se detuvo. A partir de entonces hubo tanta libertad de prensa que durante el conflicto con las patronales del campo hubo manifestantes que insultaron a Cristina delante de la televisión y hubo dirigentes rurales, como Alfredo De Angelis, que directamente propiciaban la destitución de la presidenta. Sin embargo, La Nación presentó la protesta “campestre” como una genuina y extraordinaria manifestación de civismo de la Argentina democrática y republicana. Cuando Cobos traicionó a Cristina, la sección Cartas de Lectores del diario mitrista se llenó de felicitaciones al flamante prócer de la Patria. Mientras tanto, Néstor Kirchner era presentado como un energúmeno y las manifestaciones populares que apoyaban a Cristina eran visualizadas como una atroz recreación del “aluvión zoológico”. ¿Así actúa el periodismo independiente?

En las democracias contemporáneas no existen periodistas independientes, sino trabajadores en relación de dependencia que escriben lo que el patrón quiere que escriban. Las columnas editoriales reflejan la opinión del diario, no la de quienes las firman. Los periodistas están sometidos a tantos condicionamientos-políticos y económicos-que el periodismo independiente es hoy una ilusión. La concentración mediática es de tal magnitud que torna prácticamente imposible escribir con plena autonomía. Para ello el periodista debería ser lo suficientemente poderoso económicamente para levantar él mismo una empresa periodística. Pero siempre estará sometido a la pauta publicitaria. Más que hablar de libertad de prensa, hay que hablar de libertad de empresa. Sólo los grandes empresarios-que no necesariamente son expertos en periodismo-pueden crear un multimedios que implica la negación del periodismo independiente. La concentración que se observa hoy en materia comunicacional condena a aquellos idealistas que creían que el periodismo independiente era posible. Es por ello que lo más noble es reconocer que sólo existen periodistas que trabajan para sus patrones, aunque Lanata y sus amigos crean que opinan libremente.

(*) Artículo publicado en Redacción Popular el 18/5/0212

El neonazismo, agazapado (*)

En su extraordinario libro “El miedo a la libertad”, Erich Fromm analiza con extrema lucidez las causas de la implantación del nazismo en Alemania. La más importante fue el miedo que importantes capas de la población teutona sentían por la libertad. La responsabilidad que implica vivir en libertad fue un peso demasiado fuerte para millones de alemanes, agobiados por una inflación descontrolada y la imposibilidad de soportar la humillación que significó el Tratado de Versalles. Incapaces de soportar las exigencias que impone la vida en libertad, se dejaron subyugar por un hombre que enarboló las banderas de la raza superior, el espacio vital y la dominación mundial. Adolph Hitler, quien en 1933 fue elegido canciller por el voto popular, implantó en su país uno de los más feroces totalitarismos de la historia. Todos los aspectos de la viuda humana fueron controlados sin misericordia. Los alemanes fueron obligados a dedicar todas las horas de cada día a la causa nacionalsocialista, a rendirle pleitesía al Führer, la nueva deidad alemana. Hitler culpó a los judíos de todas las calamidades sufridas por Alemania y decidió castigarlos, en aras de la pureza racial. Convencido de la inferioridad genética del pueblo judío, juzgó esencial hacerlos desaparecer de la faz de la tierra para garantizar la implantación del nuevo orden mundial. Por toda Alemania y el resto de los territorios ocupados, fueron edificados centro de detención de dimensiones gigantescas para “albergar” a los condenados a muerte. Auschwitz se transformó en el símbolo del genocidio nazi. Fueron millones los asesinados por un régimen feroz, enemigo de la condición humana, profundamente inmoral. Hitler convenció a muchos alemanes que una nueva era histórica había comenzado y que el imperio nacionalsocialista duraría mil años. Y le creyeron. Quienes engrosaron las filas de las temibles SS fueron hipnotizados por un individuo que se creyó elegido por la providencia para adueñarse del mundo.

El nacionalsocialismo fue un totalitarismo químicamente puro. La autoridad del Führer estaba por encima de todo. Lo que Hitler decía era palabra santa y su voluntad debía ser acatada de manera incondicional. No había lugar para los tibios. Se estaba con Hitler o en su contra. Alemania se transformó en un hormiguero donde nadie podía sobresalir. El Führer era un ser superior y el resto de los mortales debían rendirle pleitesía. En un momento de la memorable película “El gran dictador”, Charles Chaplin, en una inmortal interpretación de Hitler, le habla a una multitud enfervorizada, estando colocados a sus espaldas sus ayudantes más cercanos. Cada vez que Chaplin hacía un gesto para que el coro aplaudiera, todos comenzaban a hacerlo instantáneamente y cuando ordenaba no seguir haciéndolo, todos dejaban de aplaudir, también instantáneamente. Tal el nivel de domesticación a que había llegado el pueblo alemán.

Hitler creyó que su imperio duraría un milenio. Afortunadamente para la humanidad duró un poco más de una década. Lamentablemente, fue necesaria una guerra mundial para acabar con él y con su monstruosa creación. El saldo fue trágico: millones de muertos, mutilados y desaparecidos, y una Europa arrasada. En 1945 fue creada la ONU y los vencedores de la conflagración se dividieron el mundo con la firme convicción de que nunca más volvería a repetirse una experiencia como la que acababa de asolar a Europa. La pregunta inquietante es la siguiente: ¿podría caer Europa nuevamente bajo las garras de un totalitarismo como el nazismo? Theodor Adorno, en su célebre conferencia “La educación después de Auschwitz”, dijo que el nazismo podía reiterarse en el futuro. Hace unos cuantos años, el genial Ingmar Bergman, en su film “El huevo de la serpiente”, nos hizo ver que la desesperación, la incertidumbre y el caos económico, no hacen más que preparar el terreno para que germinen las semillas de la xenofobia, el racismo y la intolerancia, piedras basales del totalitarismo. Adorno y Bergman coincidían en la posibilidad cierta del retorno de la barbarie institucionalizada. Pasaron los años y la democracia se afianzó en Europa. Sin embargo, en algunos momentos hubo brotes xenófobos y autoritarios en algunos sectores populares que, evidentemente, fueron subestimados por la clase política europea, tal como había acontecido con Hitler en la década del treinta.

Con la implantación a escala planetaria del capitalismo salvaje, las políticas de ajuste se transformaron en verdades reveladas, en dogmas inmutables. El descontento popular se fue agigantando y en los últimos tiempos hizo explosión en varios países europeos. España, Italia, Irlanda y, fundamentalmente, Grecia, fueron los más afectados. Se extendieron como reguero de pólvora los suicidios y las manifestaciones populares contrarias al poder de los bancos y de la genuflexa dirigencia política. Sin embargo, los presidentes europeos (salvo Hollande, aunque habrá que esperar un poco para observar si realmente gobernará en oposición a los bancos) comandados por la inflexible Angela Merkel, se negaron a abandonar las recetas económicas ortodoxas, con lo cual no hicieron otra cosa que echar más leña al fuego. Los comicios celebrados en España y Francia dieron la victoria a la derecha franquista y al socialismo, respectivamente. Sin embargo, en la tierra de la Revolución Francesa, Marine Le Pen, jefa de una fuerza política de ultraderecha, xenófoba y racista, hizo una elección histórica. Y en las elecciones celebradas en Grecia el 6 de mayo, el 7% del electorado dio su voto a “Amanecer Dorado”, una fuerza política neonazi que logró hacer ingresar al parlamento a 21 diputados. Y su jefe no tuvo ningún inconveniente en reconocer públicamente su admiración por Hitler y en negar obscenamente el holocausto.

Lo que acaba de acontecer en Francia y Grecia es por demás preocupante. El “neoliberalismo” sólo provoca angustia, desolación e incertidumbre a millones de personas, alejadas por completo de las altas esferas de poder. Los trabajadores, los hombres y mujeres que salen todos los días por la mañana a ganarse el sustento o a buscar empleo, son las víctimas predilectas de la dictadura del capital, que no trepida en condenarlos cruelmente a la exclusión social si ello beneficia sus intereses. El “neoliberalismo” considera a los trabajadores seres irrelevantes, ladrillos en la pared, engranajes desechables de una monstruosa maquinaria. El trabajador no es considerado una persona, un sujeto de derechos y deberes, sino un instrumento que puede ser cambiado en cualquier momento, como las llantas de los autos. La consecuencia de este trato inhumano no es otro que la angustia y la desesperación. Ignorado en su condición de persona, el trabajador busca desesperadamente aferrarse a alguien que emplee un lenguaje que le llegue a lo más profundo de su corazón. Ello explica por qué el discurso de Le Pen caló tan hondo en los jóvenes yen importantes núcleos de la clase trabajadora, y por qué el neonazismo hizo una elección histórica en Grecia. La inhumanidad del capitalismo salvaje conduce al florecimiento de fuerzas contrarias a la democracia republicana y, por ende, a los derechos y libertades individuales. La dictadura del capital, cuando está cerca de implosionar como en Grecia, se transforma en un terreno apto para que germinen las semillas del totalitarismo. Es por ello que sólo reemplazando la dictadura del capital por un régimen político, social y económico progresista y genuinamente democrático, que respete la dignidad del hombre, sus derechos y libertades fundamentales, la humanidad evitará que sistemas que, como el nazismo, se creían superados para siempre, renazcan de entre las cenizas para continuar haciendo aquello para lo que fueron creados: sojuzgar a millones de seres humanos para satisfacer a una élite corrupta y asesina.

(*) Artículo publicado en Redacción Popular el 19/5/012

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