Por Hernán Andrés Kruse.-

Lo único que faltaba: una reedición de la lucha entre “la patria peronista” y “la patria socialista”

Entre tanta vorágine la noticia pasó inadvertida. Hace unos días un legislador bonaerense de Juntos por el Cambio propuso rendir el próximo 25 un homenaje al histórico dirigente sindical José Ignacio Rucci. El bloque del Frente de Todos se negó terminantemente y la propuesta de aquel legislador quedó trunca. No me llamó la atención la decisión tomada por el bloque del Frente de Todos pero sí que la iniciativa hubiera partido de un legislador de Juntos por el Cambio. Si uno fuera un poquito mal pensado estaría tentado a suponer que se trató de una maniobra de la oposición para instalar una grieta en el peronismo bonaerense. Aunque no hubiera habido mala intención de parte del legislador que propuso el homenaje, lo cierto es que los sectores del peronismo ortodoxo reaccionaron con furia al enterarse de la postura de los legisladores que responden a Cristina Kirchner.

Si algo faltaba para enturbiar aún más las aguas de la política argentina es una reedición, como se expresa en el título, de la sangrienta guerra entre los dos sectores del peronismo que se disputaron el poder en los setenta. José Ignacio Rucci fue el emblema del peronismo ortodoxo, de ese peronismo surgido de las entrañas del sindicalismo, la columna vertebral del peronismo. Rucci era, ideológicamente hablando, un dirigente sindical de derecha, nacionalista y visceralmente peronista. A comienzos de los setenta llegó a ser el Secretario General de la CGT y la foto donde se lo ve guareciendo a Perón con su paraguas de la fuerte lluvia luego de descender del avión en Ezeiza es el símbolo de 18 años de proscripción del movimiento. Rucci fue, además, un hombre de extrema confianza del General, un dirigente que hizo del verticalismo una verdadera filosofía de vida.

En aquel entonces había un sector del peronismo que se había volcado a la izquierda, la “gloriosa JP”, que consideraba a Rucci un enemigo, un serio obstáculo para lograr su ansiada meta: el control del peronismo. Cuando Cámpora asume la presidencia la JP y su brazo armado, Montoneros, se adueñaron del gobierno, provocando la lógica reacción del peronismo ortodoxo. La guerra estalló el 20 de junio de 1973, justo el día del retorno definitivo al país de Perón, en los bosques de Ezeiza cuando la patria peronista y la patria socialista decidieron resolver el pleito a balazos. Al poco tiempo Perón decidió tomar partido por el peronismo ortodoxo, es decir por José Ignacio Rucci. La patria socialista se sintió traicionada, abandonada por el líder. Debía enviarle a Perón un drástico mensaje para “convencerlo” de que no podía ni debía ignorarla. Ese mensaje fue el alevoso asesinato de Rucci el 25 de septiembre de aquel trágico año, dos días después de la histórica elección en la que Perón fue ungido por tercera vez presidente de la nación. La ejecución pública del Secretario General de la CGT conmovió a Perón y a todo el país. Décadas más tarde Seferino Reato describió con lujo de detalles cómo los montoneros prepararon y ejecutaron la “operación Traviata”. Perón montó en cólera y le declaró la guerra a la patria socialista. A partir de entonces y hasta el derrocamiento de “Isabel” el 24 de marzo de 1976 se desató una guerra civil que enlutó al país protagonizada por el peronismo sindical y los montoneros.

Los legisladores del FdT que bloquearon el homenaje a Rucci continúan encolumnados detrás de aquellos dirigentes que en aquel entonces lideraban al peronismo de izquierda. Pero el asunto es que no estamos en los setenta del siglo pasado sino en la puerta de la tercera década del siglo XXI. Pasó medio siglo de aquel trágico hecho y la Argentina, afortunadamente, ya no es más aquel volcán donde miles morían calcinados por su lava. Hoy el país es otro. Las nuevas generaciones probablemente ni sepan quién fue Rucci. ¿Qué sentido tiene, entonces, tomar una decisión que no hace más que retornar a un pasado trágico y sangriento? Aunque cueste creerlo, es probable que para esos legisladores del FdT la lucha continúa, está vigente, a nivel internacional, la guerra fría.

La grieta que nos martiriza desde siempre

En su edición del 21 de septiembre La Nación publicó un interesantísimo artículo del doctor José Nun titulado “¿Es posible un acuerdo de gobernabilidad?” Expresa el autor:

“La decadencia argentina es notable. En términos del PBI por habitante, en 1913 nuestro país era el décimo del mundo; en 2019, ocupaba el puesto número 70. En las últimas décadas, el aumento de los niveles de desempleo, de informalidad y de pobreza es de sobra conocido, lo mismo que el crecimiento de la desigualdad social. La pandemia ha dejado todo esto al desnudo a la vez que lo agudizó. Frente a este panorama, son muchos los ciudadanos que consideran imprescindible un acuerdo entre los dirigentes que nos saque del pantano. Lo creo altamente improbable por varias razones. La principal es que no se trata de una cuestión de personas sino que vuelven a enfrentarse hoy dos visiones de la política, una de cuño autocrático y otra de cuño republicano, que privan a ese acuerdo del marco común que lo torne viable. No es casual que los pactos hayan sido posibles sólo cuando los representantes de ambas posiciones estuvieron fuera del poder, como ocurrió con La hora del pueblo en 1970. Para la primera de esas visiones, la democracia se reduce básicamente al voto; Estado y gobierno son la misma cosa; y tanto la separación de poderes como los controles sobre quienes mandan resultan temas secundarios. La segunda concepción toma como punto de referencia a la Constitución Nacional, que establece un régimen republicano, representativo y federal, con división de poderes y mecanismos de control y, por lo tanto, ni reduce la democracia a un mero procedimiento ni asimila Estado y gobierno. Desde 1930, nuestra historia ha estado dominada por dictaduras militares y por la primera visión, encarnada en el peronismo. Para peor, asistimos desde hace años a una degradación del movimiento creado por Perón, que aleja cualquier perspectiva de acuerdo, y es a esa degradación que quiero referirme”.

“Perón fue un autócrata que hizo respetar los derechos de los trabajadores y cuidó que la distribución del ingreso resultara sensiblemente más equitativa. Para ello se valió de métodos que no tuvieron nada de republicanos, en un país donde, por lo demás, éstos gozaron históricamente de escaso favor. A la distancia se advierte mejor que su dictadura fue la de un oportunista con principios, algo que no entendieron muchos de sus seguidores de izquierda y de derecha, seguros de la maleabilidad de su pragmatismo. En este sentido, siempre rindió tributo a la influencia ideológica que tuvo sobre él Benito Mussolini. Perón residió en Italia entre 1939 y 1941, en pleno auge del fascismo y cuando la democracia liberal declinaba en todo el mundo. El Duce abogaba por un «socialismo nacional» que incluía el uso de la fuerza, el salario mínimo, la jornada de 8 horas, el voto femenino, la participación de los trabajadores en la gestión de las empresas y otros temas que Perón hizo suyos, como la centralidad de las corporaciones («la comunidad organizada») y la idea del movimiento como sistema total. Claro que llegó al poder unos meses después de la derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial y del fusilamiento de Mussolini. De ahí que Perón adaptara y tamizase con astucia lo aprendido. (No es casual que cuando nacionalizó los ferrocarriles los bautizara con los nombres de nuestros próceres liberales). Pero mi interés aquí es otro. Independientemente de la opinión que nos merezca, se trató de un líder de masas que estableció una relación carismática con amplios sectores populares, que depositaron en él su confianza. Cuando esto sucede, señalaba Max Weber, es posible que el dirigente «viva para su obra» o demuestre ser una persona «mezquina, advenediza, efímera y presuntuosa». Y no es exagerado decir que Perón «vivió para su obra», aunque ésta implicase el recurso a la violencia y la restricción de las libertades públicas”.

“El contraste con Menem no puede ser más marcado. El caudillo riojano (cuyo ascenso frustró las inclinaciones republicanas del ala cafierista del movimiento) reemplazó a los descamisados por sus «hermanos y hermanas» y fue a su encuentro al estilo evangelista en el «Menemóvil», invocando a Dios y a la Virgen. Al llegar a la presidencia se vanaglorió de violar sus promesas electorales, abandonó la «tercera posición» y postuló un peronismo neoliberal, guiado por Alsogaray y por Cavallo. Tras el telón de la estabilidad cambiaria que le brindó el Plan de Convertibilidad, llevó adelante uno de los procesos de privatizaciones y de concesiones más masivos, veloces y subsidiados del mundo; subordinó a los poderes Legislativo y Judicial; provocó una fuerte redistribución regresiva del ingreso; e hizo un hábito de la corrupción. Aquí ya no podemos hablar de alguien que «vivió para su obra» sino de un autócrata borracho de poder”.

“¿Qué decir del kirchnerismo? El poco conocido gobernador de Santa Cruz llegó a la presidencia gracias al dedo de Duhalde (que esperaba ser su tutor) y al rechazo que provocaba el menemismo. Tuvo a su favor que el país estaba saliendo de la crisis del 2001/2 y, a falta de un plan propio, aprovechó un excepcional boom de los productos primarios para bajar rápidamente la desocupación y la pobreza, mantener la estabilidad cambiaria, y gozar de un sostenido superávit fiscal. Para construir su base de apoyo político recurrió a la transversalidad, se recostó en las organizaciones de derechos humanos (cuya importancia recién entonces descubrió) y echó los cimientos de un capitalismo de amigos que le rindió pingües beneficios. De ahí a alimentar un sueño dinástico faltaba un paso que dio al designar a su esposa como sucesora. Sólo que al no haberse introducido los cambios estructurales que el país necesitaba, la declinación de los precios de exportación desaceleró el crecimiento y, ya en el segundo gobierno de Cristina Kirchner, condujo al estancamiento económico, a una fuerte suba de la pobreza y a la reaparición de la espiral inflacionaria, del déficit fiscal y del endeudamiento público. Mientras los países vecinos duplicaban sus activos, el nuestro entraba en crisis en un contexto de saqueo del erario y de impericia técnica. Su solución más creativa fue falsear las estadísticas oficiales”.

“Un repudio creciente a estas prácticas condujo al gobierno a Macri, cuyo pálido republicanismo no fue óbice para que intentase nombrar por decreto a nuevos miembros de la Corte Suprema, esterilizara órganos de control como la Oficina Anticorrupción y acabase profundizando el desastre económico que había heredado y elevando a nuevas magnitudes la desigualdad y la pobreza. En un país que electoralmente va de rechazo en rechazo, retornó al poder un peronismo fragmentado, a la cabeza de una coalición variopinta. La conduce Cristina, convertida en presidenta de facto, sin más proyecto propio conocido que anular los procesos en curso contra ella y los suyos y perpetuar la visión autocrática, repartiendo cargos públicos y ayuda social. O sea que asistimos a una doble decadencia: la del país y la del movimiento creado por Perón, que se ha venido deslizando desde hace años de la primera a la segunda alternativa planteada por Weber. Esto no sólo impide un genuino acuerdo de gobernabilidad y alienta a elementos desestabilizadores sino que permite que los grandes intereses económicos usen el lenguaje republicano para proclamarse defensores de la libertad y cuestionar un estatismo de contornos indefinidos. Entretanto, crecen la miseria, la crisis y la inseguridad y con ellas un malestar ciudadano a la búsqueda de canales de expresión. La peligrosa consecuencia es un país cada día menos previsible cuando más debiera serlo”.

José Nun habla de la grieta que nos martiriza desde siempre. Su escrito es una impresionante síntesis de lo que aconteció en nuestro país a partir de la promulgación de la constitución en 1853 a la fecha. A partir de entonces se enfrentaron dos Argentinas o, como dice Nun, dos modelos de país. Por un lado, la Argentina de la constitución de 1853, republicana y liberal. Por el otro, la Argentina caudillista. Los presidentes que representaban a la Argentina republicana y liberal-Mitre, Sarmiento, Avellaneda, etc.-en el siglo XIX se vieron obligados a utilizar la fuerza de las armas para “incorporar” a la otra Argentina. Fue una unión ficticia ya que, como bien señala Natalio Botana, el régimen conservador jamás permitió a las masas populares participar en política. De esa forma el sistema impuesto por la Generación del Ochenta se asemejó a una gigantesca olla que estallaría por los aires cuando alguien la destapara. Ese alguien fue Juan Domingo Perón.

Perón simbolizó el triunfo de la Argentina caudillista sobre la Argentina republicana y liberal. Su ascenso al poder en 1946 significó un punto de inflexión histórica ya que a partir de entonces el caudillismo como filosofía política comenzó a imponer sus códigos. A tal punto fue así que en 2020 gobierna un presidente que pertenece a esa Argentina. La aparición de Perón profundizó la grieta en tal magnitud que sólo por voluntad de Dios no hubo una guerra civil al estilo español. El odio que se apoderó de todos, de los partidarios de la Argentina republicana y liberal, y de los defensores de la Argentina caudillista, truncó todos y cada uno de los intentos por superarla. El más famoso fue el abrazo de Perón y Balbín en 1972. Pero las cartas, desafortunadamente, estaban echadas. La recuperación de la democracia pudo haber sentado las bases para un gran y verdadero acuerdo nacional, no como la Hora del Pueblo rememorada por Nun. Alfonsín y Menem, apoyados por la mayoría del pueblo, pudieron haberlo hecho pero fracasaron. Quien tuvo todo a su disposición para unir a la Argentina fue Cristina Kirchner luego de ser reelecta con el 55% de los votos. En lugar de optar por la unidad nacional lo hizo por el “vamos por todo”. Mauricio Macri, supuesto representante de la otra Argentina, no hizo absolutamente nada por cerrar la grieta. Todavía resuenan en nuestros oídos su furibundo discurso del 1 de marzo de 2019 al inaugurar el período ordinario de sesiones parlamentarias.

El escrito de Nun pone en evidencia su hartazgo, su cansancio y, obviamente, su bronca. Es perfectamente entendible su estado de ánimo. El tiempo pasa y la Argentina cada día se hunde un poco más. Nos ilusionamos al escuchar el discurso inaugural de Alberto Fernández el 10 de diciembre pasado. Sonó sincero al prometer el fin de la grieta. Como tantas veces sucedió a lo larga de nuestra dramática y fascinante historia, esa ilusión depositada en el flamante presidente fue rápidamente sepultada por el fanatismo y la intolerancia. Alberto Fernández ha demostrado que es uno más de los tantos presidentes que prometieron una cosa e hicieron luego algo diametralmente opuesto. Creo que al asumir Alberto Fernández fue sincero. Es probable que su intención haya sido la de terminar de una vez por todas con la Argentina del odio y el desencuentro. En cuestión de meses su ilusión (si realmente la tuvo) se estrelló contra la cruel y dura realidad. ¿Qué le pasó? ¿Por qué ahora hace un culto de la intransigencia? ¿Será, como sostienen muchos analistas políticos, que perdió toda capacidad de obrar por su cuenta? ¿Será que ahora se limita a obedecer a Cristina Kirchner?

Nuestra obsesión con el dólar

Desde el momento en que Wall Street decidió bajarle el pulgar a Mauricio Macri el dólar se transformó en una verdadera obsesión para los argentinos. Es cierto que nuestra relación con el billete estadounidense es mucho más antigua pero también lo es que a partir de abril/mayo de 2018 la cotización del dólar en todas sus vertientes pasó a ocupar la cúspide de nuestro orden de prioridades y, obviamente, del de nuestros gobernantes. Esta obsesión no hace más que confirmar la ausencia de una genuina moneda nacional. Es cierto que nos manejamos con billetes de diversa nominación pero todos sabemos que se trata de papel pintado. El billete de 1000$ de hoy es el billete de 100$ de hace un par de años y el billete de 10$ de hace un lustro. Nadie quiere ahorrar en pesos. Todos queremos comprar la mayor cantidad posible de dólares porque le tenemos confianza. Causa mucha tristeza reconocerlo pero es la pura verdad.

Esta obsesión con el dólar no dejado de ser fogoneada a lo largo del tiempo por los gobernantes que supimos elegir. Radicales, peronistas, militares, conservadores o lo que fuere: todos, cuando ejercieron el poder, devaluaron la moneda nacional de manera impiadosa, provocando la lógica huida de la gente al dólar. La última mega devaluación tuvo lugar la semana pasada. El gobierno de Alberto Fernández endureció el cepo al dólar para obligar al pueblo a manejarse en pesos. Salvo Martín Guzmán, quien se habría manifestado en contra de esa medida, el resto del gabinete acompañó al presidente de la nación. Evidentemente Alberto Fernández no tuvo en cuenta lo que enseña nuestra historia económica. Cada vez que hubo una devaluación en el país el peso se depreció-es decir, subió el dólar-lo que provocó un incremento de los precios (inflación) y un nuevo golpe al bolsillo. En este caso puntual, además, el presidente del Banco Central no tuvo mejor idea que calificar a las “cuevas” como verdaderos aguantaderos que albergan a delincuentes y narcotraficantes. Vale decir que tildó de esa forma a todos los argentinos que, por una cuestión de supervivencia, compran cuando pueden un puñado de dólares blue. El doctor Miguel Angel Pesce parece no querer reconocer que esas cuevas es el lógico destino final para millones de pequeños ahorristas que ven con desesperación cómo su poder adquisitivo se diluye. Parece no darse cuenta de que esos argentinos no compran esos dólares por cipayos sino porque de esa forma pueden llegar a fin de mes.

A continuación me tomo el atrevimiento de transcribir parte de un interesante ensayo de María Soledad Sánchez (Doctora en Ciencias sociales por la Fac. de Ciencias sociales de la UBA) titulado “El dólar blue como número público en la Argentina posconvertibilidad (2011-2015)” (UNAM-Instituto de Investigaciones Sociales-Revista Mexicana de sociología 79-enero/marzo de 2017).

“Si los argentinos no debían ya atender a la evolución cotidiana, a través de los medios de comunicación, del valor de la divisa, era porque el régimen de la convertibilidad había sellado su igualdad nominal como un inquebrantable principio legal. A fines de 2001, la profunda crisis económica, política y social provocará la salida de aquel sistema a través de una significativa devaluación del peso tras un intenso debate social (y experto) sobre el régimen monetario. Puede afirmarse que una década después de esta crisis del régimen de la convertibilidad, el dólar volvería a consolidarse como un asunto de interés público, objeto de intervenciones políticas y de fuertes controversias entre especialistas que ganaban lugar en los medios de comunicación (Luzzi, 2013). Pero, al igual que ciertos periodos de las décadas de los años setenta y ochenta, la renovada presencia del dólar en la escena pública se desplegó también vinculada con el creciente protagonismo que adquiría una cotización paralela de la divisa, que tomaba cada vez mayor distancia a la oficial (y alcanzará a duplicarla en el periodo de análisis). Así, en un contexto de crecimiento de la inflación que producía una pérdida del valor monetario, y tras la implementación de las restricciones gubernamentales a la compra-venta de divisas en el mercado cambiario oficial que se implementaron desde fines de 2011, asistimos a un renovado y vigoroso interés político, mediático y social por el mercado ilegal del dólar. La existencia y la cotización del dólar blue invadieron todos los medios de comunicación locales, al tiempo que la moneda se convirtió en objeto de debates entre múltiples analistas y especialistas en economía, así como entre funcionarios públicos y referentes políticos que procuraban ya sea dar crédito o impugnar su relevancia social, política y económica. Pero también alcanzó a constituirse como un tópico de interés y seguimiento cotidiano para una heterogeneidad de agentes sociales (no sólo los financieros o expertos) que comenzarían a encontrar en la cotización del dólar blue una categoría de percepción sobre la crisis de valor de la moneda nacional (y de la economía local en general). Entonces, si bien ni la atención o debate público sobre la tasa de cambio -que, como establecimos, tiene una larga historia de 40 años en la Argentina-, ni la producción e intercambio de un tipo de cambio paralelo o ilegal son novedades propias o excluyentes del periodo de la posconvertibilidad. Luego de la puesta en vigencia de los controles cambiarios es posible identificar una contagiosa presencia del dólar blue en la escena pública, que plasma un creciente interés político y social por un mercado que había permanecido hasta aquel entonces fuera de los debates mediáticos y políticos, así como ampliamente invisibilizado por la prensa (incluso la especializada en finanzas). Las prácticas de compra-venta ilegal de divisas se desarrollaban activamente con mucha anterioridad a las nuevas regulaciones y fiscalizaciones cambiarias, así como a su conversión en un fenómeno de atención pública. Para decirlo de otro modo, las transacciones de compra-venta de dólares blue eran parte de las estrategias de reproducción de los agentes financieros locales con anterioridad al llamado “cepo cambiario” (Sánchez, 2013, 2016)”.

“Pero adentrémonos específicamente, entonces, en aquellas transformaciones que se producen sobre la vida pública del dólar blue a partir de fines del año 2011, arista que consideramos relevante no sólo para la comprensión de la propia producción y reproducción social del mercado cambiario, sino de la particular configuración que adquiere la crisis económica (y monetaria) local. A partir de la puesta en vigencia de los controles cambiarios, el mercado del dólar blue pasó a articular su condición de ilegalidad con una hiper-visibilización en los medios de comunicación. La primera y más visible transformación fue la disponibilidad y publicación de la cotización del dólar blue y sus formas de compra-venta en cualquier medio de prensa gráfico (en sus versiones impresas y online), televisivo y radial. Con pocas excepciones, se hizo particularmente difícil desde entonces leer un diario, encender un televisor o la radio para asistir a un programa de periodismo político o económico (o incluso a un magazine de interés general) y no encontrarse con el anuncio de la cotización del dólar blue, alguna mención y/o análisis sobre su evolución o una descripción de los agentes de su compra-venta. La jerga financiera del mercado local (dólar blue, cuevas financieras, arbolitos, coleros, entre otras) invadía a paso firme las noticias y crónicas económicas de la prensa local. Si hasta entonces puede decirse que el dólar blue había permanecido relativamente invisibilizado en la gran parte de los medios de prensa, con la implementación de los controles cambiarios la frecuencia de aparición comienza a crecer significativamente hasta alcanzar a aparecer no sólo diariamente, sino a hacerlo en más de una noticia: varias menciones diarias en los diarios impresos se complementaban con una actualización de nuevas noticias en sus versiones online. La cantidad de noticias sobre el dólar blue aumentará exponencialmente en los años sucesivos: los periódicos comenzaron a realizar un seguimiento “minuto a minuto” de las transformaciones de su precio que mostraba cambios diarios de la cotización, informando subidas o bajas y realizando proyecciones sobre su evolución futura”.

“Por otra parte, el dólar blue llegará no sólo a los titulares y bajadas de noticias de la sección de Economía, sino que comenzará a ser tratado en las secciones editoriales o de opinión de los periódicos. Si buscamos delinear a grandes trazos los estilos de noticias publicadas, puede decirse que un conjunto significativo tiene por objetivo describir lo que aparecía como un nuevo fenómeno de interés, el mercado del blue, detallando el conjunto de agentes que participaban siguiendo los términos de la jerga financiera local (las menciones a las cuevas financieras, los arbolitos y los coleros, acompañadas por fotografías y/o descripciones situadas en el microcentro de Buenos Aires son las más repetidas). En las noticias, además, se recurre ampliamente a citas de economistas académicos de distintas orientaciones, funcionarios o ex funcionarios públicos (especialmente los vinculados con los ministerios o instituciones económicas), expertos en finanzas, estudios, consultoras financieras, así como a agentes financieros del mercado local. Discursos y voces considerados legítimos para enunciar formulaciones con pretensión de validez en virtud de la pretendida tecnicidad (y utilidad práctica) de sus análisis, lo cual no quita que entre los diversos profesionales de la economía se hayan desplegado fuertes controversias en torno a los sentidos y valoraciones sobre el dólar blue, produciendo modos incluso antagónicos de interpretar, apreciar o juzgar la existencia y la difusión de una cotización ilegal de la divisa: por un lado, quienes legitimaban la dinámica del mercado ilegal a partir de las fuertes críticas a la intervención gubernamental sobre el mercado de cambios y definían el valor del blue como el valor “real” de la tasa de cambio local; por otro, quienes impugnan sus intercambios y su relevancia social, resaltando el carácter ilegal de sus transacciones y definiendo su cotización como un precio puramente especulativo”.

“Por otro lado, será cada vez más frecuente que los diarios destinen números de sus secciones especiales o suplementos económicos al análisis exhaustivo del mercado cambiario, e incluso que las noticias vinculadas con el dólar, sus múltiples cotizaciones y las restricciones cambiarias tengan lugar frecuente en las propias portadas. Simultáneamente, los periódicos analizados, en sus formatos impresos y online, comienzan a dedicar un segmento o una sección específica a la publicitación del valor diario del dólar blue. En algunos casos, este segmento se incluye dentro de la tradicional sección de Economía o en el suplemento económico, junto a la cotización oficial del dólar (a las que se añadirán progresivamente las múltiples cotizaciones oficiales que se derivaban de las regulaciones gubernamentales y sus distinciones por fines o actividad, como el “dólar ahorro” o el “dólar tarjeta”). Pero en otros se diseñan nuevas secciones (como “Dólar hoy” del diario La Nación), en las que se publican diariamente los valores de los diversos dólares y comienzan a agruparse todas las noticias vinculadas con la situación cambiaria local. Vale destacar también que los sitios web de los diarios de mayor tirada del país (La Nación y Clarín) desarrollaron dispositivos de cálculo online para realizar conversiones cambiarias al blue y al “dólar tarjeta”, así como para estimar las posibilidades de compra de “dólares ahorro”, combinando las variables intervinientes según las regulaciones gubernamentales”.

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