Por Carlos Tórtora.-

Si vemos el proceso electoral como una película y la detenemos en el día de hoy, la foto nos muestra una perspectiva casi óptima para el gobierno. La continuidad de la alianza UNA entre José Manuel de la Sota y Daniel Massa habría sido conversada la semana que pasó con Carlos Zannini. El kirchnerismo necesita evitar que Mauricio Macri alcance el 30% que podría obligar al ballotage, ya que es difícil que en la primera vuelta Daniel Scioli alcance el 45% que la Constitución Nacional exige para ganar la presidencia. Un massismo decadente y con no más de 15 puntos sería fácilmente absorbido por el kirchnerismo después del 10 de diciembre, una vez que haya servido al propósito de no agrandar el caudal de Macri. Tal como está hoy la alianza entre el PRO, la UCR y la Coalición Cívica en Buenos Aires, la sumatoria de Scioli y Florencio Randazzo en las PASO del 9 de agosto podría rondar el 40%, sacándole al frente opositor no menos de 14 ó 15 puntos de ventaja.

Estamos hablando, para la primera vuelta, de que Macri debería descontar un millón y medio de votos de diferencia en contra salidos de Buenos Aires. Algo casi imposible aun sumando los triunfos opositores que se darían en la Capital Federal y Mendoza.

Como lo acaba de demostrar el Frente para la Victoria en el Chaco y antes Juan Manuel Urtubey en Salta, en los distritos chicos del NOA y el NEA el oficialismo está en condiciones de arrasar, especialmente en Santiago del Estero, Formosa y Misiones, estando debilitado, por ejemplo, en Tucumán. En síntesis, que el cuarto gobierno K, obtenido en primera vuelta como en el 2003, el 2007 y el 2011, está a la vuelta de la esquina. El triunfo de Juan Schiaretti en Córdoba el 5 de julio también sería funcional a este esquema que marcaría el camino para el abrazo postelectoral entre De la Sota y Scioli.

En términos estrictamente electorales, sólo un factor podría hacer que Macri se potencie para superar el 30% ya en las PASO: el triunfo de Miguel del Sel en Santa Fe. Gane éste o el socialista Miguel Lifschitz, la diferencia promete ser mínima. Pero una victoria del PRO crearía un clima electoral mucho más favorable a Macri hasta en Buenos Aires. Esto, claro está, si el PRO el 5 de julio en Capital llega a un número similar al de la primera vuelta del 2011, esto es, el 46%.

Con su política de los últimos días, más la renuncia a la candidatura a gobernador de Francisco de Narváez, Sergio Massa dejó instalada su plataforma para culpar a Macri de la probable derrota opositora el 25 de octubre a la noche. De ocurrir esto, correrán ríos de tinta sobre el análisis contrafáctico: ¿si Massa hubiera sido candidato a gobernador de Macri, juntos habrían doblegado al Frente para la Victoria?

La realidad de los hechos indica que la facilidad con la que la masa de los dirigentes renovadores están volviendo al regazo K significa algo profundo: que el Frente Renovador jamás tuvo entidad propia y sólo fue una construcción oportunista de dirigentes kirchneristas que no se apartaban demasiado del pensamiento oficial. Los esfuerzos de Massa por eludir las críticas directas a la corrupción oficial, el avasallamiento del Poder Judicial y las relaciones carnales con Venezuela, Cuba e Irán, dejaron en claro que nunca hubo una ruptura profunda. La actual división de la sociedad, simbolizada en CFK y Macri, responde a una realidad objetiva: el PRO y el kirchnerismo tienen visiones del Estado, la economía y la política internacional opuestas. El massismo, por el contrario, nunca dejó de tratar de reivindicar al “Néstor bueno” que, de no haber muerto, habría impedido los desvíos que llevaron a CFK a la situación actual. El mito del “Néstor bueno” y “Cristina mala” sonó más bien a una autojustificación para el círculo áulico de Massa, que tardó apenas ocho años, del 2003 al 2011, en darse cuenta de que algo estaba podrido en Dinamarca.

El caso es que la confrontación entre dos peronismos, uno K y el otro anti-K, terminó en octubre del 2011, cuando CFK aplastó a Eduardo Duhalde y Alberto Rodríguez Saá, que juntos apenas sumaron el 14%. A partir de entonces, sólo hubo oficialistas disciplinados y algunos díscolos como Massa y Adolfo Rodríguez Saá, que vuelve a ser funcional al gobierno anunciando una alianza con Pino Solanas, cuyo único fin sería dispersar un poco más el voto opositor. El resultado final de doce años de autoritarismo K es que el PJ ha sido literalmente absorbido por la superestructura creada desde el poder y que ninguno de sus dirigentes tiene capacidad suficiente como para confrontar con un sistema de poder que suma al Estado nacional, las administraciones provinciales y las municipales.

Con agudeza, Elisa Carrió planteó días atrás ante las cámaras que la candidatura presidencial de Margarita Stolbizer sólo serviría para restarle votos progresistas a la UCR y darle una ayuda extra a Scioli. Carrió estaría abriendo el paraguas ante una posibilidad acorde con lo ocurrido en el 2011. Si Scioli más Randazzo superan el 40% el 9 de agosto, el gobierno explotará mediáticamente el “ya ganamos” y la primera vuelta se convertiría en un ballotage. Entonces buena parte de los votos de Stolbizer, Massa, Rodríguez Saá, etc., se sumarían al oficialismo colocándolo cerca del apoteótico 45%.

La guerra que se viene

No es para nada ilógico que la utopía de la unidad opositora vuelva a desmoronarse. Después de todo, en el 2009 la oposición consiguió la mayoría en la Cámara de Diputados y Carrió se opuso a que fuera defenestrado como presidente del cuerpo Eduardo Fellner para evitar que el Peronismo Federal pasara a encabezar la oposición. Y el triunfo de Massa en Buenos Aires en el 2013 no se proyectó en el crecimiento de su proyecto en el resto del país. Es que una cosa era la rebelión de los intendentes de la Primera Sección Electoral, con recursos financieros propios y otra muy distinta era pretender que se les sublevaran a los gobernadores los municipios del interior, en un 90% paupérrimos y dependientes por entero de la ayuda del poder central. Así fue que una sucesión de tropiezos evidenciaron que Massa, en definitiva, es sobre todo un fenómeno bonaerense. El PRO, por su parte, consiguió salir de la limitación de fenómeno porteño gracias a su alianza con la UCR, que le proporcionó un aparato político en los 24 distritos.

En definitiva, si el 9 de agosto el oficialismo consigue marcar una diferencia que lo haga inalcanzable a los ojos de la gente, el eje de la discusión en la opinión pública y los mercados podría trasladarse rápidamente. La incógnita central sería a partir de entonces qué hará Scioli. Es decir si, una vez que se calce la banda, aceptará el rol de presidente títere que le asignará CFK o bien intentará tomar el poder. Si opta por lo primero, parece dudoso que pueda subsistir cuatro años en la Casa Rosada, en un país que no soporta los presidentes débiles. Si por el contrario se decide a dar pelea, la confrontación interna en el PJ puede alcanzar niveles inéditos desde los 70.

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