Por Carlos Tórtora.-

La acumulación de poder, un oficio en el cual demostró excelencia Néstor Kirchner, es ahora el principal problema de su discípulo Alberto Fernández. Al compás del silencio de Cristina Kirchner y de su alianza con Sergio Massa, Alberto emergió de la primera vuelta como el jefe de una liga de gobernadores, a la que se suma el esquivo apoyo sindical. Con este marco, el candidato electo instaló la impresión de que estaba construyendo un gabinete a su medida y que no había obstáculos para su despliegue. Con el protagonismo de un presidente en ejercicio, Alberto se metió de lleno en la crisis boliviana, trazando una alianza con el gobierno de Andrés López Obrador y desafiando frontalmente a Donald Trump. Pero esta tendencia a la consolidación de su poder personal se fisuró a partir de que la semana pasada visitara a CFK en su departamento de Recoleta para redondear el futuro gabinete. A partir de allí, varios ministeriables, como por ejemplo Guillermo Nielsen (Hacienda), entraron en crisis por supuestas objeciones K. Y luego apareció la larga sombra de Carlos Zannini como Procurador General del Tesoro. Pero además, otro factor entró en juego: CFK abandonó su perfil bajo y empezó a mostrarse en el tablero político. Algunos miembros del futuro gabinete de Alberto se reunieron con ella y reapareció entonces el fantasma del doble comando.

Es apresurado sacar conclusiones, pero da la impresión de que Alberto, para funcionar a pleno como presidente, requiere de una Cristina con perfil bajo y escasa exposición pública. Cuando ella retoma protagonismo, el rol presidencial se ve afectado. Definitivamente el espacio no da para dos primeras figuras. En realidad, nunca lo da, salvo que la dualidad del poder sea el mecanismo institucional oficial.

Las razones

Las razones por las cuales Alberto es por ahora al menos vulnerable al efecto Cristina, son varias. Para empezar, está el origen de su poder, que es una delegación explícita realizada por ella, lo que siempre deja la posibilidad de recortar en alguna medida esa delegación.

En segundo lugar, está el método de construcción de poder seguido por Alberto. Él avanza pactando con cada uno de los factores de poder internos del peronismo, lo que equivale a decir que asume una cantidad de acuerdos y compromisos difíciles de cumplir en su totalidad.

Otro punto a analizar es la carencia que todavía tiene Alberto de una base territorial propia. Cuando llegó a la Casa Rosada en el 2003, Kirchner apenas representaba al minúsculo distrito de Santa Cruz. Pero intuyó que debía apoderarse del aparato político del conurbano bonaerense y así lo hizo, suplantando sin piedad al duhaldismo, que en apenas dos años fue barrido de su centro de poder. En esta realidad no se ve cómo Alberto podría tejer un poder territorial propio siendo que su distrito, la Capital, tiene una importancia menor en la interna peronista y que los intendentes del conurbano son el bastión de Cristina.

Por último, está la cuestión central, que es el liderazgo político. Cristina no parece haber resignado el suyo y Alberto debe construir el suyo en el mismo campo. El poder presidencial, que es inmenso, debería alcanzar en principio para traspasarle la jefatura política a Alberto. Para esto es necesario un gobierno lo suficientemente exitoso como para allanarle los obstáculos.

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