Por Carlos Tórtora.-

La actual campaña electoral muestra cada vez más el creciente divorcio entre el debate público de los candidatos y la marcha de la realidad. La semana pasada, el gobierno nacional consolidó dos nuevos y efectivos ataques al sistema republicano. El primero fue ensayar, para inminentes nuevas decisiones, con el desplazamiento del Juez de Casación Luis Cabral aplicando la nueva ley de subrogancias mediante la mayoría simple del Consejo de la Magistratura. El segundo fue legalizar, a través del Anexo del Decreto 1311/2015, el espionaje oficial sobre lo que el gobierno a su arbitrio entienda que puedan ser maniobras económicas desestabilizadoras o bien golpes de mercado. Dos conceptos tan oscuros e imprecisos que dan casi para cualquier cosa. Sin embargo, ninguno de los principales presidenciables, sobre todo los opositores, enfatizaron demasiado sobre estos hechos, pese a la marcha masiva en respaldo a la continuidad de Cabral en su cargo. Se podría ensayar una explicación de este predominio de la campaña light. Tanto Mauricio Macri como Sergio Massa estarían pensando en la hipotética posibilidad de que les toque disputar un ballotage presidencial y entonces se cuidarían de atacar a la masa del electorado progresista que sigue al kirchnerismo. Un electorado que simpatiza con la idea de que el Ejecutivo le marque el paso a la justicia y que se investiguen los supuestos golpes de mercado, que son vistos como sustitutos de los golpes militares.

Sólo las urnas dirán si la extrema cautela de Macri y Massa es o no acertada.

Pero el eje de la mayor parte de las especulaciones volvió a ser el candidato que encabeza las encuestas. Luego de un año y medio de exhibirse como un soldado incondicional de CFK y su entorno, el gobernador bonaerense, ya oficializado como candidato, esta volviendo a lo que fue su estilo clásico: declamar lealtad al cristinismo pero dar señales de diferenciación. Alguna vez dijo: “ yo sumo más votos cuando me diferencio”. El problema es que, cuando se diferencia de su jefa, es justamente cuando el mercado electoral no sabe a que atenerse ni cual es el verdadero Scioli.

Esta semana, el criticado Primer Ministro griego, Alexis Tsipras, empezó a dar una lección de realpolitik. Presentó su plan de reformas con el fin de obtener un tercer programa de rescate que evite a su país salir del euro. Sin embargo, muchos en Grecia se preguntan si en los hechos no era una capitulación de Tsipras, sorprendidos por el contenido del plan, que incluye todas las medidas de ajuste exigidas antes por los acreedores. Tan fuerte era esa sensación que el premier tuvo que salir en su propia defensa. «No he vendido a los griegos», dijo.

Y agregó: “no quiero ocultar la verdad. El acuerdo que se debatirá en el Eurogrupo está lejos de nuestro programa. Nunca pedí el no para salir de Europa sino para fortalecer nuestra capacidad negociadora”.

¿ Seguirá Scioli, si gana, el ejemplo de Tsipras? Esto equivaldría a sincerar el retraso cambiario y tarifario, corregir el gasto público, sentarse a negociar con los holdouts, etc. En otras palabras, abandonar el modelo económico K para cuyo sostenimiento habría recibido el apoyo de sus votantes. En una democracia de alta calidad institucional-la Argentina no lo es-cada candidato estaría obligado a definir durante la campaña no solo la política económica general sino las medidas que aplicará si llega al gobierno. Pero nuestro esquema político es críptico y se da por sobreentendido, como algo natural, que los candidatos están obligados a ocultar sus verdaderas intenciones para convencer a sus votantes de que el ajuste sería innecesario.

El caso es que en las últimas semanas, sutilmente Scioli empezó a practicar otra vez su talento para la ambigüedad. Axel Kicillof aseguró que la política económica será intocable, sea quien fuere su sucesor. Pero desde el entorno de Scioli se ocuparon de dejar en claro que Kicillof no dictará las reglas del juego y aquel, para reforzar el mensaje, lanzó un par de frases promercado.

En segundo lugar, el gobernador hizo público un reconocimiento personal a quien fue su padre político, Carlos Menem. Fue un mensaje indirecto para los que añoran la estabilidad y el apoyo del estado a la iniciativa privada. Scioli pudo haber dicho que Néstor Kirchner fue su gran maestro pero no lo hizo, porque el voto de ese origen ya lo tiene al ser el único candidato oficialista. Ahora busca a los votantes de Macri y hasta de Massa en algunos casos.

La tercera jugada de esta nueva estrategia de diferenciación pasa por la Provincia de Buenos Aires. Scioli se muestra rodeado por Julián Domínguez y Fernando Espinoza para confrontar con Aníbal Fernández y Martín Sabbatella. El aparato mediático sciolista exhibe a Domínguez como “ el hombre del Papa en Buenos Aires”, el que confrontaría con el narcotráfico, al cual las malas lenguas vinculan justamente a Aníbal Fernández. En cuanto al intendente de La Matanza, no es uno de los caudillos históricos como Hugo Curto o Raúl Otahecé, pero representa, por el peso de su municipio, a la vieja ortodoxia del PJ bonaerense contra el progresismo K de Sabbatella.

Asi, evitando cualquier choque frontal con una presidente hipersensible por su pérdida de poder, Scioli abandonó la ortodoxia K para volver a insinuarse como promercado, amigo de la Iglesia, enemigo del narcotráfico cuando la Casa Rosada es permisiva con él y, por último, líder del resurgimiento peronista luego de 12 años de dictadura ideológica de Ernesto Laclau.

Cualquier salida es peligrosa

Este esfuerzo por recuperar votos de centro y centro derecha mediante la expectativa de que Scioli hará lo de Tsipras, no incluye hablar de la corrupción, a la cual si acaba de referirse Francisco en una de sus alocuciones en Paraguay. Cualquier gesto anticorrupción de Scioli podría ser interpretado en Olivos como un gesto de alta traición.

Según trascendió, a partir de las PASO y sobre todo si el Frente para la Victoria no supera el 40 por ciento, el giro centrista de Scioli y sus mensajes al electorado del PRO se multiplicarían. Razones para profundizar la ambigüedad no le faltan: el FpV acaba de quedar tercero en Capital por primera vez en su historia y en Córdoba no alcanzó los 20 puntos. En Santa Fe, la buena elección del oficialista Omar Perotti tuvo su punto más flojo en Rosario. En Mendoza capital, la alianza que encabezaba la UCR le sacó una ventaja muy importante al kirchnerismo. Y se dice que en Tucumán, el alperovichismo está condenado a perder la elección sobre todo porque el voto en la capital es masivamente anti K. En definitiva, el kirchnerismo, pese a una situación económica que no muestra una tendencia ascendente, conserva el control de los grandes conglomerados clientelistas del conurbano bonaerense y las provincias más pobres, donde el empleo público alcanza a más de la mitad de la población. Pero en las grandes ciudades la clase media se vuelca cada vez más contra Cristina y los suyos. Para ganar, Scioli necesita que estos sectores crean que él viene a enterrar la herencia de Néstor y Cristina como estos hicieron con la de Eduardo Duhalde y este a su vez con el menemismo.

Para el ex motonauta, ninguna de las dos opciones que se le presentan si gana será cómoda. Si actúa como Tsipras los sectores más duros del kirchnerismo lo condenarán por traidor y hasta es posible que intenten defenestrarlo. Pero si en cambio permanece fiel a la sombra de Cristina, la crisis económica latente puede arrastrarlo al precipicio en pocos meses. Y esto sin que el PJ en su conjunto lo acompañe.

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