Por Carlos Tórtora.-

Por una extraña coincidencia de factores, los tres principales candidatos presidenciales cargan con serios problemas en relación a los candidatos a gobernador de Buenos Aires. El inesperado acto de insubordinación de Florencio Randazzo le estropeó los planes a CFK, obligándola a habilitar una PASO bonaerense con tres precandidatos que no descuellan en ninguna encuesta: Aníbal Fernández, Julián Domínguez y Fernando Espinoza. La forma en que ayer lo anunció Aníbal Fernández merece un párrafo aparte: “la presidenta, como jefa del movimiento nacional peronista ha decidido que haya primaria en Buenos Aires”, dijo. Leyendo entrelíneas, después del no de Randazzo la autoridad presidencial quedó herida y entonces era necesario exaltar la paradoja autoritaria: por decisión de Cristina no iba a haber primaria y, 24 horas después, por su misma voluntad sí las habrá.

Así las cosas, con tres precandidatos limitados, al Frente para la Victoria no le queda más remedio que unificar, para el cierre de listas del sábado, las candidaturas a legisladores provinciales, intendentes y concejales. Es decir que la competencia se dé sólo para la gobernación. Si hubiera listas distintas abajo, los cientos de precandidatos que salgan perdidosos de la primaria, quedando excluidos de las listas, podrían verse tentados de hacer acuerdos con el macrismo o el massismo para la primera vuelta, restándole así fuerza al FpV. Pero el efecto Randazzo también tiene otras consecuencias. Cristina y Zannini nunca quisieron que Espinoza fuera candidato a gobernador por la sencilla razón de que éste, en realidad, no pertenece al kirchnerismo. Se trata de un peronista tradicional que creció a la sombra de Alberto Balestrini y que se siente más cómodo hablando con Scioli que con la cúpula de La Cámpora. Espinoza llegó a la presidencia del PJ bonaerense en medio de las turbulencias producidas primero por el ACV sufrido por Balestrini y luego por la renuncia de Hugo Moyano y jamás contó con las simpatías del círculo presidencial. Por este motivo, el cristinismo, cada vez que mencionaba al intendente de La Matanza, lo ubicaba como candidato a vicegobernador. Ahora, con las encuestas sobre la mesa, que no muestran ninguna diferencia significativa entre Fernández, Domínguez y Espinoza, excluirlo de la carrera para la gobernación hubiera equivalido para CFK exponerse a un segundo desacato en apenas dos días. El problema, en términos cristinistas, es que, si Espinoza gana la PASO y luego la gobernación y Scioli la presidencia, el caudillo matancero podría no ser fácilmente controlable para “la jefa del movimiento nacional peronista”.

Otra clase de problemas

En el caso de CAMBIEMOS, nadie ha dicho la última palabra acerca de qué fórmulas de la UCR y la Coalición Cívica deberá enfrentar en las PASO la dupla María Eugenia Vidal-Cristian Ritondo. Este último apareció a último momento como una acertada decisión de Macri para darle anclaje en el peronismo a la etérea candidatura de Vidal, todo en medio de un precario armado del PRO en el segundo y tercer cordón del conurbano. Los problemas de Vidal para crecer en las zonas del peronismo profundo bonaerense son serios por la carencia de aparato político y casi insolubles a esta altura de los plazos. Tampoco es menor la dificultad del PRO para unificar las listas seccionales y provinciales. Ayer trascendió que Jesús Cariglino, aliado de Macri, estaba por dar un paso al costado, al no ser escuchadas sus pretensiones para ubicar a algunos candidatos a legisladores provinciales y concejales. La furia del intendente de Malvinas Argentinas habría llegado al punto de enviar cuadrillas a borrar las pintadas que ellas mismas habían hecho horas antes con la leyenda “Macri-Cariglino”.

La fragilidad del macrismo bonaerense refleja una crisis distinta a la del massismo. Curiosamente y contando con 17 intendentes enrolados en sus filas, Sergio Massa sufre la carencia de un candidato a gobernador con peso propio, salvo que Francisco de Narváez retire en horas más su renuncia a la candidatura a gobernador. El caso es que Darío Giustozzi ya no está, porque se fugó al kirchnerismo; Felipe Solá no tendría ganas de hacer el flojo papel que se entrevé y ninguno de los alcaldes massistas tiene el conocimiento público y la trascendencia como para apuntar a la gobernación. Así es que, extrañamente, Massa llega al final del plazo con serios problemas para rearmar su pieza más fuerte, Buenos Aires.

Tal como están las cosas, tanto Scioli como Macri y Massa no pueden esperar que sus candidatos a gobernador les sumen demasiados votos. Las elecciones se plantean más bien al revés: los votos serán arrastrados por los candidatos presidenciales y los candidatos a gobernador más bien serán acompañantes.

Como consuelo para todos, en lo que hace a los números fríos, el corte de boleta en Buenos Aires no supera históricamente el umbral del 4 o 5% o sea que la fragilidad de los candidatos a gobernador no tendría consecuencias graves.

Share