Por Carlos Tórtora.-

La escasez de encuestas de los últimos días coincide con las discordancias entre las que se están difundiendo, lo que potencia la confusión en los estados mayores del massismo, el macrismo y hasta en el cristinismo, donde ahora reina el optimismo.

El Frente Renovador aparece acorralado por la fuga de dirigentes que sufre en todo el país y por la captación de varios de sus intendentes que realizan Daniel Scioli y Juan Carlos Mazzón. La clave es el pase de Raúl Otahecé, el alcalde de Merlo, que está volviendo al kirchnerismo, siendo el intendente que acumula la mayor masa de votos del Frente Renovador. En el Tigre, en medio de interminables discusiones, la mesa chica de Massa decidió profundizar hasta las últimas consecuencias su insistencia en que Mauricio Macri, Ernesto Sanz y Elisa Carrió acepten una “interna grande” que incluya al Frente Renovador. Los tres aliados ya optaron por el no. Pero el massismo apuntaría a después de las elecciones. Si el cristinismo gana y Macri debe conformarse con un lejano segundo puesto, Massa levantaría la cabeza, denunciando que la oposición fue derrotada porque el jefe del PRO, Sanz y Carrió excluyeron al massismo y le hicieron así el juego al gobierno al dividir el voto opositor. Aun con su actual sangría, Massa pensaría que puede llegar al 30% en Buenos Aires y al 17/18% en el promedio nacional, lo que, en caso de ganar Scioli, reforzaría la teoría de que Macri perdió por no pactar con el tigrense.

A todo esto, en el PRO, la estrategia nacional está bastante subordinada a la primera vuelta porteña del 5 de julio. Es indispensable para Macri que su delfín Horacio Rodríguez Larreta alcance la mitad más uno de los votos válidos y evite así un angustioso ballotage en el cual Martín Lousteau podría recibir el aporte masivo del voto kirchnerista. Obviamente, en la oficina de Macri están pendientes del apoyo que dé públicamente Gabriela Michetti, a la que siguen muchos votantes que no aprecian a Larreta. La senadora se mostró algo junto al jefe de gabinete porteño, pero no hizo gran cosa más. Su desconfianza de él sería muy grande. En algunas reuniones, el jefe de gabinete habría hablado de que “barrería” a los funcionarios michetistas de sus cargos en el gobierno porteño ni bien asuma su jefatura. Michetti exigiría garantías de que esto no va a ocurrir y sólo Macri podría dárselas. Obviamente, si el 14 de junio Miguel del Sel obtiene la gobernación de Santa Fe, la candidatura de Macri se potenciaría y esto también influiría en el esquivo electorado porteño. Para algunos, aquél terminará haciendo campaña para Rodríguez Larreta en forma cada vez más activa, dando como mensaje que su proyecto nacional depende del triunfo porteño.

Pero el agujero negro del PRO sigue siendo la Provincia de Buenos Aires, donde le falta estructura y un candidato fuerte, pese a los avances recientes de María Eugenia Vidal en las encuestas. Tal como van las cosas y con los tiempos que se acortan, el marketing que le quedaría al PRO para las PASO sería explotar la estrecha vinculación de la figura de Vidal con Macri, a la espera de que se produzca el “efecto Armendáriz”. Esto es, en el ‘83, la ola de apoyo a Raúl Alfonsín fue tan fuerte que terminó haciendo que un humilde médico de Saladillo, Alejandro Armendáriz, le ganara la gobernación al entonces poderoso Herminio Iglesias, que contaba con el apoyo tanto del aparato de los intendentes del conurbano como de la estructura sindical.

Una jugada para último momento

Quedan por analizar los pasos de Scioli, que está en un punto delicadísimo de su equilibrio inestable con la presidente. El domingo pasado, su rival para las PASO, Florencio Randazzo, marchó hacia Salta a festejar ante las cámaras el triunfo de Juan Manuel Urtubey, mientras que el gobernador bonaerense no recibió indicaciones de Olivos para que viajara. En otras palabras, la presidente le abrió el juego al Ministro del Interior y Transporte. Con paciencia casi infinita, Scioli estaría apostando a que una serie de hechos se combinen a su favor. El cristinismo no tiene en realidad un candidato ganador para Buenos Aires porque Aníbal Fernández, que quiere intentarlo, suma un alarmante porcentaje de imagen negativa que lo hace casi inviable. El otro recurso “natural” del FpV es Martín Insaurralde pero tiene un problema fundamental, Cristina desconfía de él y, a partir de que deje la Casa Rosada el 10 de diciembre, ella necesita un gobernador que responda a las directivas de Carlos Zannini y Máximo Kirchner. Esta carencia de un candidato que sea a la vez ganador y confiable le abre el camino a la jugada sciolista: que a último momento Cristina ordene que Randazzo se baje de la candidatura presidencial para ser candidato a gobernador. En ese caso, Scioli se evitaría el desgaste de una PASO en la cual el cristinismo duro lo cuestionaría y estaría muy lejos de ser lo que él quiere ser: un candidato del consenso y de la unidad del PJ.

Randazzo, por su parte, haría cuentas y no le desagradaría del todo sucederlo a Scioli, ya que sus posibilidades de vencerlo en las PASO siguen siendo bastante menores.

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