Por Carlos Tórtora.-

En torno a la presunción de que Daniel Scioli será electo presidente en primera vuelta, la dirigencia peronista está entrando en ebullición ante lo que consideran que será inevitable: la pérdida de poder del cristinismo en el planeta justicialista. La aparición del salteño Juan Manuel Urtubey proponiendo ante el Consejo de las Américas y en nombre de Scioli una inmediata negociación con los holdouts es sólo uno de los síntomas del cambio. El gobernador bonaerense se expresó a través de otro gobernador y no de un economista, porque su prioridad es comprar poder político luego de que la candidatura a gobernador de Aníbal Fernández, impuesta por CFK, apuntó a vaciarlo de poder en su propia provincia. Es decir, un presidente sin distrito propio, casi un paria de la política. Así es que en La Ñata se teje una liga de notables del interior en la que se anotan, además de Urtubey, el veterano José Luis Gioja, el misionero -de origen radical- Maurice Closs y el emergente santafesino, el alcalde de Rafaela, Omar Perotti. Este último, cuando la semana pasada le preguntaron quién mandaría en el futuro en el peronismo, contestó sin vacilar “el Presidente”. En síntesis, que el entorno de Scioli da por hecho que, en caso de ganar, el cristinismo se atrincherará en el Congreso Nacional y la provincia de Buenos Aires y busca entonces oxígeno en el campo de los gobernadores y caudillos provinciales. Y hasta dejó trascender un eventual gabinete con 20 ministros, muchos de ellos actuales gobernadores. La emersión de Urtubey en un contexto internacional también juega con otro factor. Scioli está buscando un presidenciable joven -que tal vez pueda ser su compañero de fórmula en caso de ir por la reelección- porque prevé que Sergio Massa, si perfora la barrera de los 25 puntos el próximo 25, intentará plantarse como el contrapoder de Scioli con vistas al 2009. La obsesión de éste es no quedar atrapado en el rol de presidente de transición, o sea, de simple piloto de tormentas, cuyo capital político podría quedar consumido por el inevitable ajuste de la economía. Tanto futurismo tiene mucho que ver con la coyuntura. Por ejemplo, si Scioli debiera ir a un ballotage con Macri, aun triunfando, ostentaría cierta debilidad de origen.

Un rival peligroso

El caso es que el ex motonauta estaría convencido de que, si hay ballotage, Massa estaría dispuesto a convertirse en el héroe de la unidad peronista, apoyando, junto con José Manuel de la Sota, al Frente para la Victoria. Desde la lógica de algunos dirigentes del PRO, semejante pirueta sería incompatible con las fuertes críticas que Massa le viene haciendo al gobierno. Pero la lógica del peronismo es otra. En una batalla final entre peronismo y no peronismo, el tigrense encontraría plena justificación para privilegiar la unidad partidaria, sobre todo con el argumento de que el kirchnerismo entraría de algún modo a formar parte del pasado. El súbito pase de la diputada Mónica López de las filas del massismo a las del Frente para la Victoria no habría sido entonces una sorpresa en el Tigre, sino más bien la primera señal de que, si hay segunda vuelta, los renovadores no se quedarán fuera del paquete peronista.

Esta perspectiva lo ayuda electoralmente a Scioli pero a la vez lo inquietaría de sobremanera. Si Massa adquiere ese rol estelar, se convertiría automáticamente de nuevo en el presidenciable más cotizado del PJ o, por lo menos, tanto como el propio Scioli.

A CFK y su círculo le seduciría la idea de que haya al menos dos liderazgos fuertes en el peronismo, porque de este modo el cristinismo podría mantener su influencia oscilando entre ambos.

Para Scioli, la semana que se cierra le deja un saldo -otra vez más- bastante negativo. El increíble sobreseimiento express que dictó el juez de garantías Pablo Raele a favor suyo en la investigación a raíz de una denuncia por enriquecimiento ilícito supera en mucho al veloz sobreseimiento que en diciembre del 2009 dictara Norberto Oyarbide a favor del matrimonio Kirchner. En el caso del bonaerense, ni siquiera hubo una investigación real.

De este modo y aunque no influya en términos de votantes, el candidato oficialista quedó en alguna medida equiparado a la oscuridad que rodea a los Kirchner. Fue la peor señal que pudo dar para los mismos mercados. Esto sobre todo teniendo en cuenta que Dilma Rousseff -y más aún Lula Da Silva- se enfrenta a un movimiento anticorrupción que ha cambiado la vida política y económica de Brasil. Algo que por ahora en la Argentina parece casi imposible.

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