Por Carlos Tórtora.-

El inminente triunfo electoral del macrismo sin duda que le transferirá a Mauricio Macri una cuota de poder que hasta ahora no tuvo, aunque seguirá dependiendo de acuerdos con el peronismo en las dos cámaras del Congreso. Pero la nueva etapa que se abre también entraña sus riesgos. En el 2015, el PRO llegó a la Casa Rosada gobernando sólo Buenos Aires y la Capital, con una marcada debilidad legislativa y con una justicia en buena medida controlada por el kirchnerismo. La solución estratégica que encontró el equipo de Macri fue potenciar al máximo la figura de CFK como la gran antagonista del gobierno. Los beneficios de esto fueron dos: el peronismo, en su mayoría deseoso de liberarse de la ex presidente, ante la polarización no tuvo más remedio que bajar la cabeza y aceptar que ella seguía teniendo la última palabra. Pero el mayor éxito se dio en el electorado de clase media. Éste, horrorizado ante la posibilidad de un retorno del cristinismo al poder, se volcó decididamente hacia el oficialismo, construyendo la actual ola amarilla. La circunstancia de que Cristina haya ganado -aunque a duras penas- las PASO bonaerenses, aumentó aún más la percepción de que se podía volver al pasado.

Así las cosas, hasta el precandidato presidencial peronista más sonado, Juan Manuel Urtubey, terminó horas atrás reconociendo que la ola amarilla hasta podía llegar a Salta. De este modo se construyó una base electoral que se sustenta fundamentalmente en el rechazo al pasado más que en la adhesión al PRO, un partido que se caracteriza por esquivar cualquier definición ideológica y que transitó desde una inicial aproximación a la centro derecha europea hasta un coqueteo posterior con los demócratas de los EEUU.

Una pregunta que se abre a partir del próximo domingo es si esta polarización que primero le dio el gobierno y ahora le aumenta el poder a Macri está llegando a su punto final.

Yendo por partes, abundan los síntomas de que tanto los barones del conurbano bonaerense como la totalidad de los gobernadores del PJ han decidido decirle adiós a CFK. La razón es simple y ya la decía Nicolás Maquiavelo: “no se debe seguir a un jefe que ya no puede defenderlo ni castigarlo”. De cara a un 2019 que en la cabeza de la dirigencia está a la vuelta de la esquina, ella es un salvavidas de plomo para gobernadores, intendentes y legisladores que, si la siguieran, se arriesgarían a perder sus sillones. Cuanto antes se empiece a discutir la sucesión es entonces mejor para el peronismo. Y si esto ocurre, la clase media dejaría de juzgar al macrismo como el mal menor y empezaría a reclamar los resultados que aún no se ven. Sobre todo la baja de la inflación y el aumento del empleo y la inversión. Sin la amenaza del retorno K, el PRO ya no contaría de ahora en más con el apoyo automático del electorado independiente.

Aferrados a una receta que tanto éxito les dio, algunos sectores del gobierno sueñan con estirar el efecto de la polarización a través de la batalla por el desafuero de CFK que se daría en el Congreso, la que sería un tema menor si el peronismo ya no le responde.

¿Y ahora qué?

Si entonces la polarización está llegando a su fin y las tensiones sociales van a empezar a sentirse, cabe preguntarse cuál es el esquema político que puede reemplazar a aquella. Macri dio una sola señal para el día después: la convocatoria a los gobernadores, reconociendo en los mismos la investidura de la representación popular. Están en juego el Presupuesto 2018 y la ley de Responsabilidad Fiscal. Pero también hay una espada de Damocles sobre la cabeza de los mandatarios. La Corte Suprema acaba de sintonizar con Macri a través de un fallo desalentando los juicios laborales. Si llegara también a firmar una sentencia favorable al reclamo de Maria Eugenia Vidal para que Buenos Aires reciba los 53.000 millones de pesos anuales del Fondo del Conurbano que hoy se distribuyen las provincias, los gobernadores quedarían en una situación se sometimiento a la Casa Rosada, porque los números no les cerrarían de ningún modo.

En el coloquio anual de IDEA en Mar del Plata, el macrismo encontró una euforia empresaria que le sirve de trampolín para potenciar la hasta ahora difusa reforma laboral y el ajuste fiscal a las provincias.

El embudo de todo esto pasa por el Senado y Miguel Ángel Pichetto será el negociador principal. El compromiso de Pichetto con la mayor parte de los gobernadores del PJ será que se aprobarían los proyectos del oficialismo que no afecten los intereses de las provincias ni de la CGT. Una fórmula tan oscura como difusa. La realidad es que, salvo que se inicie una ola de inversiones directas que nadie ve venir, el horizonte está marcado por la realidad del ajuste y de la tensión entre el peronismo y el PRO.

Otro de los negociadores más hábiles, Sergio Massa, también se vería impactado por el fin de la polarización. Massa fue hasta ahora el garante de la gobernabilidad de Vidal pero podía ocupar este espacio moderado por la existencia de un cristinismo beligerante. Sin este último, el tigrense podría quedarse sin el “camino del medio”.

En definitiva, ante el eclipse de CFK: ¿cuál será la oposición peronista?

En principio, sólo algo parece seguro: el fin de la polarización parece ser el comienzo de un inmenso desorden.

Share