Por Jorge Raventos.-

Con cepo cambiario, con nuevo endeudamiento, con la muleta del swap chino, con el goteo de reservas del Banco Central, el gobierno va empujando hacia más allá del horizonte electoral el fantasma de una crisis del sector externo. Los saltos del dólar blue son señales de vicios ocultos, de la presión sofocada que bulle en lo profundo: el peso no sólo está descolocado por la brecha entre el cambio oficial y el paralelo, sino por su relación con la moneda brasilera que no deja de caer. “Siempre en Argentina los momentos previos al acto electoral son momentos de mucho nervio porque fundamentalmente los argentinos tenemos experiencias muy tristes del valor de la moneda en momentos electoral”, explica el presidente de la Bolsa de Comercio, Adelmo Gabbi, partidario de liberar el dólar. “Si abrimos el cepo perdemos las reservas en tres días”, confiesa Aníbal Fernández, jefe de gabinete y precandidato oficialista a gobernar Buenos Aires. Se sabe que un gobierno que pierde las reservas del Banco Central cae. Sin reservas no puede haber importaciones y sin importaciones la actividad en general se paraliza. El gobierno de la señora de Kirchner está empeñado en evitar que esa circunstancia ocurra durante lo que resta de su período y tiene instrumentos para conseguirlo.

De eso no se habla

Los candidatos más empinados prefieren no hablar del tema. Siguen, si se quiere, el consejo que Axel Kicillof les propinó a los empresarios: «No hablen de un atraso cambiario porque joden a la gente». Seguramente los candidatos mejor ubicados imaginan que si menean el tema se empeorarán las condiciones de la herencia a la que aspiran.

Además, están los motivos de marketing. Esta semana se difundieron advertencias recibidas por el hoy diputado Federico Sturzenegger del oráculo del Pro, Jaime Durán Barba, durante la campaña electoral de 2013: “No propongas nada, no expliques nada. Si vos explicás qué es la inflación, vas a tener que decir que la emisión monetaria genera inflación, que entonces debería reducirse la emisión y que si hacés eso tendrías un ajuste fiscal donde la gente va a perder su trabajo y eso no queremos que lo digas”. No entrar en honduras, en propuestas ni en precisiones es una línea que siguen los candidatos que parecen puntear en las encuestas. Desde un escalón más abajo, los desafiantes Sergio Massa y José Manuel De la Sota pretenden hacerse notar justamente por sus propuestas y definen a los de arriba como “socios del silencio”.

A lo largo del último año las encuestas han ido describiendo un panorama cambiante sobre las perspectivas electorales para octubre. Sergio Massa, Mauricio Macri y Daniel Scioli subieron y bajaron, puntearon o se estancaron y permitieron los vaticinios y conjeturas más contradictorios. Las primarias del 9 de agosto ofrecerán nuevos elementos para imaginar el final de la película, pero difícilmente autoricen aún un pronóstico concluyente. La incertidumbre sobre el resultado es, si se quiere, un rasgo de las democracias.

¿Hacia un nuevo sistema político?

Más allá del nombre de quien encabezará el poskirchnerismo, ya pueden observarse algunos trazos que caracterizarían el nuevo ciclo. Si la etapa K se erigió sobre los fantasmas de la gran crisis de principios de siglo, el debilitamiento de la autoridad y la disolución del sistema político, la etapa que se cierra deja un Estado central torpe y voraz, invasivo y disfuncional que reconstruyó el poder a su manera, colonizando y “clientelizando” a la sociedad y acentuando la subordinación de provincias y municipios. Hoy la tarea pendiente no reside en restablecer la autoridad estatal, sino en reformarla, reformularla, redistribuirla, podarla de ramificaciones viciosas y descompuestas.

Las coincidencias básicas que la opinión pública intuye en los candidatos principales son una señal positiva en la búsqueda de construcción de un sistema político. En un mundo que simultáneamente se integra y compite, el país necesita cada vez más poder, pero no un poder arcaico, hegemónico, concentrado y asfixiante, sino uno que se apoye en la representación plural y en la tensión asociativa.

No puede afirmarse que el sistema político se haya reconstruido (los partidos siguen siendo frágiles entelequias articuladas con gobiernos o poderes corporativos y nucleadas alrededor de personalidades mediáticas), pero comienza a observarse un embrión de dispositivo plural, más apegado a reglas de debate civilizado, de convivencia, dispuesto a alcanzar acuerdos y a formular respetuosamente las divergencias. Ese protosistema no excluye, sin embargo, elementos volátiles ni personalidades imprevisibles o destructivas, que el conjunto deberá encuadrar y disciplinar si es que la próxima etapa va a ser encarada seriamente.

Las sucesivas fotos de la realidad que han presentado los estudios demoscópicos sugieren un futuro paisaje político relativamente equilibrado, en el que la fuerza que resulte mayoritaria difícilmente adquiera un dominio hegemónico; necesitará, por lo tanto, colaboración y asociaciones con otra u otras.

Otro dato que incide desde ya en el próximo ciclo: la política – de buen grado o forzada por la realidad- comprende cada vez más su dependencia de la opinión pública. A veces se excede en la dosis y sacrifica la coherencia y el pensamiento crítico para adecuar sus mensajes a las expectativas del público, inmolando en el altar de la imagen el rol que se espera de los cuadros de conducción, pero esa sobredosis es preferible al ideologismo, el ensimismamiento y la negación de los hechos. El claro abandono del “purismo amarillo” por parte de Mauricio Macri o la resignación final a la candidatura presidencial de Daniel Scioli por parte del kirchnerismo son muestras elocuentes de la influencia de la opinión pública (que no debe confundirse, como explicó hace años Felipe González, con “la opinión publicada”, aunque a veces ambas coincidan).

Tensión asociativa

La dialéctica entre opinión pública y visión política es rica en contradicciones, porque la visión política (visión estratégica) necesita centrarse en el mediano y largo plazo, mientras que en el mundo de la opinión pública impera el plazo corto (o cortísimo). Una se ocupa de procesos, la otra vive una hilera de sucesos.

En la década de 1980, en los astilleros polacos de Gdansk, cuando allí ejercía su influencia el sindicato Solidaridad de Lech Walesa, en determinado momento se aceptó que la empresa fuera administrada por un comité de autogestión. Walesa les explicó a los trabajadores que lo seguían: “Vamos a elegir nosotros mismos al Comité de administración. No se les ocurra votar para esos cargos a la comisión interna del sindicato que también hemos elegido nosotros. Porque la función del sindicato es pedir siempre que se distribuya ya, pronto. El sindicato piensa (tiene que pensar, por la función que cumple) en el presente. En cambio, los compañeros que elegiremos para administrar, tienen que saber decir que no, tienen que saber decirnos que, antes de pensar en repartir hay que pensar en invertir, para que los años próximos siga habiendo fábrica y siga habiendo trabajo. Ellos tienen que mirar con una mirada más larga. A unos y a otros los elegimos nosotros para que cumplan funciones diferentes. Son dos facetas de nosotros mismos”.

Esa tensión razonable, no simplificadora, entre distintas miradas y distintas funciones es la que debe albergar un sistema político saludable, capaz de articular la diversidad y la unidad de la sociedad, para proyectar el país al desarrollo y la integración en el mundo.

Más allá de quien gane en octubre, es posible que nos estemos aproximando a ese objetivo.

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