Por Carlos Tórtora.-

El fracaso del gradualismo y las marchas y contramarchas de un equipo económico incoherente terminaron por dejar a Mauricio Macri en una situación altamente desfavorable. Ahora debe hacerse a la idea de que la campaña por su reelección empezará bajo condiciones sociales altamente desfavorables. Las expresiones de Nicolás Dujovne acerca de un repunte de la economía en el primer trimestre no dejan de ser expresiones de voluntarismo.

Como resultado tal vez del instinto de conservación, buena parte de la dirigencia política nacional empezó en los últimos días a tomar prudente distancia del acuerdo entre el FMI y la Casa Rosada. En esta actitud tiene no poco que ver la desconfianza marcada con que los mercados recibieron la concreción del acuerdo, la baja credibilidad en el mismo de los empresarios locales y, por último, las advertencias del propio FMI acerca de los riesgos políticos que acechan al acuerdo.

Como en una profecía autocumplida, ahora los principales actores de la política están reconociendo en la práctica que los riesgos políticos que corre el gobierno son casi inevitables. El primero que percibe claramente que llegó la hora de empezar a capitalizar el malhumor social producido por el ajuste es el peronismo. Los gobernadores del PJ, un club bastante heterogéneo, perciben que tienen margen para plantarse ante el gobierno anticipando que las provincias no aceptarán ser socias del ajuste -al 50%- con el gobierno. Muchos de estos mandatarios están calculando que, si la actual división del peronismo continúa, ellos deberán desdoblar las elecciones locales para que su capital electoral no se desperdigue y conseguir así la reelección. Por su parte, en el mayor reservorio de votos peronistas, el conurbano, los intendentes del PJ están agotando la imaginación en su trabajo de garantizarse la reelección. Hasta llega a hablarse de una eventual ley que faculte a los municipios a desdoblar sus elecciones de las provinciales, lo que debilitaría bastante al aparato cristinista.

Por su parte, Sergio Massa no acompañaría el proyecto oficial de presupuesto 2019 y como prueba de ello ya difundió una propuesta económica alternativa. El tigrense se enfrenta a la presión de varios gobernadores y del peronismo racional para que sea candidato a gobernador de Buenos Aires. Pero aquél le escapa a esta postura y busca la postulación presidencial para llegar a un ballotage o salir tercero y ser el árbitro en una opción entre CFK y Macri. Massa ensaya entonces un modelo dual, porque se encamina a confrontar con Macri pero conservando el pacto de gobernabilidad con María Eugenia Vidal.

Con este marco, la competencia interna en el peronismo parece pasar por ver quiénes capitalizan mejor el descontento de la clase media, sobre todo de los sectores que votaron a Macri en el 2015. Como es obvio, la posición más cómoda en esta situación la tiene la ex presidente, que no tiene necesidad de hacer equilibrio entre la confrontación y el diálogo porque descarta este último.

El actual estado de cosas también va dejando competidores en el camino, como por ejemplo Juan Manuel Urtubey, que da claras señales de dejar pasar este turno.

Aliados y disidentes

Claro está que la necesidad política incluye también a la UCR, con fuertes raíces en el voto de la baja clase media. Desde hace rato en el radicalismo se está masticando la idea de un polo crítico que, sin abandonar CAMBIEMOS, muestre cierta independencia de criterio que le permita al partido recuperar parte del espacio público que le restó su adscripción al poder. Meses atrás, Luis Changui Cáceres levantó las banderas de la intransigencia radical en Setubal y ahora este mismo volvió a su histórica alianza con Federico Storani, a la cual se suman Ricardo Alfonsín y Juan Manuel Casella. La idea de esto es que el Comité Nacional termine efectuando un planteo en el seno de CAMBIEMOS: debe haber participación en las decisiones políticas o deslindar toda responsabilidad sobre las mismas. Alfonsín, por su parte, está tomando contacto con la primera plana del cristinismo para hablar de una multipartidaria que se ocupe de generar alternativas ante la crisis. En términos electorales, los radicales temen que, de seguir como convidados de piedra del macrismo, sufran una migración de sufragios hacia el espacio que intenta montar el GEN de Margarita Stolbizer junto a los socialistas.

Por último y haciendo uso de una diversa gama de recursos comunicacionales, también Vidal se anota entre los que quieren salvarse electoralmente de los efectos políticos del ajuste. Su énfasis en hacer campaña en contra de la despenalización del aborto no se explica sólo por los compromisos asumidos ante Francisco sino también por su interés en mostrar un perfil propio. Su reconocimiento de la espiral inflacionaria y de la recesión en marcha son mensajes de empatía con los asalariados que contrastan con el optimismo poco creíble de los funcionarios nacionales.

Vidal aspiraría a ser vista en alguna medida como lo hacía Daniel Scioli, es decir, una gobernadora preocupada por la gente que contrasta con la visión fiscalista del gabinete de Macri. Se supone que la mesa chica del PRO debería hacer la vista gorda ante esta disidencia atenuada en aras de intentar conservar el caudal de votos bonaerense.

Share