Por Jorge Raventos.-

Señalábamos una semana atrás: “se sabe lo que termina pero no lo que empieza”. Si en vísperas de la primera vuelta electoral Daniel Scioli parecía a tiro de piedra del triunfo, ahora, a tres semanas del balotaje que se definió hace un domingo, es su contrincante quien luce en condiciones de que su coalición política ejerza el poder simultáneamente en el estado nacional, la ciudad capital y la provincia más poderosa.

La cosa se decidirá mano a mano: la voluntad del país se concentrará en dos boletas, en dos nombres, aunque detrás de ellos hay muchos que intervienen, apoyan, masajean, ponen (o sacan) el proverbial banquito del que habló Bonavena.

Primera vuelta estratégica

Según estudios comparativos de experiencias de balotaje en el continente y en mundo, la probabilidad de que el candidato que salió segundo en la primera vuelta de una elección ejecutiva triunfe en un balotaje oscilan entre el 10 y el 30 por ciento (dependiendo del porcentaje de votos obtenidos en la primera ronda electoral y de la diferencia con el que llegó en punta en esa ocasión).

Es probable, sin embargo, que las chances con que Mauricio Macri enfrenta el desafío del 22 de noviembre sean considerablemente más altas. Aunque el último domingo Daniel Scioli lo superó por dos puntos y medio, a los ojos de la sociedad fue el gobernante porteño el que emergió como victorioso.

No es sólo una impresión: el momento electoral encontró a Macri en raudo ascenso (4 puntos más que en las primarias de agosto) y al gobernador en caída (2 puntos por debajo de los 38 y monedas de las PASO). Por otra parte, el objetivo estratégico de Macri el último domingo no residía en salir primero, sino en conseguir que la presidencia se dirima mano a mano en una segunda vuelta. Y lo consiguió. Scioli, en cambio, no logró lo que se proponía: evitar el balotaje y consagrarse directamente en la primera vuelta. Por eso el búnker de Cambiemos celebró y los del oficialismo (hubo dos: uno en el Luna Park y otro en un hotel) tuvieron aroma a velatorio.

Cristina lo hizo

El dato más notable de la elección del 25 de octubre fue la consagración de María Eugenia Vidal, la candidata promovida por Macri, como gobernadora de la provincia de Buenos Aires. Se ha criticado mucho a las encuestas electorales, a veces merecidamente. Pero no se puede alegar que hayan fallado en el caso bonaerense: varias (entre las serias) anunciaban que, si bien Macri escoltaba a Scioli en la competencia presidencial, Vidal aventajaba en voluntad de voto al oficialista Aníbal Fernández, el candidato con peor imagen de los que se presentaron el último domingo.

Tampoco esto podía resultar sorprendente: en una sociedad que hace años ha encumbrado a la inseguridad y al narcotráfico como sus principales preocupaciones, la ocurrencia presidencial de “bancar” la candidatura a gobernador del contador Fernández (que consideró una mera “sensación”, un espejismo, la falta de seguridad ciudadana, y defendió políticas condescendientes con la difusión del consumo y sospechadas de relación con aquella nefasta actividad) chocaba frontalmente con el estado de ánimo de la sociedad. La Presidente ignoraba y desafiaba la sensibilidad de los bonaerenses que ya había ocasionado reveses electorales al oficialismo en 2009 y en 2013 y que en esta ocasión motorizó una vigorosa tendencia a impedir que el actual jefe de gabinete llegara a la gobernación.

La candidatura de María Eugenia Vidal fue el instrumento elegido para alzar la muralla. Lo que resultó sorprendente fue que los deseos que reflejaban los estudios demoscópicos pudieran traducirse en sufragios: en el rocambolesco sistema electoral vigente, el corte de boleta es una empresa difícil: el nombre de Fernández estaba atrincherado en el centro de una papeleta de casi un metro de ancho, entre candidatos a legisladores del Mercosur, nóminas de diputados nacionales, fórmulas para las municipalidades y listados de aspirantes a concejales. Pese a esos obstáculos, Fernández fue derrotado.

Hubo redes piadosas y candidatos locales que facilitaron boletas prolijamente cortadas que combinaban diversas alternativas partidarias con la papeleta de Vidal para la gobernación; hubo ciudadanos y ciudadanas que llegaron al cuarto oscuro con su tijerita y se encargaron personalmente de la tarea. También hubo muchísima gente que, aun si en principio no pensaba espontáneamente votar por Macri en la categoría presidencial, usó la boleta completa de Cambiemos porque allí estaba el nombre de Vidal, la que iba a evitar que Fernández se impusiera. Así, la joven candidata a gobernadora contribuyó a que Macri incrementara su propio caudal.

De paso, junto con Fernández los bonaerenses también le mostraron tarjeta roja a viejos “barones del conurbano”, cuestionados como mínimo por su quedantismo (algunos gobernaron sus municipios más de dos décadas), su ineficacia y su obsolescencia y así extendieron la ola de limpieza y renovación en la provincia.

Después de la cirugía

En el balotaje presidencial de noviembre ese factor (los personajes indeseables) no estará presente. La cirugía mayor ya se produjo. ¿Puede esa circunstancia facilitar una remontada de Scioli, que le permita al menos conservar la mínima ventaja con que cerró la primera vuelta?¿Está a tiempo de exhibir una diferenciación más nítida del círculo K? En rigor, ¿quiere (puede) hacerlo? ¿Se lo facilita la Presidente que se va? Puesto a disputar votos independientes (peronistas y no peronistas), ¿está en condiciones de precisar su propia definición de cambio, esa que enuncia genéricamente en sus discursos (“Cambiaremos lo que haya que cambiar”). El debate que finalmente sostendrá con Macri una semana antes del comicio le dará una oportunidad decisiva de hacerlo: es una partida mano a mano frente a la ciudadanía.

La lógica de los balotajes es el descarte: como los árbitros de la elección son quienes no votaron ni por uno ni por otro finalista, cada uno de estos debe procurar seducirlos mostrando al mismo tiempo que votar al otro sería peor, exhibiendo los riesgos de ese otro voto y las debilidades o defectos del oponente.

En este último aspecto, en Cambiemos ha prevalecido hasta ahora una noción: no es electoralmente redituable convertir a Scioli en centro de sus ataques porque Scioli tiene una imagen personal buena y porque el blanco real que quiere impactar el electorado que votó por Macri o puede respaldarlo lo constituyen Cristina Kirchner y sus laderos más cuestionados (La Cámpora, Aníbal Fernández, Carlos Zannini). Scioli sólo representa, en todo caso, una encarnación posible de ese blanco. Desde el rincón macrista, para golpear a Scioli se buscará destacar su conexión con el vértice K, describiéndola como docilidad, dependencia, satelismo.

¿Ser o no ser?

La táctica más razonable de parte del gobernador bonaerense en este round sería evitar todo lo posible la identificación de su candidatura con el vértice K. Pero esa es una tarea más fácil de enunciar que de poner en práctica, ya que la señora de Kirchner (en coincidencia objetiva con los rivales de Scioli) se empeña en mostrar que no es el gobernador el que manda en la campaña, sino ella y reiterando que “no importa el nombre” del candidato, ya que “el candidato es el proyecto”, que lleva el apellido Kirchner como marca de fábrica.

El acto a repetición que, con la notoria ausencia de Scioli, la señora de Kirchner escenificó el último jueves en la Casa Rosada (salones y patios) fue íntimamente celebrado por los asesores de Macri. La señora dio instrucciones a la militancia sobre el contenido del proselitismo a desarrollar en las semanas previas al balotaje y reiteró el discurso de confrontación (“se enfrentan dos proyectos diferenciados y opuestos”) que ella aspira imponer como prueba de fidelidad a su candidato. La militancia de los patios del poder sintetizó esa idea recitando la consigna “Patria o Colonia”. El problema que hay que resolver es que el domingo 25 “la patria” (de esa interpretación) sólo sacó un tercio de los votos. Y eso no alcanza.

Un rasgo importante que diferenció ventajosamente a Scioli ante la opinión pública fue su propensión al diálogo y la convergencia. El discurso de confrontación lo descoloca. Para los mercados, por otra parte, un elemento tranquilizador residía en que la transición esperable a partir del final del gobierno de Cristina Kirchner lucía tranquila, ya que los principales candidatos pisaban (con sus propios matices) un terreno común de coincidencias y convergencias. Si hasta hace algunos días los sectores empresariales se mostraban resignadamente satisfechos ante la perspectiva de una presidencia de Scioli, después del resultado del 25 y de la performance actoral del jueves en la Casa Rosada, vuelven su mirada hacia Mauricio Macri. Resultados del “rotundo apoyo” de la señora de Kirchner a Daniel Scioli.

Los de afuera, ¿son de palo?

Sergio Massa y José Manuel De la Sota, como referentes políticos de UNA, el frente que atravesó la tempestad polarizadora incrementando su porcentaje de votantes y acumuló más de 5 millones de sufragios, quieren participar activamente en el balotaje: han fijado una agenda de propuestas y temas (aquellos que expusieron durante la campaña) para que Scioli y Macri se pronuncien públicamente.

Aunque no declaran abiertamente su apoyo a ninguno, sus declaraciones inclinan claramente la cancha a favor de Macri (y no sería extraño que más adelante, si éste triunfa, haya colaboración de sus equipos, sobre todo en la gestión bonaerense de la gobernadora electa). Los líderes de UNA les ofrecen a los finalistas una receta para seducir a quienes votaron la fórmula Massa-Sáenz: que asuman sus puntos programáticos.

Por el momento, Macri ha dicho que considera los votos al Frente Renovador como “votos por el cambio” y admitió en general que hay coincidencias en temas como la inseguridad, la situación de los jubilados y la corrupción. Scioli se comprometió específicamente en garantizar el 82 por ciento móvil a las jubilaciones mínimas, definición que Massa celebró (pero pidió que Scioli la haga ratificar la semana próxima por los diputados del oficialismo en el Congreso).

Con el aval de los votos recibidos, Massa y De la Sota pretenden controlar la gestión de quien resulte electo. Desde ese lugar se preparan para el ciclo poskirchnerista: De la Sota apunta a ser el principal convocante a la reconstrucción y renovación a fondo del peronismo, para superar la herencia K “con representatividad, responsabilidad institucional, autenticidad doctrinaria y pensamiento adaptado a la sociedad del conocimiento”, explica uno de sus seguidores.

Massa, por su parte, sabe que se ha consolidado como un protagonista político de la próxima etapa y seguramente se prepara para afrontar algún nuevo desafío en 2017 (¿enfrentar el posible retorno de Cristina Kirchner en la puja por el Senado en el distrito bonaerense? Probablemente).

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