Por Sebastián Dumont.-

“¿Cómo le explicás a la gente de los barrios que la salida del default lo favorece, si no pude comprar nada y pide comida?”

La frase pertenece a un experimentado dirigente del conurbano bonaerense que, como un termómetro, sabe medir con exactitud la temperatura social del área más poblada y diversa de la Argentina.

“Acá empezaron a aparecer caras raras, son agitadores”, dice otro puntero barrial que sabe con precisión quién es quién en su zona.

Son casos aislados que se repiten en muchos distritos del segundo y tercer cordón del conurbano. Y muestran la incipiente situación que se da donde no alcanza con que De Vido, Jaime, Fariña o Chuecho vayan presos para calmar la necesidad.

Sobre eso apuntaría el cristinismo talibán ante la posibilidad que haya nuevas novedades en Comodoro Py.

Otro sector que es una buena medida para saber el estado social del conurbano son los sacerdotes. Ya fueron clave para que no ganara Aníbal Fernández con su prédica por el avance del consumo de drogas. Y hoy son quienes reciben las demandas de ayuda social a la par de los intendentes.

“Creció el pedido de comida”, cuenta un cura que hace muchos años conduce una fundación en un distrito del tercer cordón del conurbano. Uno de los más pobres. Lo mismo dijo hace quince días el intendente de José C. Paz, Mario Ishii, quien además criticó la convocatoria de Cristina Kirchner, por estar fuera de tiempo, a su criterio.

Los efectos del ajuste y las medidas económicas hasta ahora se sienten en los barrios. Ése es, paradójicamente, el principal activo que conserva la ex presidente y el cristinismo que aún la sigue. En esos sitios, aún su figura es importante y se acrecienta a medida que el bolsillo se achica.

Es ahí donde comienza a haber preocupación. Los dichos del ex intendente de La Matanza Fernando Espinoza son reales: si el conurbano se levanta, el presidente puede pasarla mal. Pero no sólo el presidente, sino el país. Lo mismo había dicho el ahora popularizado para mal por el Papa Francisco, Raúl Othacehé, cuando en 2001 advirtió que, si los intendentes querían, el presidente duraba muy poco. Así fue.

Pero ahora hay una enorme diferencia. El control territorial está atomizado. Aún en aquellos distritos donde gobierna el Frente para la Victoria. Se dan casos donde las organizaciones intermedias están en manos de agrupaciones K. Sí, aún hoy, que no manejan la caja nacional o provincial. La lentitud en la toma de decisiones para ocupar los lugares les da margen a los punteros K para seguir armando y conteniendo tropa propia. Seguro que no saldrán a inmolarse por el gobierno de Macri o Vidal.

Las propias internas para el manejo de los planes están saliendo a la luz. Desde algunos sectores del conurbano lo señalan a Matías Kelly como el brazo ejecutor de los planes nacionales y sería escasa la comunicación con los casos provinciales. Por ese hueco, se cuela el kirchnerismo.

Algo de ello ven los intendentes que fueron a escuchar a Cristina, aún a desgano. Gobiernan territorios donde la ex presidente conversa aceptación y no pueden perder la marca de lo que piense hacer en los territorios. Aquí circularon durante muchos años camiones, bolsos y aviones llenos de dinero. Financiamiento para una o varias “travesuras” hay de sobra.

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