Por Jorge Raventos.-

En un balotaje el voto es, sobre todo, un veto. Obligados a optar, los ciudadanos que en primera vuelta eligieron a otros candidatos rechazan lo que consideran más peligroso. El 22 de noviembre fue una barrera impuesta al riesgo de continuismo del modelo y los modales K.

Suponer que los votos que permitieron su legítimo triunfo le pertenecen plenamente a Mauricio Macri es una ilusión óptica en la que él mismo no ha caído.

A nueve días hábiles de iniciar su gobierno Macri sabe que deberá empeñarse en consolidar el apoyo de quienes lo eligieron, el crédito de quienes optaron por él en la obligada segunda selección. Y que inclusive necesita disolver las prevenciones de muchos de los que votaron conservadoramente con la papeleta de Daniel Scioli, preocupados por la tenebrosa pero eficaz descripción del macrismo que divulgó el gobierno.

Como para subrayar qué entiende por “cambio”, Macri dio rápidas señales. Las primeras definiciones fueron sobre su orientación en el mundo.

Después de una larga década marcada por la subordinación de la política exterior a necesidades domésticas de corto plazo, expuso prioridades con claridad: su primer viaje será a Brasil (el socio ineludible de una estrategia de inserción internacional); impulsará un Mercosur abierto a los acuerdos con Europa y a la participación en el Tratado Transpacífico y liberado de estrecheces facciosas (propondrá la aplicación de la cláusula democrática para excluir al régimen chavista del bloque si persiste la persecución contra las fuerzas opositoras); perfeccionará las relaciones con China y Estados Unidos, ejes del sistema global; propiciará la anulación del memorándum de entendimiento entre el gobierno kirchnerista y la República Islámica de Irán sobre el ataque terrorista a la sede de la AMIA.

Fue elocuente la elección de quién estará a cargo de la Cancillería: una ingeniera argentina de prestigio y fogueo diplomático en el exterior, Susana Malcorra, que después de una distinguida trayectoria en grandes empresas privadas, hace años viene desempeñándose como alta funcionaria de la ONU.

Macri impactó sin grandilocuencia, prácticamente, sobre dos pilares del modelo K: el desprecio por los cuadros profesionales y el aislacionismo. En estos años el gobierno K empujó fuera de la cancillería a un extenso número de diplomáticos experimentados para reemplazarlos por paracaidistas políticos. El cambio supondrá una revisión de esas prácticas. Seguramente la ingeniera Malcorra, para dirigir secretarías y subsecretarías de su ministerio, apelará a varios de los valiosos cuadros que fueron marginados.

En cuanto al aislacionismo, el menú de prioridades fijado por el presidente electo representa una definición: el país debe participar activamente en el mundo, y eso supone aceptar la lógica y las reglas de juego de la convivencia internacional, tanto para cumplirlas como para reclamar su cumplimiento. Si Argentina tiene una excepcionalidad -algo que los argentinos tendemos a creer- debe ponerla en valor en el escenario de la gran sociedad mundial, no convertirla en excusa para evadir responsabilidades, compromisos, exámenes y homologación de sus comportamientos.

Otro signo del cambio: Macri promete una conducción económica sin superministro, constituida por un gabinete que incluirá a varios ministros, entre ellos -notablemente- al de Trabajo. Buena señal: la economía no consiste en equilibrar números, sino en administrar conflictos y tranquilizar y motivar a personas y sectores. Ese gabinete deberá prever, procesar, asimilar y compensar las perspectivas diversas de diferentes actores e interlocutores, antes de que los conflictos se manifiesten en la realidad.

Desde fuera del próximo gobierno, José Manuel de la Sota señaló un punto central: “la primera tarea que tiene que llevar el presidente electo es buscar la reconciliación entre los argentinos. Necesitamos un mandatario que haga que se terminen los gritos”.

Si a partir de la conducta de la señora de Kirchner en su encuentro con el presidente electo puede presumirse que el núcleo duro del gobierno saliente no piensa en favorecer el diálogo, otras conductas (la del ministro Lino Barañao, que aceptó la invitación a seguir con Macri; la del gobernador Scioli facilitando la transición en la provincia de Buenos Aires y la de ministros como el de Interior y el de Educación que colaboran en la misma tarea) permiten alentar esperanzas.

El país no necesita un peronismo que se integre como parte de una coalición de gobierno, pero sí como socio del sistema político, cumpliendo constructivamente el papel de oposición, mientras se renueva y espera una nueva oportunidad.

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