Por Carlos Tórtora.-

Si esta noche las encuestas aciertan, Mauricio Macri será el nuevo presidente de los argentinos y se iniciará entonces una intensa disputa por los espacios de poder. El anuncio realizado ayer por el jefe del PRO en el sentido de que Marcos Peña sería su jefe de gabinete de ministros, en parte salió a bloquear una operación radical orientada a que Ernesto Sanz ocupara ese cargo, como una forma de simbolizar que, aunque el PRO no lo reconozca, se estaría por iniciar un gobierno de coalición. Justamente, ésta es la línea que divide a la UCR del PRO, que está decidido a parecerse lo menos posible a la Alianza del ‘99 con su funcionamiento bicéfalo. Otro cargo emblemático es la presidencia de la Cámara de Diputados de la Nación, donde el radical Mario Negri corre con chances de desplazar a Emilio Monzó que, por otra parte, buscaría ser Ministro del Interior y Transporte. La cúpula de la UCR ha diagnosticado en profundidad las dos mayores debilidades del PRO: su posición minoritaria en el Congreso y su escasa presencia en el NEA, el NOA y la Patagonia. Como consecuencia de estas relativas ventajas a su favor, los radicales intentan presionar todo lo posible y sentarse en el gabinete económico de Macri a discutir los 4 o 5 temas centrales. Veladamente, ya desde la cúpula macrista empiezan a salir mensajes cortantes. “Si el Congreso no acompaña, vamos a recurrir a los DNU que haga falta”, se escucha decir.

Elisa Carrió, la aliada menor, permanece en prudencia extraña para ella. Según algunos, se prepara para exigir la activación de las viejas causas por corrupción que cajoneó en Comodoro Py el kirchnerismo y las nuevas que se abrirían ni bien quede expuesta la Caja de Pandora que encontrarán los funcionarios entrantes.

Así las cosas, Macri podría quedar de movida ante dos fuegos amigos.

La salida política lógica a la presión radical es privilegiar una alianza en el Congreso con Sergio Massa, que le arrime al PRO, junto con varios sectores peronistas, las mayorías necesarias para no depender de los radicales.

Claro que nada es tan sencillo en sus consecuencias. Massa es un aliado peligroso. Aspiraría a ser senador nacional por Buenos Aires en el 2017 para proyectarse como el gran adversario de Macri si es que éste aspira a la reelección. No es casual, entonces, que desde distintas usinas del PRO se haya empezado a levantar la figura de Juan Manuel Urtubey como el presidenciable más expectable del peronismo, como un modo de bajarle los humos a Massa.

Un juego previsible

De cualquier modo, el juego a la vista es claro: si Macri es presidente, parece, al menos por el momento, obligado a oscilar entre el apoyo de Massa, José Manuel de la Sota, Hugo Moyano y otros, y sus aliados de la UCR. En este péndulo se movería la política del PRO, sabiendo que tanto los radicales como los peronistas buscan asentar sus reales en cargos estratégicos a nivel nacional y que los segundos son más peligrosos en este sentido, porque tienen mayor vocación de poder.

La inminente eclosión de la interna del PJ no cambia en absoluto las cosas. Encerrada entre sus íntimos, CFK se prepara para reaparecer, si Scioli es derrotado, proclamando su decisión de ser la jefa de la oposición. Una actitud provocadora que motorizará seguramente la reacción de una nueva liga de gobernadores que olvidarán que le guardaron estricta obediencia a ella y su difunto marido desde el 2003. Hasta Eduardo Duhalde se apresta a reaparecer con pretensiones, aparentemente, de intentar liderar el PJ, algo que Massa no desea, para evitar perder su caudal de votos independientes.

En el PRO, no hay en absoluto alegría ante la perspectiva de que colisionen no menos de tres facciones peronistas, porque esto no facilitaría la gobernabilidad. En esta probable diáspora peronista reside una de las claves de las probables complicaciones de Massa. ¿Con quiénes firmará acuerdos? ¿Podrá hacerlo con bandos enfrentados entre sí? El tablero político que se abre si Scioli es derrotado es netamente multipolar, porque, para empezar, el mismo PRO no puede gobernador solo por carecer de cuadros técnicos suficientes.

En este contexto, las alianzas parece que estarán signadas por la provisoriedad y la inestabilidad. El correlato más negativo de esto puede ser un continuo recambio de funcionarios que asuman y renuncien según le vaya a cada alianza puntual. Como siempre lo ha hecho, Macri pretende blindarse con su pequeño núcleo de hierro que lo mantenga a flote. El problema es que la relativa simplicidad de la administración de la Ciudad no es comparable a la vorágine nacional.

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