Por Carlos Tórtora.-

Un nuevo mapa político nacional está a punto de aparecer. Si las encuestas más confiables están en lo cierto, haya o no ballotage, el Frente para la Victoria estará en el orden del 40%, Cambiemos en el 30, y UNA en el 20. Pero no hay duda de que el Frente para la Victoria y UNA componen el universo peronista en todos sus matices. En cambio, las PASO mostraron una composición de sus votos en la cual la casi totalidad de los mismos adhirieron al PRO. Así las cosas, el esquema que se abre es el de un nuevo bipartidismo, el primero que se forma desde que la UCR dejó de ser el balance del poder al caer al 2% de los votos en la elección presidencial del 2003.

La consolidación electoral del PRO -y en particular de María Eugenia Vidal en el territorio bonaerense- es un fenómeno curioso, ya que sólo controla el gobierno de un distrito, la Capital Federal, y algunos municipios, entre los cuales se destaca Vicente López. Sin embargo, en caso de haber ballotage, en el equipo de Scioli hay serios temores de que buena parte de los votos de Massa, Stolbizer y Rodríguez Saá migren automáticamente hacia Macri.

En términos históricos, nunca el peronismo llegó a una elección presidencial volando tan bajo -por ejemplo, los números de Eduardo Duhalde, perdidoso en el 99- eran superiores a los que hoy ostenta Scioli. Esto no implica un retroceso del voto peronista sino el surgimiento de un candidato disidente que ya afila sus garras para el 2019: Sergio Massa.

La extrema vulnerabilidad del oficialismo se advierte en las supuestas designaciones ministeriales que va deslizando Scioli. Por ejemplo, Silvina Batakis en Economía intenta reflejar el esfuerzo del candidato para no enardecer a Axel Kicillof y su jefa ni irritar a los gobernadores peronistas. Juan Manuel Urtubey en la Cancillería es un gesto disidente y que apunta a frenar a Massa como candidato sub 45. Julián Domínguez en Producción intenta contener la peligrosidad de Aníbal Fernández si llega a gobernador. Maurice Closs en Turismo y Sergio Urribarri en Planificación hablan de una incipiente liga de gobernadores para contrarrestar a La Cámpora y Ricardo Casal es otra muestra de rebeldía ante CFK, que lo detesta. Cada paso que da Scioli parece referirse al momento crítico que le tocará vivir, si gana, cuando apenas asuma. Con las reservas del Banco Central en rojo y una tensión cambiaria importante, Scioli no tendría margen para equivocarse. Si cede ante las presiones kirchneristas y se muestra como un simple continuador, corre el riesgo de quedar marcado por el descrédito internacional y la reacción negativa de los mercados. El gradualismo que forma parte del discurso sciolista parece una invitación a que las poderosas fuerzas enemigas de todo cambio terminen frenando cualquier reforma profunda.

Sin ir más lejos, en caso de asumir, el candidato oficialista se encontrará con cientos de causas judiciales nuevas contra funcionarios de este gobierno. Las mismas se abrirían a partir de que empiecen a trascender innumerables actos de corrupción hoy tapados por el hermetismo oficial y la imposibilidad de acceder a ciertas contrataciones, resoluciones, etc.

En este sentido y siempre dentro del nuevo mapa político, Scioli debería elegir entre seguir cerca de CFK, generando entonces condiciones para que Massa crezca como opositor dentro del PJ, o alejarse de ella para pactar con éste. En cualquiera de los dos casos se enfrenta a un tembladeral.

EL PRO, aun si fuera derrotado, puede emerger como la gran alternativa si Scioli no consigue concentrar el poder casi en los mismos niveles que Néstor Kirchner y llevar adelante un ajuste con apertura económica que producirá probablemente brotes de violencia social y sindical.

La mayor complicación

Claro está que, si hubiera ballotage, podría además generarse un anticipo de la futura conflictividad. Acorralado, Scioli se vería obligado a salir a buscar los votos independientes prometiendo cambios en la economía y criticando -de un modo u otro- a la década K. Todo esto bajo el fuego amigo de La Cámpora y otros grupos, que le criticarían haber sido un pésimo candidato en comparación con las grandes elecciones de CFK en el 2007 y el 2011, cuando soplaba viento de cola.

Y Macri tendría prácticamente una sola arma decisiva para ganar la segunda vuelta: poner en claro que su rival sería incapaz de modificar nada importante de todo lo que le deja armado Cristina. En otras palabras, que el ballotage adelantaría la ruptura entre Scioli y el cristinismo y correría el velo del actual equilibrio inestable. El coloquio de IDEA celebrado esta semana en Mar del Plata reflejó la tensión que se respira en el mundo empresario. Casi nadie fue muy lejos en sus análisis, porque todos saben más o menos qué haría el equipo económico de Macri, pero nadie sabe a qué atenerse sobre la tormenta que se avecina en el vértice del poder peronista. Para reforzar este panorama está la posibilidad de que, si Scioli ganara el ballotage por un mínimo margen, el kirchnerismo buscaría condicionarlo todavía más.

Sin duda alguna, estamos ante la elección presidencial más extraña de la historia. El candidato oficialista no es el líder de su partido. El principal candidato opositor lidera una fuerza atípica, con escasa participación en el poder territorial. Pero además hay un tercer candidato, Massa, que no se diluyó ante una polarización del voto entre los otros dos. Sólo un factor, a esta altura una sorpresa, podría hacer que las cosas se simplificaran en un esquema más clásico: que Scioli ganara el #25-O por el 45% de los votos, con lo cual la Argentina habría ingresado sin más en la era sciolista.

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