Por Carlos Tórtora.-

La frenética marcha de las 30 ciudades, que comenzó con la concentración en Barrancas de Belgrano, es técnicamente una operación con objetivos casi imposibles, como que el Frente de Todos baje a menos del 45% para que se abra la instancia del ballotage. Sin embargo, la contraofensiva macrista tiene otra significación. Si consigue sumar 3 o 4 puntos a los 32 que ya obtuvo en las PASO, Macri tendría una derrota honrosa y conservaría un capital político que le permitiría plantarse como jefe de la oposición. Con un resultado igual o menor al del 11 de agosto, la operación despedida que teje Horacio Rodríguez Larreta podría ser en cambio factible. Este último y su aliada María Eugenia Vidal ven en la salida de escena de Macri la oxigenación que el PRO necesitaría para iniciar una nueva etapa, que lógicamente depende del resultado en la Capital. De ahí que Macri en su discurso en Belgrano hizo uso y abuso de la primera persona y ni mencionó a su equipo, dejando en claro que sus votos le pertenecen.

LOS DISCIPULOS SE REBELAN

El interés de Macri en ser el líder opositor tiene distintos fundamentos. Uno de ellos -y no el menor- es que al día de la fecha al presidente lo aguardan diez causas judiciales en las que podría quedar imputado ni bien los jueces reiteren su hábito de juzgar al que acaba de dejar el poder. Por el contrario, Vidal tiene un pasivo judicial escaso (apenas la causa de los aportantes truchos) y Horacio Rodríguez Larreta prácticamente no tendría denuncias en su contra. En la medida en que Macri sea el jefe de la oposición, los legisladores del PRO estarán en la obligación de defenderlo, aunque la debilidad de aquél es mayúscula por una sola razón: él no tiene fueros, así que no contaría con ningún recurso formal para trabar la acción de la justicia. Hay que interpretar que el presidente no se preparó para una situación tan grave y que ahora su único salvavidas es la conducción del PRO, que en las sombras ya le disputan sus dos principales discípulos.

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