Por Carlos Tórtora.-

La crisis tucumana cayó sobre un rayo sobre un escenario electoral que, por lo menos hasta ahora, había mostrado un promedio de normalidad. Claro que hubo una crisis y fue la disputada elección santafesina, en la cual Miguel Lifschitz y Miguel del Sel se diputaron el triunfo voto a voto con algunas acusaciones de irregularidades que, en general, no prosperaron. Allí, como ahora reclama la oposición en Tucumán, se exigió también la apertura de todas las urnas. El Tribunal Electoral de Santa Fe se negó a este reclamo y, en el escrutinio, por una ínfima ventaja, Lifschitz se consagró gobernador y Del Sel reconoció la derrota.

Tucumán marca otra situación totalmente distinta. Para empezar, porque apareció la violencia en un grado alarmante y, segundo, porque la quema de urnas y el hallazgo de muchas de ellas ya repletas de votos oficialistas en la apertura del comicio marcan un nivel de escándalo institucional que nos retrotrae a la década a 1920, época de los caudillos conservadores.

Una vez más, como viene pasando desde que se impuso en las PASO, Daniel Scioli tuvo un papel deslucido al colocarse en el rol de firme defensor de la legitimidad del comicio.

En doce años de hegemonía K, nunca se produjo un episodio electoral tan repudiable, lo que indica que el alperovichismo está mucho más débil de lo que parece y apeló a cualquier método para asegurarse un margen considerable de ventaja.

¿Hacia un final inédito?

Como es lógico, la pregunta que flota en el ambiente es si Tucumán es la bisagra entre un proceso electoral normal y el comienzo de la etapa más negra de la democracia argentina desde el ‘83 a la fecha. ¿Está dispuesto a todo el kirchnerismo con tal de retener el poder? En términos de táctica política, la operación fraudulenta desarrollada en Tucumán bien podría ser la prueba piloto para algo más grande en la primera vuelta del 25 de octubre. Es decir, una forma de acostumbrar a la sociedad a aceptar un fraude escandaloso que lo arrime a Scioli al 45%. La realidad es que la disparada del dólar blue, los efectos de la crisis brasileña sobre las exportaciones argentinas y el tembladeral del mercado chino determinan que las expectativas económicas de la sociedad argentina sean notablemente negativas. Esto implica que, para octubre, el kirchnerismo puede enfrentarse a cierta fuga de votos no prevista, al margen de que no son pocos los encuestadores que afirman que el ballotage es prácticamente un hecho. Un triunfo de Scioli rodeado de sombras y sospechas sería doblemente útil a CFK. Primero porque le permitiría al cristinismo seguir en el poder y, segundo, porque el ex motonauta asumiría ya seriamente vulnerado en su legitimidad y sería más fácil golpearlo y hasta defenestrarlo si fuera necesario. Si algo caracterizó al kirchnerismo es el haber vulnerado casi todo el funcionamiento institucional republicano. ¿Por qué no darle un broche de oro con una elección nacional fraudulenta? El control del proceso electoral pasó de manos recientemente. El díscolo Florencio Randazzo fue castigado y la Dirección Nacional electoral ahora depende el incondicional Julio Alak. El juez electoral de La Plata, Laureano Durán, ya tiene en su contra dos fallos que lo desconocen como magistrado por haber sido designado irregularmente. El candidato del Frente para la Victoria a gobernar Buenos Aires, Aníbal Fernández, se caracteriza por justificar prácticamente cualquier cosa que beneficie a la Casa Rosada. Todo esto, más lo de ayer en Tucumán, compone un cóctel explosivo que difícilmente no se haga sentir.

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