Por Carlos Tórtora.-

Que CFK se haya impuesto a Esteban Bullrich por una diferencia de apenas un punto es un resultado que tiene múltiples aristas. Hubo un escándalo con el recuento provisorio de los votos que no dejó bien parada a la administración Macri en su primera elección nacional. El hecho tuvo su volumen político pese a que, en definitiva, no se definía ninguna banca. En las PASO, aunque la ex presidente hubiera salido segunda, igual conservaría la chance de ganar en octubre y colocar dos senadores nacionales por la mayoría. Un escándalo como el que se vivió en una elección general sería bastante más complicado. No sólo se estarán definiendo las bancas sino la imagen. Ganando en Buenos Aires, Cristina podría mostrarse como una triunfadora global, aun cuando en muchas provincias Unidad Ciudadana haya quedado detrás de CAMBIEMOS. El peso de Buenos Aires en el escenario nacional es tan grande que cualquier ganador en este distrito aparece en imaginario colectivo como muy próximo a la Casa Rosada.

Volviendo a los temores para octubre, el tembladeral interno que sacude al Juzgado Federal de La Plata profundiza las dudas sobre qué pasará si, cuando se cierren las urnas, Cambiemos y Unidad Ciudadana están peleando voto a voto. Hay quienes dudan que el responsable máximo del escrutinio provisorio, el juez federal Juan Manuel Culotta, esté en condiciones de garantizar la transparencia de los comicios.

La historia que desemboca en el presente se inicia con el fallecimiento, tres años atrás, del histórico Juez Electoral de Buenos Aires, Manuel Blanco. Luego de un breve interinato de otro juez electoral de La Plata, Arnaldo Corazza, el kirchnerismo inició una operación en gran escala imponiendo la designación de un subrogante, Laureano Durand, que reportaba directamente a la mesa chica de La Cámpora. Éste estuvo a cargo del juzgado en las presidenciales del 2015 y su actuación fue memorable, pero no precisamente por sus aciertos. En una resolución desconcertante y escudándose en la gran cantidad de listas de candidatos y por lo tanto de los muchos millones de boletas que habría que distribuir para las mesas, Durán dispuso que los partidos sólo podrían colocar un máximo de 25 boletas por mesa, habiendo nada menos que 350 votantes en cada una. La gran mayoría de los partidos repudió la medida cuya intención era obvia: sólo el kirchnerismo contaba con un fiscal por cada mesa pudiendo reponer boletas fácilmente. El resto de los partidos verían mermadas sus chances al no poder hacerlo en todas las mesas. A último momento y en medio del escándalo, Durán subió el máximo a 50 boletas pero ya el daño estaba hecho: en varias secciones electorales se habían distribuido apenas 50. El derrumbe de Durán era a todo esto inevitable porque en distintos fallos se cuestionó su legitimidad, ya que apenas tenía el rango de secretario. Finalmente, La Corte Suprema de Justicia le puso punto final al tema pronunciándose contra las subrogancias. Esto coincidió con la caída del cristinismo y la llegada de Macri al poder.

La era Cullota

Luego de Durand, María Servini, jueza electoral de la Capital, se hizo cargo interinamente del juzgado platense y, con su sobrada experiencia, llevó allí a un equipo que le devolvió al tribunal la normalidad de los tiempos de Blanco. Como soporte para normalizar la situación quedaba la Secretaria Electoral María Belén Vergara, de 25 años de trayectoria junto a Blanco.

Pero la etapa Servini fue breve. Cuando el gobierno avanzó en el Congreso con su proyecto de reforma electoral centrada en la boleta electrónica, la jueza observó con sentido común que las intenciones eran buenas pero que no había que olvidarse de la realidad: en muchos lugares de votación, incluso en la misma Buenos Aires, ni siquiera hay energía eléctrica. El macrismo no le perdonó a Servini haberlo dejado sin boleta electrónica y la sustituyó por el juez federal de Tres de Febrero, Juan Manuel Cullotta, de ninguna experiencia en materia electoral. El magistrado, ligado al PRO, empezó a moverse como un elefante en un bazar. A todo esto, los dos funcionarios más eficientes del juzgado, la Secretaria Vergara y el Prosecretario Daniel Armelini, optaron por jubilarse. La otra prosecretaria, Viviana Adamo, tomó vuelo y lo hizo moviéndole el piso a muchos compañeros de trabajo a quienes Cullotta desplazó por poco confiables. El juzgado entró así a funcionar en un clima signado por las delaciones y una inquietante improvisación. A todo esto, la ex secretaria electoral de Servini, Daniela Sayal, asumió como reemplazante de Vergara.

Así se fue llegando a la proximidad de las PASO y los apoderados de los partidos empezaron a alarmarse ante un juzgado que hacía agua. Por ejemplo, el juzgado notificó a muchos partidos que sus boletas estaban aprobadas y luego, a último momento y por vía telefónica, se empezaron a requerir docenas de correcciones una atrás de la otra. En medio de un desorden generalizado, se llegó a las PASO con la impresión generalizada de que Culotta estaba colapsando. De cara a octubre, esta perspectiva puede ser bastante oscura.

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