Por Carlos Tórtora.-

Hasta pocas semanas atrás, el escenario político y mediático estuvo dominado por la espectacularidad de los descubrimientos judiciales sobre la corrupción K, con su punto máximo en el caso López. Ahora el clima cambió y el gobierno se va sumergiendo en un espeso pantano de infinitas internas que se potencian en la medida en que el único que puede frenarlas, Mauricio Macri, se está convirtiendo casi en un espectador. La baja de la inflación, como éxito del momento, quedó opacada por la importante baja del consumo registrada en agosto y el duelo entre Alfonso Prat Gay y Federico Sturzenegger sigue su curso mientras Carlos Melconián, desde el Banco Nación, cada vez insiste más en criticar el gradualismo oficial.

Los empresarios, por ser éste un gobierno donde predominan los CEOs, son un reflejo fiel de hasta dónde está calando el desconcierto. Un importante empresario de la construcción comentó este fin de semana en un asado en Pilar que desde el Ministerio de Economía le pidieron que hiciera un par de obras públicas para demostrar que la rueda de la inversión y la demanda de empleo se está moviendo. Así lo hizo, pero luego se encontró con que los certificados de obra no se le pagaban porque un funcionario de menor jerarquía, en conflicto sindical con sus superiores, se negaba a firmar y nadie lo obligaba hacerlo. La moraleja es que las buenas intenciones oficiales suelen naufragar en un mar de contrasentidos mientras las internas se multiplican: como la que mantienen los hermanos Calcaterra con el Grupo Techint, que cada vez se aleja más de la Casa Rosada.

En términos mediáticos, el ranking lo encabeza el caso de Juan José Gómez Centurión, cuyo posicionamiento en las encuestas lo hace candidato a ministro de seguridad de Buenos Aires y de ahí hasta a senador nacional por el mismo distrito. De hecho, María Eugenia Vidal lo llama permanentemente. El nuevo escándalo de la efedrina sirve para patentizar que Macri no consigue que el Ministerio de Seguridad, la AFI y la justicia actúen con una coordinación razonable.

No es extraño entonces que en medio de este tiroteo Carrió consiguiera que el Fiscal Federal Federico Delgado imputara a Daniel Angelici por presunto tráfico de influencias. En realidad, Carrió estaría abriendo el paraguas ante una realidad: Angelici, desde que asumieron en la Corte Suprema de Justicia Carlos Rosenkrantz y Horacio Rosatti, creció como operador judicial, al tiempo que aumentó sus contactos en Comodoro Py. Aliado de Enrique Nosiglia y Darío Richarte, Angelici le apunta a lo que se considera como un inevitable cambio de gabinete antes de fin de año. Por ejemplo, cada vez más voces reclaman que Macri coloque un político más dúctil en lugar del acartonado Marcos Peña en la Jefatura de Gabinete y muchos lo miran al Ministro del Interior Rogelio Frigerio.

Inevitables cambios

El show de las internas tiene un capítulo importante en el creciente distanciamiento entre Vidal y la mesa chica del PRO, con Marcos Peña a la cabeza. La gobernadora reclama libertad de acción para sumar intendentes peronistas y negociar con Sergio Massa, lo que molesta a los paladares negros del PRO, que sueñan, por ejemplo, con el Ministro de Educación Esteban Bullrich como candidato a senador por Buenos Aires.

La tensa relación entre Macri y Francisco tampoco escapa a la trama de internas. Un sector del episcopado brega para que el nuevo Secretario de Culto, Santiago de Estrada, un histórico baqueano de los pasillos vaticanos pero en tiempos pasados, anteriores a Juan Pablo II, sea el tejedor de un acuerdo que lime las diferencias entre aquellos. Pero en el entorno papal, integrado en general por progresistas, hay una feroz resistencia a la figura conservadora de De Estrada.

Lo que más sorprende es la pasividad de Macri ante semejante vendaval de escaramuzas. Casi oriental en su actitud, el presidente dilata cualquier cambio y casi no opina. Se aferra a que la clase media sigue sin una opción mejor que el PRO y que el peronismo tiende a una mayor dispersión. Pero juega también con fuego, porque ningún gobierno resiste demasiado tiempo la ausencia de una conducción que ordene el juego.

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