Por Carlos Tórtora.-

El nuevo tablero político nacional ya muestra sus singularidades. Mauricio Macri designó un gabinete técnico en el cual hasta el Ministro de Interior y Transporte es un economista, Rogelio Frigerio. En la distribución del poder político fue fiel a su estilo, que se parece en algo al modelo de Néstor Kirchner: la mesa chica coordinada por el nuevo Jefe de Gabinete Marcos Peña tiene la suma del poder y está por encima del gabinete. Peña, aunque con características políticas diametralmente opuestas, tiene un rol semejante al de Carlos Zannini: es el último interprete de la palabra presidencial. El abultado número de ministros, muchos de los cuales fueron promovidos desde el gobierno de la Ciudad, también indica algo: que no hay ministros estrella y que en el gabinete económico impera un equilibrio de fuerzas que el tiempo dirá a favor de quién se inclina. Prat Gay, como era lógico, tomó la delantera con su plan para acumular reservas. No menos interesante es la decisión del nuevo presidente de no pivotear más en torno a los otros dos socios fundadores de CAMBIEMOS, Ernesto Sanz (que no será Ministro de Justicia) y Elisa Carrió (que no se sabe si será algo). El eclipse momentáneo de estas dos figuras dice mucho: para empezar, que no hay ni chance de un gobierno de coalición y que se afirma, en cambio, el presidencialismo, aunque ya no sea el híper de Cristina. En segundo lugar, que un crítico de Sanz como Oscar Aguad termina ministro de Telecomunicaciones como premio al 71% alcanzado en Córdoba por CAMBIEMOS. O sea que Macri quiere demostrar -y lo hace- que su relación con la UCR no pasa por los canales orgánicos de la conducción del Comité Nacional sino por las conveniencias del PRO. Al menos antes de asumir, Macri se muestra cada vez más gradualista y evita tocar el tema que pondría en movimiento todo el andamiaje político y social: hay que bajar urgentemente el gasto público. Esto pasa por los sueldos, los subsidios y el gasto público. Tres temas que ponen sobre alerta a Hugo Moyano, que está descubriendo que se puede ser aliado de Macri pero con enormes precauciones, porque la realidad de los números lo está empujando a éste a tomar decisiones no tan gradualistas que obligarían a la CGT moyanista y a la de Pablo Micheli a marcar rápidamente diferencias, sobre todo desde que quedó en claro que el nuevo Secretario de Transporte, Guillermo Dietrich, no cederá fácilmente ante las presiones del líder de los camioneros. Por supuesto que a éste le quedan otros temas densos para negociar, como los fondos de las obras sociales que el gobierno le adeuda. Jorge Triaca, el flamante ministro de Trabajo, destinado a tener un rol político importante, tampoco es uno de los preferidos de Moyano.

En suma, sutilmente, Macri ha iniciado dos operaciones políticas de gran significación: le mostró a su principal aliado político, Sanz, y a su principal aliado sindical, Moyano, que no tendrán el poder que supusieron y que el futuro gobierno se dispone a abrir el juego.

La gran sorpresa

En medio de este panorama que no era del todo previsible, el peronismo acaba de romper los manuales de la política clásica. Luego de una derrota plagada de burdos errores y bajo el signo de la enemistad entre CFK y Daniel Scioli, llegó la hora del pase de facturas pero no ocurrió lo que se dio en casos semejantes en el ‘83 y el ‘99,cuando de inmediato estalló la crisis interna en el PJ y el peronismo se fracturó durante varios años hasta que un nuevo liderazgo, primero el de Carlos Menem y luego el de Néstor Kirchner, le pusieron punto final a la interna. Esta vez -y contra todos los pronósticos- no se alzó una sola voz en la dirigencia para pedirle a CFK y Scioli que dieran un paso al costado y, es más, estos dos se mostraron juntos y sonrientes como si nada. Sí hay reuniones para una eventual reorganización partidaria, pero todo con bajo perfil. Por alguna razón muy poderosa, los gobernadores del PJ decidieron no pasarle la factura a CFK y hasta aceptaron que sus diputados se sumaran para que el kirchnerismo sancionara 90 leyes entre gallos y medianoche. O sea que, en medio de un tembladeral electoral, la cúpula del PJ jugó a la unidad y a minimizar que le toca rendir cuentas a la camarilla que abusó del poder durante doce años. Los gobernadores sin duda que no han actuado con coraje político, pero el coraje no es una virtud política importante. Lo importante es la necesidad. Y tanto cristinistas como pejotistas, a los que hay que sumar el massismo, detectaron el talón de Aquiles de Macri: su minoría en ambas cámaras del Congreso. El PRO pensó que negociaría fácilmente con un peronismo en estado de guerra civil y dividido en no menos de cuatro facciones pero se encontró con que todos hacen la vista gorda y que Cristina, casi milagrosamente, luego de haber conducido al país a un desastre económico y político injustificable, ahora parece subsistir como la voz cantante del peronismo, que le advierte a Macri que “esto no es una empresa”.

Se trata de una situación altamente inestable pero que da una idea de hasta dónde el nuevo escenario puede sorprender. La fractura del peronismo le facilitaría al PRO controlar al Congreso, pero esta situación actual, no.

De este punto se salta necesariamente a otro: la táctica peronista de no entregar a CFK ¿incluye el rechazo a las denuncias por corrupción? Éstas, aparte, afectan a muchos gobernadores, legisladores e intendentes. ¿Se prepara el peronismo para resistirse a la persecución judicial? ¿Hay en ciernes un intento de pacto de gobernabilidad a cambio de impunidad? Es difícil saberlo, pero lo cierto es que en este terreno Macri se encuentra entre la espada y la pared. Si audita y expone a la luz pública los crímenes de los doce años de kirchnerismo, se levantará una ola judicial impredecible y que puede durar años, pero el gobierno mantendrá su credibilidad pública. Si, en cambio, el macrismo barre debajo de la alfombra y termina reconociendo a CFK como jefa de la oposición en tanto la justicia sigue la corriente y cajonea las causas, podrá ganar gobernabilidad en lo inmediato pero habrá perdido el principal capital político que le hizo ganar la presidencia.

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