Por Carlos Tórtora.-

Ayer, la presidente brindó en la Casa Rosada un show más intenso que lo habitual. Comentar que su ataque frontal a Mauricio Macri tiende a reforzar la polarización entre el Frente para la Victoria y CAMBIEMOS es un dato obvio. Desde la óptica K, el país ha quedado partido entre el macrismo y el kirchnerismo y los demás actores políticos son simples accesorios. Fuera de este esquema ya resabido, la larga perorata de CFK tiene otros matices no tan obvios. Ayer ella apareció rodeada por casi todos los gobernadores K y Daniel Scioli, el candidato a presidente, lejos de ubicarse a su lado como indicaría la lógica, fue casi un simple participante más nombrado una sola vez.

La escenografía montada por el Director Ejecutivo de la Unidad Ejecutora Bicentenario, Javier Grosman, apuntó a demostrar que la presidente conserva intacto su poder político -o sea, la sumisión de los gobernadores- y su poder en las filas del cristinismo. El envío -anunciado por ella- de un proyecto de ley al Congreso Nacional para que se declaren de interés público las participaciones sociales del Estado nacional que integran la cartera de inversiones del Fondo de Garantía de Sustentabilidad del Sistema Integrado Previsional Argentino y participaciones accionarias que posee el Estado en empresas, fue otro golpe de efecto. En este caso para demostrar que habrá leyes de plena inspiración K hasta el último día del gobierno.

Un trasfondo que se mueve

La cuestión para hilar fino es a qué causas responde la necesidad de CFK de mostrar que conserva la plenitud de su poder. “Dime de qué alardeas y te diré de que careces” dice el refrán.

Es probable que ella esté advirtiendo signos de resquebrajamiento de su sistema de poder que son sutiles y oblicuos, porque está claro que nadie en el oficialismo quiere confrontar con Cristina. Por un lado Florencio Randazzo, que cuenta con un pequeño capital político, deslizó que su futuro no está ligado al próximo gobierno -siempre partiendo de Scioli presidente- lo que insinúa que hay una corriente dentro del cristinismo que está dispuesta a escindirse. Por otro lado, no es un secreto en el entorno presidencial que la forma autónoma de moverse de Aníbal Fernández preocupa y mucho. “Estamos inventando un Frankenstein”, definió un dirigente de La Cámpora. La presidente nunca confió demasiado en su jefe de gabinete, que siendo ministro de Interior y luego de Justicia durante muchos años, jamás fue invitado a una sola de las reuniones de la mesa chica de Olivos. En síntesis, es un kirchnerista circunstancial con ambiciones presidenciales propias y que no pide permiso para negociar con nadie, como lo prueban sus recientes conversaciones con Sergio Massa. El cristinismo usó así a Aníbal F. para que disuelva la ola naranja. Pero el problema es que ahora nadie sabe responder cómo se lo frenará al quilmeño.

Hay en el trasfondo cierta sensación de que, por detrás de la figura de CFK, se están tejiendo nuevas tramas que no pasan por ella. Una de ellas es el avance de Marcelo Tinelli sobre la presidencia de la AFA, que todo el cristinismo atribuye al apoyo encubierto de Scioli.

O sea, habría una sutil fuga de poder y tal vez el comienzo del eclipse de la jefa. Contra este clima subyacente, ella salió ayer a mostrar lo que todos saben que es imposible: que su poder está intacto a cuatro meses de abandonar el sillón de Rivadavia.

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