Por Carlos Tórtora.-

Nuevamente la realidad se encarga de sorprender a los actores de la política. Cuando empezó a aplicarse en el último trimestre del 2018 el actual plan de ajuste, se esperaban fuertes convulsiones sociales y el fin año fue, en cambio, el primero sin saqueos en muchos años. Una paradoja parecida se ve ahora con el funcionamiento de la oposición: pese a que se advierte la continuidad de la caída de los principales indicadores del consumo, esto no se traduce en un crecimiento importante de la oposición.

Por ejemplo, Cristina Kirchner se mantiene en un empate técnico con Macri pero nada indica un salto hacia adelante. Peor posicionada, Alternativa Federal muestra una deslucida puja entre Juan Manuel Urtubey y Sergio Massa que no está sirviendo para motorizar al peronismo en los distritos del interior. La aparición como tercero en discordia de Roberto Lavagna es sumamente emblemática de la situación. El ex ministro de economía reclama un consenso global en el peronismo para ser el candidato de esa unidad. Al desechar la competencia como el método de elección del candidato, Lavagna está poniendo en evidencia algo que es desde ya obvio: que el peronismo está muy lejos de poder firmar un acuerdo interno global y que, a la inversa de lo que dice aquél, se impone la competencia como método. Más experimentado en este terreno, Massa es el que se está moviendo más cómodo operando en un horizonte con tres variables, ir a una primaria con Urtubey como rival, presentarse sin competir con este último o pactar con CFK para ser su candidato a gobernador de Buenos Aires.

Explotando la crisis venezolana

A todo esto, el gobierno se entusiasma con la posibilidad de capitalizar internamente la eventual caída del régimen de Nicolás Maduro. Aun cuando la cancillería argentina mantiene un tono moderado en la crisis, es obvio que Macri se considera uno de los tres presidentes latinoamericanos más gananciosos con la probable caída de Maduro (los otros dos son Sebastián Piñera y Jair Bolsonaro). En el entorno de Macri sueñan con que la Argentina tenga un rol importante en la reestructuración de la democracia venezolana y, como parte de la artillería de campaña, figura la equiparación del chavismo en su ocaso con su aliado, el kirchnerismo.

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